Gonzalo Gamio Gehri
Lidiar con el
pasado suele ser una tarea difícil[1]. El pasado es
irreversible y constituye en parte el tipo de personas que somos. Configuramos
nuestra identidad a través de la historia del curso de nuestra vida, forjada a
partir de conflictos, vínculos sociales, adhesión y abandono de instituciones, así
como la experiencia de éxitos y fracasos en el diseño y ejecución de proyectos
propios y ajenos. La capacidad de narrar de manera coherente y articulada esta
clase de historias permite construir un retrato consistente acerca de quiénes
somos. Las vivencias que le confieren alguna forma de lócida percepción y dirección al relato cuentan como relevantes en clave hermenéutica. Narrar la historia de una vida implica establecer una conexión
significativa entre el pasado, el presente y el futuro al interior de la trama de
dicha existencia. Esto vale tanto para el caso de los individuos como para el
de las instituciones y comunidades.
Narramos estas
historias y comprendemos su sentido a partir de un trasfondo de valoraciones
que nos permite percibir e interpretar su posible hilo conductor. Como sostiene
Martha C. Nussbaum en un reciente estudio, “no podemos
observar una vida ni escuchar una historia sin ir equipados de antemano con
ciertas intuiciones preliminares acerca de lo que es significativo y lo que no”[2].
Por supuesto, el devenir de esa vida y de esa historia relatada puede
cuestionar, poner a prueba e incluso modificar nuestras intuiciones y
distinciones de valor; esta experiencia de cuestionamiento ético puede afrontarla
tanto quien vive o narra la historia como el que la escucha y la interpreta. La
composición de estos relatos nos inserta en una dinámica de aprendizaje ético
que compromete por igual el ámbito de las vivencias y el de los principios.
El ejercicio de la memoria resulta
imprescindible para llevar a cabo la tarea de narrar una vida y, con ello,
hacerla inteligible ante uno mismo y ante otros, poner de manifiesto su sentido
y veracidad. Rememorar es hacer patente “la presencia viva del pasado”[3],
para utilizar las palabras del historiador francés Henry Rousso. El pasado
presente en la hora actual [4] , que se nos plantea como desafío y como interpelación.
Ajustar cuentas con el pasado-presente puede ser una tarea incómoda y dolorosa,
pero constituye una tarea ineludible si lo que se busca es discutir y elegir
conscientemente una orientación sensata para la vida, convertirse en un
potencial (co) autor del propio destino.
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