martes, 10 de septiembre de 2013

PINTURA Y FINITUD. ACERCA DE FRIEDRICH Y EL ROMANTICISMO



Gonzalo Gamio Gehri


“La tarea del paisajista no es la fiel representación del aire, el agua, los peñascos y los árboles, si no que es su alma, su sentimiento, lo que ha de reflejarse. Descubrir el espíritu de la naturaleza y penetrarlo, acogerlo y transmitirlo con todo el corazón y el ánimo entregados, es tarea de la obra de arte”[1].

Con estas palabras, Caspar David Friedrich reflexiona sobre una de las piedras angulares del romanticismo, el paso de la mimesis a la póiesis. No se trata ya de imitar las fuerzas naturales que se agitan fuera de mí y a mi alrededor; se trata de expresar el espíritu de las cosas que se arremolina dentro de mí y que se manifiesta por doquier. Ese espíritu requiere de un lenguaje que lo haga explícito ante uno mismo y ante otros. Ese es el lenguaje de la creación del artista. Las viejas cosas resuenan con palabras nuevas que re-velan nuevos sentidos.

Conectar el espíritu de las cosas con la propia pasión, esa es la tarea del artista. Que toda la nostalgia, el amor, el resentimiento y la inteligencia presentes en el alma puedan palpitar desde la obra. Es interesante que Friedrich se refiera a la labor del paisajista, el más mimético de los pintores, si cabe. Uno piensa en las iglesias pintadas por el autor, medio derruidas y cubiertas de vegetación, las columnas ruinosas, las sombras de la noche posándose sobre las ramas sin hojas de los árboles. Conmueve su tematización de la nostalgia y de la ausencia. La percepción de la retirada del espíritu y el antiguo sentido de las cosas. La soledad. La pérdida y la añoranza de la plenitud. El anhelo del nóstos. Si en El viajero el espectador inflama su corazón con la re-velación de la naturaleza y parte de su misterio, la mayoría de sus cuadros nos remite a la fugacidad de las cosas – incluso las más amadas – y los denodados esfuerzos por retenerlas. Otro curioso puente hermenéutico con el tema del instante en el Fausto.   



[1] Friedrich, C. D. “La voz interior” en: Novalis, Schiller y otros Fragmentos para una teoría romántica del arte Madrid, Tecnos 1987 p. 53 (las cursivas son mías)..

2 comentarios:

Realpolitik dijo...

...precisamente porque el espíritu de las cosas se manifiesta por doquier, decae completamente la diferencia entre lo que se agita fuera de mí y lo que se arremolina dentro de mí. La metáfora espacial dentro y fuera pierde completamente sentido, decae necesariamente. La sorpresa escrita y el recto estupor, por ejemplo, o mejor aún el santo abandono, el rubor, son los síntomas puntuales de esta necesidad. O como diría Schelling con las mismas palabras (me permita):

Se trata de expresar las fuerzas naturales que se agitan fuera de sí y a mi alrededor, imitando el espíritu de la cosas que se arremolina en mí y fuera de mí, por doquier.

Un abrazo.

Gonzalo Gamio dijo...


Exactamente, estimado amigo. La conexión significativa se establece desde el alma, pero esta conexión debilita la distinción "dentro" / "fuera".

La alusión al rubor y a la sorpresa es iluminadora.

Un abrazo,
Gonzalo.