Sobre la CVR y el cristianismo
Gonzalo Gamio Gehri [1]
De todos los desafíos éticos y sociales que ha planteado el importante trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), la propuesta de una auténtica política de reconciliación es uno de los que ha generado mayores resistencias y suspicacias entre los políticos y otras autoridades. Concebida desde el horizonte abierto por el esclarecimiento de la verdad de aquellos años de violencia y tragedia, así como la asignación de responsabilidades a quienes hayan perpetrado (o promovido, o permitido) crímenes contra la vida, el proceso de reconciliación propuesto por la CVR busca la regeneración del tejido social y la reconstrucción de los lazos de confianza y mutua pertenencia a un proyecto común de vida en democracia y justicia. Hace poco más de un mes, en una homilía con motivo del día de Santa Rosa, el Cardenal Juan Luis Cipriani dirigió sus críticas a las conclusiones del recién publicado Informe Final, documento que ha cuestionado su desempeño como obispo de Ayacucho.
Voy a concentrar mi análisis exclusivamente en el concepto de reconciliación esbozado en dicha homilía, porque considero que su discusión es relevante para explicitar el carácter ético - social de la propuesta de la CVR, precisando sus resonancias espirituales para los cristianos comprometidos con una defensa del pluralismo y la ciudadanía democrática. Como católico, quiero que mi Iglesia se constituya en una comunidad comprometida con la búsqueda de la justicia, la solidaridad y el respeto a las diferencias en medio de un mundo multicultural y multiconfesional; este horizonte de problemas y de valores han erigido la obra de teólogos como John C. Murray y Gustavo Gutiérrez, como un genuino testimonio de la lucha por la inclusión social y la vindicación del diálogo entre las creencias y los grupos humanos. Considero que, desde una perspectiva pluralista y secular, el trabajo de la CVR recoge este lenguaje profético, poniéndolo al servicio de la reconciliación nacional y la recuperación de nuestras instituciones. Someto a discusión el discurso de la homilía siendo consciente que en temas sociales como éste la única autoridad que puede ser invocada con propiedad es la solidez de los argumentos.
Desde el púlpito, el Cardenal ha señalado categóricamente que el verdadero proceso de reconciliación es aquel que acontece en el seno del alma individual que se confronta consigo misma y entra en contacto con Dios. Desde este punto de vista, la reconciliación “meramente humana” constituiría un “pálido reflejo” de ese contacto espiritual. La función el Estado, en el contexto de este reencuentro humano, es “otorgarle legalidad” a este fenómeno. La aparente escisión entre las “cosas del mundo” y las “cosas del Espíritu” devolvería las expectativas de reconciliación comunitaria – aquí el trabajo de la CVR – al lugar que le correspondería según esta posición: se trataría de un esfuerzo precario, de relativa legitimidad y raquíticos alcances, por reconsiderar nuestros lazos mundanos.
No me es posible compartir esa interpretación. El mensaje del Evangelio destaca claramente el hecho que la “reconciliación humana” constituye un signo de la “reconciliación espiritual”, al punto que la anticipa y concretiza. No se trata simplemente de vanas preocupaciones por nuestra efímera existencia social. “ Si vas, pues, a presentar una ofrenda al altar”, dice el propio Jesús, “y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5: 23 - 24). Ninguna forma de reconciliación espiritual puede darle la espalda a la exigencia de generar formas encarnadas de justicia y vínculos comunitarios con el prójimo, especialmente con quien padece exclusión o violencia. La construcción del “Reino de Dios” - no en vano se trata de una expresión que alude a la formación de una comunidad – implica entonces el compromiso radical e incondicional con la “reconciliación humana”.
La Iglesia Católica lo ha reconocido así en repetidas oportunidades a partir de múltiples documentos; como la intensa exhortación de Juan Pablo II “Reconciliatio et paenitentia” y el estudio de la Comisión Teológica Internacional “Memoria y reconciliación”. En nuestro medio, la Conferencia Episcopal nos lo ha recordado en sus recientes pronunciamientos acerca del importante papel de la CVR en la reconstrucción de nuestra comunidad ética y política. Esta preocupación a la vez social y espiritual por la dimensión humana de la justicia continúa una línea de reflexión que nos remite al Evangelio, y a la obra de San Agustín, Tomás Moro, Bartolomé de las Casas y Juan XXIII. Sin embargo, un sector de la Iglesia ha manifestado que las investigaciones de la CVR sólo han contribuido a “reabrir viejas heridas”. Al argumentar de ese modo parecen soslayar la decisiva importancia de la recuperación de la memoria para el mundo católico, no sólo en su dimensión ética, sino también en el aspecto sacramental. En cada misa se recuerda – se re-vive – el sacrificio de una víctima inocente. Una de las claves de la espiritualidad cristiana consiste precisamente en rememorar el sufrimiento injusto de Jesús de Nazareth, así como el imperativo moral de ver Su rostro en cada víctima de la violencia y de la indiferencia de nuestros semejantes. Constituye una profunda incoherencia recuperar aquel mensaje y al mismo tiempo, pretender acallar las voces de quienes en estas circunstancias aspiran a la verdad y al cumplimiento de la justicia.
Gonzalo Gamio Gehri [1]
De todos los desafíos éticos y sociales que ha planteado el importante trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), la propuesta de una auténtica política de reconciliación es uno de los que ha generado mayores resistencias y suspicacias entre los políticos y otras autoridades. Concebida desde el horizonte abierto por el esclarecimiento de la verdad de aquellos años de violencia y tragedia, así como la asignación de responsabilidades a quienes hayan perpetrado (o promovido, o permitido) crímenes contra la vida, el proceso de reconciliación propuesto por la CVR busca la regeneración del tejido social y la reconstrucción de los lazos de confianza y mutua pertenencia a un proyecto común de vida en democracia y justicia. Hace poco más de un mes, en una homilía con motivo del día de Santa Rosa, el Cardenal Juan Luis Cipriani dirigió sus críticas a las conclusiones del recién publicado Informe Final, documento que ha cuestionado su desempeño como obispo de Ayacucho.
Voy a concentrar mi análisis exclusivamente en el concepto de reconciliación esbozado en dicha homilía, porque considero que su discusión es relevante para explicitar el carácter ético - social de la propuesta de la CVR, precisando sus resonancias espirituales para los cristianos comprometidos con una defensa del pluralismo y la ciudadanía democrática. Como católico, quiero que mi Iglesia se constituya en una comunidad comprometida con la búsqueda de la justicia, la solidaridad y el respeto a las diferencias en medio de un mundo multicultural y multiconfesional; este horizonte de problemas y de valores han erigido la obra de teólogos como John C. Murray y Gustavo Gutiérrez, como un genuino testimonio de la lucha por la inclusión social y la vindicación del diálogo entre las creencias y los grupos humanos. Considero que, desde una perspectiva pluralista y secular, el trabajo de la CVR recoge este lenguaje profético, poniéndolo al servicio de la reconciliación nacional y la recuperación de nuestras instituciones. Someto a discusión el discurso de la homilía siendo consciente que en temas sociales como éste la única autoridad que puede ser invocada con propiedad es la solidez de los argumentos.
Desde el púlpito, el Cardenal ha señalado categóricamente que el verdadero proceso de reconciliación es aquel que acontece en el seno del alma individual que se confronta consigo misma y entra en contacto con Dios. Desde este punto de vista, la reconciliación “meramente humana” constituiría un “pálido reflejo” de ese contacto espiritual. La función el Estado, en el contexto de este reencuentro humano, es “otorgarle legalidad” a este fenómeno. La aparente escisión entre las “cosas del mundo” y las “cosas del Espíritu” devolvería las expectativas de reconciliación comunitaria – aquí el trabajo de la CVR – al lugar que le correspondería según esta posición: se trataría de un esfuerzo precario, de relativa legitimidad y raquíticos alcances, por reconsiderar nuestros lazos mundanos.
No me es posible compartir esa interpretación. El mensaje del Evangelio destaca claramente el hecho que la “reconciliación humana” constituye un signo de la “reconciliación espiritual”, al punto que la anticipa y concretiza. No se trata simplemente de vanas preocupaciones por nuestra efímera existencia social. “ Si vas, pues, a presentar una ofrenda al altar”, dice el propio Jesús, “y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5: 23 - 24). Ninguna forma de reconciliación espiritual puede darle la espalda a la exigencia de generar formas encarnadas de justicia y vínculos comunitarios con el prójimo, especialmente con quien padece exclusión o violencia. La construcción del “Reino de Dios” - no en vano se trata de una expresión que alude a la formación de una comunidad – implica entonces el compromiso radical e incondicional con la “reconciliación humana”.
La Iglesia Católica lo ha reconocido así en repetidas oportunidades a partir de múltiples documentos; como la intensa exhortación de Juan Pablo II “Reconciliatio et paenitentia” y el estudio de la Comisión Teológica Internacional “Memoria y reconciliación”. En nuestro medio, la Conferencia Episcopal nos lo ha recordado en sus recientes pronunciamientos acerca del importante papel de la CVR en la reconstrucción de nuestra comunidad ética y política. Esta preocupación a la vez social y espiritual por la dimensión humana de la justicia continúa una línea de reflexión que nos remite al Evangelio, y a la obra de San Agustín, Tomás Moro, Bartolomé de las Casas y Juan XXIII. Sin embargo, un sector de la Iglesia ha manifestado que las investigaciones de la CVR sólo han contribuido a “reabrir viejas heridas”. Al argumentar de ese modo parecen soslayar la decisiva importancia de la recuperación de la memoria para el mundo católico, no sólo en su dimensión ética, sino también en el aspecto sacramental. En cada misa se recuerda – se re-vive – el sacrificio de una víctima inocente. Una de las claves de la espiritualidad cristiana consiste precisamente en rememorar el sufrimiento injusto de Jesús de Nazareth, así como el imperativo moral de ver Su rostro en cada víctima de la violencia y de la indiferencia de nuestros semejantes. Constituye una profunda incoherencia recuperar aquel mensaje y al mismo tiempo, pretender acallar las voces de quienes en estas circunstancias aspiran a la verdad y al cumplimiento de la justicia.
Publicado en La República O9 / 2003.
[1] Profesor de humanidades de la PUCP.
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