Gonzalo Gamio Gehri[1]
Dentro de
poco tiempo elegiremos en segunda vuelta a quien ocupará el cargo de Presidente
de la República. Esa
persona designará a los especialistas que conformarán un gabinete de ministros,
y delegará entre sus colaboradores otros puestos en el Estado. En otras palabras, esa persona formará un gobierno por un período
de cinco años. Todo ello por encargo nuestro, no debemos olvidarlo. El poder
que ese gobierno administrará proviene de nosotros, de nuestra decisión y de
nuestro consentimiento. Elegir, por ello, es un acto que entraña una gran
responsabilidad en clave ética y política.
Ser
ciudadano no sólo consiste en ser titular de derechos universales, implica
asimismo ser un agente político, un sujeto capaz de intervenir en la vida
pública para incorporar temas de interés común en la agenda política, para
generar corrientes de opinión, para vigilar la buena marcha del ejercicio de la
función pública de parte de las autoridades elegidas. Como se ha dicho
recientemente, “la democracia no llega sola”; el poder sólo se limita con lucidez si los
ciudadanos actuamos en conjunto.
Es
necesario que los ciudadanos nos informemos antes de votar, y que se contrasten
las propuestas y los argumentos de los candidatos en los foros de debate
disponibles en el sistema político y en las instituciones de la sociedad civil.
Debemos examinar rigurosamente los programas de gobierno, así como evaluar
detenidamente las trayectorias de los postulantes al sillón de Pizarro. Aquí la
eficacia y la probidad en el ejercicio de la función pública, así como el compromiso
con la consolidación de una democracia liberal en nuestro país, constituyen criterios
fundamentales para decidir con sensatez y sentido de justicia a quién apoyar en
las urnas, y a quién no. En esta línea de reflexión, no debemos avalar el
clientelismo como estrategia política, tampoco la tolerancia frente a la
corrupción o la condescendencia con el narcotráfico. De nosotros depende que el
despotismo (no necesariamente ilustrado) y la deshonestidad no constituyan
opciones para la administración del poder.
La
capacidad de emitir un voto consciente constituye una condición necesaria para
el cultivo de la ciudadanía democrática, pero no es una condición suficiente. Podemos
reunirnos y actuar juntos para expresar ideas comunes que nos movilicen, así
como para ejercitar el control político
en términos de vigilancia cívica. Esta dimensión de la ciudadanía requiere una
disposición permanente, una práctica presente tanto en períodos electorales
como después de las elecciones. En realidad, la participación ciudadana
constituye el único remedio contra cualquier forma de autoritarismo que se
proponga amenazar las bases de la vida
pública. Sólo podemos contener las pretensiones autocráticas de cualquier
autoridad política en la medida en que estemos dispuestos a actuar juntos, y a resistir
a toda forma de concentración del poder. Es preciso recuperar el valor de la
política, concebida como una actividad que nos convoca a todos, y que expresa
una forma crucial de libertad.
[1]Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia
de Comillas. Profesor en la Pontificia Universidad
Católica del Perú y en la Universidad Antonio
Ruiz de Montoya.
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