lunes, 10 de enero de 2011

LA POLÍTICA COMO SUBASTA (ALBERTO ADRIANZÉN M.)

(Publicado en La República)


Alberto Adrianzén


Hay dos frases, acaso, que sintetizan el imaginario que hoy tiene la ciudadanía sobre la mayoría de los políticos. La primera fue pronunciada hace algunos años por un congresista cuando se juramentó y acaba de ser repetida por un concejal hace unos días cuando asumió su nuevo cargo: “Por Dios y por la plata”. La otra fue dicha hace unas semanas, según Jaime Bayly, por el propio presidente García durante una cena privada: “No seas cojudo, la plata viene sola”.

Las denuncias contra Rosa de Acuña, segunda vicepresidenta en la fórmula de Luis Castañeda, confirman esta percepción. La idea de que la política es el camino más rápido para enriquecerse está plenamente instalada en el imaginario social. La política no es vista como una actividad al servicio de los ciudadanos y de la democracia sino más bien como una práctica orientada a satisfacer intereses (y hasta vanidades) personales y/o privados. El problema es que la democracia es evaluada a partir de estos comportamientos. La política, los políticos y la democracia aparecen ante los ojos de la ciudadanía como prácticas e instituciones contrarias a los intereses y a las demandas de la sociedad. No es extraño, que sea la palabra corrupción, en su sentido más amplio, la que resuma esta situación y que el dinero (o la plata) sea su símbolo.

Y aunque la política y la democracia requieren de individuos (hombres y mujeres) honestos, el problema principal para superar lo que ocurre hoy no es la búsqueda de “santos” o “ángeles”. Menos proponer lo que Hobbes llamó el “veneno de las doctrinas sediciosas” y que consiste en que “cada individuo en su privacidad es juez de las acciones malas y buenas”, es decir, hacerse “a sí mismo juez del bien y del mal” (Jorge Dotti). Cuando eso existe, lo que tenemos es una práctica que nos propone el linchamiento político, pero no para establecer una nueva moral sino para satisfacer, muchas veces, fines contrarios a los propuestos. El papel de algunos medios de comunicación es ejemplo notable de esta hipocresía política.

No dudamos que la moral es importante, pero la política tiene sus propias reglas. Lo que se requiere, por lo tanto, es una moral pública (y laica) que consiste en la aceptación de un conjunto de reglas y normas que regulen la actividad política, las elecciones y las relaciones entre los individuos.

Se dice que la democracia no tiene precio, pero que cuesta mantenerla. Por eso el caso de Rosa de Acuña y de Solidaridad Nacional, además de la falta de escrúpulos de aquellos que han participado en esta suerte de licitación de candidaturas, demuestra que se necesita regular la participación de los partidos en las elecciones.

Una primera idea es que los partidos requieren ser financiados, en parte, por el Estado para liberarlos, justamente, de candidatos y dirigentes inescrupulosos que convierten la selección de postulantes en una subasta, pero también de los grupos económicos y de las mafias (incluyo al narcotráfico). Una segunda idea, es bajar los costos de las campañas electorales. Es hora que se adopten las normas que hoy existen en México, Brasil y Chile, por citar algunos países, que consisten en prohibir la propaganda electoral en medios de comunicación que usan recursos públicos (la radio y la TV) y privilegiar la franja electoral como el principal instrumento de propaganda. Una tercera idea es fortalecer el papel de los órganos electorales en la fiscalización de los gastos de campaña, aspecto que hoy no existe. Y una cuarta, es eliminar el voto preferencial, que es fuente de corruptelas, y mejorar la democracia interna de los partidos.

Una última idea, es que no habrá democracia ni elecciones limpias mientras existan mafias que “chuponean” teléfonos, interceptan correos electrónicos y hasta extorsionan a candidatos. El caso de Rosa de Acuña es la mejor demostración no solo de la decadencia de los políticos, de los partidos y del propio sistema político sino también de la existencia de mafias que, como aves carroñeras, medran de esta decadencia.

4 comentarios:

Alfredo P. dijo...

la inclusión de este artículo sólo demuestra que la izquierda (incluso esa supuesta izquierda "moderna") es muy buena para señalar la paja en el ojo ajeno, pero es absolutamente incapaz de ver la viga en el propio.

Gonzalo Gamio dijo...

Otra apreciación absurda. El autor señala que "El caso de Rosa de Acuña es la mejor demostración no solo de la decadencia de los políticos, de los partidos y del propio sistema político sino también de la existencia de mafias que, como aves carroñeras, medran de esta decadencia". Está hablando de la crisis de nuestra política, no de alguna facción.

Alfredo P. dijo...

"Está hablando de la crisis de nuestra política, no de alguna facción."
Claro, porque le conviene.
El autor del artículo es el mismo "intelectual" que firmó un manifiesto a favor del candidato del nacional-humalismo.
¿Por qué en vez de pedir a otros que abran sus cuentas no le pide a su lìder que nos explique cómo puede llevar ese rumboso estilo de vida con su pensión de militar retirado?

Gonzalo Gamio dijo...

Creo que es una acusación injusta contra Adrianzén. No obstante, estoy de acuerdo en que Ollanta Humala debe ser transparente con sus cuentas, como cualquier político tendría que serlo.