domingo, 24 de abril de 2011

EN TORNO A LAS FORMAS ‘RELIGIOSAS’ DE ECLIPSE DE DIOS






Gonzalo Gamio Gehri




La Semana Santa siempre es un tiempo interesante. Un tiempo de meditación. Un tiempo para la lectura y el diálogo, si tomamos en cuenta que la televisión nacional siempre exhibe las mismas películas de época, y que el tradicional Sermón de las tres horas – que suelo escuchar cada año – no ofrece ninguna perspectiva novedosa o esclarecedora en materia teológica o incluso dialéctica (acaso un monólogo pre-conciliar con algún aderezo político-electoral, demasiado de la espiritualidad de Mel Gibson y nada de Metz o de Pagola). Bien mirado el asunto, esa situación de “invierno teológico” - para utilizar una expresión de un muy querido eclesiólogo franciscano – nos permite volcarnos hacia el interior, volver al propio Evangelio y a otras lecturas. La reciente partida de nuestro amigo y maestro Vicente Santuc le ha dado ha estas festividades una tonalidad diferente, en la que convergen la tristeza y la esperanza.



La religión constituye una forma extraordinaria de discurso y práctica que procura dotar de sentido y plenitud la vida. Expresa una suerte de anhelo de trascendencia que no puede desmerecerse sin más. Ese anhelo bebe de una diversidad de fuentes; la notable pensadora y mística cristiana Simona Weil sostenía que se sentía edificada espiritualmente con la lectura del Evangelio, pero también con la lectura de los clásicos griegos (una idea que comparto completamente). Este anhelo encuentra su test de autenticidad en la confrontación con la práctica. En particular el cristianismo es encarnación o no es en absoluto. Es expresión de fe y justicia, y, en su seno, una llama a la otra. Jesús de Nazaret predicó un Reino de amor y de perdón – que señaló estaba en medio de nosotros – y aceptó una muerte de cruz en nombre de ese mensaje. Quienes enarbolaban entonces el estandarte de una monolítica ortodoxia lo condenaron por hereje.



El notable filósofo judío Martin Buber ha señalado que nuestra época está marcada por un ‘eclipse de Dios’, una experiencia de ausencia de trascendencia motivada por la presencia de diversas imágenes de autosuficiencia que invisibilizan la posibilidad de un genuino encuentro con lo divino. Recordemos que Buber considera que la relación con Dios tiene la forma de la comunicación yo-tú, anticipada y concretizada en el encuentro interhumano, la relación entre personas de carne y hueso. Imposible no pensar en el ágape cuando uno lee a este venerable maestro vienés. Las razones del eclipse, en contraste, proviene de la imposición de la relación yo-ello (o yo-esto), la relación con un objeto o con un (mero) concepto. La cosificación del ser humano – por ejemplo, en el capitalismo salvaje o en los totalitarismos políticos de diverso cuño – o el tratamiento de Dios o de la verdad como meros entes o representaciones, entrañan formas de eclipse espiritual.



Interesante, porque el eclipse no está identificado esquemáticamente con el “secularismo” o con el escepticismo religioso, como denuncian los teocon. No es un problema doctrinal que pueda resolverse en términos de ortodoxia versus heterodoxia, extirpando herejías. Es un asunto fundamentalmente actitudinal, que entraña “creencias” estríctamente en el sentido de disposiciones para actuar. De hecho Buber señala que una de las formas más letales y penosas de eclipse de Dios son las formas "religiosas" de integrismo y fanatismo, en las que el rostro de Dios pretende ser cubierto con la máscara de la voluntad de poder, cuando el liderazgo se convierte no en expresión de servicio, sino en un signo de poder y control sobre la conducta del prójimo, cuando una doctrina humana se convierte en idéntica a la Verdad. Esta forma de idolatría y de hipocresía sustituye el amor por el dominio sobre la voluntad del otro: traiciona en lo más profundo el espíritu de la religión. El cuidado del pobre, la viuda y del extranjero es sustituido por el control sobre las conciencias y sobre los cuerpos. Esta postura está en las antípodas de la actitud de un Dios que se encarna, nace en un pesebre y muere en la cruz por amor.



Son temas para pensar con calma. En la tradición religiosa judeo-cristiana, la verdad no puede ser arrancada sin más del horizonte de la relación interpersonal, el cuidado de la dignidad y la libertad de aquellos a quienes podemos y debemos decir . Cuando ello sucede, sin duda algo anda mal.

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