Gonzalo Gamio Gehri
Ahora pensemos un
momento en la compasión. El mismo
Aristóteles sostiene que se trata de “un cierto pesar ante la presencia de un mal destructivo o que produce
sufrimiento a quien no se lo merece y que podríamos esperar sufrirlo nosotros
mismos o alguno de los nuestros”[1].
Sentir compasión supone el cultivo de la empatía,
una operación intelectual e imaginativa a través de la cual nos ponemos en el
lugar de aquel que sufre injustamente, de modo que podamos acercarnos a su dolor y sentir con él. Sin la posibilidad de
reconstruir – a nivel de la conjetura – el sufrimiento del inocente y de
proyectarnos en él, no estaríamos en condición de actuar en su favor. El
vínculo ético (y político) entre la proyección empática, la compasión y el
sentido de justicia resulta fundamental para la deliberación, la elección y la
acción.
En Los persas, Esquilo parece apelar a la
emoción de la compasión en diferentes sentidos. La obra fue escrita después de
las victorias griegas de Salamina y Platea, pero, en lugar de elaborar un
complejo elogio de los vencedores y su modelo de pólis, el autor elige describir el terrible dolor del pueblo persa
ante el sombrío espectáculo de un imperio destruido, de los soberbios
gobernantes humillados por la derrota, y, fundamentalmente, la pérdida de
tantos miembros de la propia comunidad. Los personajes intentan investigar las
raíces de este funesto desenlace. “Pudimos haber sido nosotros los derrotados”,
parece decirnos el artista.
“Coro
“Lanza un grito de pena en honor de los desgraciados, un grito de
dolor, porque todo lo han puesto (los dioses) muy doloroso para los persas -
¡Ay, ay! – al ser mi ejército aniquilado!
Mensajero -¡Oh nombre de Salamina, el más odioso que pueda oírse! ¡Ay,
cuántos lamentos me causa el recuerdo de Atenas!”[2].
Por una parte, el
texto nos muestra la compasión de los persas por sus compatriotas muertos y por
el designio oscuro del dios en torno a su pueblo. Por otra, Esquilo invita a
los espectadores de la obra – es decir, a los ciudadanos de Atenas – a reflexionar
(a partir del difícil predicamento de los persas) sobre lo que significa perder
a sus seres queridos en el campo de batalla, y ver arruinada a su ciudad, en
situación de profunda enemistad con los dioses tutelares del reino persa. Se
trata de una meditación sobre la desmesura humana, sobre la importancia de
deliberar con prudencia (phrónesis),
conociendo la correcta proporción en cada uno de los aspectos de la vida, y
atendiendo a la complejidad de cada escenario específico.
En este proceso de
discernimiento vamos de lo particular – los errores de Jerjes y la debacle de
sus fuerzas militares – a lo general – un juicio sobre la justa proporción del
fin trazado y los deseos y la centralidad de la prudencia como excelencia -, y
viceversa. Pero el artista pide a sus conciudadanos que asuman la posición de
los persas, porque habría sido la suya si la voluntad divina y el intelecto
humano hubiesen seguido otro rumbo. Pero ponerse en el lugar del persa implica
asumir la posición de quien es señalado como el enemigo, como el bárbaro. La
obra exige por ello reexaminar los propios prejuicios para poder aprender sobre
la experiencia del sufrimiento ajeno. Esta es la base de la sabiduría práctica
que esboza Esquilo en aquellas conmovedoras páginas.
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