viernes, 6 de junio de 2008

UTOPÍAS


LA ENERGÍA CRÍTICA DEL LIBERALISMO POLÍTICO FRENTE A LA NOSTALGIA PALEOCONSERVADORA


Gonzalo Gamio Gehri


El concepto de utopía es una de las nociones más controversiales de la teoría política. Literalmente significa “ningún lugar” o “sin lugar” y se supone que se trata de un neologismo de Tomás Moro, quien en su célebre Utopía (1516) describe una comunidad política sin conflictos, en la que sus miembros comparten las tareas productivas y se entregan al cultivo del conocimiento y de la creación artística. Algunos comentaristas han acusado la influencia de La República de Platón en la trama general de la obra. No obstante, el término “utopía” también ha sido utilizado para descalificar al adversario en las contiendas dialécticas de la filosofía práctica. Se lo usa para caricaturizar los modelos políticos que promueven instituciones y prácticas inviables en la práctica, ensoñaciones de mentes inspiradas e ilusas. Tal acusación suele provenir de las canteras del llamado “realismo político”, un pensamiento que presume estar afincado en las instituciones, prácticas y estrategias “realmente vigentes” en el mundo político ordinario.

Podríamos considerar – en principio, el tema merece un tratamiento más exhaustivo – cuatro sentidos de la expresión utopía, tanto en la tradición filosófico-política como en el habla corriente:

1) Una forma de vida, personal o comunitaria, que representa el cumplimiento de los fines últimos de la condición humana, planteado como objeto del pensar y actuar del filósofo que intenta encarnar lo bueno y mejor en el mundo (Platón).

2) El ideal de una vida superior cuya concreción empírica es bosquejada como una tarea infinita de la razón, susceptible de revisión y crítica permanentes (Kant, Husserl).

3) La imagen de un ‘mundo perfecto’ que exige ser construido por la razón o por la fuerza. Una imagen moral que impone condiciones a los hombres, aún al precio de su destrucción (la crítica de Hegel a la Revolución francesa en la Fenomenología del espíritu).

4) Una concepción moral y política inviable o meramente ficticia (uso ordinario – y no examinado – de la expresión).

En nuestro medio suele recurrirse al cuarto sentido, el menos riguroso, de utopía. Ya sabemos que en nuestros círculos políticos - incluida la blogósfera - el trabajo del concepto es rara avis (1). A veces se ha sindicado al liberalismo político – con su universalismo moral y la defensa de los Derechos Humanos – como un sistema de pensamiento "utópico" en la dirección del uso prefilosófico del término. Quisiera discutir esta importante cuestión aquí. Se considera erróneamente que la objeción consistente en poner de manifiesto el escaso cumplimiento de esta agenda humanista – incluso entre quienes se autodenominan “liberales” – basta para invalidar esta agenda. Esta observación no toma en cuenta la sutil distinción existente entre consideraciones factuales y consideraciones normativas, ni toma en cuenta la energía crítica del liberalismo, su potencial emancipatorio.

Estoy convencido que el liberalismo es “utópico” en el segundo sentido - positivo, acaso en una línea menos kantiana y más fenomenológica -, y su trabajo en esa dirección ya va rindiendo frutos. Hace dos siglos se pensaba que la abolición de la esclavitud como institución, la erradicación de las guerras religiosas y la secularización de la esfera pública en occidente eran sueños de mentes alucinadas. Hoy por hoy – con todas sus limitaciones – son una realidad, forman parte de nuestra cultura moral, son conquistas sociales irrenunciables. Ciertamente, el liberalismo político constituye un proyecto incompleto (eso está bastante claro para quienes suscribimos un 'liberalismo de izquierda' en clave narrativa-hermenéutica), pero cuenta con estos desarrollos de la modernidad como base. La misma hipótesis del contrato - que bosqueja un escenario en el que el consentimiento reflexivo de los individuos es lo que estrictamente le confiere legitimidad al orden público y al poder constituido - constituye una imagen moral y política profundamente antiautoritaria y antijerárquica. La mayoría de nosotros no estaría dispuesto a renunciar a los valores de la libertad individual, del pluralismo o de la justicia procedimental en nombre de una vuelta al Estado confesional, por ejemplo. El sistema de libertades y derechos forma parte de nuestro ethos. Esto no implica, ciertamente, que el liberalismo constituya el sistema "final de la historia", o el mejor mundo que es posible imaginar - esta caricatura metafísica sólo existe en la mente de los críticos más obtusos o frívolos -. El liberalismo constituye una forma de vida política dinámica, inspirada en argumentos y conquistas sociales a los que no estamos dispuestos a renunciar en nombre de los modelos alternativos realmente existentes o ensayados en el pasado (el fascismo, el monarquismo absolutista). El liberalismo es una narrativa moral y política postmetafísica que aspira a la plausibilidad y a la consistencia, en una mejor situación que sus "alternativas"(2).

Con frecuencia, esta perspectiva ha recibido críticas de parte del paleoconservadurismo. Los paleoconservadores consideran que con la pérdida del ‘mundo encantado’ las relaciones humanas y las instituciones han perdido su sentido trascendente, su conexión con lo divino y lo eterno: describen la modernidad como un "penoso paréntesis" en la historia del espíritu humano. Incluso la democracia y la ciencia le parecen producto de ese presunto "extravío"; en contraste, anhelan un "gobierno fuerte" y suelen rendirle cualto a una concepción de la tradición y la religión particularmente reacia a la crítica. A veces, el paleoconservadurismo ha asumido la tarea de “retomar el camino de las esencias”. En otros casos, ha pretendido emprender una extravagante y frívola defensa de la restauración del Antiguo Régimen. En nuestro medio, Eduardo Hernando ha seguido la primera senda (el "esencialismo"), correspondiente a los planteamientos de Strauss y Schmitt. Aunque estoy en total desacuerdo respecto de sus puntos de vista teóricos y de las consecuencias políticas de sus ideas metafísicas - dudo seriamente de su plausibilidad conceptual y de la consistencia formal de la construcción argumental de su postura -, respeto su disposición al diálogo y su honestidad intelectual. Hemos debatido varias veces en un clima de tolerancia y respeto. Hernando no se vale - como otros antiliberales - del engañoso recurso a la diversidad con el objetivo de disolverla para siempre en un orden tradicional represivo. No cubre su antihumanismo con un delgado velo de postmodernidad que camufle al pensamiento reaccionario; ahora abundan los falsos "postmodernos" que realmente buscan imponer un "gran relato" premoderno contrario a los Derechos Humanos y a las libertades más elementales, un metarrelato que avala dictaduras nefastas y crímenes de lesa humanidad. En contraste, este autor reaccionario declara abiertamente su retorno a la metafísica y a las antíguas jerarquías. Su posición conduce a un modelo totalitario y excluyente de sociedad (en el registro de la "utopía número tres") que encuentro teóricamente incoherente y erróneo, además de éticamente inaceptable; sin embargo, hay que reconocer que pone todas las cartas (teóricas) sobre la mesa.

Considero importante discutir con el paleoconservadurismo (particularmente en su línea straussiana) y refutarlo. En el Perú, en donde la tentación autoritaria sigue siendo una amenaza, defender la democracia liberal y el pluralismo implica la crítica radical de la perspectiva de estos predicadores del tutelaje y la monocultura. No importa cuán falsas y arcaicas nos parece que sean estas ideas - y lo son -; la crítica intelectual y política del paleoconservadurismo constituye un deber moral para los demócratas peruanos. Por desgracia, la mayoría de los paleoconservadores no suelen estar dispuestos a la discusión racional; se refugian en la segunda senda -distinta de la anterior -, la del restaurador monárquico (una especie de "lefebvrismo político"). Esta perspectiva carece de la seriedad del "esencialista" straussiano, aunque derroche vivacidad retórica y un colorido patetismo. Algunos jóvenes paleoconservadores "restauradores" acusan a la argumentación liberal de no ser "realmente filosófica" (a pesar de tener poca claridad acerca de qué va la filosofía). Suelen acusar al liberal de “utopismo” y denunciar el trabajo de la argumentación democrática como un “malabarismo verbal”, cuando de lo que se trata en su opinión es de inclinarse simplemente ante la verdad. Lo gracioso del caso es que los utopistas son ellos. Describen la cultura de los Derechos Humanos como un mero "discurso utópico”, pero uno se pregunta si ellos realmente consideran “realista” la "espiritualidad política" que defienden, la del bizarro retorno de la monarquía, los mohines y disfuerzos de la sensibilidad rococó. Pintoresca posición la suya (a ninguno de ellos se le ha acurrido "justificar" su obsesión por el estrafalario regreso del mundillo tradicional de los prícipes y de los marqueses ¿Será que su patológica afición a la pompa eclipsó el trabajo de ofrecer razones?). Se ven en serios aprietos cuando quieren combinar la solemnidad de Trento - pues recusan in pectore el Concilio Vaticano II - con el pathos festivo de Versalles. Pero claro, cuando optan por la “realidad”, terminan defendiendo dictaduras feroces (Franco, Pinochet, Fujimori). Si el esencialismo merece la pena como objeto de crítica y debate, la versión restauradora sólo produce curiosidad por su extravagancia e insustancialidad conceptual. En un país tan profundamente desigual e injusto como el nuestro, el henchido elogio de la rancia aristocracia constituye una broma de mal gusto.
El liberalismo se nutre de "energía utópica" en el segundo sentido - el crítico / normativo - y busca proteger a los agentes y las instituciones de la siniestra patología moral implícita en el tercer sentido de utopía ya citado (el del fundamentalismo político, ya sea revolucionario o integrista - allí habría que incluir a aquellos que ejercen el compromiso antiliberal de imponer el liberalismo por la fuerza, recurriendo a la guerra -). Incluso nos previene de la ilusión consistente en imponer una única visión del Bien secular o religiosa (una versión modificada del primer sentido) que reprima los poderes de la razón práctica. Se trata de preservar, a partir del trabajo de la deliberación y del arreglo político, la dignidad y las libertades de los individuos en el marco de una sociedad pluralista.
(1) Algunos poco esclarecidos individuos agregan a la acusación de "utopismo" el uso de adjetivos ofensivos, sumando a la más completa ignorancia, y a una redacción patibularia, el insulto.
(2) Esta perspectiva postmetafísica - y no kantiana - ha sido desarrollada de manera convincente por Shklar, Rawls y Rorty.

12 comentarios:

eduardo hernando nieto dijo...

Hola Gonzalo! interesante tu post, de hecho te agradezco tus comentarios y ciertamente me identifico con el esencialismo, sin embargo, no considero que pueda derivar en un modelo de utopia nº 3, el de la realizacion de la utopia que esta mas proximo al sueño marxista o neolinberal. Como decia Strauss, el mejor regimen nunca podra plasmarse en la tierra porque hay una variable que es ajena a nuestra voluntad, el azar!
un abrazo
eduardo

Gonzalo Gamio dijo...

Muchas gracias, Eduardo, por tu comentario. Siempre es un gusto intercambiar ideas y discrepar contigo.

Sí creo que el esencialismo puede tornarse violento. Si una comunidad sostiene que conoce la "naturaleza de las cosas", entonces quienes no siguen esa senda pueden llegar a ser reprimidos en nombre de la "verdad" y el "orden", "corregidos por su bien".

Pensemos en la siguiente postura, criticada por Berlin:

“Puesto que yo conozco el único camino verdadero para solucionar definitivamente los problemas de la sociedad, sé en qué dirección debo guiar la caravana humana; y puesto que usted ignora lo que yo sé, no se le puede permitir que tenga libertad de elección ni aun de un ámbito mínimo, si es que se quiere lograr el objetivo. Usted afirma que cierta política determinada le haría más feliz o más libre o le dará más espacio para respirar; pero yo sé que está usted equivocado, sé lo que necesita usted, lo que necesitan todos los hombres”.

El principio del fundamentalismo. Es el caso del marxismo ortodoxo, pero también de la inquisición española.

Un abrazo,
Gonzalo.

Gonzalo Gamio dijo...

Lo del azar me parece un asunto importante que hay que seguir discutiendo.

LuchinG dijo...

Offtopic: para mí uno de los ingredientes más importantes del catolicismo es la necesidad de generar sentimientos de culpa entre los feligreses. ¿Qué opinas?

Carlos Eduardo Pérez Crespo dijo...

Estimado Gonzalo,

Antes que nada me alegra que mis dos profesores intercambien ideas de manera alturada y caballeresca, como tiene que ser en la filosofía.

Asimismo, te doy las gracias por linkearme este post, he disfrutado su lectura.

Antes de empezar con el tema de la utopía me gustaría preguntar si el tema del "azar" no es contradictorio con la búsqueda del mejor régimen político. Si no depende de uno entonces para qué buscar, ¿cierto?

Sobre la utopía:

En mi modesta opinión el verdadero problema del liberalismo político de izquierda es que sus supuestos asumen de por sí elementos que le son difíciles de sustentar.

Es decir, el problema no es que el liberalismo sea una utopía, sino que sus postulados políticos parten de ideas que no son fuertes en sus cimientos.

Unos ejemplos.

1) El tema de los "derechos naturales". Recuerdo que una vez te pregunté "¿Cómo puede existir el derecho sin la institución que lo garantice?" (pensando en la situación extrema de la guerra y la desaparición del Estado).

En ese sentido, ¿existe el derecho sin un Estado que amenazca con la posibilidad de la muerte y la coacción física a quienes infringen sus normas históricamente construidas?

Sociológicamente, NO.

2) No estoy tan seguro en que el liberalismo no imponga una visión del mundo o una manera "esencial" de las cosas (otra cosa es que no lo haga explícito).

Esto lo digo por el punto anterior. Hace mucho tiempo te mencioné el tema de la violencia. ¿Qué es la violencia para un liberal? ¿El fin de la política? De ser así, entonces ¿qué es una revolución? ¿un golpe de estado? ¿violencia pura? La revolución francesa, que inició principios democráticos, entonces qué sería.

A mí me parece evidente que el liberalismo asume el potencial racional de los individuos (el sólo hecho de suponer que existen individuos, incluso) que tienen que evitar el "dolor", la "violencia", el "sufrimiento".

Si eso no es una visión del mundo entonces no sé qué podría ser.

Sólo he mencionado esos dos puntos que me parecen muy discutibles. Estoy de acuerdo contigo al reprochar a quienes en vez de argumentar sólo se quedan en el puro calificativo.

No obstante, me parece necesario una visión autocrítica del liberalismo político. Más aún en un mundo plagado por la guerra (Irak, África, Palestina, etc).

Quizás eso ayudaría bastante para zafarse de las alusiones utópicas.

Un fuerte abrazo y te comento que la discusión que inicié hace tiempo sobre este tema ha seguido su curso:

http://chicobilly.blogspot.com/2008/01/algunos-comentarios-generales-sobre-un.html

http://chicobilly.blogspot.com/2008/01/la-importancia-del-orden-frente-las.html


Saludos,


Carlos P.


PD: Por supuesto que no se puede olvidar a Berlin, es de referencia obligatoria en estos temas.

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado Carlos:

Gracias por tu mensaje. En el texto he tratado de describir elementos positivos en la noción de utopía. Mi objetivo no es “zafarse de las alusiones utópicas”, sino establecer su lugar en la filosofía práctica.

Dicho de manera resumida:

1) Nunca he postulado “Derechos Naturales” (¿De dónde sacas eso?), ni normas que no tengan encarnación en un sistema legal y político. Revisa mis clases (Hegel y MacIntyre). Para un hegeliano como yo, la eticidad es el ser-ahí de la voluntad libre. Los DDHH en todo caso son parte de un sistema de eticidad. Eso lo he dicho en clase.
2) La violencia es un signo del agotamiento de la política (cuando ésta no la ejerce el Estado para hacer cumplir la ley). Evidentemente, un liberal conmtemporáneo no cree en las revoluciones – salvo en circunstancias muy puntuales -, es más bien un “reformista”.
3) Existe en el liberalismo contemporáneo un abandono del vocabulario de las “esencias” al sustituir el paradigma de la objetividad por el del lenguiaje y el pragmatismo. El esquema ya no es el del sujeto-objeto, sino el del agente inserto en un mundo significativo. No hay “esencias”.

Saludos,
Gonzalo.

Gonzalo Gamio dijo...

P:D:: No te olvides que - en una perspectiva filosófica -una 'concepción del mundo' no es necesariamente una 'visión de esencias'. En este punto el pragmatismo y la hermenéutica ponen los puntos sobre las íes.

Un abrazo,
Gonzalo.

eduardo hernando nieto dijo...

Hola Carlos: Ciertamente se busca el mejor regimen politico no porque se sepa que se va a encontrar sino porque en esa busqueda vamos aspirando a una vida mejor, es decir, que si no hubiese filosofia politica estariamos peor que sin ella, por eso vale la pena la busqueda.
Creo que lo que querias criticar a Gonzalo era que el liberalismo necesita del Estado (Leviathan) para que los derechos individuales sean reales (eficaces , garantizables), cosa que es totalmente cierta
un abrazo
eduardo

Carlos Eduardo Pérez Crespo dijo...

Estimados profesores,

Tengo unas preguntas que me surgieron a raíz de sus posts.

La primera es para Gonzalo y la relaciono a la intervención de Eduardo. Si el liberalismo político es "reformista" se supone que el mejor régimen que tenemos es el que existe ahora, por lo tanto: ¿dónde queda la búsqueda del mejor régimen político? ¿nos tenemos que conformar con este y hacer sus "ajustes? ¿no hay posibilidad de cambiar de forma de estado y gobierno?

Dicho de otra forma: ¿las cosas son así y sólo pueden ser diferentes bajo la consigna liberal? Esto me recuerda a la defensa de la filosofía positiva de Comte como respuesta a los hegelianos de izquierda en el s. XIX (En: "Razón y Revolución" de Marcuse).

Eduardo ciertamente mi crítica iba por donde señalas. Sobre el azar entendí lo de aspirar a una vida mejor, ¿pero no se supone que esta se hace mejor cuando se logra el régimen político deseado? Es decir, mi vida individual puede haber mejorado pero sigo viviendo en el peor de los regímenes políticos. Es un poco contradictorio, aunque entiendo la idea.

Muchos saludos afectuosos para ambos!


Carlos P.

Gonzalo Gamio dijo...

Estimados Eduardo y Carlos:

Gracias por sus mensajes. Evidentemente, una sociedad liberal requiere de un Estado sólido que garantice derechos y liberatades. Nunca he dicho nada distinto a ello - nunca he postulado "derechos naturales" -eso lo pueden ver en mi texto "La justificación postliberalde los DDHH" y "Liberalismo y la sabiduría del mal". Miperspectiva es liberal hegeliana.

Que una perspectiva política sea reformista" NO supone que el mejor régimen sea el que existe ahora. Significa que el que existe ahora sirve como punto de partida para ir modificándolo - sustancialmente - hasta convertirlo en el "mejor régimen". De este modo, la búsqueda del "mejor régimen" se convierte en una búsqueda deliberativa, encarnada, que supera los peligros de la "utopía N° 3",implícitos en las propuestas "revolucionarias".

Saludos,
Gonzalo.

Anónimo dijo...

A quienes se refiere con
"los "postmodernos" que realmente buscan imponer un "gran relato" premoderno contrario a los Derechos Humanos y a las libertades más elementales"?
Saludos
Amazilia Alba

Gonzalo Gamio dijo...

Estimada Amazilia:

Me refiero a quienes usan a la "postmodernidad" para realmente asumir un modelo tradicionalista de vida moral y política. Es la corriente "restauradora" que critico aquí.

Saludos,
Gonzalo.