Gonzalo Gamio Gehri
Meet Joe Black (1998) nos plantea cuestiones importantes. El próspero empresario Bill Parrish está próximo a morir, y la Muerte le propone postergar su partida a condición de que lo acompañe en un período de aprendizaje acerca de lo que significa la vida mortal, sus complejidades y su sentido. Ella – en realidad él, pues ha tomado prestado el cuerpo de un joven – ha quedado desconcertada por la reflexión sobre la plenitud que Bill ha comunicado a su hija. La muerte quiere conocer los misterios de lo finito.
Y parte de esos
misterios se le manifiestan, qué duda cabe. Los sabores fuertes de los
alimentos, los sentimientos de dolor e incertidumbre, el estremecimiento que
producían en él los ojos de Susan, hija de Parrish, cuando se posan en los
suyos. El dolor en la boca del estómago que le suscita el pensar que podría no
volver a verla. El contacto con la enfermedad, la torpeza, la esperanza le
brinda una lectura nueva de lo que significa llevar una vida mortal. Ya no es
solamente un frío recolector de espíritus que enfrentan su propio fin; un ser
que habita la eternidad y desempeña una labor conforme a las reglas del cosmos.
Ahora sabe de la angustia ante la pérdida y la pena frente a la ausencia del
ser querido.
Ahora observa con
atención y cierta ternura a los seres humanos ¿Qué propósito trascendente
podrían lograr en una vida que dura lo que un suspiro? Sin embargo, La Muerte
contempla con admiración las aspiraciones y la lucha diaria de los mortales, sus
modos de lidiar con el dolor. La Muerte misma se siente vinculada a esa vida
fugaz y llena de inestabilidad, le duele apartar la vista de Susan, de sus
palabras, de su voz, de su historia. Quiere compartir con ella su vida. Admira a Bill Parrish –
su guía en este camino -, por su manera de pensar la vida y de encarar lo
desconocido. La película muestra en cada escena el valor de la finitud de lo
humano y de lo temporal.
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