sábado, 25 de febrero de 2012

ORFEO Y LA BÚSQUEDA DE EURÍDICE




Gonzalo Gamio Gehri


Orfeo era el poeta, músico y compositor más importante del mundo mítico griego. Era hijo de Eagro, rey de Tracia, y de la bella musa Calíope, célebre patrona de la poesía épica. Dueño de una lira mágica regalada por Apolo, fue instruido desde pequeño en el cultivo de las bellas artes por las propias musas. Cuentan los poetas que el sonido de su lira encantaba a todas las criaturas, incluyendo a los dioses, los seres humanos, las fieras y hasta los árboles y las piedras del camino.

Compartió la suerte de Jasón y los Argonautas, y a su regreso a Tracia conquistó el corazón de la bella ninfa Eurídice, de vivaces ojos, abundante cabellera e iluminadora inteligencia. El amor de ambos enfrentó una dura prueba cuando la joven, que huía de las agresiones del feroz Aristeo, pisó una serpiente y fue mordida. Eurídice murió, víctima del veneno del reptil. No obstante, el poderoso amor que sentía Orfeo lo llevó a no resignarse a perder a la muchacha. Descendió al Hades, para devolverla al mundo de los vivos. La tristeza no mermó la esperanza que aún latía en su indómito corazón. Hechizó al barquero Caronte y al fiero can Cerbero gracias a las melancólicas melodías que entonaba con su lira. Dicen que - a causa de las composiciones del visitante - en el profundo Tártaro se suspendieron las torturas a los espectros de los condenados, y que el mismísimo Hades sucumbió a los encantos de su música.

Entonces Orfeo divisó el dulce rostro de Eurídice, sus ojos oscuros y su brillante cabellera negra, e incluso pudo escucharla cantar con suave voz; al verla, su corazón dio un salto. El heroico artista estaba en las entrañas mismas del Hades, a punto de rescatar a su amada. No podría hacerlo, empero, sin el consentimiento del sombrío Hades. El Rey de la morada de los muertos premió el valor del príncipe tracio, concediendo su permiso para que ambos abandonaran el Inframundo, con la condición de que Orfeo no consintiera, en el camino de regreso al mundo de los vivos, mirar hacia atrás. En la versión más arcaica del mito, ambos ascienden juntos, airosos, y vuelven a Tracia, de modo que el amor limpiamente triunfa sobre la muerte. Una versión posterior sostiene que, en el último momento, Orfeo vuelve la mirada hacia Eurídice, para garantizar su protección, por lo que ella debió permanecer en el reino de las sombras.

Más allá del tan discutido desenlace, la historia de Orfeo y Eurídice pone de manifiesto el implacable combate del amor contra lo presuntamente inexorable, Se trata de una extraña historia que ha influido en un sinnúmero de representaciones artísticas y religiosas posteriores. La aventura de Orfeo inspiró los misterios espirituales asociados con el culto al brillante Apolo y también al enigmático Dionisio.

jueves, 16 de febrero de 2012

LA ‘ALTERNATIVA FUJIMORISTA’





REFLEXIONES SOBRE UN ARTÍCULO DE STEVEN LEVITSKY


Gonzalo Gamio Gehri


Hace unos pocos días, el destacado politólogo Steven Levitsky publicó en La República el artículo La derecha y la democracia, en el que desplegaba un agudo análisis sobre la compleja relación entre las élites económicas – el autor considera que estas élites constituyen el núcleo vivo de la “derecha”, una tesis que tendría que discutirse – y el sistema democrático. Según el texto, cuando estas élites desconfían del sistema tocan las puertas de los cuarteles para garantizar la defensa de sus intereses. Allí donde hay partidos de derecha sólidos, la democracia tiende a ser preservada; allí donde no los hay – y Levitsky pone como ejemplo la experiencia histórica de varios países hispanoamericanos, como Argentina -, las élites suelen “patear el tablero” y tolerar o promover sin problemas la supresión de las libertades y derechos ciudadanos.

Dejemos para otra ocasión el problema “teórico” – muy importante – de la definición de la “derecha” y sus posibles variantes. El artículo señala que los partidos de derecha en el Perú son débiles, que las élites rara vez invierten seriamente en ellos y que en las últimas décadas han perdido todas las elecciones frente a candidatos populistas, políticos novatos y outsiders. Las élites económicas se han dedicado a endulzar los oídos de los candidatos ganadores, a llevarlos por la senda de la inversión y hacia la convergencia con los intereses del gran capital, vale decir, los han exhortado – cuando no conminado - a proteger sus intereses. “La derechización de los gobiernos de turno”, advierte con razón, “deja poco incentivo para invertir en un partido de derecha. Si los demás candidatos terminan gobernando en la derecha, ¿para qué invertir en un partido de derecha?”. Si el candidato ganador no sucumbe ante sus cantos de sirena, las élites tienden a proponer una salida más dura, como sucedió hace poco con el proyecto de revocatoria a Villarán o con la inicial reacción de pánico frente al crecimiento de Humala. Cuando las élites endurecen sus posiciones hasta el límite, el sistema incluso comienza a tambalearse: si ejercen suficiente presión, la presunta “primavera democrática” podría llegar a su fin en nuestro país.

Ante la debilidad de partidos como el PPC y la insustancialidad de candidaturas del estilo P.P. Kuczynski, Levitsky afirma que una sólida alternativa derechista podría encontrarse en el fujimorismo. Nótese cómo el reconocimiento de la escasa o nula fe de los fujimoristas en los principios de la democracia liberal no merma el énfasis que el autor pone en el potencial futuro político de esta organización.

“Para la derecha, el camino electoral más viable parece ser el fujimorismo. A diferencia de las otras fuerzas de derecha, el fujimorismo tiene capacidad electoral. Llega a provincias y a los sectores populares. Y aunque representa una derecha distinta –menos liberal, más estatista– que el PPC o el Fredemo, su ideología –centrada en el orden y la lucha antisubversiva– tiene eco en la sociedad peruana. Hoy en día, el fujimorismo es más un movimiento social dedicado a la defensa de Alberto Fujimori que un partido político. No se ha renovado o roto con su pasado autoritarismo. Pero podría transformarse en un partido de derecha seria. En España y Chile, la derecha autoritaria cambió de liderazgo, se distanció de su pasado, y se comprometió en serio con la democracia liberal. Y así dos fuerzas de ultraderecha que habían amenazado a la democracia se transformaron en organizaciones que hoy fortalecen a la democracia”.

Concuerdo con Levitsky en que el Perú requiere una derecha sólida y políticamente institucionalizada. No existe entre nosotros una genuina derecha liberal (¡Vamos, ni siquiera una cohesionada derecha política conservadora! Los conservadores están más cerca de los templos y de los cuarteles que de las instituciones específicamente políticas). El pluralismo democrático requiere de auténticos partidos de derecha y de izquierda, que conozcan el funcionamiento de lo político y que respeten las reglas del juego democrático. Sin embargo, creo que el autor yerra al cifrar sus esperanzas teóricas en el fujimorismo, no sólo a causa de la trayectoria antidemocrática del fujimorato[1] y la prédica oficialista de un discurso antipartidos en los noventas[2], si no por la escasa afinidad del fujimorismo actual respecto de un básico ideario democrático, expresado – por ejemplo – en la opción de la sucesión dinástica como método de cambio de liderazgo, y de recambio generacional, tras la salida del escenario político de Alberto Fujimori[3]. Hasta hace poco, los fujimoristas se han mostrado bastante reacios a formar un partido en cuanto tal; por lo general han fundado numerosos movimientos de naturaleza estrictamente electoral. Difícilmente podemos avizorar que el fujimorismo siga la ruta del Partido Popular español; el PP ha desvinculado eficazmente sus fuentes ideológicas de la presencia tutelar del franquismo y de su imaginario nacional – católico; ha asumido sin problemas un conjunto de principios liberales como base para el ejercicio mismo de la política. En contraste, el fujimorismo está visiblemente comprometido con el culto a la personalidad del líder y no ha abandonado una comprensión nítidamente instrumental de los procedimientos democráticos.

El fujimorismo sólo podría emprender el camino de la democratización renunciando a su ideario autoritario – celebración del autogolpe, rechazo del sistema de justicia internacional, exaltación de la “mano dura”, y un largo etc. -, revisando críticamente su historia de lesiones contra el Estado de derecho y las instituciones democráticas, así como – salvando las distancias - el PP ha tomado una clara distancia respecto de las iniquidades cometidas por el gobierno español bajo la dictadura de Franco. Los fujimoristas deberían desestimar los privilegios jerárquicos de quienes ostentan como solitario y decisivo activo político el tener el apellido Fujimori. El discurso sobre “orden y autoridad” tendría que incorporar el lenguaje del respeto de la ley y la defensa de los derechos fundamentales. Para convertirse en una fuerza democrática, el fujimorismo tendría que “desfujimorizarse”.

Sin embargo, pocos fujimoristas estarían dispuestos a seguir una ruta similar a la transitada por el PP. Los vínculos de lealtad que muchos adeptos han desarrollado con la organización fujimorista se funda precisamente en la adhesión al ideario autoritario mencionado líneas arriba. El profesor Levitsky evoca el caudal electoral del fujimorismo como una de sus principales fortalezas, pero no toma en cuenta que ese mismo caudal se explica en virtud de la inocultable sintonía de una parte del electorado con el discurso autoritario (y quizá dinástico). Un fujimorismo “democratizado” – observante de los principios liberales presentes en las democracias modernas – podría perder buena parte de su respaldo popular y sacrificar su capacidad de captar votos. Esto se puso de manifiesto de camino a la segunda vuelta en la última campaña electoral, cuando Keiko Fujimori intentó – estratégicamente – asumir un discurso “moderado” para lograr el voto de los indecisos y de los electores “de centro” (e incluso de quienes habían asumido un voto antifujimorista en el pasado), reconociendo los errores de la gestión de su padre y pretendiendo abrir su propia posición al lenguaje de los derechos humanos. Este “giro” no le reportó resultados positivos: no sólo no contó con el apoyo de los votantes moderados, si no que los fujimoristas “históricos” mostraron claramente su discrepancia respecto de esta clase de gestos, que alejaban a la candidata de la explícita “mística original” del fujimorismo. De hecho, muchos líderes intermedios de Fuerza 2011 atribuyen la derrota electoral a este súbito y tardío cambio de discurso.

El fujimorismo está bastante lejos de convertirse en un partido de derecha democrática; por supuesto, podría decidirse a asumir ese complejo proceso, y sería sin duda positivo, pero no podemos afirmar que esa sea la tendencia que orienta al grupo. Un cambio como el que alienta Levitsky requiere de mucho más que la mera participación electoral, o la unificación de las distintas fuerzas fujimoristas en una única organización partidaria: se trata de una especie de transformación política profunda, de la que no percibimos signos. Echar raíces democráticas exige además un trabajo particularmente difícil para cualquier grupo personalista: un examen de la propia historia, una revisión del propio discurso autoritario, la purificación del caudillismo en su seno. Hasta donde se sabe, no existe dentro del fujimorismo una corriente “reformista” que promueva un cambio hacia la configuración de una estructura democrática. No vemos – al menos hoy en día - disposición alguna a asumir un reto tan grande y a la vez tan extraño a los esquemas de acción que se han trazado en el pasado.



[1] Véase por ejemplo Neira, Hugo El mal peruano Lima, SIDEA 2001.

[2] Ver los agudos análisis de John Crabtree sobre esta materia.

[3] Véase Navarro Ángeles, Melissa “Tras el líder. Oportunidades de un partido personalista para lograr la continuidad luego del alejamiento del líder fundacional: el caso del fujimorismo” en: Politai Año 2 Nº 3 pp. 139 – 148.

jueves, 9 de febrero de 2012

LA (OTRA) MARCA PERÚ (CARLOS GARATEA)





Carlos Garatea G.

En los últimos meses hemos sido testigos de un cargamontón en torno a la marca Perú: comidas, bailes, lenguados y cuánto tuviera cupo parecían catapultar a nuestro país hacia un destino que nadie se ha tomado el trabajo de explicar pero que debemos suponer mejor que el presente. Las cifras del MEF eran combustible de buen octanaje para la carrera. Nos llovieron elogios. Al fin, el entusiasmo y la esperanza que nos hacían falta. De pronto, Conga, Movadef y la DBA. Y otra vez a tierra. ¿Qué pasó?

Nos olvidamos de lo que somos. La ilusión no es de todos. Lamentablemente todavía hay quienes pretenden vaciarnos la memoria y deformar la percepción de la realidad para convertirlas en productos hechos a la medida de los grandes capitales o de quienes, atrapados en sus conciencias, prefieren un país con amnesia y sin crítica antes que uno que reconozca sus culpas, sus deudas y también sus virtudes. ¿Qué tienen en común, por ejemplo, SL, Guzmán, Polay, Montesinos, el grupo y los políticos, militares, y jueces acusados por corrupción durante el fujimorato? Todos son productos peruanos, a pesar de sus diferencias. Todos son hechos en casa, igual que el ceviche y el lomo saltado, en este país de Grau y Bolognesi. Cuando oímos decir a un joven congresista que la CVR es responsable del surgimiento de Movadef o al Premier que las audiencias públicas de la CVR, en las que hombres y mujeres humildes tuvieron el coraje y la entereza de contar sus desgracias, pecaron de “teatralización”, sólo podemos concluir que no hemos avanzado nada. Por cierto, no son los únicos. La comparsa también está integrada por algunos políticos y personajes de la DBA. En cualquier caso, encaminar el país escondiendo bajo la alfombra su pasado es una alternativa inaceptable y peligrosa. Y esto, aunque nos cueste admitirlo, también es producto nacional. Es la otra marca Perú.

¿Por qué se evita la pregunta sobre las condiciones que permitieron el surgimiento de SL? Por qué se pretende silenciar la frustración que origina un bienestar que nunca llega a la familia, ni a la esquina, ni al barrio, ni al pueblo? Por qué no se discute sobre los errores de los políticos cuando SL empezó su sangrienta cacería del poder y que en las últimas semanas parecen repetirse? Sin duda que el sistema educativo tiene mucho que hacer para evitar el olvido pero no tiene la varita mágica. No basta con cambiar los textos; también hay que explicarlos y proponerse, con seriedad, formar personas y ciudadanos libres, capaces de pensar por sí mismos y de tomar decisiones. Pero el trabajo no se reduce a los jóvenes. Para apreciar la dimensión del problema, vale la pena preguntar a profesores, banqueros, abogados, empresarios o cualquier otro, de mediana edad, quiénes fueron Pachacutec, Valdelomar o dónde se habla aimara? ¿Han oído de Chuschi? Y de paso, ¿qué lee un adulto hoy en el Perú?

La defensa de la memoria histórica es una manera de resistir al totalitarismo y a la seducción de las dictaduras. Vacuna contra la mentira y la manipulación. Y es, por cierto, una manera de reconocer la complejidad de nuestra realidad y de admitir que la esperanza no nace de una visión tranquilizadora y cómoda, sino de una visión que recupera el pasado sin velos y, desde ahí, crea una indomable necesidad de rescate y mejora.

Publicado en La República (05.02.12)

viernes, 3 de febrero de 2012

(AHORA SÍ) LA MEMORIA ES IMPORTANTE




Gonzalo Gamio Gehri

Los intentos de la organización senderista MOVADEF por convertirse en un grupo político en actividad en el espacio público ha generado – con toda razón – el rechazo de una mayoría de peruanos. Resulta indignante que un grupo de gente intente reivindicar una ideología nefasta y violenta como la que predicó Guzmán, desconociendo el carácter delictivo de Sendero Luminoso e invocando una “amnistía general” para sus miembros en prisión, pretendiendo recurrir – de una manera a todas luces artificial y exclusivamente instrumental – a las reglas de la democracia que procuró dinamitar. La situación se agrava cuando se constata que muchos jóvenes en edad escolar o universitaria ponen de manifiesto su ignorancia respecto de lo que sucedió en aquellos años.

No pocos intelectuales y periodistas han indicado que esta circunstancia difícil ha contado con la curiosa complicidad de una antigua y reiterada campaña por la impunidad y el olvido en materia de derechos humanos, una campaña emprendida en los últimos años por un sector ultraconservador en lo político y lo religioso, una facción que tiene un gran poder e influencia en el ruedo político y en muchos medios de comunicación. Se aferraron a la idea según la cual hacer memoria sobre aquellas décadas de terror y de represión equivalía a “reabrir viejas heridas”, que había que mirar hacia delante, y que respecto de los agentes del Estado sólo contaba “la gloria o el silencio”, para citar una vieja y subterránea nota de La Razón. Creen erróneamente que existe una incoherencia entre reconocer el heroísmo de las instituciones militares y policiales en la defensa del país en contra del terror y la denuncia de los malos efectivos que cometieron delitos de lesa humanidad; una sociedad democrática promueve honrar el heroísmo e investigar allí donde se perpetraron crímenes. Constituye un imperativo crucial para una democracia (y también para sus institutos armados) distinguir entre una cosa y la otra, y no ser condescendiente con la injusticia, allí donde existe. Por supuesto, el trabajo de los órganos de justicia tendría que ser eficaz y transparente; en ese punto el país ha contraído una enorme deuda con sus ciudadanos, tanto civiles y militares.

Es curioso que este sector conservador coincida con este sinuoso movimiento senderista en la defensa de una amnistía, que supone cancelación de la justicia y supresión de la memoria. La extrema derecha comienza acaso en advertir que la amnesia selectiva respecto de lo sucedido en los ochentas y noventas reporta un alto precio, que los jóvenes no estén enterados acerca de los crímenes perpetrados en aquellos años, que desconozcan las causas y secuelas de la violencia en el país, que pongan de manifiesto una evidente falta de compromiso con la tragedia vivida, etc. Recién se dan cuenta de que la memoria de veras importa. La actitud de esa derecha frente a los temas de memoria y derechos humanos ha aderezado el indigesto potaje que pretende ofrecer MOVADEF. La ceguera voluntaria frente a la injusticia es intrínsecamente dañina – esto lo sabían muy bien los griegos – más allá del estandarte político que ostenten sus usuarios.

El Informe Final de la CVR constituye la investigación interdisciplinaria más rigurosa en torno al proceso de violencia que padecimos los peruanos en aquellos años. No constituye la única fuente sobre esta etapa de nuestra historia, ni pretendió jamás dar la última palabra sobre este tema. Sin embargo, aporta una serie de argumentos y material de respaldo que cimentan sus conclusiones y recomendaciones con solidez, a la vez que trabaja con diecisiete mil testimonios de peruanos que afrontaron el conflicto. Los comisionados entregaron el Informe para que éste sea discutido en los espacios de la sociedad civil y del Estado. Este debate ha sido bloqueado de manera sistemática por miembros de la llamada “clase dirigente” – políticos en actividad, algunos militares en retiro y jerarcas eclesiales, etc. – cuyos intereses se han visto interpelados por el propio documento. Resultado de esta actitud es que el texto no ha llegado a las escuelas ni a los claustros universitarios para ser examinado y comentado.

En estos días se han deslizado una serie de comentarios sobre el Informe que delatan un escaso conocimiento del texto y del fenómeno que éste estudia. Se objeta el uso del término “conflicto armado interno”, una noción estrictamente descriptiva que permitía abordar el proceso de violencia sin recurrir a expresiones conceptuales incorrectas o claramente inaceptables como “guerra”, “guerra civil” – que tenían consecuencias jurídicas y políticas inadmisibles desde un punto de vista intelectual y moral – o “violencia política”, entre otras. Se objeta a su vez la alusión a la dimensión “política” de las organizaciones terroristas. En este punto, lo que la CVR buscó enfatizar es que a Sendero Luminoso y al MRTA se les combatió militarmente, pero no se les enfrentó de manera exhaustiva en el nivel ideológico-político: debía derrotárseles en el campo de batalla y también en el ámbito político, con el fin de evitar el resurgimiento de ese funesto fundamentalismo ideológico maoísta. Ambos niveles resultaban complementarios desde el punto de vista de una estrategia eficaz de pacificación. Debimos usar todos nuestros recursos pedagógicos y persuasivos, toda nuestra ironía y capacidad de indignación para refutar desde la raíz cualquier prédica dogmática de violencia. Si se hubiese realizado ese trabajo en las universidades – gracias al concurso de maestros y estudiantes, de los partidos políticos y de los medios de comunicación -, organizaciones totalitarias y violentistas como MOVADEF no tendrían lugar alguno en la sociedad, ni encontrarían eco en un sector de la población juvenil. La ciudadanía estaría advertida acerca del peligro que representan para la democracia.

Pero esta campaña absurda no cesa. Los mismos medios han optado por sustituir – una vez más – la confrontación de argumentos con las aseveraciones gratuitas y malidicentes. Martín Santiváñez - en una (para variar) hiperbólica y sustancialmente nula columna - califica el Informe como un “mamotreto marxista”. ¿Qué se puede decir al respecto? Quizá que el columnista debería opinar sobre la base de una lectura mínima del texto, y dejar las frases hechas para otra ocasión. Por supuesto, no se ha detenido a leer los pasajes del IF-CVR en los que se describen y cuestiona severamente los supuestos ideológicos fundamentalistas de Sendero Luminoso, vinculados al marxismo en su vertiente maoísta y a la delirante prédica de Guzmán (cap. Sobre los “Orígenes ideológicos” del PCP-SL y las conclusiones correspondientes) y las Conclusiones en las que se afirma con total contundencia que Sendero Luminoso ha sido el mayor perpetrador de crímenes contra los derechos humanos (Nº 13-14), se lo sindica como un grupo totalitario, militarista y terrorista (Nº 15-16) y potencialmente genocida y de conducta racista (Nº 21). María Cecilia Villegas dice, por su parte, en la misma tribuna, que los comisionados de la Verdad eran en su mayoría izquierdistas, “11 de 13” (cita literal). Aquí puede decirse no solamente que su argumento es falso, si no que Villegas acaso tiene problemas para contar, pues para ella, aparentemente, el pastor Lay, Beatriz Alva, el Teniente Arias Graziani, el padre Garatea, Salomón Lerner Febres o Monseñor Antùnez de Mayolo son simplemente militantes de extrema izquierda, o tiene serias dificultades con la matemática escolar ("casi todos izquierdistas, menos dos"). Parece que para algunos descuidados articulistas, el papel aguanta todo, y punto. Con esta clase de afirmaciones cuestionables este sector de la prensa intenta propiciar un clima de prejuicio, soslayando el tema principal, que es el asunto de la recuperación pública de la memoria.

Las recientes y odesafortunadas declaraciones del premier Valdés (tan aplaudidas por Santiváñez desde Correo), acerca del carácter pretendidamente “teatral” de algunos testimonios incorporados en el Informe no contribuyen a generar un clima de sana discusión sobre el asunto. Diferente es el caso de la intervención del flamante presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Piñeiro, quien reconoce la seriedad del Informe como fuente de estudio del conflicto armado interno, a la vez que sugiere que el texto dialogue con otras fuentes de investigación de este fenómeno. Sus declaraciones sí alientan el diálogo sobre las lecciones que podemos extraer del pasado en materia de respeto de los derechos y construcción de una cultura democrática. Enfrentar nuestra historia constituye un desafío importante para construir una sociedad sólida y justa.


Mauricio Mulder se lamenta que el IF-CVR no sea un documento “de consenso”. Esta es, sin duda, una afirmación desconcertante. Es natural que las evidencias, relatos e interpretaciones desarrollados en el Informe perturben a la mayoría de nuestros políticos, pues muchos de los actores y “líderes de opinión” de entonces siguen en actividad hoy. El documento señala con claridad el comportamiento negligente de muchos de ellos, o su indiferencia, o su incapacidad en el ejercicio de sus funciones o su falta de compromiso con la defensa de los derechos básicos de los peruanos más vulnerables. Que se haya señalado responsabilidad política en los gobiernos de García y Belaúnde, y que se hayan presentado claros indicios que comprometen sensiblemente al gobierno autoritario de Fujimori no es poca cosa. Del mismo modo, el Informe documenta las razones por las cuales algunas autoridades eclesiales de Ayacucho, Huancavelica y Abancay no habían “cumplido con su compromiso pastoral” y se hayan involucrado con la defensa de los derechos humanos como parte de su misión. Y el juicio sobre algunos otros organismos de la sociedad no es menos severo. Era previsible que este tipo de argumentos – y los indicios, testimonios y pruebas que los sostienen – hayan perturbado a muchos sectores de la autodenominada “clase dirigente” que se han visto seriamente interpelados por ellos. La verdad que esta clase de investigaciones revela es a menudo dolorosa y difícil de asimilar, particularmente para las "élites" y diversos grupos de interés. Resulta por demás extraño que se sugiera que el Informe debía producir un “consenso” inmediato. 

El trabajo de una Comisión de la Verdad se propone esclarecer qué sucedió en un período de conflicto, no es fruto de una negociación política. La observación de Mulder resulta curiosa (y algo retorcida, debo decir). El autor tampoco propone una visión alternativa del conflicto; he tenido la oportunidad de leer el libro del militante aprista Jesús Aliaga, Mártires de la pacificación, y tengo que decir que se trata de un texto que muestra múltiples imprecisiones. Lo mismo puede decirse de El trigo y la cizaña, de Federico Prieto Celi - he escrito una recensión sobre él hace tiempo -, un libro exclusivamente apologético, con escaso (o nulo) rigor conceptual, que toca sólo indirectamente el tema de los derechos humanos, con un objetivo muy preciso, que es asumir la defensa de un personaje puntual. Los adversarios de la CVR suelen recurrir al artículo de opinión, y no a la investigación, para enfrentarse al documento. Han bloqueado el debate público sobre la memoria al punto que hasta han renunciado a elaborar un estudio alternativo con el que el IF-CVR pudiera polemizar, cayendo una y otra vez en el ejercicio de la mera agitación y la propaganda, o en las “políticas de silencio”. Las jóvenes generaciones están pagando un alto precio por esa renuencia a discutir la tragedia que todos vivimos.