Gonzalo Gamio Gehri
El miedo y la compasión tienen un lugar de privilegio en la trama de Las Suplicantes. Como en el bosquejo aristotélico de la tragedia, ambas pasiones invitan a los personajes al desarrollo de la katharsis, que aquí toma la forma del discernimiento práctico acerca de la medida correcta a partir de la evaluación de los contextos vitales que les toca afrontar. Etra comunica a su hijo la conmoción que generan en ella los lamentos de las madres de Argos, que claman que no experimentarán la paz hasta tener ante sí los cuerpos de sus hijos. Ella se sitúa por un momento en la posición de esas mujeres, imagina su pérdida, su desesperación, la incertidumbre acerca de si podrán reencontrarse con los suyos en el Hades. Se imagina por un momento rogando por la devolución del cuerpo de Teseo ante la presencia del indolente Creonte. Está convencida de que los argivos han recibido su castigo ya, y que lo que toca – de acuerdo con las exigencias de la justicia - es que se les permita a sus seres queridos despedirlos como se debe.
“La ciudad sufre (…) a causa de tu decisión. En efecto, nuestros altares públicos y privados, todos ellos, están infectados por el pasto obtenido por aves y perros del desgraciado hijo de Edipo que yace muerto. Y, por ello, los dioses no aceptan ya de nosotros súplicas en los sacrificios, ni fuego consumiendo muslos de víctimas, y los pájaros no hacen resonar ya sus cantos favorables por haber devorado grasa de sangre de un cadáver”[2].
* Este post constituye una primera versión - esto es, el borrador - de unos breves pasajes de un ensayo mayor, titulado“Discernimiento práctico y sentido de justicia. Una lectura ético-política de Las Suplicantes de Eurípides”, publicado en: Cañón, Camino y Alicia Villar Ética Pensada y compartida (Libro homenaje a Augusto Hortal Madrid, UPCO 2009 pp. 227 -245.
[1] Eurípides, Las Suplicantes, 593.
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