miércoles, 27 de junio de 2012

DEMOCRACIA, DERECHOS HUMANOS, CATOLICISMO







NOTAS DE CASTEL GANDOLFO



Gonzalo Gamio Gehri

Una de las experiencias más bellas de mi viaje a Italia ha sido – con absoluta certeza – la visita que los investigadores de la Conferencia de Roma realizamos a Castel Gandolfo, el lugar de veraneo del Papa. Las autoridades pontificias generosamente concedieron el permiso para entrar a los jardines, apreciar las ruinas romanas, y conocer el observatorio astronómico. La belleza del lugar, el lago, los edificios de la villa y el castillo, es indescriptible. Considero un privilegio haber estado allí, sin duda. En el largo camino desde el centro de Roma hasta Castel Gandolfo tuve la oportunidad de tomar algunas notas fruto de mis reflexiones y del intercambio con los colegas. Habiendo ya pronunciado mi ponencia el primer día, sentía ya la tranquilidad necesaria para ir recogiendo algunas ideas que se fueron discutiendo a lo largo del evento. Señalo aquí algunas dándole una forma aún preliminar.

La primera idea que ha circulado en la mayoría de las ponencias es la centralidad de la categoría “derechos humanos” como elemento medular para el fecundo diálogo entre el catolicismo y la democracia. Muchas de las ponencias giraron en torno a la experiencia  de la violencia en Lituania, Indonesia y Perú, el diálogo entre la Declaración de 1948 y las tesis de Vitoria, el camino de secularización de la cultura e instituciones políticas en estos países, etc. La importancia del derecho a la vida, las batallas por la verdad de lo acontecido en períodos de conflicto, la libertad religiosa se ponía de manifiesto una y otra vez a la luz de los Evangelios, el magisterio de la Iglesia, los tratados filosóficos y teológicos sobre la materia. Es sabido que Juan Pablo II asumía explícitamente el lenguaje de los derechos humanos – en los términos de la Declaración Universal – como parte de su mensaje.

En primera instancia, esto choca con la visión conservadora que una facción de la Iglesia peruana promueve (y que acaso pretende imponer a toda la Iglesia) –  una posición ideológica que invisibiliza los derechos humanos como categoría y tiende a estigmatizar a sus defensores en la práctica -, posición que incluso algunos intelectuales que se describen como católicos llevan a su extremo más radical. Recuerdo el caso de un profesor de filosofía que enseñaba en los difíciles años noventa en la misma institución en la que yo dictaba clase, y que además dictaba en un centro de instrucción militar en el que enseñaba a sus alumnos militares una versión considerablemente retorcida de la hipótesis de MacIntyre de que los derechos humanos eran ficciones conceptuales como las brujas o los unicornios; cometer de forma  tan irresponsable esas imprecisiones en aquellos tiempos turbulentos podía traer ciertamente  graves consecuencias. Más recientemente, un ex congresista de la República deslizó la idea de que no bastaba el silencio guardado por el Padre Garatea ante la no renovación de su licencia, que este silencio debía extenderse a los fieles y ciudadanos que lo apoyaban en la esfera de opinión pública. En estos y en otros muchos casos, el valor de la dignidad y el de la libertad se han tornado problemáticos, al punto que ciertos derechos pueden verse sensiblemente conculcados en la práctica. Por supuesto, estos valores pueden someterse a discusión, pero no cabe duda que el catolicismo los considera centrales para la vida de las personas.

En el Perú, lamentablemente, los derechos humanos son considerados, en ciertos medios  de prensa y espacios políticos, un estandarte ideológico propio de las canteras de izquierda. Esto no constituye una verdad, tanto si tomamos en cuenta la matriz liberal y también cristiana de los mismos, como si recordamos de manera estricta  la crítica marxista de estos derechos como una una expresión burguesa. Los derechos humanos constituyen una poderosa herramienta social para combatir el trato cruel y autoritario, que constituye parte del patrimonio de la cultura democrática. Más allá de la tienda ideológica de los actores, tendrían que reconocerse como un instrumento valioso para orientar la práctica.

Continuaré desarrollando la conexión entre catolicismo y derechos humanos en los próximos días.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y ahora... el Vaticano quita el derecho a usar "católica" y "pontificia"...
¡Qué duro debe ser mantener la espiritualidad atada a una denominación institucional terrenal!
Y qué tristísima se ve la miseria de esa institución, para algunos que la miramos desde fuera. Justamente, la Iglesia parece hacer todo lo posible por perpetuar la desigualdad y la injusticia en latinoamérica, gracias a su proverbial tendencia a asociarse con los más poderosos y ser dominada por ellos...

Hosting dijo...

La doble moral de la iglesia que frustrante alguna ves haber creído en ella.