Gonzalo Gamio Gehri
Oraisón, Mercedes (Coordinadora) Globalización, ciudadanía y educación Barcelona, OCTAEDRO / OEI 2005 120 pp. ISBN 84-8063-767-6.
El libro que reseñamos recoge tres reflexiones en torno al debilitamiento de los espacios públicos y la ética cívica en Iberoamérica en el contexto de la globalización de las comunicaciones y de la economía de mercado. El telón de fondo ético - cultural de los tres ensayos que componen el libro es el de la afirmación del ‘individualismo utilitario’ como una ideología que socava sistemáticamente las bases de la comunidad política, e introduce la eficacia y la libertad subjetiva como valores supremos. Las contribuciones de Oscar Mejía, Fernando Bárcena y Gonzalo Jover, y María Teresa Yuren intentan recuperar – desde una exploración de la filosofía práctica, pero también desde el análisis de la realidad colombiana, española y mexicana en materia moral y política -, modelos de racionalidad práctica y pedagogía de la ética que puedan hacer frente al efecto atomizador de la ideología neoliberal en la esfera pública y los espacios de la vida ordinaria en América Latina y España.
El ensayo de Oscar Mejía – Cultura y valores democráticos en América Latina. Una reflexión desde la vida política – es el más ambicioso en el nivel del despliegue del aparato conceptual, pero es el menos optimista desde el punto de vista político. Escribe desde una sociedad colombiana lacerada desde hace décadas por la violencia y por la corrupción de las élites. Mejía apuesta por una racionalidad deliberativa y democrática – que hunde sus raíces teóricas en el contractualismo y la ética discursiva – que pueda otorgarle fuerza a la voz de la sociedad civil frente a los excesos del Estado y de la subversión. Esta suerte de empoderamiento cívico encuentra enormes dificultades en el hecho de que las instancias que tienen poder de decisión en la política y en la economía – la tecnocracia estatal y los representantes de los organismos internacionales – no toman en consideración las expectativas y el punto de vista de las comunidades que se ven afectadas por las medidas que se toman. La colonización del mundo de la vida por parte del sistema (“poder” y “dinero”, en la perspectiva de Habermas), tiene efectos violentos sobre la población.
Mejía considera que el fortalecimiento de la sociedad civil pasa por la apropiación del discurso de los Derechos Humanos, centrado en la libertad y dignidad del individuo. Este discurso se opone tanto al marxismo ortodoxo como a la ideología neoliberal, hoy dominante. Teoría de la justicia de John Rawls se convierte en el texto inspirador de la versión del lenguaje de los Derechos que ofrece Mejía. El problema fundamental de la propuesta que describimos es la falta de mediaciones entre el mundo de la alta teoría – la idea normativa de democracia consensual y la concepción de los Derechos que le subyace -, y el mundo de las prácticas sociales, un mundo degradado por la violencia y por la exacerbación de la racionalidad instrumental. En ningún momento el autor describe los mecanismos sociales y políticos que podrían potenciar la esfera de opinión pública y encarnar institucionalmente el discurso sobre los Derechos. Queda la impresión de que las tesis más duras de Mejía permanecen en el nebuloso plano del deber ser, y no encuentran el terreno propicio para echar raíces.
La contribución de Fernando Bárcena y Gonzalo Jover – La ciudadanía imposible. Pensar el sujeto cívico desde una pedagogía de la mirada – sigue una senda diferente. Se plantea el tema de la promoción de la ciudadanía desde la experiencia de una España modernizada en virtud de la integración europea, un país que ha afrontado un proceso agudo de crecimiento económico, y que hoy es particularmente sensible a fenómenos como la secularización de la cultura y la migración. La juventud española – a juicio de los autores – vive un “giro postmoderno” que tiende a debilitar la confianza en la acción política y en las instituciones democráticas a favor de una búsqueda personal de sentido.
Bárcena y Jover sostienen que es preciso “decir la civilidad de otro modo” (p. 72). Esta nueva expresión de la ética cívica procedería de la experiencia del contacto con quienes padecen exclusión e injusticia. Se trata de educar la mirada para promover la empatía y el compromiso con el otro, para incorporarlo – por así decirlo – en el círculo de nuestras lealtades morales y políticas. Esta pedagogía del contacto humano busca romper la espiral de aislamiento e indolencia al que nos habitúan las prósperas sociedades modernas. El artículo postula el desarrollo de una “imaginación narrativa” entendida como “un dispositivo esencial para captar las intenciones, los deseos y las creencias de los otros” (p. 79) y así cultivar la solidaridad y el compromiso social. Esta ética de la apertura y del reconocimiento del otro acerca la propuesta descrita a las perspectivas que han desarrollado Martha Nussbaum y Richard Rorty en torno al vínculo entre la ética y la educación de las emociones.
El artículo final, escrito por María Teresa Yuren – Educación para la eticidad y la ciudadanía en tiempos de globalización. Una mirada desde México - examina la ‘retirada de lo político’ proyectando hacia la realidad mexicana las categorías hegelianas de la eticidad. Más allá de algunas alusiones discutibles sobre la propia filosofía de Hegel, la autora se refiere a la eticidad en términos de una “ética de la vida comunitaria”, la misma que está siendo arrinconada por los procesos de modernización en la cultura y en la economía. La autora postula una “eticidad dignificante” un modelo de comunidad moral que concilie las exigencias de la pertenencia con las que plantea un ideal universal de justicia. La recuperación de la praxis cívica permitiría actualizar dicho modelo. No obstante, la autonomía pública se ve bloqueada por una concepción autorreferencial del yo que privatiza la ética y fractura el ágora. Lo público habría “desaparecido de la escena” (pp. 96 – 7).
La educación debe apuntar a promover la desestabilización de estos modos de pensar y de actuar, a través del ejercicio de la crítica. Sólo desmantelando el sentido común individualista que se ha ido instalando en nuestras sociedades es que puede abrirse un espacio para el compromiso cívico. El trabajo en aulas debe fortalecer la interacción y el desarrollo del cuestionamiento del debate, de modo que los educandos reconozcan que la vida comunitaria supone el cultivo de la autorreflexión; pertenecer a un “nosotros” implica el reconocimiento de narrativas de identidad que no son reacias al escrutinio racional. De este modo, los jóvenes estarán siendo formados como futuros ciudadanos, como sujetos autónomos que aprecien la forja de consensos, pero también la expresión de disensos racionales.
Los tres ensayos que conforman el libro ponen énfasis en la creciente descomposición de lo político en sociedades en las que las políticas de redistribución y de reconocimiento social aun son incipientes. En ellas, el mercado se ha convertido en un lugar de privilegio para la búsqueda de éxito y para el cuidado de la libertad. No obstante, se trata de un escenario social que no es accesible a todos. La política estatal prácticamente se ha puesto al servicio del desarrollo económico. El fortalecimiento de la actividad política ciudadana contribuirá decisivamente a combatir estas formas veladas (y no tan veladas) de exclusión. Ello no será posible, no obstante, si los ciudadanos no se sienten parte de un proyecto común que pasa por la reivindicación de Derechos y por la lucha cívica contra la injusticia.
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