Gonzalo Gamio Gehri
Bernstein, Richard J. Praxis y Acción: enfoques contemporáneos sobre la actividad humana Madrid, Alianza editorial 1979.
Este libro ya es un clásico de la teoría de la acción, de lectura ineludible para quienes desean aproximarse a este tema de singular actualidad. Richard J. Bernstein es desde hace muchos años, Profesor de la New School for Social Research. El libro que comentamos busca indagar acerca del lugar central del concepto de práctica en autores tan importantes como Marx, Kierkegaard, Dewey, Pierce y Wittgenstein. Para el autor, el giro postmetafísico de la filosofía de los siglos XIX y XX constituye un giro hacia la praxis, de modo que la actitud teorética es concebida como una hexis. El libro es también una rehabilitación del pensamiento de Hegel, en tanto cada una de las corrientes contemporáneas remiten – para hacer inteligible su propio concepto de práctica, a determinadas imágenes hegelianas, en mayor medida a figuras de la conciencia de la Fenomenología del espíritu.
Bernstein empieza mostrando en qué medida el énfasis en la praxis proviene de cierta aproximación al Geist hegeliano, en tanto éste se refiere a la configuración de una comunidad sostenida por el actuar de todos y cada uno, “un yo que es un nosotros y un nosotros que es un yo”. No es tanto una categoría metafísica como un entramado de relaciones humanas culturalmente constituidas e institucionalmente mediadas, cuyo escenario es la historia. Decir que la filosofía es “su tiempo aprehendido en conceptos” equivale a afirmar que la comprensión de lo real es inseparable de las prácticas sociales que hilvanan dicha comprensión.
Marx es un hito importante en esta historia. Marx hace suyo el concepto hegeliano de Bildung en su concepción de la producción y el trabajo como los factores reales que determinan el curso de la historia. Asimismo, desarrolló una lectura de la famosa dialéctica del señor y del siervo como matriz de la lucha de clases. Buena parte del trabajo filosófico de Bernstein consiste en desmantelar la distinción – presente en marxistas como Althusser – entre el Marx “filósofo” y el Marx “Científico”. Después de todo, no es posible postular una dialéctica de la historia sin suscribir el aparato categorial desplegado por Hegel en la Ciencia de la Lógica.
El Kierkegaard de Bernstein también está “hegelianizado”. La figura de la conciencia infeliz es un poco el eje de sus reflexiones sobre el existencialismo. La conciencia intuye lo infinito – la “esencia absoluta” que da sentido a su vida – pero al mismo tiempo la concibe como inalcanzable en la vida, accesible a través de la muerte. Sabido es que Hegel rechazó esta tesis desde su juventud (tesis que asociaba con Kant y en alguna medida con Descartes); pensaba que un Reino de Dios fuera de la vida constituía un grave malentendido respecto del cristianismo. Las figuras relativas a la Religión revelada y al Saber Absoluto son ante todo un intento por dar forma a la unidad (negativa) entre finito e infinito. No obstante, para los existencialistas – Kierkegaard, pero también Sartre – esa unidad es tan sólo especulativa. En el plano vital, ninguna forma de vida mundana toca realmente la infinitud. Incluso la experiencia religiosa pasa “necesariamente” por la experiencia de la angustia.
La reflexión que hace Bernstein sobre el pragmatismo (centrado sobre todo en el análisis de la obra de Dewey), tiene un cariz fundamentalmente político. John Dewey – siguiendo una interpretación “naturalista” de Hegel – considera que la racionalidad en cuanto tal no puede ser aislada de las prácticas sociales que el hombre desarrolla para adaptarse o modificar su habitat. Más que buscar conocer “el objeto” allá afuera, lo que busca es construir un mundo que pueda habitar en un clima de libertad y bienestar. Es por eso que el objetivo fundamental de Dewey – presente incluso en sus obras epistemológicas – es la configuación de una sociedad democrática, organizada a partir de la interacción dialógica de los agentes sociales.
El capítulo referido a la filosofía analítica tiene en Ludwig Wittgenstein su interlocutor fundamental. Es el giro lingüístico explícito en Investigaciones filosóficas, en donde se señala que el significado de las palabras depende de su uso en un juego lingüístico, que es expresión de una forma de vida concreta. El capítulo culmina con una reflexión sobre el diálogo entre la filosofía heredera de Wittgenstein y la vuelta a Aristóteles y Hegel (MacIntyre y Taylor) y al joven Marx (Habermas) en la filosofía de la praxis contemporánea, especialmente relevante en la crítica del positivismo.
Bernstein empieza mostrando en qué medida el énfasis en la praxis proviene de cierta aproximación al Geist hegeliano, en tanto éste se refiere a la configuración de una comunidad sostenida por el actuar de todos y cada uno, “un yo que es un nosotros y un nosotros que es un yo”. No es tanto una categoría metafísica como un entramado de relaciones humanas culturalmente constituidas e institucionalmente mediadas, cuyo escenario es la historia. Decir que la filosofía es “su tiempo aprehendido en conceptos” equivale a afirmar que la comprensión de lo real es inseparable de las prácticas sociales que hilvanan dicha comprensión.
Marx es un hito importante en esta historia. Marx hace suyo el concepto hegeliano de Bildung en su concepción de la producción y el trabajo como los factores reales que determinan el curso de la historia. Asimismo, desarrolló una lectura de la famosa dialéctica del señor y del siervo como matriz de la lucha de clases. Buena parte del trabajo filosófico de Bernstein consiste en desmantelar la distinción – presente en marxistas como Althusser – entre el Marx “filósofo” y el Marx “Científico”. Después de todo, no es posible postular una dialéctica de la historia sin suscribir el aparato categorial desplegado por Hegel en la Ciencia de la Lógica.
El Kierkegaard de Bernstein también está “hegelianizado”. La figura de la conciencia infeliz es un poco el eje de sus reflexiones sobre el existencialismo. La conciencia intuye lo infinito – la “esencia absoluta” que da sentido a su vida – pero al mismo tiempo la concibe como inalcanzable en la vida, accesible a través de la muerte. Sabido es que Hegel rechazó esta tesis desde su juventud (tesis que asociaba con Kant y en alguna medida con Descartes); pensaba que un Reino de Dios fuera de la vida constituía un grave malentendido respecto del cristianismo. Las figuras relativas a la Religión revelada y al Saber Absoluto son ante todo un intento por dar forma a la unidad (negativa) entre finito e infinito. No obstante, para los existencialistas – Kierkegaard, pero también Sartre – esa unidad es tan sólo especulativa. En el plano vital, ninguna forma de vida mundana toca realmente la infinitud. Incluso la experiencia religiosa pasa “necesariamente” por la experiencia de la angustia.
La reflexión que hace Bernstein sobre el pragmatismo (centrado sobre todo en el análisis de la obra de Dewey), tiene un cariz fundamentalmente político. John Dewey – siguiendo una interpretación “naturalista” de Hegel – considera que la racionalidad en cuanto tal no puede ser aislada de las prácticas sociales que el hombre desarrolla para adaptarse o modificar su habitat. Más que buscar conocer “el objeto” allá afuera, lo que busca es construir un mundo que pueda habitar en un clima de libertad y bienestar. Es por eso que el objetivo fundamental de Dewey – presente incluso en sus obras epistemológicas – es la configuación de una sociedad democrática, organizada a partir de la interacción dialógica de los agentes sociales.
El capítulo referido a la filosofía analítica tiene en Ludwig Wittgenstein su interlocutor fundamental. Es el giro lingüístico explícito en Investigaciones filosóficas, en donde se señala que el significado de las palabras depende de su uso en un juego lingüístico, que es expresión de una forma de vida concreta. El capítulo culmina con una reflexión sobre el diálogo entre la filosofía heredera de Wittgenstein y la vuelta a Aristóteles y Hegel (MacIntyre y Taylor) y al joven Marx (Habermas) en la filosofía de la praxis contemporánea, especialmente relevante en la crítica del positivismo.
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