martes, 16 de septiembre de 2008

RELIGIÓN Y ACTITUD ESCÉPTICA


Gonzalo Gamio Gehri


Quisiera plantear brevemente una cuestión polémica sobre la religión. El potencial crítico y desenmascarador es un rasgo de la experiencia religiosa que el pensamiento moderno y en general la crítica de la religión ha ignorado una y otra vez. No obstante, se trata de una perspectiva que se plantea expresamente en textos como el Libro de Job y el Eclesiastés. La creencia religiosa genera poderosas redes de confianza y nexos comunitarios de primera importancia, pero también es una fuente de un sutil y poderoso “escepticismo” (de inspiración genuinamente ética y espiritual) frente a las “certezas” inmediatas y frente al vano sentido de autosuficiencia de las capacidades humanas. Esta es una faceta de la religión que el conservadurismo ha soslayado sistemáticamente. No se trata de un escepticismo frente a la verdad, sino un escepticismo vital frente a las aparentes verdades - 'meramente humanas' - con las que el hombre quiere erigirse a sí mismo como supremo y único señor del Universo, desconociendo su carácter finito y frágil. La razón científica, la producción o el control instrumental sobre el entorno son potencias humanas que el hombre ha llegado a idolatrar sin reservas. Eliminado cualquier forma de misterio o de precariedad, queda eliminada la posibilidad de considerar alguna Fuerza Superior al hombre. Eliminando el reconocimiento de los otros agentes concretos en términos de Tú, queda eliminada la capacidad efectiva del recogimiento, la apertura amorosa a un Supremo Tú.


Frente a esa divinización de las facultades finitas del hombre, pensadores religiosos de la categoría de San Ignacio de Loyola señalan la extraordinaria intensidad y “negatividad” (en el sentido mencionado del “desmontaje” de las “falsas seguridades” propias de la autosuficiencia humana) de la experiencia originaria de Dios, el Principio y Fundamento[1]. En ella, el hombre se evidencia como una criatura sostenida por el Otro, como un ser llamado gratuitamente a la vida. A la luz de esta experiencia, las “razones” para la autosuficiencia o la hipertrofia del “yo” se hacen añicos - presentes en las formas más extremas de individualismo -, lo finito se entiende y se percibe existencialmente inmerso en lo infinito. Desde esa experiencia las temidas dicotomías humanas: honor / oprobio, salud / enfermedad, vida / muerte, etc., son vistas con una espiritual indiferencia. Se trata de una dimensión crítica de la religión que ha sido descuidada (particularmente por quienes se consideran "religiosos", en sentido tradicionalista).


[1] Ignacio de Loyola, EE 23.

1 comentario:

LuchinG dijo...

Antes de empezar,les recuerdo que no soy creyente, no soy ateo, no soy agnóstico. Según los patas del blog La Razón Atea, soy "Indiferente".

- Me enteré del libro de Job no en mis clases de catecismo en primaria, no en las machaconas "discusiones" en secundaria en las que a uno le exigían que acepte que ese libro era la palabra de "Dios". Me enteré del libro de Job en Selecciones. Y, efectivamente, me gustan los argumentos que usa para cuestionar la soberbia humana y las certezas que, por ejemplo, Dawkins le atribuye falsamente a la ciencia, pero de ahí a decir que esto es algo propio de las religiones... no me canso de decir que no soy un experto, pero lo dudo mucho.

Lo contrario, más bien, sí me parece lo más común en las religiones: compensar el sentimiento de desamparo de los hombres con uno de absoluta certeza: un "Dios" tiene un ojo clavado sobre nosotros; claro, dioses con muchos estilos, con grandes diferencias en su grado de elaboraciòn, pero todos antropomorfos y por lo tanto falsos. En mi opinión, para pensar uno ha dado con una verdad absoluta en las ciencias se requiere el mismo grado de soberbia que hay en creer que los seres humanos estamos sentados en las faldas de un "Dios".