Gonzalo Gamio Gehri
Estos
breves apuntes pueden considerarse una continuación de El instante, una nota que resume mis apreciaciones generales sobre el Fausto de Goethe. Ahora quiero
desarrollar una reflexión sobre la experiencia de la negatividad y de la
nostalgia en esta obra extraordinaria. Generalmente, los comentaristas ponen
énfasis en la desolación del científico y en el pacto que Fausto celebra con
Mefistófeles – que, como se recordará, es un ‘espíritu que niega’, en el léxico
del propio Goethe -, sin embargo, el pathos
que empuja al viejo sabio a firmar el pacto demoníaco y la disposición que
explica su actitud vital frente al complejo viaje de autodescubrimiento que
emprenderá luego los encontramos en esta conmovedora declaración:
“FAUSTO
Choquemos esos cinco. Si alguna vez digo ante un
instante: «¡Deténte, eres tan bello!», puedes atarme con cadenas y con gusto me
hundiré. Entonces podrán sonar las campanas a difuntos, que seré libre para
servirte. El reloj se habrá parado, las agujas habrán caído y el tiempo habrá
terminado para mí.”
Como
se sabe, estas líneas constituyen un pasaje que enlaza la primera y la segunda
parte del drama. Con estas palabras, Fausto manifiesta su voluntad de cerrar el
acuerdo con el espíritu maligno, pero también expresa lo que realmente desea y hace
explícito el criterio por el cual considerará satisfecho ese deseo y señalará
el momento en que entregue su alma inmortal a Mefistófeles. El científico
abandona la theoría en nombre de la
experiencia sensorial – por eso requiere de un cuerpo vigoroso que Mefistófeles
le brinda, al devolverle la juventud – y se dedica a la búsqueda de nuevas
vivencias que lo nutran, pasando de una experiencia a la siguiente.
El
instante es aniquilado y deja su lugar al instante que le sigue. Fausto es
consciente de la fugacidad de las vivencias y está bastante a gusto con la multiplicidad de situaciones que le ofrece la
vida. No carga con el dolor de la pérdida ni con el sentimiento de vacío que
deja la ausencia de lo amado. La nada que experimenta Fausto no es una “nada
abstracta” que abarca toda la existencia, sino la “nada determinada” – la negación de esto o de aquello, en el
lenguaje del joven Hegel –, la vivencia de la desaparición del instante ante el
advenimiento del siguiente. A diferencia de la conciencia natural en la Fenomenología del espíritu (1807), que
afronta dolorosamente la experiencia de la negación como un real ‘camino de desesperación’, Fausto vive con
aparente desdén la desaparición del instante.
No
obstante, esta suposición es inexacta y requiere de precisiones importantes. La
formulación de Fausto en el pasaje citado revela que guarda en su corazón el re-cuerdo de la originaria
vulnerabilidad de su existencia, la pérdida de su juventud, la vacuidad de las
ciencias que procuró desarrollar, el carácter esquivo del absoluto, todas
expresiones de una negatividad profundamente dolorosa. La alusión a la fugacidad del instante revela cuán intensa es para el viejo Fausto la experiencia de la retirada del mismo. Luego del pacto, Fausto
afronta un camino de acumulación de vivencias, sin que alguna de ellas domine
su ánimo. No tiene una patria a la que regresar, como Ulises. Ni siquiera el amor por Margarita y la posterior fascinación por
Helena de Troya – que le llevó al mundo clásico y a negociar con las “Madres
del Ser”- detuvieron su viaje
espiritual. Este viaje está dedicado a
enriquecer el horizonte de la subjetividad; a disolver el no-yo en el yo.
Sin
embargo, en Fausto encontramos el poderoso anhelo de la plenitud. El acceso a la
vivencia de lo intrínsecamente valioso, una vivencia que trasciende la
voracidad del yo. Anhela afrontar el instante que le brinde plenitud, un
instante que desee – infructuosamente – detener. Es decir, aspira a vivir aquella experiencia que acabe
con el deseo de acumular experiencias. Una
experiencia fundante. Aquella vivencia que acabe con este proceso de
negaciones.
Como
recordará el lector, esa vivencia es la experiencia del servicio. El viejo
científico descubre la alegría y la paz que producen el compromiso con el
bienestar de los demás. Fausto consigue arrebatarle tierra al mar, y
convertirla en tierra fértil. En la apertura al otro encuentra la posibilidad
de vencer la falsa omnipotencia del yo.
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