miércoles, 8 de febrero de 2017

¿’TODOS CORRUPTOS’?








Gonzalo Gamio Gehri


Los primeros resultados de la investigación sobre el caso Odebrecht que involucran al ex presidente Toledo resultan particularmente inquietantes. Un colaborador eficaz del caso habría revelado la recepción de una coima de varios millones de dólares. Se especula acerca de si se propondrá una orden de captura contra él en los próximos días.  Si se demuestra su culpabilidad, Alejandro Toledo tendrá que recibir un justo castigo por sus acciones. Se trata de un final triste para quien una vez capitaneó una importante  movilización contra el régimen corrupto de Fujimori.

Se sabe cuál será el tono del discurso político de las próximas semanas: algunos columnistas aseverarán que quienes otrora dividieron el país entre “corruptos” y “guardianes de la corrección política” se ha revelado artificial porque los supuestos “pontífices de la ética de lo público” se habrísn revelado corruptos. Esta distinción es obviamente espuria, y ha sido diseñada para ser caricaturizada por sus críticos conservadores. La idea que pretenden imponer es que “todos son corruptos”, y que no tendría sentido buscar en la “clase política” a quienes no lo sean [1]. Los olmos no producen peras. Entre nuestros políticos, hemos de buscar a los más “eficaces” y a aquellos que tengan más “autoridad” y “firmeza”. Aquel que robe pero que produzca “obras”. Esa es la mirada cínica, que se pretende falsamente “realista”.

Otros simplemente identificarán el quehacer político con la comisión de delitos de  corrupción y con la búsqueda de provecho privado. Habrá que alejarse de la vida pública, y aspirar a otros bienes (el trabajo, las relaciones afectivas, etc.), para preservar una vida proba y tranquila, sostienen. Esta es la mirada escéptica, que desalienta a los ciudadanos a intervenir en la política, e incluso a fiscalizar a los funcionarios públicos.

Es probable que los fujimoristas (y también algunos apristas que desconocen los primeros escritos de su fundador), opten por la primera perspectiva. Todos están cubiertos por el mismo lodo, podrían argüir. Como la corrupción no es patrimonio de ningún partido, entonces la acusación de corrupción se convierte en un lastre llevadero; entre gitanos no se van a leer las palmas de las manos. Habrá que considerar otros talentos, como la “eficacia” y la “severidad”. La invocación a la prepotencia no es impopular en una sociedad habitada por una seductora tradición autoritaria de sólidas raíces. Ese es el discurso desencarnado. No tenemos que aceptarlo. Es hora de refundar la política en el país. No se trata solamente de renovar los liderazgos en el sistema político – en el Estado y en las agrupaciones políticas -, lo fundamental es que la ciudadanía de la voz y rechace cualquier forma de condescendencia con la corrupción, actitud por la que apuestan los políticos en actividad que han conducido el país desde la década de Fujimori hasta hoy.

Este es el desafío ético y político que se plantea a la ciudadanía. La caída de los políticos no puede socavar nuestra fe en nuestras instituciones y en la acción política. Refundar lo público no equivale a 'regenerar' el país apelando a un mero “cambio de actitud” de la “clase dirigente”. Se trata de que actuemos nosotros, dado que somosla fuente de todo genuino poder público. Seamos agentes de cambio, ciudadanos en cuanto tales. Discutamos, propongamos proyectos razonables para el país. Demos razón de nuestra condición de actores libres, capaces de transformar nuestro entorno actuando en concierto. Somos nosotros – no ellos – quienes decidimos nuestro destino como miembros de una República.




[1] Cfr. El último artículo de Salomón Lerner Febres en La República - del día 3 de febrero - en el que critica dicha idea.

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