martes, 19 de octubre de 2010

EURÍPIDES: DELIBERACIÓN, TEMOR Y COMPASIÓN (EN TORNO A"LAS SUPLICANTES") *


Gonzalo Gamio Gehri


El miedo y la compasión tienen un lugar de privilegio en la trama de Las Suplicantes. Como en el bosquejo aristotélico de la tragedia, ambas pasiones invitan a los personajes al desarrollo de la katharsis, que aquí toma la forma del discernimiento práctico acerca de la medida correcta a partir de la evaluación de los contextos vitales que les toca afrontar. Etra comunica a su hijo la conmoción que generan en ella los lamentos de las madres de Argos, que claman que no experimentarán la paz hasta tener ante sí los cuerpos de sus hijos. Ella se sitúa por un momento en la posición de esas mujeres, imagina su pérdida, su desesperación, la incertidumbre acerca de si podrán reencontrarse con los suyos en el Hades. Se imagina por un momento rogando por la devolución del cuerpo de Teseo ante la presencia del indolente Creonte. Está convencida de que los argivos han recibido su castigo ya, y que lo que toca – de acuerdo con las exigencias de la justicia - es que se les permita a sus seres queridos despedirlos como se debe.

A Teseo es el temor lo que lo mueve a meditar sus acciones y evitar cualquier movimiento precipitado y fatal. Sabe que las guerras que se han desatado en Tebas, así como el auge y la caída de los gobernantes, están asociados con la comisión de la hybris y con la violencia injustificada. Está convencido de que Adrasto debe la ruina de sus ejércitos a su desafortunada idea de casar a sus hijas con Tideo y Polinices – como consecuencia de una errónea interpretación del mensaje délfico -, y luego por tomar la irreflexiva decisión de emprender el viaje a Tebas sin consultar con el oráculo. Teseo no quiere contaminar su campaña con la mala fortuna que las impías acciones de Adrasto han propiciado contra su propio pueblo. Es por ello que decide comandar en solitario a las fuerzas de Atenas. “Yo sólo, con mi propio destino, conduciré el ejército”, sostiene el héroe, “A nueva guerra, nuevo conductor”[1]. Esta lucha no está concebida estrictamente como una forma de reparar el daño producido en batalla contra los dánaos – esa será la motivación de la posterior expedición de los Epígonos -; se trata de honrar las leyes divinas y no dejar los cuerpos insepultos.

De acuerdo con las antiguas tradiciones helénicas, resultaba claro que el edicto de Creonte constituía un acto de crueldad innecesaria, una humillación para los parientes y los compatriotas de los muertos, pero también una ofensa contra los dioses subterráneos, que cuidan de los muertos y de los honores que les son debidos. Supone una clara trasgresión de lo que los mortales pueden hacer con sus semejantes sin desafiar las exigencias de la justicia, concebida como la observancia al orden natural de las cosas que los mortales deben observar. Dejar los cadáveres expuestos implica además convertir a la propia comunidad en un lugar vulnerable a la contaminación – física y espiritual – producida por dicha exposición y la propagación de los restos humanos a través de los animales carroñeros. En uno de los pasajes de Antígona, Tiresias revela a Creonte las terribles consecuencias de su decisión:

“La ciudad sufre (…) a causa de tu decisión. En efecto, nuestros altares públicos y privados, todos ellos, están infectados por el pasto obtenido por aves y perros del desgraciado hijo de Edipo que yace muerto. Y, por ello, los dioses no aceptan ya de nosotros súplicas en los sacrificios, ni fuego consumiendo muslos de víctimas, y los pájaros no hacen resonar ya sus cantos favorables por haber devorado grasa de sangre de un cadáver”[2].




* Este post constituye una primera versión - esto es, el borrador - de unos breves pasajes de un ensayo mayor, titulado“Discernimiento práctico y sentido de justicia. Una lectura ético-política de Las Suplicantes de Eurípides”, publicado en: Cañón, Camino y Alicia Villar Ética Pensada y compartida (Libro homenaje a Augusto Hortal Madrid, UPCO 2009 pp. 227 -245.

[1] Eurípides, Las Suplicantes, 593.

[2] Sófocles, Antígona 1015 – 23.


Fuente de la imagen aquí.

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