domingo, 30 de marzo de 2014

CONJURAR EL ODIO: NUEVAS NOTAS SOBRE “MY NAME IS KHAN”







Gonzalo Gamio Gehri


Acabo de volver a ver My name is Khan, un filme que significa mucho para mí por muchas razones diferentes. La película tiene la virtud de presentar de una manera lúcida y conmovedora la situación de violencia y discriminación en los Estados Unidos y otros lugares después de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Rizvan Khan ha perdido a su hijastro – asesinado por ser identificado como un musulmán – y ha hecho la promesa de presentarse ante el Presidente para decirle que no es un terrorista. Su promesa simboliza la lucha de muchos musulmanes honestos, residentes en los Estados Unidos y en otras naciones occidentales, que se niegan a ser estigmatizados como violentos o integristas y que reivindican al Islam como un credo basado en la compasión y la solidaridad.

Khan es un hombre que padece una forma de autismo, pero eso no le impide conducirse sabiamente – con la palabra y con la acción – denunciando el poder destructor del odio y la intolerancia. Muestra claramente que el silencio y la incomprensión dañan severamente las relaciones humanas. El amor que puede entregar – en Georgia con las víctimas de los vientos huracanados, y en diversos lugares – hace la diferencia. La película destaca el hecho según el cual lo humano – la capacidad de amar y de dañar, de pensar, de expresarse y establecer conexiones significativas con los seres vivos – trasciende los orígenes culturales, las filiaciones y los papeles que las personas cumplen en diferentes espacios. Y que es lo humano mismo lo que es preciso buscar cuando se trata de comunicarse con las personas. 

Cultivar lo humano a la vez que celebrar la diversidad. Esa es la idea que plantea la obra. Una fórmula para intentar combatir el odio cultural y religioso. Un alegato en favor de la solidaridad interhumana. No cabe ninguna duda.




sábado, 22 de marzo de 2014

“EL MISMO AMOR, LA MISMA LLUVIA”





Gonzalo Gamio Gehri

Mismo amor, misma lluvia es una obra dirigida por Juan José Campanella y protagonizada por Soledad Villamil,  Eduardo Blanco y Ricardo Darín. Esta película resume veinte años de la historia reciente de Argentina, a la vez que expresa un ángulo fundamental de las relaciones humanas. Esta es la historia de Jorge, un talentoso escritor que vive a duras penas publicando sus cuentos en una revista local. Conoce en una noche de lluvia a Laura, una bella estudiante de arte que trabaja como mesera. La afinidad, las conversaciones, los temas comunes los llevan a enamorarse. Argentina vive los últimos años de una feroz dictadura. Un amigo periodista – Mastronardi - cae en desgracia por haber suscrito una declaración contra la censura; busca trabajo en la publicación, pero ni el secretario de redacción de la revista ni Jorge lo apoyan por miedo a las represalias que puede tomar el gobierno. Mastronardi muere sin el cuidado de sus amigos.

La frustración profesional y personal de Jorge lo lleva a aceptar un puesto en la revista como crítico de arte y cine, pues ya no aceptan publicar sus cuentos cortazarianos, y a romper su relación con Laura. Con el tiempo, siente que su incapacidad para captar lúcidamente los instantes cruciales de la vida – lo que le hubiera permitido ayudar a Mastronardi, no perder a la joven amada y escribir una obra literaria realmente significativa – han condenado su existencia a la más profunda infelicidad y a la insustancialidad más clamorosa. Pasan los años, y se convierte en un escritor corrupto que cobra dinero a los cineastas nacionales por publicar críticas benévolas acerca de sus producciones en la revista. Toma conocimiento de que Laura ha rehecho su vida, y que incluso se ha convertido en una productora teatral. Los esporádicos reencuentros con ella sólo sirven para constatar los tumbos que da la vida de Jorge, así como el debilitamiento de su fe en la existencia y en la gente. Ha dejado de escribir sus cuentos. Ya casi ha perdido la esperanza de volver a verla. La ausencia de las cosas que de veras importan mina su espíritu.

Jorge está convencido de que esta falta de perspicacia y de sensibilidad ha bloqueado seriamente su vida. Luego de años de silencio, Laura le pregunta – visiblemente preocupada -sobre su valoración del amor.  El responde con evidente desaliento y con una profunda  tristeza. Su mirada revela un cierto temblor que viene de dentro.

“Jorge: Qué se yo.. Yo de eso no sé nada.

Laura: ¿Cómo? ¿Y los cuentos maravillosos que escribías?

Jorge: Eran una porquería, Laura, te gustaban solamente a vos.

El amor, el heroísmo, la pasión.. ¿Quién me manda a escribir sobre cosas que no tengo la menor idea…sobre el miedo tendría que escribir yo. Del miedo, cátedra. Por miedo te perdí. Por miedo hago un laburo que odio. Fallé a Mastronardi, a su hijo. (Suspira profundamente). Perdón estoy un poquito.. ¡Lo que digo! yo siempre pensé que lo que tocara se iba a convertir en oro, y no. Todo lo que toco se convierte en mierda.

Laura:  Bueno…no está mal para empezar”.

Con estas amargas palabras, Jorge ha presentado el nudo mismo de su vida. No tiene más que decir. Sin embargo, como en los cuentos de tiempos remotos, la lluvia tiene aun una respuesta para él.

martes, 18 de marzo de 2014

SOBRE LA ÉTICA PÚBLICA






Gonzalo Gamio Gehri


La buena marcha de la “cosa pública” – la célebre res publica de los romanos – no sólo requiere de “condiciones de gobernabilidad” (estabilidad política y económica, viabilidad de los programas de acción, etc.) y eficacia en la gestión: necesita de buenas prácticas y formas de discernimiento cívico que permitan no sólo el logro de resultados sino también el logro de excelencias compatibles con la idea de bien común. Transparencia, vigilancia y rendición de cuentas constituyen elementos fundamentales para explorar la calidad de las actividades y procesos propios de la función pública.

La ética pública es la disciplina que estudia los principios y formas de acción que nos permiten examinar la calidad de la práctica política, tanto en el nivel de la conducción del Estado como en el de la actividad ciudadana en las instituciones del sistema político y en las organizaciones de la sociedad civil. Nuestras autoridades elaboran y ejecutan programas de acción gubernamental y de trabajo parlamentario, participan en los debates legislativos, etc. Los ciudadanos, por su parte, eligen a sus representantes a través del sufragio, y pueden intervenir en la discusión pública sobre la pertinencia o la corrección de determinadas leyes o instituciones; ellos pueden, asimismo, incorporar en la agenda política asuntos de interés colectivo, y organizarse para vigilar la conducta pública de las autoridades políticas. Estas actividades pueden llevarse a cabo bien o mal, justa o injustamente, de una forma abierta a la crítica o de manera arbitraria. El análisis y la precisión de estas distinciones de valor resultan fundamentales para orientar significativamente la práctica política. La ética pública se ocupa del discernimiento racional de estas formas actuales y potenciales de acción que tienen impacto o influencia en el curso de la vida común.

Una práctica crucial para la dirección de lo político es la deliberación. Se trata de la evaluación crítica de los principios, las motivaciones, los propósitos que entrañan un modo de actuar, así como la ponderación de consecuencias con el objetivo de elegir un curso de acción en lugar de otros posibles. Es un tipo de actividad que concierne a la vida ética en general, y que es relevante en el espacio privado como en el público. En lo referente a la política, involucra por igual al funcionario público y al ciudadano. Tomar una decisión  y actuar en tal sentido, aprobar un tipo de política institucional, crear o derogar una norma, constituyen elecciones que requieren alguna forma de deliberación. Es de esperar que nuestras sociedades ofrezcan procesos educativos conducentes a la adquisición de capacidades de juicio y de carácter propias de agentes políticos perspicaces, justos y comprometidos con su entorno comunitario. La antigua tragedia ateniense es considerada una de las más célebres fuentes de formación del discernimiento ciudadano. Ella promovía la reflexión crítica acerca de conflictos ético – políticos de difícil solución.

Uno de los fines específicos de la deliberación política consiste en saber reconocer los bienes y los males que se ponen en juego en la escena pública. No siempre es fácil lograrlo, pues con frecuencia la promesa de eficacia y el anhelo de resultados “provechosos” encubren malas prácticas y alientan la lesión de libertades y derechos importantes. La condescendencia frente a la corrupción, a pesar de sus efectos destructivos sobre la sociedad, constituye un ejemplo de lo que señalo.  Esta actitud revela el hecho que, para mucha gente, la corrupción en el espacio público (y también en el ámbito privado) es concebida como un hecho “inevitable” de la vida social, y es tolerado en la medida en que se la acompañe con una gestión eficaz en el quehacer propio del espacio estatal (así como en la empresa y en otros escenarios). Esta opinión lamentable se ve robustecida por el sentimiento extendido de que los delitos de corrupción suelen permanecer impunes, y que los funcionarios corruptos suelen preservar sus cargos o incluso consiguen ser reelegidos como autoridades.

La corrupción prospera en tanto el ciudadano renuncia al ejercicio de sus funciones como actor político y fiscalizador del poder. Sólo si está en condiciones de asociarse y  movilizarse para deliberar y ejercer formas de control sobre lo que se decide y se hace en la esfera pública, el riesgo de corrupción podrá ser menor. El halo de invulnerabilidad que rodea a los corruptos se nutre de la escasa fe de las personas en su capacidad de acción y transformación de los viejos patrones de conducta social y política. La falta de deliberación al interior de la sociedad civil y del sistema político puede contribuir a que los agentes sean permisivos con la corrupción, o que incluso accedan a participar (directamente o no) en sus círculos y aprovechar sus resultados. Sólo si los ciudadanos se comprometen con lo que ocurre en la sociedad y están dispuestos a actuar en coordinación, los males sociales de esta clase podrán ser combatidos y prevenidos. Si no son parte de la solución, son parte del problema.



domingo, 9 de marzo de 2014

W. WORDSWORTH: NOSTALGIA Y ANHELO DE UNIDAD. DOS PERSPECTIVAS







Gonzalo Gamio Gehri

Un par de palabras más sobre William Wordsworth, poeta de la nostalgia, del amor y de la naturaleza. Este post continúa algunas reflexiones sobre este autor desarrolladas con anterioridad, y pretende precisarlas un poco más. Quisiera plantear hoy algunos comentarios sobre un poema suyo de la etapa que los críticos describen como el “Ciclo de Lucy”, que evoca nuevamente motivos míticos de aquella época, pero que inquietan no pocos espíritus que procuran entender (y lidiar con) la retirada del presente. El autor asume momentos en algunos aquí la voz de la naturaleza, y evoca la presencia de la amada - que el poeta llama Lucy -, perdida prematuramente. El contraste entre la voz del mundo y la perspectiva del individuo que padece la pérdida es omnipresente en el texto.

“Ella creció tres años bajo el sol y los chubascos, entonces la naturaleza dijo: ‘Una flor más hermosa nunca ha sido sembrada sobre la tierra;                                                                  
a esa niña yo me llevaré;será para mí, y la convertiré en mi propia dama’.

Una manera muy tierna de hablar de la ausencia de la amada – y del amor mismo -. El poeta pierde a su amada – Wordsworth alude en este y otros poemas a la muerte de Lucy -, y se convierte en parte del infinito, ocupa un lugar de privilegio en el trono del kósmos. Existe más de un lugar común con Novalis. El tono es dulce, pero no trabsmite consuelo. La pérdida es irreparable y el dolor gotea desde lo profundo del alma.

‘Ella será juguetona con el cervato
que con júbilo salvaje atraviesa el pasto,o sube hasta los manantiales de la montaña;y suya será la respiración balsámica
y el silencio y la calma de las cosas insensibles y mudas’.

La ambivalencia de la descripción es notable, y es tan evidente como la desolación del creador. Por un lado la amada participa del paraíso junto a los animales y las fuerzas naturales. Por otro, disfrutará de la tranquilidad de la naturaleza inerte. La visión de la armonía natural permanece - en la perspectiva del autor - como una esperanza, como una secreta ilusión, acaso como una imagen de reencuentro. Luego el poeta recupera su propia voz, que es nuevamente la de la nostalgia y la del dolor frente a la ausencia. Se concentra esta vez en sus propios sentimientos y deja de lado la promesa de unidad con la naturaleza. Es cierto que en otros poemas de este período se relativiza este pesimismo, pero en estos pasajes finales el autor da rienda suelta a la desesperanza. La perspectiva cósmica se contrasta con la del individuo que afronta una circunstancia  de fractura interior.  Sólo el tiempo - el ser - ahí del espíritu - podríá poner de manifiesto si este implacable pesimismo está justificado.

“Así habló la naturaleza, la obra se llevó a cabo. ¡Qué deprisa se acabó la carrera de mi Lucy!Murió, y me dejó a mí este brezal, esta calma, este escenario silencioso;La memoria de lo que fue y nunca volverá a ser”.  

jueves, 6 de marzo de 2014

JEFF KLAIBER





Gonzalo Gamio Gehri

Ha partido Jeffrey Klaiber sj., el notable profesor e historiador jesuita, luego de una operación difícil. Es una gran pérdida para la Iglesia, para sus hermanos, para sus amigos. Para la UARM y para la PUCP, instituciones a las que pertenecía y a las que siempre amó. Echaremos de menos su lucidez, su jovialidad, su integridad como persona, su valoración del vínculo de la amistad. La apertura reflexiva y la esperanza con la que siempre observó la historia de la Iglesia y de la vida civil. Su entrañable amistad con el Perú, país que lo adoptó, y en el que trabajó la mayor parte de su vida, en las aulas y desarrollando labores pastorales.

Jeff y yo habíamos cultivado una buena amistad en virtud de una serie de espacios que compartíamos. Un tiempo participamos del Consejo Universitario de la UARM, y también de la Comisión de Fe y Cultura de la PUCP, que él presidió hasta anteayer. Era un entusiasta del compromiso con los pobres como un elemento central de la tarea pastoral  y veía con alegría los primeros signos del pontificado de Francisco. En los últimos meses, cuando conversábamos, no dejaba de preguntarle sobre el gobierno del papa Bergoglio. Me interesaba mucho conocer sus impresiones desde su condición de historiador de la Iglesia. Jeff asumió en los últimos años, con gran interés y entrega, la tarea de rendir homenaje intelectual e institucional al Concilio Vaticano II, al cual dedicó una parte de sus escritos más recientes. Nunca perdía la sonrisa, veía siempre el lado positivo de las cosas sin perder el sentido crítico, y siempre buscaba rescatar los matices importantes para elaborar un análisis riguroso de la realidad (“sí pero no…”). Qué triste constatar que la gente buena suele irse pronto.

En 2012 viajamos juntos a Roma – en compañía de Soledad Escalante, Juan Carlos Díaz, Bernardo Haour, Jorge Aragón e Isabel Lavado – para participar - representando a la UARM - en la Conferencia sobre Democracia, cultura y catolicismo, organizada por la Universidad de  Loyola y contando con la presencia de universidades jesuitas originarias de Indonesia, Lituania y el Perú. Jeff intervino con una ponencia sobre la situación de la Iglesia en Venezuela, Ecuador y Bolivia. El texto será publicado en un libro compartido con las actas del evento. En su trabajo como historiador, los diagnósticos más severos dejaban siempre un espacio importante para el cambio y la mejora de las estructuras y de las mentalidades. Sin duda, esa dimensión del juicio provenía del examen riguroso de los fenómenos sociales, pero también de una mirada de fe. Ese ejemplo de vida – en la academia como en la esfera pública – constituye una importante lección para nosotros.

Hasta pronto, querido amigo.

lunes, 3 de marzo de 2014

“LOS PERSAS”: ELOGIO DEL SENTIDO DE LA JUSTICIA Y LA ÉTICA DE LA COMPASIÓN







Gonzalo Gamio Gehri



Ahora pensemos un momento en la compasión. El mismo Aristóteles sostiene que se trata de “un cierto pesar ante la presencia de un mal destructivo o que produce sufrimiento a quien no se lo merece y que podríamos esperar sufrirlo nosotros mismos o alguno de los nuestros”[1]. Sentir compasión supone el cultivo de la empatía, una operación intelectual e imaginativa a través de la cual nos ponemos en el lugar de aquel que sufre injustamente, de modo que podamos acercarnos a su dolor y sentir con él. Sin la posibilidad de reconstruir – a nivel de la conjetura – el sufrimiento del inocente y de proyectarnos en él, no estaríamos en condición de actuar en su favor. El vínculo ético (y político) entre la proyección empática, la compasión y el sentido de justicia resulta fundamental para la deliberación, la elección y la acción.

En Los persas, Esquilo parece apelar a la emoción de la compasión en diferentes sentidos. La obra fue escrita después de las victorias griegas de Salamina y Platea, pero, en lugar de elaborar un complejo elogio de los vencedores y su modelo de pólis, el autor elige describir el terrible dolor del pueblo persa ante el sombrío espectáculo de un imperio destruido, de los soberbios gobernantes humillados por la derrota, y, fundamentalmente, la pérdida de tantos miembros de la propia comunidad. Los personajes intentan investigar las raíces de este funesto desenlace. “Pudimos haber sido nosotros los derrotados”, parece decirnos el artista.

Coro
“Lanza un grito de pena en honor de los desgraciados, un grito de dolor, porque todo lo han puesto (los dioses) muy doloroso para los persas - ¡Ay, ay! – al ser mi ejército aniquilado!

Mensajero -¡Oh nombre de Salamina, el más odioso que pueda oírse! ¡Ay, cuántos lamentos me causa el recuerdo de Atenas!”[2].

Por una parte, el texto nos muestra la compasión de los persas por sus compatriotas muertos y por el designio oscuro del dios en torno a su pueblo. Por otra, Esquilo invita a los espectadores de la obra – es decir, a los ciudadanos de Atenas – a reflexionar (a partir del difícil predicamento de los persas) sobre lo que significa perder a sus seres queridos en el campo de batalla, y ver arruinada a su ciudad, en situación de profunda enemistad con los dioses tutelares del reino persa. Se trata de una meditación sobre la desmesura humana, sobre la importancia de deliberar con prudencia (phrónesis), conociendo la correcta proporción en cada uno de los aspectos de la vida, y atendiendo a la complejidad de cada escenario específico.

En este proceso de discernimiento vamos de lo particular – los errores de Jerjes y la debacle de sus fuerzas militares – a lo general – un juicio sobre la justa proporción del fin trazado y los deseos y la centralidad de la prudencia como excelencia -, y viceversa. Pero el artista pide a sus conciudadanos que asuman la posición de los persas, porque habría sido la suya si la voluntad divina y el intelecto humano hubiesen seguido otro rumbo. Pero ponerse en el lugar del persa implica asumir la posición de quien es señalado como el enemigo, como el bárbaro. La obra exige por ello reexaminar los propios prejuicios para poder aprender sobre la experiencia del sufrimiento ajeno. Esta es la base de la sabiduría práctica que esboza Esquilo en aquellas conmovedoras páginas.








[1] Ret. II,8 1385b.
[2] Persas  v. 280 – 6.

sábado, 1 de marzo de 2014

DISCERNIMIENTO, POLÍTICA Y ‘SENTIDO DE REALIDAD’




Gonzalo Gamio Gehri


La deliberación entraña no sólo la conexión entre reglas generales y casos específicos, sino que también implica la ponderación de los sentimientos ante la posibilidad de elaborar un bosquejo fidedigno de la situación, y proponer una reacción adecuada frente a ella. Aquello que la reina de Inglaterra en la obra de Shakespeare percibe como una amenaza latente a través de una intuición se convierte en objeto de un temor planamente justificado. Del mismo modo, Esquilo persigue contribuir a la educación de sus conciudadanos atenienses en el cuidado de la empatía y el sentido de justicia como elementos fundamentales de un discernimiento esclarecedor. A medida que los agentes educan su intelecto y su carácter – a través de procesos pedagógicos que incluyen la enseñanza y la experiencia – su capacidad de prestar atención a las cosas poniendo en juego las emociones en coordinación con la reflexión se irá fortaleciendo y adquiriendo sutileza y profundidad.

Diversas corrientes filosóficas que se ocupan del juicio práctico identifican el razonamiento con la selección eficaz de medios para el logro de los fines que el individuo se propone realizar. Los fines, según estos puntos de vista, no son objeto de escrutinio racional. Aristóteles no compartía esa opinión. Sostenía que era una materia importante de discusión lo que pertenece al fin (prós to telón[1]), aquellos propósitos que el agente concibe como dignos de ser elegidos en virtud de razones que puede exhibir y también contrastar[2].  Esta clase de consideraciones reintroduce en el debate político la cuestión fundamental del bien público, aquello que puede ser incorporado en los asuntos de interés común, el diseño de programas políticos significativos, la pertinencia de la edificación de determinadas leyes e instituciones, y otras materias similares.

Los asuntos específicamente políticos se examinan en el espacio público. Se trata de escenarios compartidos para la discusión y formación de opinión sobre asuntos de interés común. Los lugares propios del sistema político – las instituciones del Estado  (particularmente el Congreso), así como los partidos políticos – y las organizaciones de la sociedad civil (universidades, colegios profesionales, Iglesias, ONGs, sindicatos, etc.) constituyen foros de deliberación de funcionarios públicos y ciudadanos. A través de ellos tomamos decisiones concertadas, forjamos consensos y expresamos disensos en torno a lo que es justo hacer y acerca de cómo vigilar el poder. Sin esta clase de espacios, el tipo de control que requiere la política democrática sería imposible. Reconocer que solemos afrontar conflictos más complejos que los que enfrentan bienes / males, vislumbrar que nuestros juicios involucran una amplia gama de motivaciones, constituyen interpretaciones y descripciones de nuestra situación práctica que revelan exigencias que provienen de la “cosa misma”, lo que tenemos que enfrentar, en resumen, lo real

El discernimiento público requiere ese explícito “sentido de realidad”. Contar con él no significa renunciar sin más a la dimensión transformadora o emancipatoria de la acción política; implica contar con las capacidades e instrumentos que nos permitan saber con qué tenemos que lidiar, más allá de la textura de nuestras convicciones e ideas. Debemos estar dispuestos a reformular críticamente nuestras concepciones a la luz de la realidad que constatamos, sin por ello abandonar la tarea de denunciar y combatir en el espacio común las situaciones que se evidencian injustas. Transformar una realidad injusta consiste modificar estados de cosas a partir de condiciones que podemos distinguir y usar en los contextos de la práctica. Pensar y actuar poniendo en ejercicio principios correctos supone la capacidad de juzgar con perspicacia el tipo de orientación que plantean la reglas postuladas tanto como percibir en qué medida los principios pueden encarnarse en las situaciones que nos toca enfrentar sin cortapisas ni elusiones.








Este es el primer borrador de la parte última de un ensayo sobre Ética pública que estoy escribiendo. Lo publico sin hacer todavía correcciones.

[1] Véase Eth. Nic. 1097b14 y ss. y 1112b y ss.
[2] Esto ha sido lúcidamente discutido en Wiggins, David “La deliberación y la racionalidad práctica” en: Raz, Joseph El razonamiento práctico México FCE 1986 pp. 267-283.