miércoles, 30 de septiembre de 2015

MIEDO EN EL AIRE




Gonzalo Gamio Gehri

El cumplimiento de la condena y la salida en libertad del emerretista Peter Cárdenas ha generado un encarnizado debate en la prensa y las redes sociales. Es un tema sensible, por supuesto. Cárdenas ha sido condenado por actos de terrorismo que incluyen crímenes brutales como asesinato y secuestro.

El asunto es que las penas de los condenados por terrorismo están cumpliéndose, y, en términos de lo establecido por la ley, les corresponde salir, ya pagaron su deuda con la sociedad (sin contar con el dinero que deben pagar al Estado por concepto de reparación). Los cabecillas de Sendero Luminoso y del MRTA han sido procesados y condenados en democracia – luego de haber sido juzgados durante el fujimorato sin observar los principios del debido proceso – y se les ha asignado severas y merecidas penas. Algunos morirán en la cárcel. El castigo ha sido proporcional al terrible daño generado en las vidas de nuestros compatriotas. En otros casos, los subversivos que han cumplido sus penas están siendo puestos en libertad. El Estado tendrá que estar atento a sus movimientos - no debe ser ingenuo y fortalecer su sistema de inteligencia -, pero debe cumplirse  lo que indica la ley, sin excepción alguna. 

Un Estado democrático debe articular el combate implacable contra el terrorismo con la observancia de las leyes. ¿Qué vamos a hacer con ellos? ¿Se les permitirá reinsertarse en la sociedad? ¿Se les debería retener en sus celdas? Por décadas, esta clase de preguntas simplemente no se formulaban; aún hoy, si alguien las formula es observado con sospecha. Las reacciones han sido destempladas. Lean por ejemplo el enervado artículo que enlazo líneas abajo, publicado en un portal de derecha conservadora, abundante en adjetivos, del que no puede extraerse ni un solo argumento para la discusión. Este es un tema serio que no debe dejarse en manos de quienes improvisan un discurso estridente y violento. No podemos ceder ante una prédica irresponsable que sólo busca ofuscarnos y suscitar reacciones viscerales sin desarrollar una mínima reflexión. Esto va más allá de cualquier consideración política o de confrontación ideológica: un problema importante como éste no puede ser abordado con este grado de irracionalidad y falta de juicio. Es una lástima que nuestro país no haya sido suficientemente capaz de madurar para afrontar un debate complejo y doloroso, que exige lucidez y rigor. Libros como el de José Carlos Agüero y el de Lurgio Gavilán marcan una pauta distinta en el camino de la reflexión anamnética, más profunda y aguda.

.Un síntoma de la inmadurez de un sector importante de la sociedad es que se va propiciando un clima de miedo para ser aprovechado con fines políticos. La iniciativa Chapa tu choro, las granadas misteriosamente aparecidas en distintos lugares de la ciudad. Ahora, la salida de la cárcel de terroristas ¿Quién gana en este río revuelto? La alternativa de la “mano dura”, a pesar de que la conduce una persona de escasa experiencia política y nula experiencia laboral. Son muchos los que buscan explotar políticamente esta complicada situación. La vuelta de la propuesta fujimorista es alentada por una buena parte de los medios de comunicación y por la mayoría de los líderes empresariales del Perú ¿Debemos ceder al embrujo del miedo y de la visceralidad? ¿Debemos seguir el estribillo que cantan los principales grupos de la prensa nacional? ¿O podemos comprometernos con el ideario democrático que planteó el unspirador camino de la transición hace menos de quince años? Peruano, date un tiempo para reflexionar sobre estos asuntos que preocupan. Seguiremos discutiendo este tema.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

LOS VIEJOS MOTIVOS





Gonzalo Gamio Gehri

En muchas ocasiones he insistido en que en el país se echa de menos una perspectiva liberal, tanto de derecha como de izquierda. Un grupo de personas que valoren con similar grado de compromiso valorativo los derechos humanos, la participación política y las libertades económicas. Una derecha que reivindique la autonomía privada y pública, así como una izquierda que se comprometa con el pluralismo. No es lo que tenemos en el Perú: los avances en esta dirección son claramente insuficientes. En la arena política impera la orfandad de argumentos y en los medios de prensa encontramos considerable beligerancia.  Incluso se detecta en los medios una suerte de macartismo ideológico.

Los nuevos medios tienden a continuar con estas prácticas de confrontación polìtica. Algunos espacios buscan reeditar el paleoconservadurismo, el célebre pensamiento reaccionario.  Hace poco leo un texto que aboga por la edificación de una “nueva derecha”, pero se la asocia con la adhesión a los valores tradicionales. Recuperar los viejos motivos  no es en sí mismo negativo, pero esta derecha se describe como antimoderna y virulenta.  No resulta nueva, en ese sentido, y tampoco se insinúa democrática. En una sociedad en la que sus autodenominadas “élites” han considerado que las Fuerzas armadas y la Iglesia Católica son instituciones “tutelares” de la patria, o que determinados temas incómodos son dejados fuera de la discusión pública – por ejemplo, asuntos relativos a la recuperación de la memoria y las políticas de derechos humanos -, uno se pregunta cuánta novedad podría encontrarse en una propuesta como esa. Hay un cierto sentido común conservador en el Perú, que es preciso interpelar y cuestionar. Me parece percibir la presencia del “viejo sol” como diría Nietzsche. Un sol tradicionalista, que considera a la izquierda y al liberalismo político  enemigos, no interlocutores en un proceso de intercambio de argumentos. 

Resulta interesante que esa derecha ponga sus cartas sobre la mesa en el debate político, pero preocupa su distancia respecto de los núcleos básicos de la una democracia liberal. Necesitamos tomar en serio la noción de “pluralismo razonable” en el sentido liberal del término. Pensemos en su uso en la filosofía práctica de Rawls. Una sociedad democrático – liberal no sólo reconoce la diversidad de “doctrinas comprensivas” (visiones del mundo y de la vida de carácter religioso o secular que abarcan la totalidad de la existencia), de modo que cada una de ellas admite que no es ni debe ser la única, y está dispuesta a coexistir con las demás en el marco del sistema de derechos propio de un Estado constitucional de derecho. Esta situación es compatible con el principio de laicidad del Estado democrático, y con el respeto de la diversidad, basado en el diálogo, la tolerancia y el intercambio de razones. A menudo, este pluralismo es confundido – o asociado falazmente – con el “relativismo”, a pesar que esta identificación no resiste la menor inspección racional.  Que existan diversas visiones de las cosas implica que “sean igualmente válidas”. Es posible examinarlas desde la discusión racional planteada al interior de las organizaciones de la sociedad civil (universidades, colegios profesionales, Iglesias, ONGs, sindicatos, etc.).

Con frecuencia, esa fascinación conservadora con la exaltación de un catálogo de metas fundado en un único credo o '"correcta doctrina", reproduce la ilusión premoderna de un Estado confesional, una ilusión perniciosa en términos de libertad y de justicia. En la óptica de ese conservadurismo rancio, el liberalismo, la socialdemocracia y el marxismo son dignos de rechazo por igual, pues son expresión de la cultura moderna. Les preocupa e irrita asimismo el pluralismo subyacente a los estudios interculturales y de género, y, en el plano teológico, el trabajo de las teologías inductivas (teología de la liberación, teología africana, teología feminista, y otras). Los cambios en la Iglesia Católica producidos por Vaticano II son percibidos por esta derecha paleoconservadora como una trasgresión al espíritu romano que celebran, en clave medieval; sus referentes no son las primeras comunidades cristianas o la reflexión del método histórico-crítico. Por supuesto, la prédica del papa Francisco les resulta chocante, pues la encuentran "socialista", aunque suene increíble. De hecho, la reflexión que hace esta derecha sobre el cristianismo tiende a prescindir del tema de la pobreza  (y de la justicia social).

El obvio peligro del pensamiento paleoconservador es la suscripción de un integrismo lesivo del sistema de derechos fundamentales. Esa doctrina  erosiona el terreno mismo de un pluralismo razonable que sostiene el sistema de instituciones y normas que edifican el liberalismo político. De hecho, la derecha paleoconservadora se inspira en posiciones que rechazan la diversidad como un  supuesto síntoma de raquitismo moral y político. No en vano los seguidores de Franco, el falangismo, el nacionalcatolicismo y el conservadurismo más recalcitrante en España y en América exaltaban la figura de Isabel de Castilla, asociada con la imposición política de una tradición monolítica – una sola cultura, una sola religión, un solo idioma –. Se trata, por supuesto, de una perspectiva que puede convertirse en violenta, además de ser  dañina para la democracia y para una ética del respeto por la diversidad. Esa diversidad es un rasgo distintivo de lo humano, la percibimos en nosotros y en las comunidades que habitamos. Pretender desconocerla o eliminarla constituye una forma insensata de pensar y de actuar.


domingo, 20 de septiembre de 2015

NECESITAMOS DISTRIBIUIR EL PODER EN MÚLTIPLES MANOS







Gonzalo Gamio Gehri


Hace unos días intervine en una mesa redonda sobre la campaña Chapa tu choro, organizada por nuestra FEPUC, la federación de estudiantes. Participó también Rocío Vizcarra, especialista en temas de seguridad en el país. Intervine desde mis investigaciones sobre ética y derechos humanos, y desde el contraste entre esta inaceptable campaña y la experiencia de las rondas campesinas y los CADs. Fue breve y muy interesante, con múltiples puntos de consenso. El diálogo estableció que estas iniciativas de “justicia” callejera son perniciosas, porque son violentas y absolutamente desproporcionadas, porque la justicia sancionadora sin participación de la deliberación pública y del Estado no es justicia. Esta situación revela la importancia y la urgencia de una presencia mayor del Estado y la sociedad en esta clase en la solución de esta clase de problemas.

Pero ahora quisiera comentar algunas ideas – todavía considerablemente intuitivas, que desarrollaré luego con mayor detalle – sobre el trasfondo político de esta iniciativa. Hace meses (o más) que el tema de inseguridad ciudadana es señalado por los políticos y por los medios de comunicación. El problema es real, aunque los estudios sobre el tema señalan que el discurso de los políticos y de muchos medios tiende a sobredimensionarlo, al punto que una campaña que enarbola la barbarie goza de la simpatía de ambos. Da la impresión de que esta situación apunta a destacar las candidaturas de la “mano dura”, a pesar de que estas candidaturas sólo cuentan con la nostalgia del pasado – el gobierno del padre, por ejemplo -, y no cuentan con ninguna experiencia en materia de políticas de seguridad. Un pasado vergonzante, además, en asuntos de justicia,  instituciones y derechos humanos. Y parte de la ciudadanía es receptiva a esta estrategia.

Si a esto sumamos el hecho de que los modios intentan indicar que “todos los políticos son corruptos”, entonces el escenario está bosquejado. Se trata de alentar propuestas que encuentran en formas de caudillismo e iniciativas dinásticas de “mano dura”. Nadie se ha preocupado por examinar las causas de la criminalidad, para así combatirla combinando mecanismos de sanción y mecanismos de prevención. Necesitamos demostrar que la batalla contra la inseguridad es perfectamente compatible con la democracia. Aprender de la historia, recordar el profundo daño que causa la concentración del poder, la arbitrariedad, entre otros males. Necesitamos fortalecer el supuesto básico de la democracia, a saber, que el poder debe distribuirse en muchas manos – las de autoridades y ciudadanos -, que muchas mentes juiciosas e informadas piensan mejor que una. Ojo con la tentación autoritaria.




jueves, 10 de septiembre de 2015

APOLOGÍAS DE LA VIOLENCIA







Gonzalo Gamio Gehri

Hace nueve días que el Portal virtual La Mula reveló que la artífice de la campaña violentista Chapa tu choro, y déjalo paralítico, es fujimorista y estaría en los planes de este grupo para lapostulación al Congreso. Más recientemente aún, los apristas le han hecho un guiño a esta campaña.  No es un secreto que este tipo de iniciativas pueden resultar interesante a una población que se siente impotente frente a la escalada de la delincuencia y a los insuficientes recursos que el Estado ha mostrado para detenerla y prevenirla con eficacia. No obstante, incitar a los peruanos a capturar a un ladrón, lincharlo y provocarle daños de por vida constituye una clara invitación al delito.

Con todo, esta propuesta no sorprende, y su manejo político es tristemente previsible. Nuestros políticos más conservadores – y los medios de prensa que les son afines – intentan instalar dos ideas básicas en la opinión pública: a) Todos los políticos son - en principio - corruptos; b) siendo ese el escenario, habrá que elegir al candidato que imponga “el orden y la autoridad”, a sangre y fuego. Eficacia más violencia manifiesta, esa es la fórmula. Este no es un mensaje nuevo: recuerden la emoción con la que nuestros políticos y periodistas evocaban la figura de Lay Fun, el perro que mató a mordiscos a un delincuente, y cómo un columnista neofascista solicitaba construirle un monumento. Hace unos días, un ladrón robó un celular y recibió una brutal golpiza. Es preciso estar alerta y prevenir el uso desmedido de la violencia (1). Una cosa es que la población se organice para vigilar el vecindario y denuncia cualquier amenaza, y otra promover el linchamiento.

No es de extrañar que sean el fujimorismo y el aprismo las organizaciones que celebran estas iniciativas y estas reacciones entre la población. Cabe preguntarse qué problemas podrían resolverse con esta  irresponsable apología de la violencia. Probablemente ninguno, no ciertamente el problema de la seguridad. Se trata de provocar una virulenta y riesgosa catarsis que puede traducirse en apoyos electorales a las candidaturas que la alientan. La política con vocación autoritaria se fortalece con esta prédica que sólo invoca el uso de la fuerza y no atiende las causas de la criminalidad. Se apunta sólo a la represión y no a la prevención del delito. Se opta por la demagogia y no por el trabajo de una política seria de seguridad en el marco de la legalidad democrática..

Esta clase de propuestas generan formas de visceralidad extrema en la población de las distintas localidades del país. En cualquier momento, transeúntes desprevenidos acabarán sufriendo esta improvisada explosión de justicia callejera. Se trata de una iniciativa muy peligrosa que encuentra un terreno fértil en la evidente desconfianza que manifiestan los peruanos frente a las instituciones que tienen la misión de defender la ley en las calles, así como en la incredulidad frente a la importancia de respetar los derechos humano,. Los medios observan – divertidos – cómo la población cede a la tentación de usar la violencia sin control oficial como método para enfrentar la delincuencia, y los políticos se frotan las manos pescando en río revuelto. El problema no es abordado con seriedad ni responsabilidad, importa más generar un discurso impactante que incendie la pradera. El tema del trabajo preventivo en temas de seguridad no se plantea siquiera como punto a debatir; nadie dice nada sobre las formas de violencia simbólica y estructural que propician esta situación de inseguridad. El Perú se convierte en una parodia del Far West, mientras que en el  escenario político el mensaje radical – “Déjalo paralítico” – se abre paso y gana nuevos adeptos.

(1) Véase sobre este punto, el artículo de Salomón Lerner Febres aparecido hoy en La República.