lunes, 29 de diciembre de 2014

ESTADO Y ACTIVIDADES RELIGIOSAS: ESTABLECER FRONTERAS EN UN ESTADO LAICO









Gonzalo Gamio Gehri

En los últimos días, el tema del pluralismo y la laicidad del Estado liberal ha vuelto a ponerse en discusión, esta vez en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Una alumna de Letras, Katherin Ángeles Sihuay, envió una carta al Decano de la Facultad – según me ha comentado, un profesor de esa casa de estudios, y he podido constatar luego leyendo el documento y dos entrevistas – señalando que, dado que la UNMSM es una universidad estatal y el Perú un Estado laico, la Facultad no debería exhibir en espacios comunes Nacimientos ni ninguna manifestación de una religiosidad particular. El Estado democrático se mantiene neutral en materia religiosa, porque su función es la de garantizar los derechos y las libertades individuales, incluidas las concernientes a creer o a no creer. La alumna ha sostenido que ha recibido un trato hostil de parte de miembros de la comunidad universitaria,  e incluso ha sido amenazada desde las redes sociales. Ha añadido que – curiosamente – se evita discutir rigurosamente este problema en el campus: “resulta curioso notar”, sostiene “que son, sobre todo, los profesores de temas relacionados a epistemología y lógica quienes invitan a través de su discurso y acción a plantearse estos temas, mas no los de ética y filosofía política”. Es una situación que sin duda preocupa.

Espero que en la UNMSM pueda desarrollarse un debate amplio sobre este tema. Tengo muchos amigos filósofos en esa importante casa de estudios, cuyo trabajo aprecio y admiro, quienes  seguramente aportarán argumentos sólidos que esclarezcan lo que está en juego aquí. Intuyo que este debaste recién está iniciándose. La carta en mención destaca un punto fundamental. Una institución pública no constituye un espacio para la expresión de una confesión religiosa puntual. Es el caso de los claustros de la Universidad más antigua del Perú. Tales escenarios constituyen foros compartidos para el cultivo del saber y de la vida cívica, para discutir asuntos que sean de interés común de quienes desarrollan el conocimiento o ejercen la ciudadanía. La celebración de costumbres religiosas o las actividades proselitistas en cuestiones de fe no pueden tener lugar en el seno de las universidades estatales. Esta forma de reflexionar procede de los principios de la razón pública inscritos en una concepción democrática de la política, y es independiente del credo personal. Por ejemplo, yo soy católico – como muchos ciudadanos – pero creo que nuestro Estado debe ser laico.

 Resulta legal y moralmente irrelevante hacer notar que el credo espiritual que se intenta difundir sea el que profesa la mayoría de la población. Se trata de proteger los derechos de todos en pie de igualdad, incluidos los derechos de las minorías. Consentir el compromiso doctrinario de un Estado con una religión específica implicaría discriminar a quienes practican otras creencias, o no tienen convicciones religiosas en absoluto. Tal opción política implica tratar a estas personas como ciudadanos de segunda clase. La entidad política debe defender las bases institucionales de un contexto de “pluralismo razonable”(en términos de John Rawls), aquel que propicia el florecimiento de diversas concepciones morales y religiosas, siempre y cuando ellas respeten el derecho de las demás visiones a tener un lugar en la sociedad y eventualmente, a entrar en diálogo con ellas.

El espacio adecuado para la celebración de la Navidad – en cuanto al ritual, la decoración y la prédica correspondientes – son las casas,, son las parroquias, o las comunidades e instituciones religiosas en las que uno participa en condiciones de libertad. No son los lugares estatales, en los que se promueve el bien público, asociado estrictamente al cuidado de los principios y procedimientos de la justicia, el cultivo de la tolerancia ante diversos caminos razonables de vida y el ejercicio de las virtudes políticas. Un Estado democrático no dedica los espacios bajo su jurisdicción a la práctica de ningún culto puntual ni permite su uso orientado por tales propósitos. Esta actitud no lo convierte en “a-teo”: es básicamente laico y aconfesional porque no admite establecer desigualdades entre los ciudadanos en razón de sus creencias y estilos de vida. Promueve el desarrollo de todas las religiones y visiones del mundo bajo la única condición de que éstas respeten los derechos y libertades de todas las personas, vale decir, que acepten coexistir en un marco de pluralismo razonable conforme a las reglas de juego propias de un régimen democrático constitucional.

Quienes suscribieron la carta señalan que su iniciativa ha recibido críticas de todo calibre, no precisamente cimentadas en argumentos legales o filosóficos rigurosos (y arraigados en los usos democráticos). Algunas de las críticas más extrañas y virulentas – advierten con sorpresa y perplejidad - provienen de respetados intelectuales,  profesores de la Facultad, que habrían de enarbolar las banderas del respeto a la diversidad. Resulta conceptualmente pobre aducir que impedir que se instalen nacimientos y árboles de Navidad en los ambientes de la UNMSM constituye una grave violación a la libertad de expresión de los creyentes. Quien así argumenta desconoce la frontera entre los fueros de la entidad política y los escenarios religiosos, uno de los pilares de la democracia liberal. La edificación religiosa o el cuidado de las tradiciones no competen al espacio público estatal. Cada práctica tiene un lugar específico en una sociedad plural.

Otros censores de esta propuesta han pretendido refutar la idea de laicidad estatal apelando a un cínico “realismo político”. Aseveran que el Perú es un “país católico”, que el destino del país se debe a las decisiones de sus “élites” – políticas, empresariales y eclesiásticas -, y que “sus élites son católicas”. Por tanto, tendría sentido dedicar los espacios del Estado a la práctica de las costumbres propias del catolicismo. Me sorprende el recurso a una tesis que  - en cuanto a su conceptos- expresamente hunde sus raíces en el fascismo, una ideología expresamente autoritaria, violenta y cosificadora, como tan lúcidamente denunciaran Husserl y Levinás en la primera mitad de los años treinta. Aquí la argumentación democrática simplemente desaparece a favor de un voluntarismo retorcido y mesiánico: el “espíritu del pueblo” – la resonancia hegeliana es evidentemente engañosa, pues Hegel no tiene que ver con este poco sutil irracionalismo - es meramente expresión de su “clase dirigente”.  Nuestra religión tendría que ser la de nuestros caudillos y líderes natos. El discurso de los derechos y las libertades individuales se torna irrelevante, el pluralismo deviene en un estorbo para  asumir el camino del progreso; los ciudadanos se convierten en meros “gobernados”. “Súbditos”, en una palabra. Sombrío el panorama de quien se someta a esta forma arcaica de integrismo político (y religioso). Aquí se plantea veladamente un retorno al Estado confesional.

Esta perspectiva posee una innegable entraña totalitaria. El totalitarismo no sólo decretaba el imperio de una única visión del mundo promovida y difundida por un Estado tutelar, sino que ejercia  un control sobre todos los aspectos de la vida, tanto pública como privada. Predicaba y difundía una única doctrina verdadera, un único estilo de vida con sentido. Quienes no compartían esa visión de las cosas eran considerados herejes victimas del error o de la corrupción del pensamiento.  Creo que  nuestra sociedad ha sufrido en repetidas veces los ataques de formas ideológicas intolerantes de diverso cuño – versiones del totalitarismo tanto religiosas como seculares, desde el integrismo  de las extirpaciones de idolatrías en la colonia hasta los delitos de Sendero Luminoso – como para tomar  intelectualmente en serio esta posición autoritaria. Basta con dejar constancia acerca de su persistencia en la universidad pública y recordar el registro funesto de sus acciones en nuestro país.

Es preciso añadir que esta lectura conservadora es, en el fondo, incompatible con el cristianismo, al menos si tomamos en cuenta a los Evangelios como fuente primaria de interpretación de esta concepción de la vida ética y espiritual. Recordemos que el anuncio del Reino por parte de Jesús ni se hace desde las “élites” ni se las considera el núcleo vivo de la comunidad creyente o de la comunidad por construir. La Buena Nueva se dirige a los más humildes, a los publicanos, a los pobres, a personas que los encumbrados miran con recelo y desconfianza. En ese momento Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has dado a conocer a los pequeñitos. Sí, Padre, pues tal ha sido tu voluntad” (Lucas 10, 21). La preocupación por las condiciones de injusticia en las que se ven sumidos la viuda, el pobre y el extranjero constituye un elemento fundamental de la perspectiva del Reino de Dios y el esfuerzo por su edificación en el terreno de la práctica. Nada más extraño al Magisterio de Jesús de Nazaret que esa obsesión por identificar a los sectores dirigenciales con el motor de la comunidad o con la fuente de su progreso moral. El énfasis reaccionario en el carácter de los poderosos es ajeno a la ética del cristianismo y a sus exigencias en materia de justicia y solidaridad.

Este incidente nos permite ver con claridad una situación que enfrenta nuestra sociedad en cuanto a la relación entre política y religión. No sólo muchos de nuestros ciudadanos – incluidos algunos académicos conocidos – no llegan a entender  a cabalidad los principios que subyacen a la necesaria separación entre las instituciones públicas y las iglesias, sino que no alcanzan a reconocer su relevancia para la afirmación de una genuina cultura democrática en el Perú. El hecho de que en pleno siglo XXI existan resistencias incluso para discutir el concepto de laicidad revela la precariedad de los recursos intelectuales y políticos que usualmente se invocan para consolidar un genuino Estado de derecho constitucional, respetuoso de la pluralidad de formas de vivir y pensar.










1 comentario:

Anónimo dijo...

http://es.wikipedia.org/wiki/Usuario_Discusión:Ricardo.milla.t