miércoles, 7 de enero de 2015

BREVES REFLEXIONES SOBRE UN PASAJE DE “MACBETH”

glamis-castle


Gonzalo Gamio Gehri

“¡Pobre patria!
Casi siente temor cuando se reconoce. No se puede llamarle
madre sino nuestra tumba, donde nadie sonríe excepto quienes nada saben; donde
suspiros y lamentos y gemidos que desgarran el aire surgen sin que lo advierta
nadie, donde el dolor violento parece un éxtasis común. Suenan tañidos por un
hombre muerto y no pregunta nadie por quién es, y la vida de los hombres
honorables se extingue antes que las flores en sus caperuzas y mueren antes de
enfermar”[1].

Probablemente este sea uno de los pasajes más duros de la historia de la literatura en cuanto al diagnóstico de una crisis moral y política. Revela efectivamente un enorme escepticismo político. Se trata de una reflexión inscrita en el renacimiento inglés, pero que históricamente alude a una situación generada en el siglo XI en la Escocia medieval -, pero que sin duda va más allá de estos contextos puntuales. Implica un juicio sobre la quiebra de la legalidad en las sociedades, e incluso sobre la labilidad como un elemento crucial de la condición humana. Nos habla del tipo de injusticias que los seres humanos pueden perpetrar sino existen normas, procedimientos e instituciones que puedan prevenir o impedir tales acciones.

Esta idea es recurrente en Shakespeare. No olvidemos sus alusiones a la “podredumbre” presente en el reino de los daneses en Hamlet, o sus juicios sobre la concentración del poder en Ricardo II, sólo por citar un par de casos. El tema de la crisis política se hace aún más presente en sus dramas romanos, en los que la agonía del sentido republicano es un tópico fundamental. Piénsese en la preocupación que manifiesta Julio César al constatar que Casio le dedica tantas horas a la lectura, y está tan lejos de la complacencia palaciega. Casio piensa demasiado, y eso lo convierte en un personaje peligroso.

El pasaje de Macbeth alude a una sociedad en la que se ha perdido el marco legal  y el régimen libre, una sociedad en la que sus miembros no parecen interesados – en principio, o al principio – en revertir esa situación de tiranía. La patria (la morada original, en la que la vida habría de prosperar) se ha convertido en la “tumba” de los espíritus libres. No puede despertar un sentimiento de comunidad, ni siquiera una vocación de transformación entre la mayoría de los habitantes, como si la corrupción estuviese minándolos por dentro . Finalmente, los rebeldes escoceses – liderados por Malcom y Macduff y por Seward, el general de sus aliados ingleses de Northumberland – deponen al usurpador y se restablece el poder legítimo, pero Shakespeare parece advertir que poco es lo que podemos esperar de los seres humanos cuando el ejercicio del poder no cuenta con límites estrictos. Se requiere además de una paidéia que impulse a las personas a establecer esos límites y a prevenir su trasgresión. La libertad no se logra ni se preserva sin esfuerzo y convicción.

Evoco estas líneas de este extraordinario drama pensando en el sentido de desesperanza que impera en nuestro país. La presuposición de que la corrupción prospera por doquier y ha comprometido hasta el tuétano a nuestra “clase dirigente”, las “élites” que algunos alaban con tanto fervor. Los grandes grupos de poder  empresarial, mediático y otros sectores de poder jerárquico tienen una agenda bastante conocida. Creo, no obstante, que no hemos alcanzado el punto crítico descrito aquí, a pesar de la gravedad de la hora presente. La percepción de la omnipresencia del delito beneficia a aquellas organizaciones políticas asociadas con la corrupción y las violaciones de libertades y derechos. Parafraseando a Judith N. Shklar, estamos hablando de injusticias y no de infortunios o fatalidades. Como iremos discutiendo en los textos que publicaremos en breve, se trata de una crisis que puede revertirse, entre otras cosas, a través de la acción cívica.   

Imagen extraída de aquí. 


[1] Macbeth Acto IV, escena tercera.

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