miércoles, 30 de diciembre de 2009

EN TORNO A LA CRÍTICA IDEOLÓGICA


Gonzalo Gamio Gehri


Hace algún tiempo, leí en El Comercio un excelente artículo que me gustaría comentar. Se trata de ¿Qué es la crítica ideológica?, escrito por el notable filósofo alemán Helmut Dahmer – a quien conocí hace alrededor de un año y medio, en la UARM, con motivo de un diálogo con David Ingram, destacado filósofo político de Loyola University -. Un lector desatento creerá que el tema tratado es “inactual”. Todo lo contrario. Lo que sucede es que nuestros medios de comunicación, obsesionados con los escándalos, tendientes a la columana-al-paso , al editorial-con-formato-de-chat, a las notas “sin confirmar”, nos han acostumbrado a la ausencia de genuina reflexión en sus páginas. Dahmer toca un tema en verdad importante, en un mundo en que los integrismos de diverso cuño están presentes y la justificación de la violencia constituye una práctica frecuente (incluso en los propios medios de prensa, p.e., en el caso Bagua).

La filosofía – y en general toda disciplina racional que verse sobre la vida humana y cultive la reflexión – tiene como uno de sus objetivos, la crítica de los llamados “sentidos comunes”. A saber, la constelación de creencias y valores que identificamos inmediatamente con aquello que presuntamente es constitutivo de lo real. El espíritu crítico arranca de su “obviedad” nuestras presuposiciones sobre lo que es bueno o verdadero, y revela su carácter problemático. En esta línea de reflexión, El autor sostiene lo siguiente:


“En la pieza Galilei, Brecht apunta que “la verdad es hija del tiempo, y no de la autoridad”. La verdad, aceptada, en cada caso como tal, no es definitiva, es provisional, es la que se puede alcanzar bajo las condiciones dadas. El hecho de la limitación temporal del período de vigencia de la verdad, que esta posee un “núcleo temporal”, escapa a la percepción de sus buscadores. Recién la siguiente generación se confronta con el hecho que las certezas de ayer, constituyen un problema hoy”.


Este enfoque describe también un movimiento de la conciencia en el nivel de las actitudes. Mientras cierto conservadurismo integrista considera que la introducción del cuestionamiento constituye una traición al valor de la ‘obediencia’, el espíritu crítico hace de la interpelación y el trabajo de lo negativo (Hegel) una verdadera héxis, un modo de estar en la vida que contribuye a vivificar el ethos. Las resonancias socráticas de esta tesis son evidentes. La carencia de autorreflexividad permite que los individuos sean seducidos por los cantos de sirena de la violencia y esten expuestos a diversas formas de manipulación. Esta condición no ha sido ajena a la propia cultura contemporánea (recuérdese los vínculos que establecía Hannah Arendt entre los horrores del totalitarismo - de izquierdas y de derechas - y el esfuerzo por producir personas incapaces de pensar críticamente).


“La adopción de tal o cuál doctrina, es un asunto de conveniencia (externa o interna). La defensa será tanto más fanática, cuanto menos persuadidos estén de su verdad. Las teorías conspirativas y la xenofobia tienen tantos adeptos, porque los humillados y ofendidos, que se asfixian en su rabia, encuentran una vía de escape pulsional. Todos poseen una cuenta por cobrar, y la doctrina les señala a quién”.


Dahmer sostiene que las ideologías buscan preservar intocables sus presuposiciones sobre el sentido del mundo y la vida. “El prejuicio de los prejuicios es percibir como naturaleza a las instituciones sociales”. Aquí encontramos una noción implícita de ideología. Se pretende convertir en objetivo y eterno (“naturaleza”) lo que está culturalmente construido y es contingente (lo que ha sido “instituido”). Se trata de una operación que busca resentir la capacidad de transformar nuestros modos de vida y garantizar formas indeseables de sujeción (1). Pensemos por un momento en la discriminación por asuntos de género. Por mucho tiempo se consideró que el destino de la mujer era ocuparse de las tareas domésticas, y que el varón debía actuar en el mundo del trabajo y en el del espacio público. Por mucho tiempo se consideró erróneamente que las mujeres eran seres humanos de segunda categoría, y estos falsos valores se convirtieron en claros instrumentos de dominación y de violencia contra las mujeres. Un conjunto de valoraciones culturales se asociaban incorrectamente a un elemento biológico (contar con órganos sexuales femeninos). Para decirlo con Judith Shklar, se disfrazaba la injusticia con los ropajes de la fatalidad. Por fortuna, hemos avanzado sustancialmente (aunque existan todavía muchas batallas pendientes) en el camino de la concreción de la igualdad de derechos entre varones y mujeres. En buena medida, identificar la injusticia - la violencia simbólica contra la mujer - constituyó el primer paso para combatir las estructuras de desigualdad que sometían a las mujeres. No obstante, todavía sectores conservadores – particularmente en el ámbito religioso y político - continúan recurriendo a una burda confusión entre la asignación sociocultural de valores y las consideraciones biológicas en materia sexual. Con particular cinismo denominan tendenciosamente a las corrientes que luchan por el reconocimiento de la igualdad de derechos entre varones y mujeres como versiones de una “ideología de género”. El patetismo de la expresión es evidente.

El reconocimiento de la historicidad de nuestras creencias y valores constituye un elemento fundamental en el proceso de la crítica cultural y el cambio de nuestras mentalidades e instituciones (ese reconocimiento no es mero “relativismo” - ahora se entiende porqué los integristas viven obsesionados con el tema del "relativismo" - necesitamos hacer una lectura política del uso de esta espuria etiqueta). El trabajo de la autorreflexión hace posible que cualquier concepción del mundo y la vida que produzca injusticias pueda ser desmontado y abolido por el bien de las personas (por el bien de la verdad, cabría agregar). El razonamiento es el siguiente: si tales ideas funestas o degradantes tienen una fecha de emisión en la historia, pueden tener también una fecha de vencimiento. Depende de nosotros que tal vencimiento conceptual se haga efectivo.




(1) Por supuesto, hablamos de un modo de plantear las cosas que trasciende el signo político de sus usuarios. Se aplica igualmente al tradicionalismo conservador (orden jerárquico en materia social o sexual), al neoliberalismo (con el individualismo posesivo) o al marxismo (con las leyes de la historia y el determinismo de clase).



lunes, 28 de diciembre de 2009

MICHAEL WALZER Y LOS DEFECTOS DEL LIBERALISMO




Gonzalo Gamio Gehri



Michael Walzer es uno de los más importantes filósofos políticos del presente. Su concepción de la justicia distributiva, así como su teoría de la guerra justa y su fenomenología de la crítica social han influido profundamente en los debates teórico-políticos. Personalmente considero que una de las más importantes contribuciones de Walzer a la reflexión sobre la praxis es su compleja lectura hermenéutica del liberalismo. Hace algunos años, el pensador norteamericano publicó Razón, política y pasión. 3 defectos del liberalismo[1], libro en el que se detiene en aquello que considera las zonas vulnerables de la teoría política liberal, generalmente deudora de una concepción procedimental de la razón práctica. Walzer sostiene que una comprensión más compleja del liberalismo tendría que corregir desde dentro estas deficiencias conceptuales.

I.- En primer lugar, el desmedido énfasis liberal en la figura de las asociaciones voluntarias, así como la omisión de cualquier forma de comunidad no elegida como forma de afiliación y fuente de una vida plena. Como se sabe, los liberales tienden incluso a caracterizar teóricamente a la sociedad entera como resultado de un acuerdo voluntario, un contrato (en gran medida, los Principios de Filosofía del Derecho de Hegel apuntaban ya a señalar estas limitaciones del modelo contractualista desde su persuasiva descripción del “derecho abstracto”). No obstante, los liberales no reparan en la importancia de las comunidades en la formación de la identidad y en el sentido de ciudadanía de las personas. De hecho, la autonomía racional (la capacidad de agencia) se ejercita sobre la base de esa clase de vínculos. Familias, comunidades religiosas y políticas, etc., son instituciones a las que hemos ingresado discutiendo y eligiendo sus reglas y estructura básica. El contacto con ellas y con sus usuarios nos convierte en seres capaces de juzgar y evaluar normas y lazos sociales, y de examinar principios complejos de justicia.

II.- En segundo lugar, la primacía de la deliberación en la descripción liberal de la acción política. La imagen de un grupo de ciudadanos tomando decisiones fruto de consensos en torno a argumentos racionales puede ser edificante e inspiradora, pero no puede ser absolutizada sin prestar la atención debida a la diversidad de actividades que constituyen lo político. Walzer ofrece un sugerente análisis de un conjunto de acciones que no implican necesariamente la deliberación dentro de la vida política: educación política, organización, movilización, toma de posición, debate político, negociación, lobbysmo legal, gestión de campañas, participación en elecciones, captación de donaciones, labores auxiliares, etcétera. La deliberación es una forma de acción política que desempeña un rol regulativo, crítico, pero no constituye el centro mismo de la vida política. Los liberales tienden erróneamente a soslayar estas otras actividades no deliberativas.

III.- El interés liberal en el razonamiento práctico lleva a menudo a los liberales a desestimar o a minusvalorar el rol de las pasiones en la vida política. Allí residiría, según el autor, el tercer defecto del liberalismo. El pathos de la militancia no necesariamente debilita nuestra capacidad de discernir y elegir proyectos con sentido (este es un territorio conceptual que Walzer comparte con otros filósofos liberales, como Richard Rorty y Martha Nussbaum). Nuestra capacidad de indignarnos o de sentir compasión hace posible el fortalecimiento de nuestra “energía utópica”, la disposición a imaginar y concebir nuevas posibilidades de justicia y libertad para nuestro mundo. El lector encontrará aquí una interesante lectura ‘cívica’ del poema El último día / El juicio final de W.B. Yeats. Merece una especial mención el tratamiento que da Walzer a la actitud escéptica, mientras muchos conservadores afirman que la duda “detiene la vida”, el autor sostiene lo siguiente:

“El escepticismo, la ironía, la duda, un modo crítico de pensar – todos estos son rasgos de las mejores personas (aunque es probable que Yeats los considerara signos de decadencia aristocrática) -. Tener convicciones es algo admirable, pero también lo es no estar demasiado seguro de ellas”[2].

Michael Walzer ha emprendido en este texto la tarea de realizar una autocrítica del imaginario liberal a partir de un análisis fino de las prácticas sociales asociadas al liberalismo, y de sus ineludibles elementos normativos. El liberalismo tiene que ser examinado y cimentado desde una comprensión menos ‘abstracta’ – en términos de Hegel – de sus categorías y modos de ser constitutivos. Se trata de un esfuerzo teórico importante por conciliar rigurosamente los valores de la libertad y de la pertenencia.


[1] Walzer, Michael Razón, política y pasión Madrid, La balsa de la Medusa 2004.

[2] Ibid., pp. 75-76.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

DIOS-CON-NOSOTROS





(REFLEXIONES SOBRE LA NAVIDAD)





Gonzalo Gamio Gehri



Para un cristiano, la Navidad es un acontecimiento fundamental. Evoca la concreción de la
encarnación, el ingreso de Dios en el espacio y el tiempo de las relaciones humanas. Es la Fiesta del Emmanuel, Dios-con-nosotros.

Esta irrupción en el
saeculum (aión) convierte al cristianismo en una religión muy peculiar. No plantea la huida de lo temporal hacia los fueros de la eternidad, sino todo lo contrario, el esfuerzo por construir - al menos en un sentido importante - en el mundo el Reino de Dios, lugar del cultivo del ágape (“y sepan que el Reino de Dios está en medio de ustedes”). No se reduce la trascendencia en la inmanencia, la vida humana se nutre de lo divino. Se espiritualiza la temporalidad finita de lo humano. Es por eso que el cristianismo es la religión de lo secular, en sentido estricto (Hegel, Chesterton, Taylor, Vattimo, Caputo). Es por eso que las versiones reductivas y caricaturescas de la “secularización” – provenientes de un tradicionalismo craso - han merecido una crítica categórica. Ni los involuntarios caricaturistas ni sus promotores ideológicos tienen una idea decente de la kenosis.

Este énfasis en la temporalidad y en el entramado de la vida humana tiene evidentes repercusiones en la práctica. Estamos hablando de un Dios que pide misericordia, no sacrificios. El magisterio de Jesús fustiga a los fariseos por su ritualismo formal, y por su hipocresía. Mientras Jesús y sus discípulos están preocupados por el cuidado del amor, los fariseos están obsesionados con la ortodoxia, con la corrección doctrinal (¿Se han lavado las manos? ¿Observa el
šabbāt?). El Nazareno incluso alaba la fe de los que la comunidad creyente excluye (p.e. el centurión romano). El Evangelio señala con claridad de que no seremos juzgados por la “pureza doctrinal” de nuestra mente, sino por el amor que entreguemos: visitar al enfermo, al preso, alimentar al hambriento (Mateo 25). Según el texto bíblico, el Juicio no consistirá en un examen de los compromisos metafísicos o teológicos que hemos asumido´, sino el grado de nuestra entrega incondicionada al otro. Amar hasta el extremo – en términos de la incondicionalidad y la gratuidad del ágape (1 Corintios 13), esa es la verdad del cristianismo. Por eso el notable filósofo postmoderno Jack Caputo señala que lo contrario del hombre religioso no es el “no-creyente”, sino el hombre incapaz de amar y entregarse genuina y enteramente a los demás. Ese es el verdadero a-teo, porque no deja que Dios no habite en él.

Quien escribe estas líneas suscribe cada una de las tesis del Credo. No estoy ensayando ninguna lectura “heterodoxa” de mi propia fe. Transmito mis opiniones en tanto quiero entender aquello que creo. A eso se deben estas ideas breves y esquemáticas por Navidad, desarrolladas a modo de bosquejo, dadas las limitaciones de espacio y de estilo que son propias del formato blog. Si una creencia es una ‘disposición para actuar’, entonces el verdadero creyente es aquel que es capaz de encarnar el mensaje del Evangelio. Hoy en día, sin duda, enfrentamos dos notables obstáculos, vinculados al carácter postmoderno y marcantilista de nuestra cultura, así como a las "reacciones" que se orquestan en su contra. En primer lugar, si el amor es entrega y gratuidad, entonces el cristianismo es profundamente
contracultural. Vivimos en un mundo que proclama el contrato como la transacción humana por excelencia. Se trata de un acuerdo basado en la convergencia de intereses privados y en el beneficio mutuo. El contrato constituye la lógica última de la vida de los negocios, la actividad nuclear de tantas vidas en la actualidad. Hoy se exalta la productividad, la eficiencia (e uincluso la pleonexía) como nunca antes. Incluso una de las corrientes dominantes dentro de las ciencias sociales describe la racionalidad – así, a secas – como el cálculo eficaz entre costos y beneficios. El cuidado del bien del otro sin esperar retribución aparece como irracional. No sorprende que así se piense desde los esquemas prácticos del capitalismo tardío.

El segundo obstáculo es interno. Proviene del fariseismo de quienes dicen creer, de quienes consideran que los problemas del mundo, y de la propia comunidad, se resuelven “doctrinalmente”, a través de la prédica, la teología metafísica y no de la praxis. Alguna vez un filósofo extranjero me dijo que bueno sería que estos integristas cultivasen el fanatismo del amor, y no el de la “verdad” considerada en una clave puramente epistémica. A veces creo que su fetiche real es el
poder, la capacidad de ejercer control sobre las conductas y conciencias ajenas. Se trata de una enorme dificultad para la vida encarnada porque es una tendencia vital que se disfraza con ropajes religiosos, y que conspira contra la libertad misma. Sus cultores viven obsesionados con refutar y condenar perspectivas rivales (muchas veces fantasmales "muñecos de paja" hechos a la medida de las caricaturescas batallitas de manual), por ejemplo, el “relativismo individual”, el "modernismo" y el “inmanentismo sociológico” (concepciones que acusarían, según algunos conservadores filo-lefebvrianos, una presunta "infiltración modernista" - o liberal - en la Iglesia postconciliar). Consideran que el “enemigo” fundamental de la tradición cristiana habita en los focos de “heterodoxia” dentro de la propia comunidad. Por eso, su mentalidad – como la de los fariseos – es básicamente punitiva. Esa héxis se ubica lejos de la ética del ágape, y en cierta medida nos impide ser reales vehículos de encarnación. Se trata de una dificultad “interna”, porque este afán de seguridades reactivo ante las diferencias existe en nuestras propias comunidades religiosas, y a la vez (con ciertas variantes, cambios de signo político y matices propios, pues este fariseismo "se dice de muchas maneras" y no es exclusiva de una única posición) habita en cada uno de nosotros, por eso digo que se trata más de una 'tendencia' que de un punto de vista intelectual propiamente dicho.


Alguien podría insinuar que estoy sustituyendo - en virtud de una suerte de sentido común postmoderno - la "verdad" por la "caridad". Tengo que decir que en mi reflexión no opera ninguna sustitución, porque ella se inscribe en el horizonte de la identidad - estríctamente bíblica - entre verdad y ágape. Hata podría replicar que son los teólogos metafísicos los que han tendido a sustituir el amor por la veritas, concebida en un sentido representacionalista, bastante lejana del hebreo emeth - confianza, fidelidad en la relación con el Tú divino y humano - que es la base del concepto bíblico de verdad.


Es nuestro deber ‘convertir’ al fariseo que todos llevamos dentro. Y recordar que celebrar la Navidad es poner en primera fila al amor.


Feliz Navidad para todos.





jueves, 17 de diciembre de 2009

MUSEO DE LA MEMORIA: INICIALES AVANCES




Gonzalo Gamio Gehri


Ayer, la municipalidad de Miraflores entregó oficialmente el terreno en el que se construirá – gracias a una donación del gobierno alemán – el Museo de la Memoria. Participaron en la ceremonia el Presidente de la República, el escritor Mario Vargas Llosa, el ex Presidente de la CVR, Salomón Lerner, el ex Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, entre otros. Como es natural, el evento se realizó en medio de la polémica que este proyecto ha suscitado. Miembros del Poder Ejecutivo, personajes vinculados a la jerarquía militar, periodistas de los medios conservadores, así como diferentes personalidades del mundo de la política y autoridades sociales que ejercieron cargos de responsabilidad en los años del conflicto armado interno, se han mostrado incómodos y hasta hostiles frente a la idea misma de un museo que contribuya a la reconstrucción narrativa y discusión del proceso de violencia vivido, para reflexionar y tomar medidas de no repetición.

En el centro mismo de la polémica - en el contexto de una ceremonia en la Escuela de Oficiales del Ejército - el ministro Rey insistió en su improvisada e infundada tesis de que la CVR sostuvo que la población civil estaba en medio de dos fuerzas virulentas y sanguinarias.
La República reseña sus declaraciones de la siguiente manera:

“Esas fuerzas del orden no fueron ni son un bando, hay que honrarlas, y espero que esa verdad sea la que se refleje en el museo que van a construir", dijo el ministro en alusión al edificio que se levantará en el distrito capitalino de Miraflores.


En opinión del Ministro de Defensa, la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), que investigó esa época de violencia, cometió un error "al sostener que lo que hubo en Perú durante el combate al terrorismo fue un enfrentamiento entre dos bandos, igualmente malos y genocidas".


Como se sabe, estas insinuaciones no tienen que ver con lo que el Informe realmente dice, en la versión extensa o en la versión abreviada. Pero ya sabemos que, para algunos “críticos”, la verdad es lo de menos. Se trata solamente de generar una imagen falsa del documento, que pueda ser útil para los intereses que representan. El propio Vargas Llosa ha señalado que es evidente que la mayoría de estos singularmente extraños seguidores de Catón ni siquiera se han tomado el trabajo de leer el texto (1):


“Este hecho, la responsabilidad del terrorismo de Sendero, el MRTA y otros grupúsculos fanáticos, en la tragedia que vivió el Perú en aquellos años, quedó probado hasta la saciedad en la investigación, muy injustamente criticada, que llevó a cabo la Comisión de la Verdad que presidió el doctor Salomón Lerner y que muchos de cuyos objetores –dicho sea de paso – no se han preocupado siquiera de leer.”

Es preciso señalar lo siguiente. El Informe Final de la CVR fue elaborado por una Comisión creada por el Estado para cumplir con una misión encomendada por el Estado peruano. Allí está el documento, para ser estudiado y discutido; se trata de una investigación interdisciplinaria y rigurosa sobre la violencia y la desigualdad en el Perú en las últimas dos décadas. El ciudadano Rey tiene, por supuesto, el derecho a no leer el texto, tiene el derecho incluso a asumir - lamentablemente - sus pre-suposiciones como 'evidencias' (aunque sean infundadas, y le impidan juzgar legítimamente el Informe, vale decir, con algún conocimiento de causa). Sin embargo, considero que el ministro Rey tiene el deber de conocer el documento - como material de trabajo y de discusión -, ya que, como ministro de Estado, tendría que estar enterado de los argumentos y material probatorio de una investigación encargada por el Estado cuyo contenido está relacionado con su sector. La desinformación en la materia no sería justificable desde ningún punto de vista. Sus declaraciones sólo revelan desinformación y prejuicio.

Pero volvamos al tema del
post, el Museo de la Memoria. El Museo busca convertirse en un lugar de meditación y diálogo en torno a la historia vivida, pero también acerca de las posibilidades de una cultura de paz en el Perú. Pretende convertirse en un espacio para la construcción de ciudadanía. Un espacio para la conversación cívica, y para llamar las cosas por su nombre. Reconocer el heroísmo de quienes ofrecieron la vida defendiendo a la sociedad y cumpliendo la ley, reconocer la entraña vesánica y fanática de los grupos terroristas que le declararon la guerra al Estado, pero también reconocer que algunos uniformados violaron los Derechos Humanos. Recuperar críticamente la memoria y purificar nuestras instituciones contribuirá a fortalecer nuestra democracia. El Museo procurará ofrecer una mirada amplia sobre el pasado y el futuro de la cultura de los Derechos Humanos en el Perú. Una mirada amplia, no "neutral", una perspectiva veraz y rigurosa sobre lo ocurrido que ponga de manifiesto un compromiso ético y social con las víctimas.

Recientemente, desde Correo - el diario de ultraderecha por excelencia - se ha deslizado por enésima vez la poco convincente tesis de que el Museo constituye una causa de una izquierda urbana, y se acusa el proyecto de "elitista". propio de intelectuales de clase media y de "diarios caros" (léase La República). Se cuestiona que el Museo tenga su sede en Miraflores, y que la idea acaso no cuente con el respaldo de la mayoría. Extraña que el objetor no sepa que algunos alcaldes de otros distritos se negaron a acoger el Museo, y que Miraflores no haya sido el lugar seleccionado en un inicio (si es el caso que sí se sepa, la crítica se torna cínica, y hasta mezquina). Me sorprende también que el argumento de la popularidad como "medida" reaparezca, a pesar de su evidente debilidad, pues entraña un razonamiento falaz (en el mejor de los casos, meramente "retórico"). Una causa no adquiere legitimidad moral si es que es "popular" o si tiene llegada a las "mayorías. Del mismo modo, un individuo no delibera sobre el valor ético de un propósito centrando su análisis en si sus propósitos "sintonizarán" o no con las "bases", o con las mayorías; la deliberación práctica no se reduce al cálculo, ni a las "ilusiones" de vanguardia. La sola sugerencia de que una supuesta "élite" intelectual o política está monopolizando el duelo entraña una insinuación que podría ser tomada como ofensiva (En todo caso, si esta presunción les preocupa tanto ¿Qué hacen estos críticos para "democratizar" el duelo? ¿Alguna iniciativa? ¡Si ellos se opusieron desde un principio a la idea misma del Museo!). Reducir esta importante cuestión a un asunto "de clase" es realmente conmovedor; el problema no es sólo que el recurso es arcaico, sino que es conceptualmente endeble. El valor de una causa no depende de las estadísticas. Aquí falla el "relativismo sociológico" tanto como el "determinismo de clase", propio de una especie de 'marxismo residual'. Estamos hablando de argumentos, no de la suma de simpatías, de consignas o de adhesiones.

Vargas Llosa plantea acertadamente la reflexión en términos del discernimiento sobre el valor de los medios y los fines. Los subversivos creían delirantemente que el logro de su dogmática utopía justificaba la muerte de miles de peruanos (la insana “cuota de sangre” de su discurso); algunos malos elementos de las fuerzas del orden – no las instituciones. Las instituciones sí podrían ser responsabilizadas cuando existen ocultamiento de información o cuando hay doctrinas oficiales de por medio – consideraban que el fin de la pacificación legitimaba la represión indiscriminada y el crimen (el tiempo se encargó de refutarlos: lo que derrotó al terrorismo fueron las acciones de inteligencia y el trabajo con la población, a partir de la última etapa del primer gobierno de García). Al respecto, el autor de La Guerra del fin del mundo dijo al respecto lo siguiente:

“Es verdad que, en la lucha contra el terror, se cometieron crímenes intolerables contra los derechos humanos que un Estado de Derecho y una conciencia democrática no pueden excusar ni silenciar. Ocurrió porque ni nuestra sociedad ni nuestras instituciones estaban preparadas para librar una guerra tan feroz y tan cruel como la que desataron los terroristas y porque una larga tradición de dictaduras hizo creer a algunos insensatos que el arma más eficaz contra el terror revolucionario es el terror de Estado. No es así. El fin no justifica los medios. Confiamos en que las salas de exhibición y de estudio del Museo sirvan para mostrar, como decía Albert Camus, que en una verdadera sociedad libre son los medios los que justifican los fines y no al revés.”

Creo que en este punto Vargas Llosa da en el clavo. Tanto los terroristas como quienes - en el otro lado del espectro político - predican la impunidad y el silencio frente a los crímenes de lesa humanidad perpetrados por agentes del Estado consideran que ‘el fin justifica los medios’. Algunos políticos y periodistas creen erróneamente que, si las fuerzas del orden defendían al Estado, entonces el crimen cometido por algunos de sus elementos “no es de lesa humanidad” (¿?). Ese tipo de pensamiento es conceptualmente escuálido, además de cínico y potencialmente deshumanizador, pues plantea una inaceptable condescendencia con la violencia, que curiosamente acerca a sus suscriptores a aquellos que invocaban el terror en nombre de una concepción fundamentalista de la (supuesta) “justicia social”. Tenemos que romper de una vez por todas con ese funesto esquema de pensamiento.


Precisamente, el Museo está pensado para promover esta clase de discusión.



(1) Actualización 26/ Dic.: véase el lamentable y pobrísimo artículo de Hugo Guerra en El Comercio - La tarea pendiente -: su columna confirma las palabras de Vargas Llosa sobre la ignorancia de muchos críticos de la CVR frente al documento que supuestamente "cuestionan". Guerra le achaca al Informe Final cosas que el documento no dice. No es la primera vez.

Actualización 27 / Dic.: Rafael Rey - en el artículo Monumento a las víctimas, publicado en La República - insiste en su lucha tragicómica contra la CVR. Insiste también en no leer aquello que persigue. Para el Ministro de Defensa la verdad parece estar subordinada al juego de fuerzas político.

martes, 15 de diciembre de 2009

EL GOBIERNO Y EL DESMONTAJE DE LA TRANSICIÓN



Gonzalo Gamio Gehri


La administración García se aproxima a la última etapa de su gestión insistiendo en la línea política conservadora que ha definido sus acciones desde sus primeros años de este segundo mandato. Si algo caracteriza a este período es el intento de desmontaje del trabajo de los gobiernos de Valentín Paniagua y de Alejandro Toledo en materia de políticas transicionales, particularmente en temas de corrupción y derechos humanos. La agenda de la transición – impulsada primero por Paniagua y continuada tímidamente por Toledo – ha sido sistemáticamente desatendida, cuando no combatida con esmero.

Es verdad que ha sido en el contexto del gobierno de García que Alberto Fujimori ha podido ser sentenciado por delitos contra los derechos humanos; es verdad que esa condena sienta un precedente importante en la lucha contra la impunidad que persiguen los poderosos que violan la ley. No obstante, la escasa disposición a apoyar el trabajo del Consejo de Reparaciones, el rechazo gubernamental al ofrecimiento de colaboración alemana para construir el Museo de la Memoria (posición que sólo se modificó una vez que Mario Vargas Llosa fustigó públicamente a los “censores” del proyecto y se pronunció a favor del Museo), el extraño tratamiento de la llamada “ley de la selva” y el cuestionable manejo de los trágicos sucesos de Bagua, y un largo etcétera, ponen de manifiesto el desplazamiento del Ejecutivo hacia posiciones cada vez más “duras” en cuestiones de derechos humanos. La criminalización de la protesta y la estigmatización del opositor –fiel al ideario de El perro del hortelano, texto programático del régimen -, así como el discurso virulento de algunos miembros del gobierno contra las instituciones de la sociedad civil y contra el trabajo de la CVR constituyen gestos oficiales que fortalecen esta lectura. La cereza del pastel la encontramos en la decisión del ministro Rey de que el Estado contrate nada menos que al estudio de abogados que defiende a Fujimori para que se ocupe de los casos de los miembros de las Fuerzas Armadas y policiales que afrontan procesos por violación de derechos humanos.

El tema de la lucha contra la corrupción constituye otra de las zonas débiles de este gobierno. La investigación de los “petroaudios” no arroja todavía ningún resultado, incluso se han señalado serias “dificultades” para revisar y analizar los archivos de la PC del ex ministro Rómulo León. Mientras tanto, la atención de los medios y de la propia “clase política” se concentra en los escándalos desatados dentro del propio Congreso de la República, que involucran a parlamentarios que forman parte de la ineficaz, escasamente preparada e inarticulada oposición política. En contraste, los casos de corrupción que comprometen a personas del oficialismo van perdiendo el interés de la prensa y de los actores políticos. Ahora mismo, se ha declarado que el sector de la Procuraduría que se ocupa de los casos Fujimori / Montesinos está siendo desmontada. El inaceptable indulto a José Enrique Crousillat constituye un signo más de esta descarada condescendencia frente a la corrupción (revísese las insólitas declaraciones del propio Alan García García sobre este indulto). Más allá de esta coyuntura, la agenda política va configurándose en torno a las fechorías puntuales del congresista “come pollo” de hoy y las de la parlamentaria “roba luz” de mañana. No pocos analistas han sugerido que – a pesar de que se trata de casos genuinos de infracción de las normas – su dosificación y difusión pública obedece a razones de cálculo político y a una estrategia preelectoral; después de todo, el Presidente ha dicho que le es posible determinar que candidato potencial no habría de sucederle en el cargo. Los grandes temas nacionales han desaparecido al interior del “gran espectáculo” de la política criolla.


Ver una versión más amplia de este texto en Ideele Nº 169.






sábado, 12 de diciembre de 2009

LA AGENDA DE DERECHOS HUMANOS, IZQUIERDAS Y DERECHAS




BREVE COMENTARIO A UN ARTÍCULO DE AUGUSTO ÁLVAREZ RODRICH




Gonzalo Gamio Gehri


Esta semana se cumplieron treinta años de la existencia de las organizaciones de Derechos Humanos en el Perú.
Augusto Álvarez Rodrich dedicó a esta fecha un acerado y persuasivo artículo, en el que valora el trabajo realizado por estas instituciones – en tiempos en los que el ‘lenguaje de los Derechos Humanos´ era prácticamente contracultural en el país, pese a que la declaración tiene vigencia desde fines de los cuarenta -, a la vez que señala algunos desafíos importantes. El primero de ellos, promover estos principios como parte de una cultura moral que eche raíces entre nosotros. El segundo, lograr separar, ante la opinión pública, la agenda de Derechos Humanos del ideario y programa de las izquierdas.


“La agenda futura del movimiento debiera ocuparse de un aspecto clave: lograr que el concepto de la defensa de los derechos humanos sea mejor comprendido, extendido y arraigado en la población. El apoyo que se observa en estos días a la denunciada existencia de un escuadrón policial para liquidar delincuentes es una expresión del déficit en este terreno.
Un avance en esa dirección requiere que la defensa de los derechos humanos se desvincule de una corriente ideológica específica –usualmente la izquierda– pues esto constituye una actitud vital de respeto a la condición humana de todos que absolutamente todos deben interiorizar.”



Estoy de acuerdo. Se trata de tesis que han sido discutidas en este
blog. Los Derechos Humanos son originalmente una construcción liberal que buscan convertirse exitosamente en foco de un consenso intercultural. Son la expresión de un universalismo moral que se traduce en una “ética de mínimos”, que en gran medida la declaración de 1948. Cualquier tienda política tendría que considerar esta ética mínima como razonable, garante de una convivencia humana sana. Es patrimonio de todas las personas, y constituye una parte fundamental del ideario democrático general, por así decirlo. La estigmatización ideológica de los Derechos Humanos por parte de la prensa ultraconservadora y fujimorista - por razones de cálculo político o simple manipulación - es un signo de atraso y de miopía intelectual y espiritual. Una derecha moderna y responsable tendría que valorar la cultura de los Derechos Humanos. Lo que Álvarez Rodrich no se pregunta en su nota es porqué nuestra derecha no los valora como horizonte de reflexión y compromiso, porqué sólo se ha interesado por el aspecto económico del liberalismo, y no ha considerado su núcleo moral y político. Sabemos que en la práctica nuestra derecha es autoritaria. Ya sea por convicción, por costumbre, o por interés (por supuesto, también tenemos amplios sectores de la izquierda que son retrógrados y autoritarios, qué duda cabe. Eso no está en discusión). Creo que sería importante que existan en los espacios de la política peruana una izquierda y una derecha democráticas. No obstante, la izquierda moderada es minoritaria, y la derecha liberal no está representada por ningún partido político presente en el Parlamento.

Álvarez Rodrich tiene toda la razón cuando afirma que los promotores de los Derechos Humanos en la sociedad civil deben desmontar el mito de la vinculación de su agenda con los escenarios políticos de la izquierda, pero debería llamarle la atención el desinterés y la hostilidad de la derecha política local frente a esta agenda, que ha cedido con gusto a sus “rivales ideológicos”. Ha renunciado sin rubor a ese importante espacio ético-político, esa constelación de problemas, ese lenguaje ¿Por Qué? El jurista Ricardo Vásquez Kunze – un escritor de derecha, sin duda – lo ha señalado agudamente hace un tiempo:



“Más allá de que, según la doctrina de los DD.HH., todos los hombres, sin excepción, tienen esos derechos, es sorprendente cómo la “derecha” le pide a la “izquierda” que se manifieste sobre casos en los que, según aquella, sus ONG no han hecho tanto bochinche como en otros. Es decir, la “derecha” le reconoce a la “izquierda” la autoridad moral sobre la materia de derechos humanos y, por eso, le exige pronunciarse.Y la pregunta es entonces: ¿por qué no hay ONG de DD.HH. de “derecha”? ¿Por qué no hay un Aldo Mariátegui en vez de un Soberón o una Alcorta por una Gloria Cano? Lo cierto es que no habría ninguna razón histórica para que ello no fuera así. No olvidemos que los DD.HH. fueron la bandera ética, heredada del liberal Carter, con la que los conservadores Reagan y Thatcher pusieron en jaque al comunismo. Mientras que, aquí, la izquierda marxista motejaba a los DD.HH. de “instrumento ideológico de la burguesía reaccionaria”.



Más allá de la punzante ironía que pone de manifiesto Vásquez Kunze en la selección de sus ejemplos, y de algunos juicios suyos sobre Tatcher y Reagan, que yo sin duda discutiría, concuerdo con esta tesis: no existe ninguna razón histórica para este silencio. La razón está asociada a la "precariedad democrática" de nuestra derecha tradicional. El desdén que la derecha ideológica peruana profesa por los Derechos Humanos debe leerse en clave política. Si el tema de veras les resultara de algún interés, entonces – estoy parafraseando al autor – deberían ponerse a trabajar en esta dirección. Pero a esta derecha antiliberal el universalismo moral no la ha tocado. Una prueba más de que nuestra escena política requiere de una profunda renovación, particularmente (aunque no exclusivamente) en el terreno del pensamiento.

martes, 8 de diciembre de 2009

¿UNA RAYA MÁS DEL TIGRE?



Gonzalo Gamio Gehri


No es ninguna novedad que el gobierno aprista ha dedicado parte de sus energías a desmontar la agenda de la transición democrática en materia de la lucha Anticorrupción y las políticas de derechos humanos. El Consejo de Reparaciones está en una verdadera crisis en cuanto a su presupuesto y al respaldo político que tendría con el que tendría que contar una institución que cumple una labor tan delicada. La Procuraduría
ad hoc Fujimori / Montesinos – que había empujado el proceso de extradición del ahora condenado Alberto Fujimori en medio de la apatía (y a menudo, de las resistencias) de la propia administración García – ha sido prácticamente desmantelada. El Procurador Pedro Gamarra ha señalado que se trata de una decisión proveniente de las ‘más altas esferas’. Así lo comenta Gustavo Gorriti:

“En la tarde del jueves 5 de noviembre, el procurador Pedro Gamarra Johnson reunió a 10 de los principales abogados de la procuraduría, y les dijo que su trabajo había terminado en ese momento, que se había decidido finalizar sus contratos.

Ante la muda interrogación de su conmocionado auditorio, Gamarra Johnson les dijo, con suavidad de aceite de bebé, que el motivo era “presupuestal”. Frente a la unánime incredulidad de los flamantes despedidos, Gamarra reconoció que la orden venía “de arriba”.


En los últimos días,
La República ha señalado que el ministro de Defensa Rafael Rey ha comunicado su intención de contratar los servicios del estudio Sousa & Nakazaki para asumir la defensa de los agentes del Estado que vienen siendo investigados y procesados por el Poder Judicial en virtud de presuntas violaciones a los derechos humanos. Como se sabe, Rolando Sousa es actualmente congresista de la República por el grupo fujimorista – hoy presidente de la comisión de Justicia -, y César Nakazaki es el abogado defensor de Alberto Fujimori, Nicolás Hermoza y muchos personajes vinculados al régimen autoritario de Fujimori y Montesinos, acusados por corrupción y otros delitos. Irritado por las preguntas de los periodistas, el ministro Rey dijo lo siguiente:

Periodista: ¿No cree que su elección sea cuestionada?


Rey:
No tengo la menor duda. En el caso que se decida, los primeros que dirán algo serán ustedes. Digámoslo claramente. Tienen derecho a decir lo que le parezca y yo tengo derecho a hacer lo que me parezca. Deben reconocer que el funcionario acusado tiene el derecho de escoger a los abogados que ellos indiquen.”

Por supuesto, para los numerosos personajes que integran el Ejecutivo - en sus ‘más altas esferas’ -, y que han simpatizado (y simpatizan) con los intereses y las posiciones fujimoristas, no se trata de una decisión que tendría que perturbar a los ciudadanos. Muchos pensamos lo contrario. Digámoslo con claridad: más allá del derecho del Estado de ocuparse de la defensa de los procesados, inquieta el mensaje que transmite esta decisión. No pocos analistas señalan ya que aquí puede existir un “conflicto de intereses” (
Otros se preguntan ya: ¿No se tratará más bien una “consonancia de intereses”?). Mientras algunos periodistas, científicos sociales de diversas especialidades y no pocas autoridades políticas continúan embarcados en la sutil discusión ontológica y epistemológica acerca de si existen los pishtacos en nuestra “realidad primaria” (el concepto es de Tolkien), el Ejecutivo se plantea asumir compromisos (en lo relativo a este tema del sector defensa) con el estudio Sousa & Nakazaki, con todo el “impacto político” (y moral) que esto supone. A mí me parece que se trata de un gesto sumamente preocupante. La Polémica (nuevamente) está servida: algunos especialistas afirmarán que gestos como éste no fortalecen la hipótesis de que existe una alianza entre el gobierno y los fujimoristas; que a lo más, se percibe un “aire de familia” y una cierta convergencia de intereses. Para otros, se trata de una raya más del tigre.





jueves, 3 de diciembre de 2009

ALGUNAS ANOTACIONES SOBRE "'TIEMPO DE MEMORIA" *



Gonzalo Gamio Gehri


Hoy se presentò mi libro Tiempo de Memoria, en la Feria del Libro R. Palma. Comentaron el libro Salomòn Lerner, Cecilia Tovar y Rocìo Silva Santiestevan. Agradezco la generosidad y la lucidez de sus comentarios y críticas. Publico a continuaciòn el texto de mi intervenciòn, al final del evento.


Lo primero que quisiera decir es que agradezco a todos por su presencia. Veo aquí a viejos amigos que han tenido a bien acompañarme en la presentación de mi libro. Agradezco particularmente a los destacados maestros y especialistas que se han encargado de comentar mi texto. Tomo nota de sus reflexiones y de sus cuestionamientos en torno a los ensayos que componen el volumen. Todos ellos son – además de académicos especializados en temas de Derechos Humanos, ciudadanía, violencia y paz – personas que admiro por su compromiso con la defensa de los derechos de las víctimas del conflicto armado interno. Son la prueba de que, también entre nosotros, hoy, el verbo puede hacerse carne.

Este es un libro de combate intelectual y moral. No se trata de un texto que haya sido elaborado desde la aspiración de una mirada objetiva y neutral, desde el Aleph (como el relato de Borges), que permite ver los rincones de la realidad como reflejados en un espejo, sin que el sujeto mismo que piensa y escribe se vea reflejado en él. Tengo serias dudas de que este ideal de conocimiento a través de la desvinculación racional pueda consumarse en algún contexto relevante de investigación, pero tengo claro que se trata de un esquema impertinente e indeseable cuando se trata de examinar el trabajo y las tareas pendientes de la justicia en materia de derechos humanos. No se puede ser neutral frente a la injusticia y al sufrimiento de las víctimas sin al mismo tiempo asumir una posición concreta frente a ellos en el terreno de la práctica. En este sentido, este libro se remite al horizonte de debates, categorías e inquietudes abierto por la cultura de los Derechos Humanos.

La cultura de los Derechos Humanos nos plantea una serie de desafíos. El primero de ellos es el de la recuperación pública de la memoria, la disposición a examinar la responsabilidad de nuestras autoridades y conciudadanos ante el conflicto armado más destructivo que ha afrontado nuestro país. Ello equivale a nadar contra la corriente, en medio de la desidia e incluso la complicidad que nuestra “clase política” ha elegido cultivar. Se requiere del ejercicio de una fuerza peculiar para vindicar el recuerdo de las víctimas. Alain Finkielkraut describe agudamente esta dura realidad – la ‘natural’ tiranía del presente - cuando sostiene que “olvidar es obedecer, olvidar es seguir el movimiento. El pasado, en cambio, debe ser tomado por la manga como alguien que se ahoga. Lo que ha sido no tiene en el ser sino el lugar que le damos”[1]. El esfuerzo por la memoria constituye un deber común y a la vez una decisión institucional. Esta tarea es todavía más ardua en una sociedad en la que la discriminación es una práctica cotidiana, que presupone que un sector importante de la población puede verse excluido del acceso a derechos básicos por razones de raza, cultura, género, condición socioeconómica o legal. Si algo se ha puesto de manifiesto en la historia del conflicto que analiza el Informe de la CVR son las enormes dificultades que experimentamos los peruanos para pensarnos como parte de una comunidad moral y política, e incluso “sentir con el otro”, asumir la defensa de sus derechos respetando la singularidad de su dolor.

La CVR ha mostrado con claridad el carácter y alcances de esa incapacidad de nuestras “élites” para la empatía y el compromiso con el excluido. El Informe pone de manifiesto – de manera documentada – cómo muchos peruanos encontraron la puerta cerrada de cuarteles, comisarías, municipios e incluso algunas sedes episcopales cuando se trataba de pedir ayuda para dar con el paradero de sus seres queridos, víctimas de la insania terrorista o de la represión de malos agentes del Estado. En muchos casos, el sólo reclamo provocaba las sospechas de las autoridades. El Informe describe sólidamente cómo nuestros representantes civiles renunciaron a ejercer funciones de gobierno y control en las zonas de emergencia, conforme a las responsabilidades que la ciudadanía les había asignado. No sorprende que estas verdades les resulten incómodas a nuestros políticos en actividad, que han desplegado un manto de silencio sobre las conclusiones y recomendaciones señaladas por la CVR.

Dos imágenes morales atraviesan este libro. La primera es la del Areópago en La Orestiada. Orestes es perseguido por las erinias – las deidades de la venganza – a causa del asesinato de su madre Clitemestra, quien a su vez fue responsable del homicidio de Agamenón. Cuando se le solicita intervenir, Atenea – no en vano la diosa de la sabiduría – propone resolver este hecho de sangre convirtiéndolo en un litigio judicial. Plantea que sean los jueces de Atenas quienes examinen este caso. De este modo, se quiebra la cadena de violencia y venganzas sometiendo el caso a la racionalidad pública, fuente de la justicia. Elige el areópago (literalmente, “colina de Ares”, un lugar dedicado al culto de la violencia) como la sede de ese espacio de deliberación. Con ello, intenta representar simbólicamente la superación de la violencia en el discernimiento público. Ese es precisamente el proceso que – en un contexto diferente – propone el proyecto de justicia transicional en el Perú. Lo curioso es que nosotros también tenemos nuestra “colina de Ares” – el campo de Marte -, en donde precisamente se sitúa el Ojo que llora, un monumento que recuerda a las víctimas de la violencia y las exigencias de justicia y reparación para con ellas. Las agresiones que esta obra ha sufrido de parte de ciertos grupos extremistas re-vela en qué medida nuestra sociedad sigue situándose en medio del Dilema planteado por Esquilo.

La segunda imagen está más bien insinuada en el texto, más que desarrollada. Se trata del predicamento de la mujer de Lot, tal y como es examinado por Elie Wiesel, superviviente del Holocausto. El recuerdo constituye un ejercicio que no sólo nos permite asignar responsabilidades y tomar medidas para la no repetición de la injusticia vivida. Por medio suyo reconstruimos el relato de nuestra identidad, que permite comprender el curso de la vida – con sus conflictos, afanes y penurias - desde una trama inteligible. No podemos separar el ejercicio de la memoria de la percepción de nosotros mismos, como individuos o comunidades. Al anunciar la destrucción de Sodoma, el Angel de Dios comunicó a la gente de Lot que debía huir sin mirar atrás. No obedeció la orden la esposa de Lot, quedando convertida en estatua de sal. Sobre este hecho, Wiesel dice lo siguiente:


“De acuerdo con esas leyendas, dicha estatua todavía existe en alguna parte. Pues bien, yo tiendo a estar de su lado. Es tan humano mirar hacia atrás. Ella iba a dejar su casa, una parte de su familia ¿cómo no querer mirarlos una última vez? En lo que a mí respecta, yo miro hacia atrás todo el tiempo”[2].



Estoy plenamente de acuerdo.







* Texto leído en la presentación del libro.

[1] Finkielkraut, Alain “¿Hay un deber de la memoria?” en: Una voz viene de la otra orilla Buenos Aires, Paidós 2002 p. 11.

[2] Wiesel, Elie “Elogio de la memoria” p. 225.