domingo, 30 de noviembre de 2008

EDIPO Y LA DESMESURA




Gonzalo Gamio Gehri


Solemos leer la historia de Edipo en Edipo Rey bajo la convicción de que se trata del personaje más desafortunado de la historia de la literatura universal, aventajado solamente quizás por Gregor Samsa, el personaje kafkiano de La Metamorfosis. Creo que esa es una concepción parcialmente discutible, cuando menos. Un examen más detallado de la obra – a la luz de la cosmovisión ética griega, prefilosófica y filosófica – nos revela cuán culpable es Edipo de los crímenes que perpetra.

Solemos presuponer una visión ‘pseudo-ilustrada’ de la moral cuando nos aproximamos a la tragedia de Sófocles. Asumimos que sólo somos dignos de elogio y censura respecto de las acciones que hemos elegido con pleno conocimiento de sus posibles consecuencias y secuelas en la vida propia y ajena. Para los griegos, es evidente que no es posible ponderar completamente los rumbos posibles de nuestras elecciones y acciones. Los otros intervienen, y la tyché (la fortuna) echa también sus cartas en el cesto. Esta complejidad, no obstante, no nos exime de responsabilidad y culpa respecto de nuestras decisiones. El agente tiene que hacerse cargo de todas las consecuencias de sus acciones y elecciones, tanto las previsibles como las insospechadas. Hegel comentaba lúcidamente este punto de vista señalando que, para los griegos, ni siquiera los niños eran inocentes, sólo las piedras (porque no actúan).

Solemos describir anacrónicamente a Edipo como una mera víctima del destino, proyectando además una imagen calvinista del destino, vinculada a la doctrina de la predestinación. La moira griega es ‘la parte que le corresponde a cada cual según su condición y acciones’. En esta perspectiva, Edipo hubiese podido tentar – sólo tentar -un destino superior si hubiese guardado la mesura, reconociendo y cumpliendo con la medida correcta según cada caso, lo cual es sumamente difícil de lograr, sin duda. Quien ejercita la disposición a guardar la medida correcta en los contextos de una vida entera (este concepto resulta esencial a la ética griega) es el phronimós, el hombre prudente. Edipo conocía lo que el dios oracular tenía reservado para él en el futuro: convertirse en un incestuoso y en un parricida. Ello lo lleva a huir de Corinto y tomar el camino de Tebas, a encontrarse cara a cara con su destino.

Edipo no observó la mesura, al contrario: incurrió repetidamente en la hybris, movido por su descomunal proclividad a la ira y a la irreflexión. Como algunos especialistas han señalado, si Edipo hubiese sido realmente prudente, hubiese evitado agredir físicamente a cualquier hombre mayor, que fatalmente pudiese ser su padre. De igual manera, si hubiese sido mesurado, no hubiese consentido en desposar una mujer mucho mayor. Sin embargo, arrastrado por su feroz temperamento, asesinó a Layo por una discusión de tránsito. Una vez revelada la verdad acerca de su identidad, Edipo no reacciona como un hombre que ha tropezado sin culpa alguna con una fuerza externa inexorable. Reacciona como un agente carente de lucidez y sentido de la proporción. Se hiere los ojos porque no fue capaz de ver lo que tenía delante de él, la realidad. Quienes no conocen el mundo griego creen que consideró el suicidio como una ‘vía de escape’, y por ello optó por enceguecerse ¡Si sabía que sus parientes le esperaban en el Hades, para reprocharle sus múltiples faltas! Edipo es culpable ante los ojos de los personajes, y los del propio coro.

Edipo Rey versa sobre la mesura y la desmesura, sobre la esencial dicotomía ética entre virtud y fortuna. Conociendo los designios del oráculo, Edipo tuvo la oportunidad de buscar una vida feliz. No reparó en la importancia de la deliberación, erró cada vez que eligió sin reflexionar. Es una historia de la terrible caída moral de un héroe que no vigiló los movimientos de su tempestuoso carácter a lo largo de toda su vida, y no respetó sus propios límites. Esta tragedia constituye una narrativa sobre las virtudes y los vicios humanos, y no solamente sobre el infortunio: por ello la enorme relevancia ética de la obra, que convoca por igual a filósofos y críticos literarios. Deja constancia de ello un poderoso fragmento final, tomado de la estupenda traducción de C. Alegría:




“¡Oh habitantes de mi patria, Tebas, mirad: he aquí a Edipo, el que
solucionó los grandes enigmas y fue hombre poderosísimo; aquel al que los
ciudadanos miraban con envidia por su destino! ¡En qué cúmulo de terribles
desgracias ha venido a parar! De modo que ningún mortal puede considerar a nadie
feliz con la mira puesta en el último día, hasta que llegue al término de su
vida sin haber sufrido nada doloroso”.

EL ENIGMA SIMON


Gonzalo Gamio Gehri



Todavía mucha gente se sigue preguntando qué llevó a Alan García a designar a Yehude Simon como primer ministro (aun cuando los primeros cuestionamientos ya se hacen sentir). Obviamente, tiene todos los pergaminos para ocupar el puesto. Ha realizado una gestión eficaz y transparente al frente del gobierno regional de Lambayeque, y es reconocido por su capacidad para la concertación y el diálogo en circunstancias de conflicto. Su imagen pública es la de un político probo e inteligente, un hombre de izquierda que ha sabido reformular su pensamiento a la luz de los acontecimientos de las últimas décadas. Se le considera además una víctima de la draconiana e irregular legislación fujimorista, que lo confinó en la cárcel ocho años, siendo inocente.

Pero las innegables cualidades de Simon no explican del todo su designación. El gobierno de García es derechista en lo económico y en lo político: ha establecido alianzas de diversa naturaleza con el fujimorismo parlamentario, con la agrupación de Kouri y con el conservadurismo religioso. El perfil de un político de izquierda reformista como Simon no encaja en este esquema. Se trata, asimismo, de un personaje con evidentes pretensiones presidenciales; se trata de un potencial contendor del APRA en las elecciones del 2011, aunque carece de un partido consolidado. Si queremos encontrar conjeturas más razonables que contribuyan a esclarecer esta designación, tenemos que sumergirnos en el ámbito del cálculo político (un espacio en el que García se mueve con especial comodidad).


(sigue...)


miércoles, 26 de noviembre de 2008

ABSTRACCIONES


Gonzalo Gamio Gehri


El debate sobre el descalabro provocado de Perú 21 ha traído cola. Pienso que una cuestión elemental que tendría que esclarecerse – más allá de la nota publicada por el Director de El Comercio y el pobre artículo de Hugo Guerra Arteaga – es si el gobierno influyó o no en la consumación de este probable kamikaze editorial. Si bien se trata de una decisión interna de una empresa privada, los (ex) lectores del diario tenemos derecho a saber a qué obedece este (¿súbito?) cambio de línea. Muchos lamentamos la desaparición de un tipo de periódico crítico y plural.

En el debate que siguió se cargaron un poco las tintas. Y prosperó por momentos la caricatura, con su típico sabor agridulce y su infaltable efecto deformante. De un momento a otro, quienes protestamos por el incidente nos convertimos en una suerte de “activistas” de “causas cívicas” del “sector AB” – al que honestamente, no pertenezco (ni con el que me siento identificado), pero el papel aguanta todo -, un sector insensible a las protestas en las que no se ponen en juego valores “post-materiales” (como la ética, la ciudadanía, las libertades de expresión y demás “bienes suntuarios”), sino la pura y dura supervivencia de gente concreta en Moquegua y otros lugares del país, víctimas de la injusticia. En un despliegue magnífico - y ocurrente - de estereotipos, yo mismo era descrito como un firmante de Facebook en desagravio a Álvarez Rodrich (sitio que no he visitado), me convertía en conspirador de ONG (y no pertenezco a ninguna), e incluso se me imaginaba como un exalumno de Los Reyes Rojos (yo estudié en un pequeño y entrañable colegio llamado Mártir José Olaya). Pero en fin, así son las caricaturas. Mi hipotética (y espuria) “conciencia de clase” debía llevarme a confundirme en un coro de voces AB a favor de Álvarez Rodrich que nada dice sobre Moquegua.

Respeto la lucidez y el ingenio de quienes han objetado esta supuesta ‘campaña’ (en la que, repito, el asunto no es solamente – ni fundamentalmente - el despido de Álvarez Rodrich, sino la preocupante situación de la libertad de prensa en el Perú. Es cierto que esa situación deplorable no es nueva para nada, pero eso se debe en parte a que los ciudadanos no hemos estado alertas ante los movimientos y componendas entre el poder y los dueños de los medios). No obstante, considero que algunas posturas excesivamente gruesas y dicotómicas obedecen a la observancia de una matriz teórica – sospecho que deudora del positivismo y de ciertos elementos conceptuales remanentes del marxismo ortodoxo (no de Marx) – que tienen consecuencias deterministas. Esas consecuencias impiden en muchos casos contemplar otras posibilidades de compromiso cívico. Las críticas pueden ser efectistas, pero el fundamento teórico resulta bastante endeble.

Es el problema de los determinismos, te envuelven en una conjunto de correspondencias cuasi forzosas. Mi supuesta “conciencia de clase” me tendría que empujar – “porque así son las cosas” - a distribuir la indignación de esta manera: Perú 21: 1, Moquegua: 0 ¡Mi distrito, mi Universidad, incluso mi “círculo académico” tendría que apuntar a eso! Al determinismo de clase y al determinismo distrital / “territorial”, se suma un tercero: el determinismo profesional ¡Soy de Humanidades! (ergo: lo mío son las consideraciones individuales, “espirituales”, no las “estructurales”). No se plantea la posibilidad de que alguien como yo pueda estar comprometido con el ex Perú 21 y con Moquegua; o que alguien que “pertenece” al “sector CD” – no me gustan para nada estas categorizaciones de simple uso estadístico - se solidarice con Álvarez Rodrich y los columnistas renunciantes, o que los protestantes de Moquegua planteen sus demandas en términos éticos, lo que puede constatarse por las noticias). A quienes consideran que las cuestiones éticas están desvinculadas de las necesidades materiales, uno se siente tentado a preguntarles si han oído hablar de la justicia. La “ética” no es una idea etérea que sobrevuela caprichosamente los territorios de la “realidad material”; no es mera “superestructura”. La realidad siempre es más complicada, y manifiesta mayores combinaciones y matices. Hay clasificaciones “duras” y “dicotómicas” que sólo existen en la mente de algunos observadores. Contra ellos, ya Hegel calificaba como “abstracción” la costumbre de explicar una totalidad compleja y dinámica desde un único elemento: consideraba que esa unilateralidad resultaba funesta para la reflexión crítica.

Estoy de acuerdo en que las protestas encuentran una mayor articulación en el seno de instituciones: eso lo he señalado en diversos posts, y en otros escritos. Lo que considero discutible es que estas instituciones sean fundamentalmente concebidas al interior del sistema político, léase los partidos. A menos que se esté avizorando la formación de partidos nuevos – que los necesitamos es seguro -, aquí opera una segunda abstracción: la desvinculación de la teoría ‘institucionalista’ respecto de los contextos y las condiciones de la práctica. Nos gustaría que los partidos políticos en el Perú fueran espacios deliberativos, pero no suelen serlo. No lo son ahora, ni lo han sido, por lo general. Son “feudos” de caudillos que deciden los cuadros dirigenciales a su antojo, o son asociaciones provisionales de individuos que manejan una bolsa y tienen privadas aspiraciones congresales. Lo suyo es la negociación y la dádiva (y, a veces, la corrupción). El debilitamiento de los grupos existentes, así como las penosas declaraciones de Alan García en torno a una posible tercera postulación presidencial en el 2016 bosquejan este panorama. Necesitamos fortalecer los partidos – qué duda cabe – pero también contamos con otros espacios, como las instituciones de la sociedad civil (que conste que no quiero decir con ello “sólo las ONG”). Las protestas sociales, y también las formas de vigilancia ciudadana y formación de opinión pública, requieren de espacios que las constituyan como una forma articulada de vindicar derechos.

Debemos buscar imágenes y conceptos multidimensionales (“concretos” en términos de Hegel), que no dejen pasar aspectos del problema que no estamos tomando en cuenta, por obra de determinismos de cualquier tipo. Sin duda, eso hará más fructífero el diálogo.

viernes, 21 de noviembre de 2008

EL LIBERALISMO POLÍTICO Y EL “SÍNDROME DE VANGUARDIA”







Gonzalo Gamio Gehri


¿Qué convierte una protesta personal en una ‘causa cívica’? Creo que ésta es una importante cuestión ética y política. Leo en otro blog que – para algunos – la indignación motivada por el despido del Director de Perú 21 y la salida de su grupo de columnistas no resulta significativa porque (a su juicio, y sin ningún argumento de respaldo) no contaría con el apoyo de las mayorías, que quizá no leen Perú 21 y no están interesadas por el destino de su Dirección. Como colofón, la declaración de una ex candidata presidencial de que cancelará su suscripción a El Comercio y que no leerá más Perú 21 se gana las burlas de algunos jocosos blogueros: los peruanos “no van a identificarse” con esas iniciativas "caviares".

Si fuese cierta la hipótesis – ciertamente discutible – de que a la gran mayoría no le interesa lo sucedido en Perú 21 - ¿Ello descalificaría la actitud de quienes (en tanto lectores y ciudadanos) consideran preocupante que se saque del medio a un diario crítico e independiente? ¿Convierte en absurda la idea de cancelar la suscripción de quien la tenía? Creo que miramos (e imaginamos) demasiado lo que supuestamente piensa “la mayoría” – así, planteada falsamente como una entidad homogénea y unánime -, y meditamos menos en el punto de vista que cada uno tiene del asunto. Creo que un ciudadano responsable se forma una opinión razonada sobre algo, antes de plantearse si su opinión “enganchará” con la perspectiva de los demás. Y si no “engancha”, pues ¡Qué se le va a hacer! Pero estos cibernautas piensan que si uno no tiene esta sintonía-permanente-y-casi-mística-con-la-mayoría “no es de izquierda”. Esto es absurdo (además de profundamente antidemocrático).

“Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él", decía Vallejo. ¿Tenía razón, o no? ¿Tenemos las personas que coincidir siempre con la mayoría, para asegurar la “corrección” de nuestras convicciones? Quizá no. Que la mayoría de las personas respalde una posición no significa que ésta necesariamente sea 'verdadera'. Recordemos que existe la falacia ad populum, aunque algunos ‘especialistas’ no reparan en que se trata efectivamente de una falacia (¿Desecharán la lógica formal por “impopular”? ¿La eliminarían después de un referéndum?). Creo que esta clase de apelaciones a lo que suscita “identificación” tiende a debilitar el sentido crítico, y la búsqueda de autonomía. Podríamos llamarlo el Síndrome de la vanguardia, la creencia de que tenemos que guiarnos por los objetivos de la mayoría (o de las “clases revolucionarias”) para suscribir una creencia con sentido, o que los “líderes” tienen que invocar “causas” que convoquen y que “organicen” a las “masas” (esta expresión es nefasta). Sólo las personas inmersas en el “mundo popular” saben lo que le interesa a la gente, según este planteamiento (en esto nuestros "deterministas locales" van más allá del marxismo, que consideraba que los miembros de otras clases podrían asumir - en virtud de un proceso de metánoia - el ideario y propósitos de las 'clases oprimidas'). Este prejuicio viene de una lectura peculiar de Rousseau, quien identificaba la “voluntad general” con una voz unánime e indivisa. Esta postura ‘vanguardista’ conduce a la disolución de la discrepancia y de la pluralidad de formas de vivir, y nos introduce en formas perversas de "liderazgo". La unanimidad puede ser tiránica. Isaiah Berlin lo ha planteado de la siguiente manera, describiendo críticamente esta clase de perspectiva, supresora de las libertades más elementales:

“Puesto que yo conozco el único camino verdadero para solucionar definitivamente los problemas de la sociedad, sé en qué dirección debo guiar la caravana humana; y puesto que usted ignora lo que yo sé, no se le puede permitir que tenga libertad de elección ni aun de un ámbito mínimo, si es que se quiere lograr el objetivo. Usted afirma que cierta política determinada le haría más feliz o más libre o le dará más espacio para respirar; pero yo sé que está usted equivocado, sé lo que necesita usted, lo que necesitan todos los hombres[1].

Yo prefiero la interpretación liberal progresista de la política, para la cual no hay tal “caravana humana”, ni “conciencia unidireccional de clase”, ni “sentido lineal de la historia”. El agente político no es siempre un político en campaña que quiere convencer a su electorado o que pretende ganar elecciones; con frecuencia es un ciudadano que quiere introducir un argumento en el espacio público (ante el Estado, al interior de un partido político, o en la sociedad civil), e intervenir en el debate cívico. Pretende ser fiel primero a su propia conciencia. No está obsesionado con “sintonizar” sistemáticamente con el grupo, aunque sí está interesado en contrastar su opinión con otras perspectivas y generar consensos (o plantear disensos racionales). Le interesa contribuir en la construcción de espacios para la formación de opinión y el cultivo de la autonomía. Combate las desigualdades que conspiran contra la justicia redistributiva y contra la libertad. Le preocupa la preservación del sistema de derechos universales – no por alguna ‘veleidad metafísica’ si no porque se trata de un mecanismo hasta hoy efectivo para la protección de los individuos – que permita el desarrollo de las personas y sus diversos modos de pensar. Desde luego, no considera que su punto de vista sea el único posible (pluralismo) o que sea inmune a la crítica (falibilismo). Un lector precipitado podría considerar que esta postura es "conservadora", pero es al revés: es 'revolucionaria' (en un sentido no marxista) en tanto combate una forzada homogeneneidad y cultiva radicalmente la crítica.
En fin. En esta clave de interpretación, si un grupo de ciudadanos decide vigilar la conducta de los congresistas o pedirle cuentas a un diario que incurre en arbitrariedades, esta es una “causa cívica”. Que no sea una “causa general” no invalida la iniciativa, tampoco la debilita en materia de justicia. Hay quienes no creemos en que exista una "caravana humana" que haya que "dirigir" o a la que haya que "sumarse" - eso es totalitario -; se trata de expresar libremente argumentos y posiciones ante nuestros conciudadanos. Es valioso que las personas expresen su opinión e indignación de manera fecunda. Quienes opinan de manera diferente - o no les interesa este tipo de propuestas -, siempre pueden dedicarse a otra clase de preocupaciones que los convoque.







[1] Berlin, Isaiah “La persecución del ideal” en: El fuste torcido de la humanidad Barcelona, Península 1998 pp. 33 – 34.

martes, 18 de noviembre de 2008

EL ENCANTO DE LA SUMISIÓN




Gonzalo Gamio Gehri


Al final, sucedió lo que se temía, pero se esperaba: Augusto Álvarez Rodrich fue despedido de Perú 21 “por discrepancias en torno a la línea editorial”. Como consecuencia de esta situación, el grupo de columnistas ha renunciado prácticamente en bloque: Santiago Pedraglio, Martín Tanaka, Carlos Basombrío, Carlos I. Degregori, Jorge Bruce, Rosa María Palacios, etc. El diario ha contado con el mejor equipo de columnistas de opinión de la prensa peruana de la actualidad. Con ello – al menos para mí – Perú 21 ha dejado de ser un periódico cuya lectura sea realmente atractiva. Era el mejor diario de oposición del país. Plural e independiente debido a las diferentes canteras intelectuales de las que provenían sus articulistas: ciencias políticas, psicoanálisis, economía, derecho.

Es sabido que hace tiempo que la dirección de Perú 21 estaba ‘en la mira’ del gobierno aprista. Se trataba de una prensa incómoda para un oficialismo que se había acostumbrado a gobernar sin oposición alguna. Hoy, en tiempos en los que el grupo El Comercio afronta un dramático cambio de jerarquías – imponiéndose una línea conservadora -, se hacía previsible que rodaran las cabezas de quienes convocaron a lo mejor del periodismo y la academia para escribir y ejercitar la crítica. De este modo, los órganos de prensa del grupo El Comercio vuelven a ser una ‘empresa familiar’ sin más, sin filo crítico y sin una posición de cuestionamiento frente al poder. No sorprende que se haya declinado en la difusión de los “petro-audios” en nombre de la “gobernabilidad”, y que se haya convocado a las voces más conservadoras de la sociedad en busca de una “justificación”. La ‘familia propietaria’ ha cedido al “encanto” de la sumisión. El Comercio ha preferido razonar como un "grupo de poder" antes que como un espacio de construcción de opinión pública. No sorprende que en el "decano de la prensa nacional" se hable hoy en favor de “amnistías” e “indultos”, a pocos meses de la apertura de la fosa de Putis, y en un país en el que existen más de cuatro mil fosas comunes sin abrir. ¡Qué puede sorprendernos, si uno de los directivos de la ‘empresa familiar’ es un personaje que postuló al congreso por la lista fujimorista Perú 2000, en la etapa más sórdida del régimen autoritario de Fujimori!

Me pregunto – sólo por curiosidad – a quiénes van a llamar para conformar el nuevo equipo de columnistas de Perú 21, tomando en cuenta la nueva “línea editorial” del diario, previsiblemente más complaciente con el gobierno actual – y probablemente convergente con los intereses del fujimorismo dinástico -: ¿Luis Alfonso Morey? ¿Jorge Morelli? ¿La gente de Cable Canal de Noticias del fujimorato? ¿La alcantarillesca página de opinión de La Razón del 2003? En fin, ya cada vez son menos los medios en los que uno pueda encontrar una cierta independencia frente a los poderes fácticos o representativos.

Considero, finalmente, que esta ha sido una medida desafortunada, injusta e incluso poco rentable para el propio diario. El atractivo de Perú 21 residía precisamente en su talante crítico y opositor. Con el éxodo de este interesante grupo de columnistas, el diario pierde sin remedio en calidad y nivel. Es casi seguro que esto se verá reflejado en las ventas. Va a dolerle a la ‘familia propietaria’ en lo económico, sin duda. En lo personal, ya no encuentro ninguna razón para comprar Perú 21. Y creo que no soy el único.

Santiago, Martín, Carlos Iván, Nelson: mi solidaridad con ustedes.
Actualización: los columnistas renunciantes de Perú 21 han construído un blog - Espacio compartido - en el que seguirán escribiendo sobre lo que sucede en el país.

viernes, 14 de noviembre de 2008

“FAUSTO” Y LA CULTURA MODERNA: ENTRE LA ILUSTRACIÓN Y EL ROMANTICISMO




Gonzalo Gamio Gehri


Después de las tragedias de Esquilo y Eurípides, mi obra favorita es el Fausto, de Goethe. Su autor la escribió entre sus años de juventud (la primera parte), y sus últimos años de vida (la segunda). En ella se examinan los conflictos que suscita la búsqueda de plenitud y de verdad tanto en las ciencias como en la experiencia. No en vano suele establecerse un paralelo entre el Fausto y los textos filosóficos de Fichte y de Hegel. En mis primeros años en la especialidad de filosofía, me esforcé por leer simultáneamente esta obra de Goethe y la Fenomenología del espíritu. Ambas expresan el anhelo de absoluto del hombre moderno, la verdad como proceso, el ‘duro trabajo de lo negativo’. Fue probablemente el año más provechoso de mis estudios iniciales.

Fausto relata el drama del hombre ilustrado que descubre que es el esclarecimiento de la experiencia el vehículo de esa plenitud que le niega la sabiduría teórica. “Con ardiente afán, ¡ay! Estudié a fondo filosofía, jurisprudencia, medicina, y también, por mi desgracia, teología; y heme aquí, pobre loco, tan sabio como antes”. El Doctor Fausto es el hombre de ciencia que descubre la esterilidad del mero saber especulativo. Es preciso volcarse a la vida; el sabio ha de encontrar en el placer, en el juicio práctico, en la exploración histórica la verdad que el conocimiento empírico-deductivo muestra de un modo abstracto y fijo. Con esta perspectiva, Goethe desafía al ideal ilustrado de una subjetividad desarraigada, escindida de su mundo vital, oponiéndole no la inmersión inmediata en las aguas oscuras de las tradiciones, si no el des-cubrimiento de la libertad instalada en las fuentes mismas de la naturaleza y del espíritu. Este es un notable motivo riomántioco. Fausto no busca huir del principio de autonomía, si no re-velar su encarnación en la experiencia. Tampoco pretende desconocer el poder de la ciencia – una ciencia articulada con la vida, claro está; Goethe mismo desarrolló una teoría de los colores – si no enmarcarla en una concepción totalizante de lo real:



“Si desprecias el Entendimiento y la Ciencia, los más altos dones
del Hombre, al diablo te habrás entregado y tendrás que perecer.”


La frase evoca un venerable planteamiento ilustrado (que los románticos reinterpretaron, y jamás negaron). Incluso Fausto logra la redención a partir del servicio al otro que puede encontrar disponible en el trabajo científico: aprende a ganarle tierra cultivable al mar. El descubrimiento de la solidaridad (y las oraciones de Margarita) logran arrebatarle su alma al diablo. Interpretar a Fausto como un hombre premoderno tentado por un ilustrado Mefistófeles – predicador de la autonomía – constituye un despropósito sin nombre, ni siquiera una burda caricatura. Mefistófeles no invita a la Ilustración o al pensamiento libre. Todo lo contrario. Esa es la absurda tesis que encontré, sorprendido, en algún rincón de la blogósfera. Esa improvisada "versión" sólo puede sostenerse sin haber leído la obra completa. Si se trata de "demonizar" la modernidad- celebrando a Mussolini, pero identificando al liberalismo y los Derechos Humanos con el Maligno, como se ha hecho (Sí, me refiero a los mismos 'intelectuales contramodernos criollos' que festejaron perversamente los atentados del 11 de septiembre, y rechazan el desarrollo científico y ético-legal en nombre de un extraño tradicionalismo autoritario disfrazado astutamente de religión) -, Fausto no se presta para ese fin panfletario y caricaturesco. La obra examina el corazón mismo de una modernidad autocrítica. Fausto es el sabio ilustrado que - desencantado ante la estéril búsqueda de un sistema abstracto del saber - se entrega en brazos de la personificación de lo que otrora describía unilateralmente como "superstición", Mefistófeles. De este modo, el drama de Fausto se sitúa en medio del conflicto espiritual entre la Ilustración y el Romanticismo, fuerzas constitutivas de la cultura moderna. Esta no es una aseveración novedosa ni mucho menos: cualquiera que haya leído el texto seriamente puede llegar a esta sencilla conclusión.

La tecnología, la invención del papel moneda, pero también el conflicto entre la noche de Walpurgis romántica y su versión clásica tienen un lugar en el drama. Todas estas determinaciones constituyen figuras de una modernidad que pugna por esclarecerse a sí misma. No encontramos allí nada de 'antimodernismo', por supuesto. Hay, en todo caso, una (evidentemente moderna y romántica) pretensión de concebir la historia como un proceso completo, por ello la vuelta de Fausto a la Grecia clásica, en busca de Helena. La referencia griega - como en las Cartas de Schiller y en la Filosofía del Derecho de Hegel - es crítica, pero apunta a la concreción de una historia autoconsciente que encarne la libertad moderna. En el romanticismo, la remisión a una matriz griega funciona como "correctivo" de la modernidad - El propio 'nudo' de la obra apunta a una vindicación de la autonomía, en medio de un mundo espiritual que por sí mismo no es ajeno a las tribulaciones del poder y la pasión. Al fin y al cabo, es el ejercicio de la autonomía permitió a Fausto - en la segunda parte de la obra - tomar contacto con las misteriosas Madres del Ser, y retornar con vida.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

AMNISTÍA: OSCURIDADES (Y POSIBLES COMPONENDAS)



Gonzalo Gamio Gehri


El día de ayer, la Defensora del Pueblo y el Ministro de Defensa confirmaron lo que de antemano se sabía: ninguno de los Comandos Chavín de Huántar – los mismos que participaron en la toma de la residencia del embajador japonés en 1997 – está siendo procesado por cometer ejecuciones extrajudiciales en ese operativo: Vladimiro Montesinos, Nicolás Hermoza Ríos, Jesús Zamudio Aliaga y Roberto Huamán Azcurra. Los únicos comandos que están siendo investigados y procesados han sido involucrados con las masacres de El Frontón y Accomarca. El congresista Edgar Núñez (el de Vidas Paralelas), el promotor de un nefasto proyecto de nueva Ley de Amnistía, se ha quedado sin piso. Insistía en que su propuesta estaba dirigida a proteger a los comandos del operativo de 1997. A pesar de que se le advirtió que la información que manejaba era manifiestamente falsa, insistió en ella. Hoy se sabe la verdad.

Núñez insiste en su versión, y declara a La República que “no cree en la Defensoría”. Aparentemente no ha escuchado el pronunciamiento de Flores Aráoz sobre el tema, que va exactamente en la misma dirección (o será que tampoco cree en él). Resulta sorprendente que el propio Presidente de la Comisión de Defensa del Congreso ignore datos que debería conocer de primera mano. Lo mismo sucedió en el caso de la convocatoria de los ex miembros de la CVR a dicha Comisión Parlamentaria para que ‘rindan cuentas’ sobre la fórmula que dio como resultado el número de muertos y desaparecidos del conflicto armado, y justifique sus gastos ¡Cuando esos datos podría encontrarlos en la página web! Sorprende que un partido de tantos años como el APRA pierda el sentido de la realidad con tanta facilidad, brindándole espacio político a quienes asumen estandartes de combate tan cuestionables y endebles. El partido de gobierno debería saber que estas propuestas lo debilitan, y lo sitúan al lado de las fuerzas más arcaicas de la sociedad peruana.

Lo curioso del asunto es que Núñez asegura que García respalda su improvisada y peligrosa propuesta. Le auguramos a este proyecto un rotundo fracaso, en virtud de su evidente ilegalidad (Aparentemente, tampoco cree en la legislación internacional en materia de Derechos Humanos, ni en los fallos del tribunal Constitucional). La propuesta carece de todo fundamento y sentido, a menos que Núñez pretenda beneficiar a Montesinos, Hermoza Ríos, Zamudio, Huamán Azcurra y específicamente a Fujimori ¿Será así? ¿Estamos asistiendo a un capítulo más de la historia de la extraña relación entre este gobierno y el fujimorismo?. Posiblemente sí. Una lástima. Lo que necesitamos es un Poder Judicial que actúe con mayor celeridad y eficacia, pero - como sus autoridades han argumentado - esto no es posible si el ejército peruano y el ministerio de Defensa dificultan la entrega de la información solicitada.
Resulta saludable para los ciudadanos – en todo caso – que esta clase de iniciativas revelen su verdadera faz y ponga en evidencia que su propósito es garantizar la impunidad de quienes no estuvieron a la altura del mandato que recibieron de parte del Estado. Ya hemos examinado en qué medida las amnistías constituyen un inaceptable atentado contra la memoria, un modo grotesco de usurpación de la exclusiva potestad de las víctimas de otorgar perdón. La amnistía impone silencios y reprime las demandas de verdad y justicia. El señor Núñez y los firmantes de su proyecto pretenden condenar al olvido conductas que merecen una sanción ejemplar (¡él mismo se ha manifestado - en el diario La Primera - en favor de las ejecuciones extrajudiciales!: "yo le digo a usted, que estoy de acuerdo con esas ejecuciones extrajudiciales. No vamos a reclamar los derechos humanos de esos asesinos", dice Núñez si el menor sentimiento de vergüenza, propio de la ética más elemental). El olvido a la fuerza. No en vano muchos militares honorables están expresando públicamente su rechazo a cualquier forma de amnistía e indulto. Para ellos – como para cualquier ciudadano de buena voluntad que crea en los principios del Estado de Derecho – la justicia es todo lo que se necesita.

lunes, 10 de noviembre de 2008

LA PRENSA Y EL PODER: ¿QUÉ SUCEDE CON “EL COMERCIO”?







Gonzalo Gamio Gehri


Esta es la pregunta que está resonando en diferentes espacios del periodismo, el mundo de la política y en la sociedad civil. La respuesta no es clara, hay que decir. Los que pensábamos que con la dirección de Francisco Miró Quesada Rada El Comercio iba a asumir una mirada más aguda y crítica estamos contemplando como nuestras expectativas se hacen añicos. Ya no se trata solamente de la súbita metamorfosis intelectual de Hugo Guerra, su conversión al conservadurismo político, tan cercano a ciertos sectores de la Fuerza Armada contrarios a la CVR.

Hay quienes sostienen que el sector más conservador de la familia propietaria se está poniendo al timón de este diario. Para muestra un botón. Martha Meier Miró Quesada – un personaje que se hizo conocida por su apoyo al fujimorismo antes que por sus ‘contribuciones a la cultura’ – ha asumido la dirección del suplemento dominical. Luis Alfonso Morey (conocido fujimorista, autor de un insufrible libro apologético, El regreso del Chino. El nuevo fenómeno Fujimori), se ha convertido en uno de los colaboradores del diario, escribiendo en la página de opinión. En la columna de Hugo Guerra se fustiga a “los caviares” – usando esta ridícula etiqueta – en la peor tradición de Giampietri y de Aldo Mariátegui. Evidentemente, nada de esto es ilegal – en absoluto, un sistema democrático garantiza la diversidad de concepciones políticas – pero la transformación ideológica está fuera de toda duda.

En los últimos días se ha suscitado un debate interesante sobre la difusión de los “petroaudios”. La dirección de El Comercio sostiene que se negó a publicarlos porque los medios eran ilícitos y se trataba de conversaciones telefónicas privadas. La dirección de Perú 21 – misma empresa, diferente línea periodística – indica que los audios revelan formas de corrupción pública que la ciudadanía debe conocer. El despido de Fernando Ampuero y de Pablo O’Brien de El Comercio está vinculado a esta cuestión. El “decano de la prensa” publicó ayer en las dos primeras páginas una entrevista al Cardenal Cipriani en la que el tema de los audios y la cuestión moral de los medios y los fines constituía el centro de la conversación (hay algunas alusiones muy críticas del arzobispo a Alan García que llaman la atención - ¿Se habrán terminado las buenas relaciones entre el gobierno y ese sector de la Iglesia? -, pero ese es otro tema). Numerosas columnas y notas editoriales han ido en esta misma dirección. Cre que se trata de un dilema ético que tendría que examinarse desde la filosofía moral. Uno se pregunta si esta administración de El Comercio hubiese hecho público el video Kouri-Montesinos, que puso fin a la dictadura de Fujimori. Parece que no.

Lo que sigue son creflexiones que buscan examinarse críticamente, para indagar acerca de su verosimilitud. Hay quienes interpretan estos movimientos en la dirección de El Comercio como un cambio alentado desde los fueros del poder político. Se teme que Juan Paredes Castro deje el diario, pero se dice que la mira estaría puesta realmente en Perú 21, que Alan García no ve con buenos ojos el espíritu crítico que practica ese medio. Se trataría de cercar a Augusto Álvarez Rodrich, y dejarlo sin piso. El tiempo dirá si estas son meras especulaciones, o si tienen un asidero sólido.

sábado, 8 de noviembre de 2008

UN PROYECTO INACEPTABLE



Gonzalo Gamio Gehri


Leo hoy en La República un agudo artículo de Alberto Adrianzén sobre el anacrónico y absurdo proyecto de amnistía (e indulto) planteado - por separado - por dos congresistas apristas (E. Núñez y M. Cabanillas). El texto - Ni olvido, ni perdón, ni rencor - llama la atención acerca de la pésima relación que mantiene nuestra "clase política" con la memoria de la injusticia vivida y con las políticas de Derechos Humanos. El anhelo de impunidad es evidente. El columnista muestra cómo el inefable Edgar Núñez (el novel actor de Vidas paralelas) pretende hacer creer que la medida busca "blindar" a los comandos Chavin de Huantar que participaron en la liberación de los rehenes de la Residencia del Embajador japonés en 1997, cuando los únicos comandos procesados vienen siendo investigados por otra clase de crímenes. Aparentemente, la amnistía funciona como un caballo de Troya para otros personajes (entre ellos, el ex dictador Fujimori).


"Este hecho de por sí escandaloso, lo es aún más cuando se sabe, como dice la abogada de APRODEH Gloria Cano, que no existe ningún miembro del comando Chavín de Huántar que esté siendo juzgado o investigado por dicho operativo, y que los únicos que lo están por este hecho son: Vladimiro Montesinos, Nicolás Hermoza Ríos, Jesús Zamudio Aliaga y Roberto Huamán Azcurra. A ello se suma, que Williams Zapata y Carlos Tello Aliaga, que participaron en este operativo, son procesados por otros hechos, el primero por la masacre de Accomarca en 1985 y el segundo por la masacre del Frontón en 1986. Ambos sucesos ocurridos en el primer gobierno de Alan García."

Hace unos días, en declaraciones al diario La Primera, Núñez se pronunció en favor de las ejecuciones extrajudiciales, en un inequívoco manifiesto contra la legalidad democrática. Resulta doloroso constatar que los - mal llamados - "padres de la patria" tienen dificultades para pensar la igualdad civil como un principio básico para la coexistencia social. Todavía se instalan en el imaginario autoritario de las "instituciones tutelares", cuyos miembros no admiten cuestionamiento y supuestamente están fuera del alcance de la justicia. No señor congresista, si los Chavin de Huantar asesimnaron a prisioneros rendidos - hecho que aun no ha sido demostrado - tendrán que asumir necesariamente su responsabilidad, junto con quienes dieron la orden. De acuerdo con los principios del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, el principio de "obediencia debida" ya no puede ser invocado para rehuir la sanción. La “salida” consistente en formar una comisión de indultos ad hoc – tomando como modelo la dirigida por H. Lanssiers – no procede: aquella comisión tenía sentido en tanto la endurecida legislación fujimorista viciaba el debido proceso y propiciaba arbitrariedades, abusos y errores graves. Hoy, en una democracia y contando con un poder judicial distinto, no existen razones para dudar de que los efectivos militares y policiales podrán tener un juicio justo (o contarán con procedimientos y espacios fiscalizadores para denunciar los vicios legales que puedan generarse).

Se trata de una cuestión de principio: el fin no justifica los medios. Por muy noble que sea la causa de la pacificación, las ejecuciones extrajudiciales no pueden ser admitidas como una 'estrategia razonable' para imponer el orden. Son crímenes de lesa humanidad. Y no hablemos de la tortura o las agresiones sexuales contra la población civil inocente, o las fosas de Putis. Justamente porque se trata de una institución honorable - cuyo prestigio debemos defender -, las fuerzas del orden deben ser depuradas conforme a lo que establezca la justicia en el seno de una sociedad democrática. A nuestros héroes - que los hubo, y muchos -, el reconocimiento y la eterna gratitud de la ciudadanía; a quienes cometieron crímenes deshonrando el uniforme y mancillando el voto de servicio al país, hay que asegurarle un juicio justo y una sanción ejemplar. Pero la carta blanca y la inmunidad frente a la ley sólo envilece a la instiución militar y policial, y a la sociedad entera. con esta medida inadmisible los congresistas oficialistas están debilitando a las fuerzas del orden, en lugar de colaborar con ellas. El "perdón" espurio y el olvido funesto que plantean las amnistías no es lo que desean los efectivos militares y policiales que no han cometido delito: ellos quieren ser absueltos luego de un proceso imparcial. Es muy diferente ser absuelto que beneficiarse con una amnistía.

En los últimos años del oscuro fujimorato, y en la vil campaña que la prensa fujimontesinista libró contra la transición democrática y contra la CVR, el sector más subterráneo de la política y del "periodismo" nacional predicaron una perversa disyunción exclusiva: "o la gloria o el silencio". Es decir, la supresión de la memoria, y de la justicia, el recurso a la prepotencia para acallar a las víctimas, y amañar la historia (curiosamente, ese mismo grupo de personajes era el que exaltaba en la prensa alcantarillesca, o desde el activismo ideológico- partidario, "el compromiso patriótico"). ¿Son esos funestos vientos los que vuelven a soplar?
El asunto es grave, porque se trata de una propuesta planteada al interior de un régimen democrátiico, y que sin embargo, vulnera todos los acuerdos que el Perú ha suscrito sobre Derechos Humanos. Ni siquiera los autores de sendos proyectos de ley - ambos "compañeros" de bancada - se ponen de acuerdo en los términos de esta peligrosa propuesta, y hasta se acusan de plagio. Lo cierto es que esta propuesta va contra la legislación local e internacional en la materia. Como dice Adrianzén, se trata de una "Contra-comisión de la verdad". Tratan de imponer una situación moral y políticamente inaceptable: que un sector de la población - los agentes del Estado - logren obtener extraños privilegios que ni siquiera un sistema de justicia imparcial podría desafiar.






jueves, 6 de noviembre de 2008

COSMOPOLITISMO, MEMORIA Y ESPERANZA


REFLEXIONES SOBRE HELL ON EARTH


Gonzalo Gamio Gehri


Hace dos días participé en un foro de discusión sobre el documental Hell on Earth, dirigido por el checo Vojtech Jasny. El filme forma parte de la serie de documentales Broken Silence (2002), producidos por Steven Spielberg, que se ocupan del Holocausto judío en los años de la segunda guerra mundial. El documento – realmente conmovedor – relata el testimonio de personas que en sus años infantiles fueron recluidos en el ghetto de Terezin, un lugar diseñado por los nazis para albergar a los judíos de camino a Auschwitz. Terezin fue lugar de paso hacia la muerte, un lugar maquillado para que la opinión pública desestimara las informaciones sobre los campos de concentración. Los testimonios de esos niños son desgarradores. Nos hablan del maltrato gratuito, del odio racial y religioso, del terror a no volver a ver a los padres, de la absoluta incapacidad de los nazis de ponerse en el lugar del otro. Los relatos muestran con toda su crudeza las violaciones de los Derechos Humanos de los judíos, por el sólo hecho de serlo.

“Me enteré que era judío cuando me entregaron una Estrella de David”, dice uno de los niños, hoy anciano. Salvó de milagro de las cámaras de gas, pero vio morir a muchos compañeros de encierro. Otro niño judío de entonces reflexiona sobre la muerte de millones de personas, víctimas de la Solución Final nacionalsocialista: “si los judíos son el pueblo elegido de Dios, entonces no hay Dios”. Las imágenes de archivo muestran las filas de cuerpos esqueléticos dirigiéndose a la muerte en nombre de la supuesta “dicha futura de la mayoría”, predicada por los nazis, que excluían a los no-arios de la humanidad. Resulta lamentable constatar como hoy, bajo el prisma de un espurio “antiliberalismo”, miran con cierta simpatía el llamado “legado intelectual” de Hilter y Mussolini (son los mismos que identifican la historia del liberalismo con el advenimiento del Diablo y delirios similares, y caricaturizan la modernidad en términos de una especie de McWorld). No sorprende que prediquen la ‘inexistencia" de los Derechos Humanos y postulen la destrucción de las democracias constitucionales. Justamente para hacer frente a esa clase de censores "contramodernos" es que se requiere de una concepción rigurosa de la cultura liberal.

Los nazis intentaron quebrar la fe de los prisioneros. Los obligaron a manipular los cuerpos de sus compañeros muertos. Cada día amenazaban a sus víctimas de enviarlos a los campos. A pesar de todo, no pudieron quebrar a quienes se aferraron a la esperanza, a quienes no renunciaron a ver en su interior el brillo de la humanidad. Aún entre tanta muerte y crueldad.


Anima a este documental una impronta cosmopolita. “¿Es mi patria la tierra Checa, o lo es el mundo entero?”, reza el poema de un niño judío, muerto injustamente en Auschwitz. Los prisioneros del ghetto y de los campos – puestos a salvo al final de la guerra – cayeron en la cuenta de que el odio al otro, al nazi, podría terminar matándolos, que la mejor forma de vencer a los nazis era matando el odio en su interior. “El odio se fue con la diarrea”, sentencia irónicamente uno de los entrevistados. Recuperar la memoria – desmantelando las “historias oficiales”, sigue siendo la herramienta más eficaz contra la impunidad de los criminales. Recuperar la memoria crítica y ejercitar la justicia podrá prevenir que esta clase de tragedias se repitan. No se trata solamente de los judíos checos, si no de los seres humanos en general. Tenemos que construir una comunidad mayor, de modo que nuestros vínculos empáticos alcancen a todas las personas. De otro modo habrá que preguntar, como lo hace la frase final de la película: “En el futuro ¿Quiénes serán los próximos judíos?”. Si algo quiere comunicarnos Vojtech Jasny, es que las víctimas, antes de ser judíos o checos, son seres humanos. El terrible caso de la Shoah constituye un ejemplo de lo que los seres humanos no debemos repetir por ningún motivo. No hay muertos ajenos.

sábado, 1 de noviembre de 2008

LA IDEA DE AUTONOMÍA Y EL "TALANTE LIBERAL"


Gonzalo Gamio Gehri

He insistido muchas veces en que – en nuestro medio -, el vocablo “liberal” requiere una redefinición, que supone volver a los orígenes de esta aguda concepción de la política. Entre nosotros, suele asociarse a la observancia devota del catecismo del libre mercado como única fuente espiritual. Numerosos economistas de la secta mercantilista han mostrado tener pocos escrúpulos al consentir colaborar con dictaduras funestas, responsables de asesinatos, torturas, desapariciones forzadas y toda clase de restricciones a las libertades básicas (no pocos “periodistas” han practicado el mismo culto, usando la misma improvisada máscara).

Muchos olvidan la matriz radicalmente anti-autoritaria del liberalismo, su vocación por la protección incondicional de la libertad y la dignidad de los individuos (el énfasis en la defensa de los Derechos Humanos y en la secularización de la esfera pública obedece a este compromiso ético-político). El liberalismo busca combatir la concentración del poder en todas sus formas (por ello insiste en la clara separación entre Estado, mercado y sociedad civil; por ello propone una concepción procedimental de la justicia[1] y un enfoque pluralista de los bienes). No menos importante que todos estos rasgos, es la valoración medular de la autonomía como principio vital. Si tuviésemos que describir el “talante liberal” – el liberalismo como actitud existencial - tendríamos que comenzar con la idea de autonomía. Voy a detenerme hoy en el contenido actitudinal del liberalismo y dejar para otro momento su justificación como teoría social.

La autonomía se refiere a la capacidad humana de juzgar por uno mismo los principios que pueden guiar las propias acciones, o que puedan cimentar las propias creencias. Desde un punto de vista político, se trata de construir un sistema de instituciones que permita la libre expresión de las ideas (recuérdese la sabia expresión de Voltaire[2], repetida cientos de veces: "puede que no comparta tu idea, pero daré mi vida por que la puedas expresar"), y la planificación consciente del proyecto de vida siempre y cuando éste no vulnere la ley. La autonomía – hoy la llamamos “agencia”, en el sentido que le asignan Harry Frankfurt y Amartya Sen – supone la disposición del individuo a examinar críticamente los fundamentos de la propia tradición, a fin de suscribirlos, modificarlos o abandonarlos a partir del ejercicio de la autorreflexión.

Por muchos siglos – para alguna gente – esto era “cosa del demonio” (para algunos ‘reaccionarios’ lo es todavía, y no dudan en defender esta delirante tesis alterando grotescamente el contenido de venerables y juiciosos libros, como Los hermanos Karamazov y el Fausto, evidentemente sin tener una lectura completa de los textos): hay quienes lamentan que las propias convicciones hayan perdido el estatuto de “pensamiento único”; yo, en cambio (como académico y como cristiano), creo que el cultivo del pluralismo le hace muchísimo bien a la reflexión moral y a la religión, pues las devuelve a su elemento – la meditación, el encuentro con el otro concreto y el diálogo – y las depura de deformantes posiciones de poder que tienden a degradarlas. Esta valoración del espíritu crítico sobre la actitud dogmática - que Grenier llamaba el “espíritu de ortodoxia”[3] - converge plenamente con el talante liberal. No faltan hoy los que elogian la obediencia sin discernimiento práctico, y condenan la búsqueda de razones por supuestamente ser corrosiva respecto de las tradiciones (cuando sólo corroe la actitud fundamentalista, no las creencias). Ya Gianni Vattimo advertía que esta actitud que proscribe el cuestionamiento y la duda es evidentemente violenta, dado que “la violencia [está] implícita en toda ultimidad, en todo primer principio que acalle cualquier nueva pregunta”[4]. No sorprende el vínculo amistoso entre el liberalismo político y el cultivo impenitente de la razón crítica. Ya los hombres del siglo XVII habían experimentado los males que acarreaba la intolerancia religiosa y el Estado confesional: la experiencia del fanatismo y las guerras de religión constituye el telón de fondo histórico del surgimiento del liberalismo. El trabajo crítico, el cuidado del pluralismo y la autonomía se conciben como elementos que apuntan a purificar la mente y el corazón de la tentación del integrismo y del dogmatismo (por eso no es difícil reconocer en los modernos devotos del “capitalismo salvaje” un decidido antiliberalismo). Esto llevó a los liberales a entender la relación con la autoridad e una manera más sana y razonable.

“El escepticismo, la ironía, la duda, un modo crítico de pensar” constituyen actitudes distintivamente liberales, según anota Michael Walzer. “Tener convicciones es algo admirable”, sostiene, “pero también lo es no estar demasiado seguro de ellas”[5]. La disposición a redescribir nuestras narraciones identitarias, a recomponer nuestro vocabulario moral a la luz de argumentos sólidos o experiencias esclarecedoras – en definitiva, estar abierto a afrontar un proceso de metánoia – es una de las virtudes centrales de la ética liberal. Confundirla con el desarraigo o con la traición es fruto de una profunda estrechez intelectual, o de pura y dura mala fe. Considerar que no necesariamente se tiene la última palabra constituye una buena perspectiva si se quiere buscar la sabiduría – o la justicia -, o si se quiere iniciar el diálogo. Esta forma de ethos permite la inclusión del otro en el espacio de nuestras deliberaciones comunes, y permite la construcción de una genuina convivencia democrática.


[1] Aunque no sólo procedimental. Es también una virtud pública.
[2] Imagen tomada de http://images.google.com.pe/imgres?imgurl=http://www.geocities.com/cjr212criminologia/voltaire_archivos/voltaire_francois.jpg&imgrefurl=http://www.geocities.com/cjr212criminologia/voltaire.htm&h=997&w=825&sz=184&hl=es&start=15&usg=__lA2_CrnjxxgYj8rh5_RN5lHROaQ=&tbnid=75t-bZ40wQfPxM:&tbnh=149&tbnw=123&prev=/images%3Fq%3Dvoltaire%26gbv%3D2%26hl%3Des%26sa%3DG
[3] Jean Grenier Sobre el espíritu de la ortodoxia Caracas, monte Ávila 1969.
[4] Vattimo, Gianni Creer que se cree Barcelona, Paidós 1998 p. 77.
[5] Walzer, Michael Razón, política y pasión. 3 defectos del liberalismo Madrid, Visor 2004 pp. 75-76. Las cursivas son mías.

YEHUDE SIMON EN SU LABERINTO (POLÍTICO)




Gonzalo Gamio Gehri


¿Qué llevó al Presidente García a convertir a Yehude Simon en el nuevo Presidente del Consejo de Ministros? ¿Qué hizo que Simon aceptara? Estas son preguntas difíciles de responder. Que Simon haya sido un candidato de fuerza al Premierato en un gobierno democrático no tendría que ser una sorpresa: lo respalda una gestión eficaz e impecable en Lambayeque; es reconocido por tirios y troyanos como un hombre honesto, bien dispuesto al diálogo y a la resolución de los conflictos a través de la concertación. Ha sido víctima de la injusticia, y padecido carcelería por varios años, a causa de las medidas legales draconianas del fujimorato: hasta Rafael Rey pedía su excarcelación. Él sostiene que esa dura experiencia le ha servido para mirar la vida con otros ojos, sin rencor. Su perfil es el de un político progresista y conciliador.

Pero justamente ese perfil no encaja con la línea que el gobierno aprista está siguiendo en sus dos primeros años de gestión. Su política económica es claramente de derecha. En el frente propiamente político, García ha establecido alianzas con el fujimorismo parlamentario, y con sectores afines al régimen de los noventa. Se ha acercado al conservadurismo religioso y a los sectores más duros al interior de las Fuerzas Armadas. Su discurso ha apuntado en todo momento a respaldar a los agentes del Estado implicados en procesos por violaciones a los Derechos Humanos. Uno podría sostener sin problemas que el gobierno actual está comprometido con una suerte de desmontaje – a veces discreto, a veces virulento - de las políticas que planteó el gobierno de transición. Por eso sorprende que se haya elegido Premier a Simon.

Pero también sorprende que Simon haya aceptado la oferta. Como político inteligente y experimentado, sabe que está corriendo un riesgo considerable al colaborar con un gobierno cuya popularidad está cayendo, que dirige un partido viejo, que apoyará su gestión en la medida en que ésta le sea favorable de cara al electorado, pero que minará su propio liderazgo si esto le permite asumir una posición más cómoda en la administración del poder. Sabe que sus márgenes de acción y libertad como miembro del Ejecutivo – al lado de un político caudillista como García – serán muy estrechos. Simon ha tenido que preguntarse si el APRA va a usarlo o no como un “primer ministro-fusible”. Más allá de la convicción de que es importante servir a la patria en tiempos de crisis, no debemos olvidar que Simon tiene pretensiones presidenciales, que jamás ha negado. La Presidencia del Consejo de Ministros le otorga una visibilidad política que la Presidencia de la Región no le podía brindar en un país en el que el centralismo aun no ha sido derrotado. Sabe, no obstante, que su carrera política corre grave peligro: si el gobierno recurre a él como una pieza coyuntural en el ajedrez de la política nacional, ello podría comprometer seriamente su futuro como candidato.

Simon ha empezado su gestión como Premier en medio de ciertas dificultades. Para empezar, los fujimoristas han asumido una actitud hostil en su contra; han intentado sindicarlo como un “terrorista converso”, haciendo público un documento policial del año 1992, plagado de inexactitudes. No han reparado en el hecho de que el proceso para indultarlo se inició bajo el gobierno de Fujimori; de hecho, se concentran más en la visceralidad de los ataques que en la calidad de los argumentos, pero no olvidemos que cierta prensa antidemocrática presta una amplia cobertura a esta clase de campañas. Las protestas en el interior del país no se han detenido con la designación de Simon, y su presencia en la mesa de negociaciones no es garantía de que las partes lleguen a un acuerdo. La renovación del gabinete ha permitido que el gobierno reanude el diálogo con los médicos, pero en zonas como Moquegua y Cajamarca los conflictos sociales tienden a agudizarse.

En la hora presente, somos testigos de un escándalo de corrupción que parece alcanzar a un sector del gobierno: tal escándalo motivó precisamente el cambio de gabinete. Rómulo León sigue prófugo, y no pocos temen que su huida haya contado con apoyo de algunos miembros del oficialismo ¿El mismo gobierno que desactivó la ONA se embarcará en una “cruzada anticorrupción” que investigue y castigue a los funcionarios públicos que violen la ley? Por otro lado, la Comisión de Defensa del Congreso ha desatado una nueva campaña de hostigamiento contra la CVR – a pesar de que la información solicitada lleva más de cinco años colgada en Internet, y fue entregada a la PCM en su momento -, que converge con la turbia iniciativa de un congresista aprista que busca se apruebe una nueva amnistía para los militares y policías procesados o condenados por crímenes contra los Derechos Humanos. Es probable que sean estos los escenarios en los que podremos constatar cuánto poder efectivo tendrá Simon para hacer valer su visión política y su vocación como hombre de Estado, y saber finalmente si contará con el respaldo gubernamental en esta clase de temas.