domingo, 30 de marzo de 2014

CONJURAR EL ODIO: NUEVAS NOTAS SOBRE “MY NAME IS KHAN”







Gonzalo Gamio Gehri


Acabo de volver a ver My name is Khan, un filme que significa mucho para mí por muchas razones diferentes. La película tiene la virtud de presentar de una manera lúcida y conmovedora la situación de violencia y discriminación en los Estados Unidos y otros lugares después de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Rizvan Khan ha perdido a su hijastro – asesinado por ser identificado como un musulmán – y ha hecho la promesa de presentarse ante el Presidente para decirle que no es un terrorista. Su promesa simboliza la lucha de muchos musulmanes honestos, residentes en los Estados Unidos y en otras naciones occidentales, que se niegan a ser estigmatizados como violentos o integristas y que reivindican al Islam como un credo basado en la compasión y la solidaridad.

Khan es un hombre que padece una forma de autismo, pero eso no le impide conducirse sabiamente – con la palabra y con la acción – denunciando el poder destructor del odio y la intolerancia. Muestra claramente que el silencio y la incomprensión dañan severamente las relaciones humanas. El amor que puede entregar – en Georgia con las víctimas de los vientos huracanados, y en diversos lugares – hace la diferencia. La película destaca el hecho según el cual lo humano – la capacidad de amar y de dañar, de pensar, de expresarse y establecer conexiones significativas con los seres vivos – trasciende los orígenes culturales, las filiaciones y los papeles que las personas cumplen en diferentes espacios. Y que es lo humano mismo lo que es preciso buscar cuando se trata de comunicarse con las personas. 

Cultivar lo humano a la vez que celebrar la diversidad. Esa es la idea que plantea la obra. Una fórmula para intentar combatir el odio cultural y religioso. Un alegato en favor de la solidaridad interhumana. No cabe ninguna duda.




No hay comentarios: