martes, 27 de julio de 2010

VIENTOS AUTORITARIOS EN LA SOCIEDAD PERUANA / MÁS COMUNICADOS

Gonzalo Gamio Gehri

I

Mientras espero – sin mayor expectativa – el previsible penúltimo discurso presidencial de Alan García, recuerdo que hoy se cumplen diez años de la Marcha de los Cuatro Suyos, movilización ciudadana que contribuyó decisivamente a la caída del régimen fujimorista. Como ha señalado agudamente Nelson Manrique en una interesante entrevista publicada el último domingo, Alejandro Toledo tuvo la lucidez de asumir el liderazgo de la marcha – convocada por diversos sectores de la sociedad civil y de la esfera política -, contando con el respaldo de los ciudadanos que entonces se movilizaban, y los políticos de oposición le brindaron su apoyo (dicho sea de paso, en su última columna, el inefable Martín Santiváñez arremete con insolencia desde el diario de los Agois contra Manrique, recurriendo al agravio personal, sólo porque el historiador cuestiona correctamente el militarismo existente en muchos de nuestros "rituales de Fiestas Patrias". Ese lamentable incidente confirma mi impresión de que el nivel de las columnas de Santiváñez es comparable al de La Ortiga: más allá de la grosería de uno y la huachafería del otro, en ambas columnas campea la más completa ausencia de argumentos, la vana altanería y la agresión más desencarnada). Hoy en día, gracias a los esfuerzos del APRA y de parte de la prensa de derecha, estamos asistiendo a un claro intento de “restauración conservadora”: los ataques a la CVR, a la PUCP, a los organismos de derechos humanos, al sistema anticorrupción del gobierno de Paniagua, las mentiras recurrentes en torno al “rebrote” terrorista, etc.
Diez años después de la Marcha de los Cuatro Suyos, el panorama político no deja de ser preocupante. Los sectores más autoritarios en la llamada “clase dirigente” – ojo, no sólo en la política – se están reagrupando y recuperando sus antiguas posiciones de poder, con el beneplácito y la colaboración del actual gobierno. Los avances del proyecto transicional son combatidos por el oficialismo y sus aliados. Los temas de justicia y ética pública brillan por su ausencia en la agenda pública. Las cuestiones de derechos humanos son hoy sindicadas como “izquierdistas”, las apelaciones a la diversidad cultural y a la tolerancia son tachadas de “relativistas”. En el plano de las mentalidades, los esquemas basados en las jerarquías e incluso en el prejuicio étnico, cultural y social se han fortalecido. Piénsese en las declaraciones presidenciales – así como en numerosas columnas de opinión – con motivo de los sucesos de Bagua. Ha reaparecido el viejo y cuestionable discurso sobre las “élites”. Salomón Lerner ha denunciado esta situación con singular claridad y energía:

“En nuestra patria las diferencias no son solamente eso: constituyen también pretextos para la preservación de un orden jerárquico cuestionable. Por ello, estudiar al Perú de la violencia implicó también hacer las cuentas de lo que significa vivir en una sociedad donde se presume como dato natural, y por ende innecesario de justificarse, la superioridad de unos sobre otros en razón de sus orígenes étnicos. El proceso que examinamos fue, así considerado, el develamiento de nuestra propia constitución como sociedad enemistada consigo misma. Los recelos entre sectores sociales y culturales diversos y atendidos de manera muy desigual por el Estado; las presunciones altaneras de los poderosos sobre los excluidos; la vocación elitista de los poderes públicos, todo ello apareció como el sustrato de la violencia misma, como el fermento que ayuda a explicar – aunque de ningún modo lo justifique – el proceder atroz de los actores armados y la complacencia de ciertos sectores sociales con la violencia, según el lado del que ella viniera” ”[1].


Corresponde a los ciudadanos el tomar conciencia de esta situación, y ejercer la crítica contra el discurso y las prácticas fundados en la exclusión. Ellos prosperan allí donde impera el silencio y la inacción del ciudadano de a pie.


II
Llama la atención el comunicado de saludo que – a página entera – publicó El Comercio en la p. A 3, una carta de saludo al Cardenal Cipriani, firmada por empresarios cuya “línea” es conocida, y políticos en actividad en el gobierno actual y en el régimen de Fujimori. Y periodistas de una clara tendencia ideológica (Delta, Vargas, Prieto Celi, etc.), así como los abogados del Arzobispado en el litigio contra la PUCP, y algunos miembros del Opus Dei (uno se pregunta cómo entender la presencia de la firma de Javier Villa Stein, que no contribuye a garantizar la neutralidad del Poder Judicial ante un proceso judicial en curso). Es posible que el ‘saludo’ constituya un nuevo gesto frente a la PUCP, puesto que se señala expresamente el título de Gran Canciller que ostenta el Arzobispo de Lima. Se toca allí el tema de la trayectoria del Cardenal al frente de las Diócesis de Ayacucho y Lima. El lector – par a formar su propia posición sobre el tema – tendrá que contrastar los términos de ese documento con otras lecturas de las circunstancias evocadas. El Informe Final de la CVR y otras fuentes presentan estos hechos de un modo diferente, a partir de la exposición documentada de las declaraciones públicas de las autoridades mencionadas y sus acciones en torno a los temas relativos a la defensa de los derechos humanos y la democracia. Se trata de un tema controversial en el que, mucho más que las expresiones de adhesión, cuentan los argumentos y las evidencias. Que el lector examine los documentos a su disposición y juzgue de acuerdo con los hechos. El Informe Final de la CVR exhibe documentos y argumentos que respaldan sus conclusiones sobre el controvertido papel de la jerarquía eclesial ayacuchana en esa trágica etapa de nuestra historia, el texto publicado en El Comercio solo declara las meras convicciones subjetivas de quienes lo suscriben. Yo tengo un juicio propio sobre el asunto, que el visitante habitual de este blog conoce bien. Considero personalmente que textos tendenciosos y racionalmente cuestionables como El Trigo y la Cizaña no pueden tapar el sol con un dedo, ni confundir al lector informado sobre lo ocurrido en aquellos años de dolor y violencia. La verdad histórica cuenta.

Con todo respeto, no entiendo esta saturación de comunicados de tendencia contraria a la Universidad y en clara alusión al litigio con la PUCP (son ya cerca de cinco y seis, cartas de autoridades eclesiales de Lima, algunos obispos, familiares, etc.). No puedo sino pensar que el documento de apoyo a la autonomía de la PUCP firmado por 300 académicos de enorme prestigio intelectual constituyó un duro golpe moral a quienes quisieran ver intervenida la Universidad. Una amplia mayoría de profesores, alumnos, trabajadores, así como las autoridades democráticamente elegidas en la PUCP queremos una universidad plural y moderna, que es la que nos ha formado. Esas formas de presión externa no prosperarán.

[1] Lerner, Salomón “Prefacio” en: Comisión de la Verdad y Reconciliación Hatun Willakuy Lima, CVR 2008 (segunda edición) p. I.


CASO PUCP: REFLEXIONES DE CIRO ALEGRÍA VARONA


(Tomado de Punto Edu)

Ciro Alegría Varona

Que el Arzobispado de Lima y la Pontificia Universidad Católica se encuentren querellando debido a la pretensión del primero de administrar los bienes que ésta heredó de Riva-Agüero es una situación penosa y debilitante para la sociedad peruana. La Iglesia, que en nuestra historia moderna ha bajado del pedestal del domino colonial y la oligarquía y ha ganado las voluntades del común de los peruanos mediante su sacrificio al lado de los pobres, no puede dejar de lado ahora su autoridad moral y contentarse con imponer por coerción legal una atribución dudosa. La Universidad Católica, que ha sabido traducir su inspiración cristiana en una organización educativa y científica de primer nivel y ha contribuido a lo largo de ya casi un siglo a la realización del ideal republicano, no puede dejar que se desgarre el tejido de sus más profundas convicciones, las de la fe cristiana, por defenderse de las consecuencias de un error jurídico de una autoridad de la Iglesia.

Este error se ha introducido hasta en el fallo del Tribunal Constitucional que rechaza el recurso de amparo de la Universidad. Ello ha ocurrido notoriamente porque la pretensión del Arzobispado ha estado acompañada por una estridente politización de derecha. El error ha sido alentado por los mismos medios de comunicación y voceros políticos que exigen dejar impunes a los violadores de derechos humanos y dar enormes ventajas a las grandes empresas, sin importar cuáles sean sus efectos en la vida de los pobladores. El error consiste en creer que la comisión designada por José de la Riva-Agüero no es sólo su albacea, sino titular directo del derecho esencial sobre la propiedad para disponer de ella y administrarla en sentido amplio y cabal. El error es creer que esa comisión no es sólo una instancia subsidiaria [1]que suple al heredero universal en los derechos que éste no pueda ejercer o sean ajenos a sus intereses naturales, sino un administrador supremo que hace al heredero dependiente de sus pareceres y sus decisiones. El concepto de subsidiariedad tiene su origen en la doctrina social de la Iglesia y se ha convertido en un principio estructurador del Estado de derecho democrático, particularmente en la Unión Europea. Este principio guía la descentralización del poder público y abre paso al fortalecimiento moral y jurídico de la sociedad. Si, por ejemplo, la autoridad del párroco sobre las familias católicas no fuera subsidiaria, sino administrativa, tendría él derecho a inspeccionar la vida íntima familiar para cerciorarse de que cumplan los preceptos morales. La confusión de la autoridad subsidiaria con la tutela es el error moral característico de la dictadura.

Riva-Agüero instituye a la Universidad Católica heredera universal y establece que se la reconocerá como propietaria absoluta al cumplirse los 25 años de su muerte, lo que ocurrió en 1964. El error del Arzobispado surge de una lectura precipitada de las palabras “administradora” y “perpetua”, referidas a la comisión. Riva-Agüero no usó estas palabras para deshacer con una mano lo que hacía con la otra, sino en el contexto de consideraciones complementarias para el caso de que la Universidad no existiera o no estuviera en capacidad de ejercer la propiedad absoluta al cumplirse el plazo indicado. Dejo mi herencia a un niño que he adoptado y quiero como a mi hijo, a cuya formación he dedicado mis mejores esfuerzos, y designo a un albacea en la función subsidiaria de proteger este derecho y hacer cumplir mi voluntad en tanto y en cuanto el heredero no sea capaz. Muero y, décadas después, al albacea se le ocurre que puede usar el carácter perpetuo de su encargo para poner bajo tutela al heredero y tomar el control de la herencia, juzgar si el heredero ha hecho buen o mal uso, reducirlo a la minoría de edad con ayuda de la justicia. ¿Se piensa que esta extraña figura de la tutela, contraria a un concepto central de la doctrina de la Iglesia, estaría en las intenciones de Riva-Agüero por tratarse precisamente de la Iglesia, porque a diferencia del común de los seres humanos, las autoridades de la Iglesia sí tendrían derecho a mantener bajo tutela a un heredero legítimo y capaz?

Las autoridades de la Iglesia peruana no deberían extrañarse de que profesores y estudiantes defendamos una autonomía normativa y administrativa que la ley y la Constitución establecen y que ha acompañado nuestro desarrollo personal e institucional durante décadas. No deberían extrañarse de que pidamos firmemente, una y otra vez, a nuestro Arzobispo y Gran Canciller de la Universidad, que reconsidere su parecer, porque en esto, como en muchas otras materias, él no es menos humano que cualquiera de nosotros. ¿Cuántas veces los cristianos han tenido que clamar como los profetas ante errores de autoridades de la Iglesia? ¿Cuántas veces se les ha dicho que eso es hacer abandono de la comunidad de fe? ¿Acaso nos une a los cristianos una obediencia por coerción, como la que une a los súbditos con el soberano, a los militares con sus superiores? Es natural que los Obispos nos llamen a acatar la autoridad espiritual, lo que hacemos a conciencia, pero ese mismo respeto nos obliga a poner a la vista de todos un error completamente terrenal y mundano.

El propósito de que la Universidad se gobierne a la luz pública está en la voluntad del país, como lo indica la ley universitaria recientemente reforzada por el Congreso, y está entre las preocupaciones prioritarias de la Iglesia, como lo han declarado los Obispos. Así también para la comunidad universitaria de la Católica, no hay nada más natural y bienvenido que el análisis público de su gestión y la deliberación pública sobre sus objetivos. Sobre esta amplia base debe restablecerse una relación que ahora, amargada por un error jurídico, da la falsa impresión de una lucha entre la fe y el saber. El respeto que algunos sentimos hacia el magisterio de la Iglesia surge de una necesidad que se incrementa con la reflexión y la experiencia. Sabemos que la escasa lucidez humana depende de remotos y amplísimos nexos espirituales, de consejos que vienen de mucho más allá de las conveniencias visibles. Esta conciencia, creemos, es el único respaldo seguro para la educación y la ciencia. Por ello no podemos apartarnos ni de la causa que consideramos justa
ni de la fe.

viernes, 23 de julio de 2010

EN DEFENSA DE LA PUCP Y DE LA VERDAD: LA UNIVERSIDAD CATOLICA Y LA VOLUNTAD DE RIVA-AGÜERO






Jorge Polo y La Borda González (1)






Análisis de los elementos principales y subsidiarios en los testamentos de Riva-Agüero y del respeto a la voluntad del testador.




(Tomado de PuntoEdu)



Los testamentos de Riva-Agüero —como todo testamento y, en general, como todo acto jurídico— tienen un elemento sustancial (principal) y varios secundarios, accesorios, complementarios o subsidiarios. En el caso de Riva-Agüero, el aspecto medular de su disposición testamentaria es que instituye como su heredera a la Universidad Católica (a quien le deja sus bienes, para que sirvan a su sostenimiento). De otra parte, entre los otros muchos elementos subsidiarios y complementarios establece una junta administradora de los bienes que deja en propiedad absoluta a la Universidad Católica.
Estas disposiciones de Riva-Agüero han sido cumplidas a cabalidad y rigurosamente por la Universidad Católica, en forma impecable e intachable. Todas las autoridades de la Universidad Católica y sus profesores han sido fieles cumplidores de la voluntad de su benefactor: que los bienes heredados sirvan para el sostenimiento de la Universidad. No ha habido ni negligencia ni aprovechamiento indebido en el manejo de los bienes heredados; por el contrario, se han empleado estos bienes en forma óptima para el logro de los altos fines de la Universidad Católica, que gracias a ellos y al empeño y dedicación de sus autoridades, profesores y alumnos ha sobrevivido momentos de crisis y ha crecido al punto destacado en el que actualmente se halla.
¿Alguien podría sostener que los rectores (Mons. Fidel Tubino, R.P. Felipe MacGregor, el Dr. José Tola, el Ing. Hugo Sarabia, el Dr. Salomón Lerner o el Ing. Luis Guzmán Barrón) no cumplieron con la voluntad de Riva-Agüero, es decir, con velar por que los bienes de la Universidad sirvieran para su sostenimiento? ¿Alguien podría afirmar que esas autoridades obtuvieron beneficio personal de la herencia de Riva-Agüero o que la manejaron con irresponsabilidad? ¿Se podría pensar que profesores de la talla del Dr. Luis Jaime Cisneros o el Dr. Agustín de la Puente no velaron para que los bienes de la Universidad, herencia de Riva-Agüero, sirvieran para su sostenimiento? ¿Se podría echar sombras sobre la relación de estos profesores y autoridades con los bienes recibidos en herencia?
Nadie ha cumplido mejor el encargo que la propia Universidad Católica y para nadie han sido más útiles, imprescindibles y necesarios los bienes heredados que para la misma Universidad Católica.
La Junta Administradora también cumplió su cometido y razón de ser: servir a la Universidad Católica, a la dueña de los bienes, hasta que la naturaleza de las cosas y el manejo de los bienes por parte de la dueña aconsejaron que con la madurez y recursos alcanzados por la propia Universidad, ésta tenía la infraestrutura, personal y recursos para administrar directamente sus bienes.

Así lo entendieron igualmente los sucesivos obispos de la diócesis de Lima, Mons. Landázuri, Mons. Vargas Alzamora que dieron a la Junta la naturaleza subsidiaria y complementaria con la que fue establecida por Riva-Agüero. Si Riva-Agüero hubiese deseado dar a esa Junta funciones de supervisión, lo habría dicho expresamente o habría instituido un Patronato u otra figura que mediara entre la Universidad católica y sus bienes. Nada de eso: Riva-Agüero dejó como heredera a la Universidad Católica y le legó sus bienes sin ninguna condición ni carga.
En el lenguaje jurídico, muy bien conocido por Riva-Agüero, “administrador” es aquella persona encargada de la administración y conservación de patrimonio de otra, ya sea en virtud de mandato legal o de negocio jurídico. ¿Cómo explicar que un integrante de la Junta Administradora, el Señor Muñoz Cho, designado por el Arzobispo de Lima (y no representante del Arzobispo) pretenda exigir cuentas al dueño de los bienes? ¿Qué principio jurídico le permitiría al Sr. Muñoz Cho interpelar al propietario? ¿Podría el administrador de una casa comercial, cuestionar las decisiones del propietario de su propio negocio? ¿Podría el administrador de cualquier sociedad mercantil estar por encima de los dueños de la sociedad?
Por otro lado, la doctrina reconoce que la cualidad de Administrador se puede perder por decisión unilateral del titular de la cosa. Por lo tanto, los acuerdos de 1994 respecto a la Junta Administradora son jurídicamente impecables y ajustados plenamente a la voluntad de Riva-Agüero en el sentido de que sus bienes sirven al sostenimiento de la Universidad Católica.



(1) Decano (e) de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco.

martes, 20 de julio de 2010

MISTERIOSA FORTUNA


Gonzalo Gamio Gehri


Todo ser busca la Gran Palabra, y el alma universal, grande e inmensa, se agita por todas partes y florece sin fin”.

Novalis


Alex: [voice over] How's your sunset?
Kate: It's perfect.
Alex: I only wish you were here to share it with me.

Anna Scott: Can I stay for a while?
William: You can stay forever.


Este es un extraño post, que intenta conciliar un extraño saber con la industria del cine ¿Es posible que – al menos en una pequeña medida – el cine popular haya podido recoger algo de la sabiduría de los mitos y los cuentos de hadas acerca de la fortuna y el amor? ¿Incluso películas evidentemente ligeras, del estilo de The lake House o Notting Hill podrían haber rescatado ese antiguo saber? Si la pregunta es extraña, la respuesta lo es más todavía. Ambas son películas en las que la fortuna (tyché) desempeña un rol dominante. Ya hemos hablado del vínculo entre la tyché y el discernimiento en la ética y la política; ahora quisiera detenerme en las relaciones humanas cercanas. Volví a encontrarme casualmente con estas películas, y creo que tienen algo que decir sobre la fortuna y los sentimientos humanos más profundos y difíciles, y lo plantean sin perder cierta "magia". En The lake House, una muchacha y un joven - ella es médico, él es arquitecto - intercambian cartas de amor en medio de una extraña situación: dicha comunicación tiene lugar a pesar de que uno vive a dos años “de distancia” del otro. De hecho, se comunican a través del buzón de la misma casa del lago en la que viven (en tiempos diferentes). En Notting Hill, la vida de un librero inglés cambia constantemente de rumbo por la episódica y atropellada aparición de una estrella de cine norteamericana - Anna Scott -, a la que él ama intensamente. En ambos casos, las vidas de los personajes se ven severamente expuestas a circunstancias externas a lo que puedan decir o hacer, es decir, a la tyché. William y Alex se parecen a los personajes de los mitos y cuentos de antaño – y quizá a la mayoría de los terrestres – en tanto que ellos no “encuentran el amor”; el amor los encuentra a ellos, sin que se les permita detenerse a pensar en si esto tiene lugar en un momento oportuno o bajo las condiciones adecuadas. Esto es lo que hace que sus historias sean dignas de ser contadas. Escriben una carta, o doblan la esquina, y entonces sucede.

Evidente es el misterioso e incontrolable poder que tiene la fortuna sobre nosotros, los frágiles y limitados mortales. Nos lleva fugazmente a tocar el cielo con las dos manos, para luego, en poco tiempo y con singular velocidad, sumergirnos en el abismo más profundo de dolor y silencio. Es que la tyché decide finalmente el curso de nuestra salud o prosperidad, nuestra suerte en la batalla, el retorno anhelado del ser amado o la ruina más completa de nuestras esperanzas. Hace crujir nuestras certezas y vínculos hasta resquebrajarlos y hacerlos polvo. A veces, sólo a veces, nos devuelve la calma y nos sonríe. En Notting Hill, William Thacker tiene que lidiar con una felicidad que sólo tiene lugar en los “sueños dulces”, pero también debe enfrentar largos periodos de ausencia de su amada, que lo descolocan sin remedio y provocan en él una honda melancolía. Alex Wiley - en The lake House – desarrolla una relación epistolar formidable con Kate, al punto que las cartas entre ambos se convierten en el verdadero nudo de la trama. Como los románticos alemanes, ambos buscan encontrar las palabras correctas, aquellas que revelen el correcto matiz que revele con fuerza aquello que sienten y que quieren decirse el uno al otro. Contrariada por la sorpresiva ausencia de Alex - en el momento más crítico de la película -, Kate decide interrumpir la comunicación entre ambos. Súbitamente, las circunstancias llevan dolorosamente al joven a retener en su pecho esas palabras que no eran suyas, que ya pertenecían a alguien más. Tampoco tiene la oportunidad de explicar su ausencia (que en si misma es misteriosa, dado que tiene que ver con eventos del futuro). Extraña profundamente a la muchacha, sus cartas, la voz que sólo puede imaginar. En un hermoso gesto de amor y ternura, Alex decide entrar en la vida pasada de Kate, para intentar conquistarla, dos años antes de sus cartas. Especial atención en la película merece la canción de Paul McCartney This never happened before, que nos habla precisamente del destino de los amantes.

Hasta allí los elementos interesantes que pueden conectarse con los mitos y cuentos de amor clásicos y románticos. Recordemos que estamos hablando de un cine algo edulcorado y hasta algo cándido (espero escribir algún día algo sobre Before Sunrise y Before Sunset, que son obras lúcidas y conmovedoras en este género, y que también están relacionadas estrechamente con los embates inesperados de la fortuna). Con todo, aquí el amor y la fortuna nos remiten al problema de aquello que hay que encarar: la verdad, la verdad de la vida (no puedo sino simpatizar con esta visión: después de todo, la verdad que no te deja sin aliento o que no te hace “perder la cabeza”, no parece tan “verdadera”. En el amor, la amistad, la religión y los asuntos más importantes de la vida).

La fortuna encumbra al ser humano, al “raquítico dios de la tierra” tanto como lo sumerge en el lodo, lo condena al silencio o al vacío, cuando no a la pura y dura destrucción. No conocemos el secreto de la dulce y terrible Tyché. No podemos controlar completamente el curso de nuestras vidas, ni siquiera es posible ponderar todas las consecuencias de nuestras acciones. No podemos aspirar al conocimiento del acaso (Sólo cerrar los ojos, hacer una oración ¡y tal vez cruzar los dedos!). Súbitamente, nos vemos privados de las personas a quienes queremos, e incluso de las condiciones básicas de nuestra existencia ¿Tendrá sentido, a pesar de todo, seguir rindiéndole culto y ofrendas a la misteriosa fortuna, seguir orándole, invocar su nombre en el fragor de las batallas, como los antiguos griegos?

Tal vez sí. No olvidemos las sabias palabras de Martín Adán:


“La que nace, es la rosa inesperada”.

lunes, 12 de julio de 2010

PUCP: IMPORTANTES PRECISIONES



Gonzalo Gamio Gehri



Finalmente, la PUCP respondió acertadamente a los dos comunicados eclesiales en contra de la Universidad. Como expresa muy bien el documento, en sentido estricto, el conflicto existente no pretende abordar cuestiones de Iglesia, como sugieren de manera tendenciosa los comunicados del 6 y 8 de julio. A mí me desconcierta que el comunicado firmado por algunos obispos señale que la PUCP debe dejarse “guiar por sus legítimos Pastores” y al mismo tiempo sugerir que esta exigencia – formulada así, de manera escueta e indeterminada – puede ser “perfectamente compatible” con los principios de la autonomía universitaria y la libertad de pensamiento. No es evidente que así sea. Suponer que el pensamiento crítico no podría colisionar con el sometimiento a la autoridad (“dejarse guiar por sus legítimos Pastores”) resulta sumamente problemático: allí hay más de una cuestión filosófica y teológica por esclarecer. Uno se pregunta qué modelo de educación universitaria y de vida académica subyace al comunicado de los obispos.

Entristece también que el comunicado de los obispos señale una serie de gravísimas inexactitudes en torno al litigio entre la PUCP y el Arzobispado de Lima, cuya solución permanece pendiente en el Poder Judicial.

Aparentemente - más allá del caso puntual de este comunicado -, de lo que se trata en esta campaña mediática y política contra la PUCP (que ya tiene varios años de vida) es de desmontar un espacio plural y progresista, comprometido con los DDHH y con el respeto por la diversidad. La PUCP es una de las instituciones próximas a la Iglesia que cuentan con mayor prestigio en el país. Es una pena que los obispos firmantes no caigan en la cuenta de lo que sucedería con su nivel académico y con su proyección a la comunidad si perdiese la autonomía y la estructura democrática que hoy tiene. En contraste, se entiende que obispos vinculados al trabajo intelectual como Strottmann, Barreto, Cabrejos y otros no hayan firmado el documento.

Mientras tanto, los medios de ultraderecha se alinean con este cuestionado discurso, y una farsesca página de Facebook (absurdamente "aristocratizante") cita sistemáticamente las curiosas opiniones de Aldo Mariátegui sobre el tema como si del Oráculo de Delfos se tratase. El Comercio ha tomado partido en este conflicto, a juzgar por sus editoriales y por la forma en que ha condenado a la congeladora los artículos de quienes defienden a la PUCP (actualización: véase el poco creíble texto de Prieto Celi publicado el 15 de julio). El papel - y la pantalla - aguantan absolutamente todo. Esa clamorosa falta de rigor tiende a convertirse en moneda corriente en estos pintorescos círculos antiliberales.



COMUNICADO DE LA PUCP



Lunes, 12 de julio del 2010

Ante los comunicados publicados los días 6 y 8 de julio del 2010 en respaldo del cardenal Juan Luis Cipriani, la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) declara lo siguiente:

1.- El conflicto entre el Arzobispo de Lima y la Universidad Católica no toca asuntos de Iglesia. Para el señor Cardenal se reduce a un problema con “un testamento, un patrimonio y un dinero”. Para la PUCP es un problema que compromete su autonomía y su legítimo modelo de universidad.

2.- La PUCP reitera que ha acatado lo resuelto en la sentencia del Tribunal Constitucional. Esta sentencia no manda, ni podía mandar, por la naturaleza del amparo, que la Universidad actúe según una determinada interpretación de los testamentos de don José de la Riva-Agüero. Este asunto es de competencia de la justicia ordinaria.

3.- La Universidad Católica no agravia a su Gran Canciller, el Arzobispo de Lima. En cambio, la PUCP es agraviada permanente y públicamente por el señor Cardenal y sus voceros, como puede apreciarse cotidianamente en las declaraciones suyas que aparecen en los medios de comunicación.

4.- El comunicado del 6 de julio del 2010 ha sido firmado únicamente por miembros del Arzobispado de Lima y representantes de entidades religiosas que, en su mayoría, comparten con el señor Cardenal una posición ajena al modelo de universidad tolerante y plural de la PUCP.

5.- El comunicado del 8 de julio, firmado por un grupo mayoritario de obispos, expresa, sin fundamento alguno, que habría en la Universidad “interesados en administrar la herencia de Riva Agüero de un modo distinto al que corresponde”. Esta insinuación carece de veracidad, atenta contra el espíritu de comunión católica y pasa por alto que la información económica de la Universidad es pública y está auditada por instituciones de prestigio internacional. Conviene agregar que algunos de los obispos firmantes integran la Asamblea Universitaria de la PUCP, nombrados por la Iglesia para tal propósito y, por ello, reciben puntualmente esta información. No la objetaron nunca.

6.- La PUCP confía en que pronto se restablezcan la mesura, la prudencia, el respeto mutuo y el diálogo constructivo entre todos los miembros de la Iglesia. En las circunstancias actuales, reafirma el compromiso con sus fines como institución universitaria católica, al servicio del Perú desde hace 93 años.

7.- La Universidad seguirá defendiendo su autonomía y su modelo legítimo de universidad mediante los medios jurídicos de defensa a que tiene derecho, tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

Lima, 12 de julio del 2010.


EL CONSEJO UNIVERSITARIO

jueves, 8 de julio de 2010

OTRO MÁS


Gonzalo Gamio Gehri


Hoy ha sido publicado – lo leo en La República – otro comunicado en contra de la posición de la PUCP y sus autoridades democráticamente elegidas, esta vez firmada por algunos obispos peruanos (no se encuentra, por ejemplo, la firma de Monseñor Strotmann, ni la de Monseñor Barreto, tampoco figura la firma de Monseñor Cabrejos, Presidente de la Conferencia Episcopal, entre otras ausencias importantes). Mi impresión es que este documento en parte es fruto de una reacción frente al pronunciamiento de los 300 académicos extranjeros en favor de la autonomía y el pluralismo en la PUCP. Una lectura atenta del texto así lo revela. Sorprende un poco la multiplicidad de manifiestos de algunos sectores de la jerarquía contra la PUCP, y que todavía no se cuente con un pronunciamiento institucional sobre el intento gubernamental por expulsar del Perú al religioso Paul Mc Auley.

Quisiera compartir con los lectores de este blog mi opinión personal sobre este asunto. Con todo respeto, me preocupan tres cosas. La primera, es que el texto señala una información completamente inexacta acerca del estado actual del litigio entre el Arzobispado de Lima y la PUCP. El documento dice que la sentencia del Tribunal Constitucional concluye que “corresponde al Señor Cardenal de Lima, mediante la designación de un representante en la Junta de Administración de la herencia de Riva Agüero, estar informado y velar por el buen uso de la fortuna dejada por ese ilustre peruano para beneficiar la formación católica de los profesionales que tanto necesita nuestro país”. Deja entrever que se trata de un caso concluido. En sentido estricto, eso no es verdad. El TC ha declarado infundada la Acción de Amparo presentada por la PUCP, pero el tema de fondo – la interpretación de los testamentos, las funciones de la Junta, etc. - está todavía en manos del Poder Judicial, así que mal hace el texto que comentamos en sugerir que se trata de un asunto zanjado.

La segunda. Hay en el documento una serie de alusiones a la idea de que el Pueblo de Dios y las universidades católicas deben “dejarse guiar por sus pastores (esto es, por los obispos)”. Dejemos por ahora el tema teológico acerca de cómo interpretar esta frase en el contexto de una institución académica que debe promover el conocimiento y la crítica – un asunto de primera importancia, qué duda cabe -. El texto sugiere que las actuales autoridades de la Universidad no tienen confianza en el Obispo del lugar, que es el Gran Canciller de la PUCP y, aludiendo al comunicado de de los 300 académicos, el pronunciamiento cuestiona que “por el contrario, se apoyen en personas ajenas a la Iglesia y, en algunos casos, incluso públicamente contrarias a ella y a sus enseñanzas”(expresiones controversiales como esta prueban que, por decir lo menos, en estos contextos, la cuestión de la libertad académica sigue siendo un tema polémico y por demás sensible, y puede estar en situación de riesgo). Esta es una insinuación que debe ser documentada, pues se está sosteniendo en más de un sentido que los intelectuales que firmaron el documento en favor de la autonomía universitaria – Touraine, Anderson, Nussbaum, Held, Iribarne, etc. – serían potenciales “enemigos de la Iglesia”. Una afirmación demasiado gruesa, e incluso ofensiva, sin duda. Muchos de los académicos de la lista son católicos practicantes, y no debería sorprender que una Universidad de prestigio cuente con el respaldo de grandes hombres de ciencia de diversas confesiones y perspectivas que expresen con claridad su deseo de que la PUCP permanezca como un recinto plural, preocupado por la promoción de las libertades y los derechos humanos. Tampoco debería sorprender que la propia PUCP no esté dispuesta a conceder silenciosamente que se modifiquen sus estatutos en asuntos que considera fundamentales, por ejemplo, que se pretenda suspender sus mecanismos democráticos, en la elección de sus autoridades (1). Por eso decíamos en otro artículo que este conflicto trasciende el tema del fundo Pando y el testamento.

La tercera cosa. El documento reseñado afirma en más de una ocasión que las autoridades de la Universidad estarían “agraviando públicamente a la persona e investidura del Cardenal de Lima y Primado de la Iglesia en el Perú que es, a su vez, el Gran Canciller de la PUCP”. Me parece que esto no es cierto, y me preocupa mucho que con tanta frecuencia se confunda en diferentes contextos – a menudo desde cierto espíritu autoritario - el disenso con el insulto. Manifestar desacuerdos con una autoridad no equivale a ofenderla: suponer algo así no sólo constituye un profundo error, se trata de una actitud que revela intolerancia. Las autoridades no son simplemente oráculos, ni siquiera las autoridades religiosas. En los diferentes comunicados, artículos, etc., de autoridades y profesores de la PUCP he constatado la formulación de poderosas discrepancias que se expresan con argumentos, pero nunca el agravio personal. Por supuesto, se teme – pues se trata de un temor razonablemente fundado – que una intervención sobre la PUCP pueda minar su apertura académica y su compromiso con el pluralismo y la democracia (en la línea de otros centros confesionales en los que se prohíbe o dificulta el acceso a cierta bibliografía, por ejemplo), pero esa preocupación siempre asume la forma de la reflexión. El respeto por el disenso constituye un principio irrenunciable en una sociedad democrática. Quienes formamos parte de la comunidad de la PUCP tenemos derecho a opinar sobre su carácter y destino como Universidad, sin que esa opinión sea caricaturizada como una ofensa.

Repito. Este debate y este litigio no han concluido todavía. Quedan muchas ideas y posiciones que formular y contrastar. Y procesos legales – en fueros locales e internacionales – que afrontar. Por el bien de la PUCP.


(1) Cfr. las sinuosas y reveladoras declaraciones de Federico Prieto Celi en una entrevista, quien ataca directamente al IDEHPUCP y a la formación que ofrece de la Universidad, recurriendo al prejuicio y sin tomar en cuenta la verdad ni los hechos. Revela claramente que la intención de los aspirantes a "interventores" de dicho centro de estudios iría más allá de una participación en la junta administradora. Además, Prieto aprovecha la entrevista para despacharse a sus anchas contra el religioso McAuley.