jueves, 21 de abril de 2011

MVLL Y LOS LIBERALES (JUAN DE LA PUENTE)








Juan de la Puente








Mario Vargas Llosa ha deconstruido el dilema electoral del sida vs. el cáncer que acuñó para simbolizar el centro político que naufragó el 10 de abril. Lo hace quizás porque siempre fue una figura que asumía la idea del mal irreversible que un libertario como él rechaza, un falso dilema que paraliza la acción política. Lo ha reemplazado por otro dilema, resoluble, ético y terrenal, entre un mal absoluto, la dictadura, y un mal relativo, el cambio plagado de sospechas y tentaciones, incluida la deriva autoritaria.



MVLL pone en apuros, por segunda vez en 20 años, a aquella elite política y empresarial que navegó la década democrática con la bandera liberal. Con ella les fue muy fácil apoyar a Toledo contra García el 2001 y a García contra Humala el 2006. Sin embargo, en estas elecciones, con opciones ideológicas más nítidas, estaban usando el mismo emblema para decantarse contra Humala en nombre de la libertad. Vargas Llosa les ha cortado esa ruta.



La referencia de MVLL a Sartre en su intervención en Buenos Aires no es gratuita. En Sartre, el hombre es consciente de su libertad como un valor propio y no concedido. En relación a ello no en vano el francés diferenciaba la angustia del miedo; para él, el miedo es individual y paraliza, en tanto que la angustia es creadora, colectiva y obliga a elegir.



Todo indica que como hace 20 años esas elites abandonarán a Vargas Llosa y a su liberalismo inoportuno, quizás porque son menos liberales de lo que pensaban o porque nunca dejaron de ser, con excepciones, esa derecha peruana conservadora, patrimonialista y generalmente mercantilista, que disfruta de la libertad económica pero desdeña la libertad política o la sacrifica sin contemplaciones.

Como hace 20 años, perderán la oportunidad de generar un movimiento propio emancipado del poder económico, ubicado en la sociedad y no solo en las gerencias. En aquel momento, un pequeño y digno grupo liberal se puso al lado de la libertad y de MVLL mientras la mayoría se enrolaba en el autoritarismo y la antipolítica. Algunos náufragos de esa generación se reliberalizaron, pero el resto continuó su camino.

Ahora, MVLL con su liberalismo ético, el único liberalismo posible, dispara una nueva diáspora. Es triste que, así como no deja de ser extraño que la década democrática no haya producido partidos sino antipartidos, nuestro pujante mercado produzca tan escasos liberales.











Actualización:


Aquí una nota de José Alejandro Godoy sobre los sorpresivos despidos en Canal N y el viraje del grupo El Comercio hacia el fujimorismo.

lunes, 18 de abril de 2011

IGLESIAS Y ESTADO: EN TORNO A LOS CIMIENTOS ÉTICOS DE LA SEPARACIÓN*





Gonzalo Gamio Gehri


La separación entre las instituciones religiosas y el Estado constituye uno de los logros más importantes de la cultura liberal, un principio que ha sido incorporado acertadamente en el ideario político de la democracia. La expresa formulación filosófico-política de esta tesis data del siglo XVII y responde a la trágica experiencia histórica de las guerras de religión en Europa. John Locke sostuvo con claridad que al Estado le correspondía proteger las libertades y derechos de los ciudadanos, pero en ningún caso velar por la corrección religiosa de las personas: si existe Dios, si es una persona o muchas, es un asunto que concierne a la fe del creyente y a su capacidad de reflexión, y que le interesa al individuo mismo o a las organizaciones en las que el individuo ha elegido participar. Nadie puede obligar a los seres humanos a salvar sus almas; se trata de un asunto de conciencia y de libertad personal.

Desde entonces se considera que el Estado debe garantizar la tolerancia religiosa y el derecho de cada cual a creer o no creer en una sociedad libre, abierta a todos los credos, y dispuesta a ofrecer espacios para el diálogo y el debate en torno a la fuente de sentido para la vida (tanto en una clave religiosa como secular). Se pretende erradicar así la persecución por motivos confesionales – tan común en las comunidades premodernas – en las que se suponía que un gobernante responsable debía asegurar la salvación de las almas de sus súbditos. Instituciones lamentables como la Inquisición o funestas medidas como la extirpación de idolatrías fueron desactivadas definitivamente. Con el tiempo, el Estado liberal se concibió a sí mismo “neutral” en materia confesional – o mejor, comprometido con el pluralismo ético y el respeto de la diversidad religiosa -, de modo que no se pronuncia a favor o en contra de creencia alguna, siempre y cuando ésta opere en el marco del respeto a la ley. En esta perspectiva, en una sociedad democrática y liberal no existe una “religión oficial”. Declarar una adhesión, simpatía particular o relación especial con algún credo implicaría ejercer una inaceptable discriminación entre los ciudadanos, que deben ser tratados sin excepciones como individuos libres e iguales.

La separación Iglesias / Estado pretende combatir la politización de la fe tanto como la sacralización de la política, así como sus perniciosos efectos sobre la esfera pública. Constituye una expresión de respeto a la exclusiva potestad de las personas de discernir, discutir y elegir sus creencias y planes de vida. En ocasiones, sectores religiosos conservadores han sugerido que medidas como éstas contribuyen a minar el ‘sentido de trascendencia’ entre las personas y a promover una suerte de “retirada espiritual”. Deslizan la idea de que esta clase de posiciones tiene a minimizar el lugar de la religión en la vida de la gente. Todo lo contrario. La separación liberal reconoce el gran valor que tiene la religión para muchas personas; por lo mismo, plantea que los ciudadanos deben contar con un espacio de libertad para examinar ese valor, deliberar sobre lo que le asignaría sentido a la vida, y cultivar (si así lo deciden) genuinas prácticas de fe. La coacción estatal sólo dañaría gravemente esa reflexión e impondría arbitrariamente un catálogo único de creencias.

Sostener que el espacio de la fe está fuera del ámbito de influencia del Estado no implica “privatizar la fe”. Resulta fundamental que las personas encuentren lugares en los que se pueda debatir rigurosa y honestamente los puntos de divergencia y encuentro de los diferentes credos, en un clima de tolerancia y apertura dialógica a las razones del otro. Estos escenarios sociales están disponibles en las propias comunidades religiosas y en las instituciones de la sociedad civil. La Universidad, por ejemplo, constituye un espacio relevante para la meditación académica sobre el valor del diálogo interreligioso, la prevención del fanatismo y el rol de las múltiples confesiones en la cimentación de una “ética mundial”, para utilizar la feliz expresión de Hans Küng. Sostener que estos lugares son extra-estatales no equivale a propugnar una suerte de atomización de la fe.

En el Perú, el camino hacia la afirmación de una cultura de separación entre Iglesias y Estado es todavía largo. Por ejemplo, la existencia de un Concordato con la Santa Sede que establece que en los colegios públicos se imparta un curso de catequesis católica es incompatible con lo que venimos señalando. En un Estado realmente laico, tal curso no existe en la escuela pública, porque la formación religiosa es responsabilidad de las familias y las parroquias. O, si existe, se trata de un curso de historia de las religiones (un curso sobre el ‘hecho’ religioso), no una asignatura de carácter apologético. Consolidar la separación en nuestro país – por el bien de la política y por el bien de las religiones – es una tarea democrática que debería tomarse en serio.


* Una versión corregida de este breve texto será publicada en la revista Intercambio.

viernes, 15 de abril de 2011

CHARLES TAYLOR: LAS VARIEDADES DE LA RELIGIÓN HOY / APUNTES DE LECTURA








Gonzalo Gamio Gehri






Taylor, Charles Las variedades de la religión hoy Barcelona, Paidós 2004.





El libro que presentamos constituye una revisión de la obra de William James en materia de filosofía de la religión (particularmente Las variedades de la experiencia religiosa y La voluntad de creer) a la luz del pensamiento crítico contemporáneo. Nuestro autor pretende discutir la vigencia del enfoque de James para la reflexión religiosa. Sugiere que se trata de una obra que ha envejecido poco.


La piedra angular de la religión según James es la experiencia viva, febril, del creyente. No se remite a la vida ordinaria de la comunidad religiosa, pues considera que en la transmisión de la fe se pierde la fuerza de la experiencia original. Concentra su atención en la experiencia individual de contacto con lo que se considera divino. La reflexión filosófica o teológica vienen después (son ‘acto segundo’). Por lo general la espiritualidad del místico es considerada herética, la “ortodoxia” tiende “a ahogar el espíritu religioso”. James pretende distinguir entre el sentimiento religioso y el énfasis en el dogma y la corrección doctrinal.


El objeto de la investigación de James es el “nacido dos veces”. En contraste con los “nacidos una vez” – que consideran que todo va por la senda correcta y que Dios está de su lado -, el espíritu religioso se asocia con la disposición de las “almas enfermas”, que perciben claramente “el dolor, la desgracia, el mal y el sufrimiento en el mundo”. Estas almas son conscientes de su cautiverio. El filósofo norteamericano distingue tres tipos de enfermedad religiosa:


- La melancolía religiosa, para la que el mundo se revela extraño, desprovisto de sentido.


- La melancolía basada en el miedo, para la que el mundo se manifiesta perverso, de modo que el creyente desespera frente a la proximidad del mal.


- La aguda conciencia de los propios pecados, basada en la comprensión de la naturaleza humana como básicamente pecadora.



Estos estados del alma se superan a partir del “segundo nacimiento”, el nacimiento en la fe. Una experiencia de liberación a partir de la intervención de la Gracia, que produce en el creyente una actitud de confianza en la salvación, “o en el triunfo del Bien”. Con estos nuevos ojos, el mundo se muestra más bello y real. Esta experiencia la encontramos a menudo en la espiritualidad protestante. La cultura postmoderna, en contraste, parece afirmarse en la experiencia de la desaparición de la garantía de sentido. En muchos casos, la teología conservadora busca impugnar esa retirada de sentido.


A James le preocupa especialmente el problema de la admisibilidad de la fe. Una línea de investigación cientificista rechaza la espiritualidad religiosa en virtud de que no cuenta con el respaldo de certezas científicas. El autor considera que el conflicto cientificismo / creencia religiosa es un conflicto de decisiones pasionales, que entrañan miedo al error y fe. Suspender el juicio es ya optar en este dilema. James reivindica el derecho a creer. Taylor vincula esta temática con la famosa apuesta de Pascal.


Taylor se ocupa del problema de la secularización desde el horizonte de la remisión moderna – en materia de la vida personal e institucional – al tiempo ordinario, en contraste con las continuas referencias de la religiosidad y la política premodernas al “tiempo superior” como fuente de sentido. Evoca la idea de la sociedad, sus instituciones y el sistema de derechos como fruto del “diseño divino” en el mundo ordinario (EEUU, 1776).


En la última parte Taylor examina los modos de entender el vínculo ente Iglesia, sociedad y vida personal. Se apoya en la tesis de Durkheim según la cual las Iglesias contribuyen a definir lo sagrado en la sociedad.


Taylor distingue tres modelos derivados de esa tesis:



- Paleodurkheimiano: alude a la "dependencia óntica" del Estado y las institucionesrespecto de Dios y del “tiempo superior”.


- Neodurkheimiano: apela a la idea deísta del “diseño divino”.


- Postdurkheimiano: proridad de nuestra experiencia individual. La con lo espiritual cada vez está más desligada de nuestra relación con la sociedad política.



Incluso si se sigue respaldando a las Iglesias desde canteras postdurkheimianas, según Taylor, este respaldo no anula la prioridad de la libertad individual cuando se confronta con la doctrina (p.e., en materia de ética sexual o en temas de justicia social).


jueves, 14 de abril de 2011

EL MAL MENOR (JORGE SECADA K.)







Jorge Secada K.




Una vez más muchos de nosotros enfrentamos una deliberación electoral difícil, bastante más difícil esta vez que la que enfrentamos hace cinco años. La decisión es difícil porque es mucho lo que está en juego; porque ambas opciones nos producen rechazo; y porque no es fácil saber cuál de las dos es peor. Propongo que reflexionemos juntos sobre nuestro problema.


Empecemos con algunas consideraciones generales. Nuestro dilema surge porque es inevitable que se dé uno u otro de los dos males. Es importante detenernos aquí un instante y preguntar, ¿por qué es inevitable? Es evidente, dirán algunos, ya que en segunda vuelta tendremos que elegir a Keiko y lo que ella representa, o a Humala y lo que él promete. Pero eso por sí no hace inevitable que uno u otra lleguen a palacio. Es solamente porque aceptamos nuestro sistema político democrático y las reglas de juego que establece nuestra constitución, que enfrentamos esta disyuntiva. Esto, como veremos, es significativo.



Aceptamos nuestra democracia al punto que consideramos inevitable este resultado, para nosotros, desastroso. Es decir, no consideramos aceptables alternativas como, por ejemplo, complotar para que haya un golpe de estado y se convoque a nuevas elecciones. Pero, ¿qué harían en circunstancias similares, en circunstancias que ellos considerasen excepcionales como son éstas para nosotros, los dos candidatos entre quienes debemos elegir? No es una pregunta abstracta o meramente hipotética: constantemente escuchamos que tal o cual golpe de estado o acto de ilegalidad desde el poder se justificó porque esas eran circunstancias distintas y excepcionales. Y nosotros al menos, nosotros que deliberamos cómo decidir en esta disyuntiva espantosa cuál es el mal menor, sabemos que el problema con esa respuesta es precisamente que cuando empezamos a hablar de circunstancias especiales, y más todavía si lo hacemos desde el poder, estamos optando por un sendero políticamente perverso. Tenemos derecho a nuestras convicciones y a creer en lo que creemos, si nos parece, con firmeza absoluta. Pero no tenemos derecho a imponérselo a nadie. La vida política solamente admite una manera de ser, una única manera justa y moralmente posible: la tolerancia, la conversación, y el más escrupuloso respeto por las leyes y la constitución. Prácticamente siempre el cuento de las circunstancias extraordinarias no es sino la racionalización de los autoritarios e iluminados para hacer lo que les dé la gana.



Ahora bien, frente a dos males puede ser que lo correcto sea evitar escoger entre ellos. Hay elecciones donde lo correcto sería votar en blanco. Pudiese ser que cualquiera de las dos alternativas sea tan mala que no importa cuál salga. Seguramente así piensan quienes en las circunstancias actuales describen a una opción como sida y a la otra como cáncer. Si esas son nuestras opciones lo que conviene puede ser dejar que los dados decidan. Votar en blanco no es patear el tablero, como dicen algunos. Votar en blanco no es tampoco votar por el ganador. Hay una diferencia importantísima. Si voto por uno de los dos y éste resulta elegido, yo fui parte de quienes lo eligieron; pero si voto en blanco, lo que hice fue dejar que otros lo elijan. Votar en blanco dice algo, y en estas elecciones puede decir muchísimo. No solo importa qué vaya a pasar; también importa cómo es que pase. En términos de lo que expresan los votos, sería muy distinto que haya 10% de votos blancos a que haya 40%. Si los hubiese, con esos votos en blanco le estaríamos diciendo a quien resulte elegido que no tiene nuestra confianza. Para quienes creemos en la democracia, esa diferencia es importante. Pero no estoy seguro de que nos encontremos en una situación tal que lo que debamos hacer es votar en blanco. Aunque no lo descarto, me inclino por pensar que no estamos frente a semejante disyuntiva. Espero que las próximas semanas me permitan ver con más claridad si esto es así o no.



¿Por qué votar por Keiko Fujimori? La respuesta que escucho repetidamente es que ella continuaría las políticas económicas de las últimas dos décadas; que, siendo distintas las circunstancias, no va a gobernar con la corrupción y el autoritarismo con que gobernó su padre; y que si bien probablemente lo perdonaría y tal vez también a algunos otros de sus colaboradores actualmente presos, eso no tendría mayores consecuencias. Diré claramente que estos argumentos no me convencen.



Muchos de nosotros recordamos lo que fue el desastre económico de fines de los años 80, y sabemos lo que es una historia de estancamiento económico, de falta de crecimiento real y orgánico, de una crónica imposibilidad de acumular capital. No queremos eso. Veo con orgullo cómo en los últimos años, poco a poco, han ido apareciendo productos peruanos en los supermercados en los EEUU. Ahora ya no sorprende poder comprar en cualquier supermercado en el extranjero leche evaporada, chocolate de taza instantáneo, filetes de pescado, encurtidos mediterráneos, pimientos de piquillo asados, todos productos peruanos de primera calidad. La economía peruana crece y crece ejemplarmente. Ha costado llegar a este punto. Y no queremos que venga algún confundido a cambiarnos de “modelo” o de “sistema económico”. La economía de mercado, promoviendo la gestión de las personas emprendedoras, incentivando la inversión de los grandes capitales y facilitando la generación privada de riqueza y trabajo, es la única manera que conocemos de crear riqueza económica, aquí y en la China. Y sabemos perfectamente también que la incapacidad administrativa y la irresponsabilidad fiscal terminan echando a perder todo esfuerzo, y pueden costarnos años de hambre y sufrimiento.



Las dos terceras partes de los electores hemos votado por candidatos que no han hablado de cambiar de modelo o de sistema económico. Y vemos que hasta Ollanta Humala ha terminado invocando a Brasil y a Lula; es decir, apelando a políticas económicas que no son otras que la economía de mercado. Pero también ha habido un consenso casi absoluto de que el problema principal que enfrentamos es la pobreza y la desigualdad con miseria que afecta a un tercio de los peruanos. Estas elecciones han dejado establecido claramente que la mayoría de los peruanos no quiere abandonar el crecimiento y la economía de mercado que lo ha hecho posible, pero que tampoco quiere dejar de atender las necesidades extremas de sectores demasiado grandes de la población.



Por esto, para mí el tema central en nuestra deliberación no es el de la política económica. Más de las dos terceras partes del congreso entrante no estará dispuesto a cambiar de política económica y no permitiría que el gobierno lo hiciera de intentarlo. García no pudo estatizar la banca a fines de los 80; y menos podría Humala hacerlo ahora. Recordemos que Humala tendrá una minoría clara en el congreso, y que esa minoría será definitiva si intenta alterar fundamentalmente las políticas económicas o el sistema democrático. Habrá que discutir cómo se atiende a los sectores más necesitados: si, manteniendo el crecimiento y la generación de empleo, basta con mayor inversión en salud, educación y seguridad; o si debemos contemplar otras políticas redistributivas. Y esa discusión tendrá que pasar por el congreso que tenemos, plural y diverso. Nos guste o no, el congreso es el lugar en donde el próximo gobierno tendrá que conversar y discutir y acordar cómo se atienden las necesidades imperiosas de tantos peruanos.



Para mí, el tema central en nuestra deliberación es cómo asegurar ese ejercicio democrático, cómo defender nuestra democracia. Y es por eso que no votaré por Fujimori. Durante años y durante meses en campaña ella y sus acompañantes tuvieron la oportunidad de aclarar frente al país su posición respecto del ejercicio legítimo del poder y la democracia. Más aún, tenían la peculiar obligación de hacerlo ya que son herederos o ellos mismos partícipes de un gobierno que entró elegido por cinco años y se quedó once, y que gobernó mintiendo, manipulando, corrompiendo y sobornando. En vez de deslindar sin reparos, lo que hicieron y hacen es invocar constantemente las circunstancias especiales en que estabamos y que según ellos justificaron lo que hicieron. Frente a su pasado la única actitud moral y políticamente posible es la del rechazo sin matices. Pero los “fujimoristas” no solamente nunca han pedido perdón al país por haber hecho que Vladimiro Montesinos sea parte de nuestra historia, sino que repetidamente han mostrado lo que piensan: que la democracia se tolera si funciona y que quien decide si funciona o no son ellos.



Con Humala el congreso servirá para proteger la democracia; pero estoy seguro de que con Fujimori servirá más bien para minarla y destruir la poca confianza que tengamos depositada en nuestras instituciones políticas. Este congreso entrante frenará cualquier intento de Humala por cambiar las reglas de juego, subvertir la economía de mercado o limitar las libertades políticas. Pero este mismo congreso, con Fujimori en palacio, cumpliría el penoso papel de servir de instrumento para el abuso autoritario y “pragmático” del poder.



Seamos claros: el tema no es que Keiko quiera o pueda repetir ahora el plato que nos sirvió su padre. El tema más bien es que lo principal para el desarrollo de nuestra patria, lo primero que debemos hacer si buscamos un país libre e integrado, económicamente desarrollado y sin pobreza, es asegurar nuestras instituciones políticas, crear entre nosotros la confianza absoluta en el diálogo y la conversación equitativa como único medio para gobernarnos. Eso, justamente, es lo que no nos dará Fujimori y esa es la razón última por la que, habiendo votado en primera vuelta por PPK, no votaré de ninguna manera por ella.



Pero no sé si votaré por Ollanta Humala. Tal vez lo haga si creo que Fujimori podría derrotarlo. Aunque no es heredero de un oncenio de autocracia, Humala ha dado repetidas muestras de no entender cabalmente lo que es la democracia, como cuando apoyó el intento de golpe de estado de su hermano, o declaraba su admiración por quienes cambian las leyes para prolongar su paso por el poder. Me causa temor que no haya sido capaz de demostrar más allá de las dudas que no secuestró y torturó cuando estaba destacado en Madre Mía. Siento asco al oír a gente cercana a él hablar de la superioridad de la “raza cobriza” y no verlo expresar la repugnancia que expresa quien sabe lo que es el racismo. Y temo también que su incapacidad y sus tendencias mesiánicas lo lleven al mal gobierno, irresponsable y torpe. Sí, efectivamente, no dejan de perturbarme sus taras e incoherencias personales y políticas.



De lo que no tengo miedo es de que si Humala sale elegido presidente, nuestro país y nuestras instituciones sean tan frágiles, que él pueda entornillarse en el sillón presidencial, callar la prensa, e imponernos un estado autoritario. Nuestras fuerzas armadas no van a dar un golpe para favorecer a alguien que ha hecho suyo el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, ni va a dar un golpe para que ingrese a palacio una izquierda hasta hace poco declaradamente marxista. Es prácticamente imposible que durante los próximos cinco años nuestras fuerzas armadas quieran dar un golpe para cambiar las políticas económicas del estado, o para recortar nuestras libertades y nuestra democracia. Espero que a nadie puedan manipular con esos miedos. Pero tengo pocas dudas de que honrando su historial y haciendo gala de su pericia en el manejo aprovechado de la opinión pública los fujimoristas intentarán hacerlo.



Nada de lo que me hace dudar de Humala, sin embargo, tiene la contundencia que tiene la historia innegable y asquerosa, asumida “a mucha honra” por Keiko Fujimori. Si queremos un país con futuro, un país del cual podamos sentirnos plenamente orgullosos, si queremos un país integrado y en desarrollo, tenemos que decirle “no”, un “no” rotundo y decidido, a quienes usurparon el poder y nos robaron la decencia y la dignidad. Por eso tengo claro que no votaré por Fujimori. Aún no sé a ciencia cierta cómo votaré, pero haga lo que haga lo haré confiando en nuestra democracia y esperando que quien nos gobierne lo haga legal y constitucionalmente, obligado a dialogar con la oposición sobre cómo atender las necesidades de las mayorías, durante cinco años y ni un momento más. No sé si votaré por Humala o si más bien les diré a ambos con mi voto, “creo en mi país, pero no creo en ninguno de ustedes dos”.



domingo, 10 de abril de 2011

UN DILEMA TRÁGICO



Gonzalo Gamio Gehri









Hasta donde puede verse, la segunda vuelta electoral consistirá en lo que había descrito como un insano dilema: u Ollanta Humala o Keiko Fujimori, opciones precarias en materia democrática. Lamentablemente, las candidaturas más próximas a una alternativa política liberal y progresista fueron incapaces de construir una propuesta más amplia que pudiera conjurar la situación peligrosa que ha terminado materializándose el día de hoy. El afán de protagonismo de algunos candidatos, la infiltración de algunos cuadros ultraconservadores en algunas listas, así como la presencia reiterada de Alan García en esta campaña han terminado configurando este inquietante escenario político. Ha llegado la hora de discernir – tristemente, una vez más – el mal menor. Como en las tragedias antiguas.



No pienso lavarme las manos e incurrir en lo que llamé una vez la ética de Narciso y la política de la evasión. No voy a viciar mi voto, no voy a eludir este desgarrador dilema. Tal y como están las cosas, pienso que votaré esta vez por Ollanta Humala. Con pesar, evidentemente. No seré para nada “neutral” en la batalla cívica que viene; lo siento, pero será así. Esperaré, por supuesto, a ver qué alianzas establece y qué pasos da en el camino de esta segunda vuelta. Considero que alguna gente que rodea el entorno de Gana Perú – como Alberto Adranzén, Silesio López o Javier Diez Canseco – tiene una trayectoria democrática bastante sólida, en contraste con exponentes del más desencarnado autoritarismo conservador como Martha Chávez o Luz Salgado. Reconozco en el fujimorismo el mal mayor, una opción que encuentro moralmente inaceptable. Viví en el Perú en los años noventa y no pienso repetir la experiencia. El fujimorismo significa - a la luz de la historia - la violación impune de derechos humanos, la ley de amnistía, la compra probada de medios y de conciencias, la quiebra de la legalidad democrática, la degradación de la política y la palabra, la concentración descarada del poder, la corrupción y el clientelismo, las esterilizaciones forzadas, el envilecimiento de la población a través de la dádiva y el soborno, las buenas migas con el narcotráfico, la persecución de la prensa y los políticos opositores, el afán reeleccionista. Esos tiempos no pueden volver. Alberto Fujimori ha sido condenado por homicidio; constituye un pésimo mensaje para el mundo civilizado que su hija (sin mayor “mérito” que el de su ADN) esté tentando la primera magistratura del país.



Las personas de mi generación recordarán el enorme esfuerzo que supuso para nosotros derrotar pacíficamente a un régimen autoritario y corrupto que pasó una década considerándose la “dictadura perfecta” recurriendo al chantaje, la persecución política y la tecnocumbia. Vienen a la memoria las movilizaciones, el lavado de la bandera, las firmas por el referéndum, la Marcha de los Cuatro Suyos. Los vencimos en el terreno de las ideas y también en las calles. Y lo volveremos a hacer si hace falta. Las veces que se requiera. Ante nuestros ojos, los fujimoristas no podrán lavarse la cara. Aquí estamos. Haremos lo posible – con las armas que concede la democracia – para que en esta segunda vuelta se queden en el camino.




Actualización: un muy buen artículo sobre el tema.


Gustavo Faverón sobre este tema.

sábado, 9 de abril de 2011

EN LA VÍSPERA DE LAS ELECCIONES


Gonzalo Gamio Gehri


Y llegamos a la recta final. Mañana elegimos al próximo Presidente de la República y a los miembros del próximo Congreso. No pueden hacerse públicas las encuestas, aunque algunas de ellas (no del todo confiables) circulan por Internet. Algunas candidaturas se han desinflado – Castañeda se ha pasado las últimas semanas peleándose consigo mismo, y ha conseguido finalmente destruirse – otras se han consolidado, a pesar de los anticuerpos que generan: Humala ha pasado a un inquietante primer lugar. Muchos ciudadanos estamos preocupados ante la (todavía hipotética) perspectiva de una insana segunda vuelta entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Ninguna de esas opciones fortalece la democracia constitucional. Al contrario.

Ollanta Humala representa la insatisfacción de mucha gente frente a la aparente incapacidad del sistema económico de resolver el problema de la desigualdad y la pobreza imperantes en el país. El retorno de la democracia no se ha traducido en una mayor presencia del Estado en las comunidades altoandinas y amazónicas que fueron azotadas por la violencia terrorista y represiva durante el conflicto armado interno. Sin embargo, sus intentos por asumir un discurso más moderado no ocultan del todo una prédica próxima al autoritarismo, que no disimula una cierta hostilidad hacia los medios de comunicación. Preocupa el futuro de las libertades básicas si es que este candidato – que evita sistemáticamente calificar el régimen de Chávez, cuya influencia sobre los nacionalistas fue notoria en la campaña anterior – llega finalmente al poder. A pesar de la presencia de algunos viejos activistas de izquierda en su movimiento, Humala parece insistir en esa peligrosa combinación entre “nacionalismo” y “populismo” (¡No es difícil percatarse de cuán peligrosa es!).

La alternativa de Keiko Fujimori me resulta más insalubre todavía. Ella representa un pasado corrupto y delictivo, en el que las violaciones de derechos humanos, la compra de medios de comunicación y la captura del Estado fueron moneda corriente. La podredumbre del gobierno de Fujimori y Montesinos está suficientemente documentada, e intentar improvisar un deslinde entre ambos socios constituye un inaceptable insulto a la inteligencia de los peruanos. Un tribunal independiente ha condenado ya a Alberto Fujimori por homicidio calificado; la hija, por su parte, ha tenido una pobre actividad parlamentaria – ha faltado quinientas veces a su puesto de trabajo, su producción legislativa es prácticamente nula -, y ni siquiera se le conoce trayectoria laboral alguna ¡As{i pretende ocupar la presidencia? Un gobierno suyo supondría el retorno de lo peor de la política peruana a la palestra pública. Como señalaba un buen amigo, llegaríamos al colmo de que las políticas públicas sean dictadas desde la DIROES, así como los secuestros y otros crímenes se planean desde la prisión.

Yo votaré mañana por Toledo, pensando en evitar la catástrofe que supondría el dilema de esa segunda vuelta de pesadilla, pues no dudo de sus credenciales democráticas. No me gusta la alternativa de PPK, cuyo propósito fundamental parece consistir en minar la candidatura de Toledo. No me agradan sus juntas – particularmente Acuña – y tampoco su programa educativo que implica, por poner sólo un ejemplo, desmantelar la representación estudiantil en las universidades ( véase la p. 35 de su programa). Esa es una barbaridad sin nombre que socava la democracia en la Universidad. El controvertido tema de la nacionalidad del candidato me inquieta, pues podría generar un inadmisible conflicto de intereses en el caso de la relaciones con los Estados Unidos. En la lista parlamentaria de esta extraña alianza, asimismo, figuran no pocos exponentes de un conservadurismo y un militarismo rancio, y fujimoristas encubiertos. Esperemos que PPK no sea recordado en el futuro como el candidato cuya terquedad propició una segunda vuelta entre líderes explícitamente autoritarios. Coincido con Vargas Llosa en que una mayor sensibilidad democrática le hubiera aconsejado renunciar.

Esperemos un resultado alentador para el día de mañana, por el bien del futuro de la democracia entre nosotros. Y, si hace falta, crucemos los dedos.

lunes, 4 de abril de 2011

MI AMIGO VICENTE





Gonzalo Gamio Gehri



Acabo de enterarme de que mi gran amigo Vicente Santuc – sacerdote jesuita y uno de los forjadores de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya – ha fallecido. El dolor que produce la pérdida de una persona tan valiosa es realmente hondo. Conozco a Vicente desde mediados del año 1996 cuando, con 25 años, entré a dar clases en la entonces Escuela Antonio Ruiz de Montoya, asumiendo el Seminario de autores contemporáneos (comunitaristas). Vicente era un maestro de palabras profundas, intelecto agudo y una gran capacidad para articular los conceptos filosóficos y las experiencias de la vida diaria. Era también un sacerdote que tenía la profunda convicción de que el compromiso cristiano debía combinar la fe con la búsqueda racional de la verdad y con la opción por los más débiles. Enamorado del Perú – en donde vivió por espacio de 43 años -, era un gran conocedor de la Amazonía y del norte del país (fue uno de los fundadores del CIPCA). Le hubiera gustado terminar su vida en nuestro país, pero la muerte lo sorprendió en París, ciudad en la que se había instalado para iniciar un año de investigación sabática.

Conocí a Vicente en diferentes facetas de su vida académica y sacerdotal. Rector, filósofo, pastor, director de ejercicios espirituales, consejero. Fue además el celebrante del Bautismo de mi hijo Íñigo. En 1999 publicamos juntos - y con Francisco Chamberlain - Democracia, sociedad civil y solidaridad, un conjunto de ensayos sobre filosofía política. Sin embargo, más allá de todas sus cualidades académicas, era un gran amigo. Conversábamos a menudo, reservaba al menos una hora para charlar a pesar de su apretada agenda. Tenía una risa franca, contagiante. Y una inagotable esperanza en las bondades del corazón humano, que sólo los espíritus realmente jóvenes tienen. Tuve el privilegio de contar con él como lector e interlocutor de mis ensayos, desde hace cerca de trece años. Le enviaba mis textos, y siempre recibía comentarios interesantes y críticas valiosísimas. Del mismo modo, me confiaba la lectura de sus ensayos, y conversábamos con frecuencia sobre ellos. Conocí los manuscritos que dieron forma a Ética y política: ¿Qué nos pasa?, El topo en su laberinto y su más reciente libro, Antropología existencial. El tema de la fenomenología de la corporalidad y el lenguaje constituían el corazón de su propuesta filosófica.

La segunda etapa de mi camino en el cristianismo se la debo a Vicente, a su dirección de los Ejercicios de San Ignacio allá por 1999. Gracias a su magisterio, comprendí que la fe y la libertad pueden permanecer unidas sin sacrificar la autonomía ni el pensamiento crítico. Su inquietud por volver al “Principio y Fundamento”, al sentido de criatura y a la percepción de la Gratuidad ha marcado su vivencia del cristianismo y ha influido decisivamente en la perspectiva de sus amigos y colegas. Esa convicción constituye – ya en clave conceptual – el horizonte de configuración de su antropología existencial. La fe no constituye una concepción epistémica o una doctrina religiosa, sino la confianza en la acción del Amor en la vida.

Todavía tengo un nudo en la garganta. Un amigo entrañable nos ha dejado. No obstante, repito las palabras del propio Vicente cuando reflexionaba sobre la partida de otros amigos comunes: demos gracias por el regalo de su vida, celebremos aquello que compartió con todos nosotros.



Gracias, querido amigo.