Gonzalo Gamio Gehri
He señalado en más de una oportunidad que la idea que me parece más seductora dentro del imaginario del pluralismo liberal es la del falibilismo, según la cual toda creencia humana es susceptible de revisión y cuestionamiento, de modo que ningún juicio sobre la realidad o el sentido de la praxis se sustraiga al trabajo de la crítica. La duda – concebida en términos de un proceso narrativo - no mata la vida, le infunde racionalidad. El falibilismo, antes que una suerte de doctrina, constituye una actitud frente a los sistemas de creencias, propios y ajenos.
Por supuesto, el falibilismo no es sin más una invención liberal. Ha asumido diferentes formas en la historia del pensamiento occidental. La invitación socrática a llevar una ‘vida examinada’ es una versión particularmente aguda de falibilismo clásico; también lo encontramos en el espíritu del escepticismo pirrónico, magistralmente descrito a través de la imagen del fuego purificador. Aparece también en la introducción de la Fenomenología del espíritu como el detonante del movimiento de la conciencia natural hacia el autoesclarecimiento del lógos de la experiencia. El pluralismo liberal constituye, en el mejor de los casos, una de las figuras históricas de esta disposición intelectual y moral.
El adversario del falibilismo como modus vivendi es el “espíritu de ortodoxia” (J. Grenier), la actitud según la cual el trabajo de la crítica sólo corroe aquello que el ser humano considera verdadero y sagrado, lo que mantiene su alma saludable (Aristófanes, Las Nubes). Insisto, el falibilismo es más una actitud que un sistema intelectual, que nos exige examinar nuestras creencias y valoraciones. Por eso pienso que el ethos liberal debe enfrentar con el mismo ímpetu al “pensamiento reaccionario”, y al catecismo del mercado (que se reverencia en medios locales de ultraderecha). Esta disposición a sacudir el espíritu de dogmas y prejuicios le ha valido al liberalismo la acusación de ser un enemigo de la religión y de los credos morales arraigados en la tradición. Se trata de una acusación infundada y malintencionada. Quien así piensa distorsiona gravemente el sentido de las religiones y de las tradiciones. Richard Bernstein ha planteado esta cuestión con singular agudeza:
“En las grandes tradiciones religiosas, siempre hubo creyentes que sostuvieron que la fe religiosa genuina es aquella que está abierta al cuestionamiento. No debemos confundir la fe religiosa con el fanatismo ideológico, y a su vez, debemos oponernos firmemente al fanatismo ideológico, siempre que aparezca, independientemente de si toma una forma religiosa o no”[1].
El falibilismo combate la supresión autoritaria del pensamiento y la violencia, descrita agudamente por Gianni Vattimo como “implícita en toda ultimidad, en todo primer principio que acalle cualquier nueva pregunta”[2]. Aldous Huxley y George Orwell nos han ofrecido a través de obras como Un mundo feliz y 1984 un retrato espeluznante acerca de cómo podría funcionar una sociedad totalitaria en la que el pensamiento crítico estuviera prohibido (resulta sumamente extraño que algunos conocidos movimientos religiosos de tipo tradicionalista usen como 'libros de combate' contra la sociedad democrática y el liberalismo precisamente textos como Un mundo feliz y 1984; es sabido de que tanto Huxley como Orwell escribieron sus novelas con el propósito de defender las libertades del individuo – difícilmente ese mensaje antidogmático podría resultar convergente con el lema autoritario “el que obedece no se equivoca” -. Tengo que decir que no se trata de un reproche - finalmente estamos hablando de excelente literatura - sino de una cuestión elemental de coherencia: Huxley y Orwell se sitúan en las antípodas de la 'restauración conservadora', que se formula en términos de una oposición explícita al "librepensamiento modernista" en lo ideológico y teológico. Es previsible que los sectores conservadores adversos a los 'librepensadores' (pues los encuentran “libres en exceso”, signifique lo que signifique esta retorcida expresión) rechacen los cimientos de la 'utopía tecnológica' bosquejada por Huxley y Orwell, sin embargo, la represión de la crítica y la heterodoxia podría resultarles menos insoportable, por así decirlo). Para muchos integristas (ateos y religiosos, conservadores o revolucionarios, para el caso da lo mismo), acallar preguntas o censurar libros - en la línea de los "supremos interventores" de la sombría utopía de Huxley - es el precio de la estabilidad y del orden. Es probable que los lectores antiliberales no se hayan percatado del elemento actitudinal de la vindicación de lo humano en tales obras. Tampoco se repara en el hecho de que Huxley tenía simpatías anarquistas, o que Orwell se aproximase a posiciones socialdemócratas. O que ambos se apartasen del marxismo ortodoxo, particularmente del estalinismo. No opera allí ningún 'giro premoderno' (debo decir que tampoco tampoco post-moderno, por si se formula la pregunta). Anima a tales obras el venerable espíritu de emancipación y disidencia típico de la conciencia moderna de la libertad.
Estos textos examinan en profundidad los conflictos de largo alcance entre libertad, orden y bienestar. Es una lástima que muchos autores no perciban la fuerza moral y política del arte y la literatura (algunos incluso les atribuyen erróneamente una “epistemología menor” o “secundaria”. Un poco de Hegel no les vendría mal, ciertamente). Ambas novelas constituyen un poderoso himno a la capacidad de reflexión crítica como una dimensión fundamental de lo específicamente humano. En lo personal, Un mundo feliz me parece una obra maestra del espíritu falibilista – tuve la oportunidad de dedicarle un ensayo largo en Racionalidad y conflicto ético -; encuentro en el pasaje de la novela correspondiente a la confrontación entre John El Salvaje y Mustafá Mond una expresión conmovedora de coraje y parresía. Lo que se pone de manifiesto en esta clase de “utopías negativas” – a veces llamadas distopías” – es que, aún bajo el supuesto de que los problemas sociales más graves pudiesen ser resueltos merced a las virtudes del conocimiento y la técnica, una sociedad que conculque nuestro más elemental derecho al cuestionamiento sería inhumana y perversa, aunque se planteara a sí misma hacerlo por nuestro (supuesto) “bien”. Lo que se denuncia, en suma, es toda pretensión de tutelaje y domesticación del espíritu humano.
[1] Bernstein, Richard El abuso del Mal Buenos Aires, Katz 2006 pp. 90-1.
[2] Vattimo, Gianni Creer que se cree Barcelona, Paidós 1998 p. 77.
2 comentarios:
Interesante propuesta la del "fabilismo". Una pregunta ¿no es el fabilismo una condición necesaria para hacer filosofía?
Tuve la oportunidad de leer algunos artículos realizados por los profesores en Ciencias de la Religión de la UNMSM, en ellas se observan como cierta línea radical del movimiento republicano, en su propuesto política, se dedica a satanizar otras propuestas en nombre de la "nación norteamericana". Creo que el "fabilismo" es una buena reacción para contrarrestar este tipo de planteamientos que no tienen pocos seguidores en nuestro planeta
Estimado amigo Protestante:
Ciertamente, el falibilismo es consustancial a la filosofía, y puede servir para contrarrestar los extremismos. Te recomiendo el libro de Bernstein para el caso de los EEUU.
Saludos,
Gonzalo.
Publicar un comentario