jueves, 19 de enero de 2012

FINITUD, FILOSOFÍA POLÍTICA Y EXPERIENCIA




Gonzalo Gamio Gehri

Dos convicciones han animado desde el principio mi vocación filosófica: 1) que el lugar originario de la filosofía es el espacio público – el ágora, la calle – y que allí debe volver. 2) que el “objeto” de la filosofía es la experiencia. Entiendo “experiencia” en un sentido hegeliano, como la consideración reflexiva de nuestras relaciones vitales con el entorno, con los otros, con las cosas (esta es una idea importante presente tanto en la Enciclopedia como en la Fenomenología que suele escapársele a quienes apenas balbucean a Hegel y no lo han leído completo). La filosofía brota de las tensiones de la experiencia y retorna a ella.

Procurar esclarecer la experiencia (biográfica, histórica) implica reconocer sus condiciones, los modos en los que ella se hace presente. Una dimensión crucial de nuestra existencia es la finitud. Las capacidades distntivamente humanas – entre ellas, el lógos, el cultivo de vínculos, la expresión articulada de emociones – están marcadas por una fragilidad ineludible. Infructuosamente las teorías, las ideologías y las religiones intentan desafiar esta vulnerabilidad y esta tendencia a la caducidad. Los griegos percibieron lúcidamente esta condición, que encontramos repetidamente en su admirable politeísmo, su literatura y su filosofía práctica. Nadie ha vislumbrado con mayor precisión el carácter finito de la vida y de las actividades humanas.

En nuestro tiempo, la ilusión del control y del poder subyacente a nuestros pretendidos “saberes técnicos” - afines a una concepción meramente instrumental de la racionalidad implícita en la política moderna, en el reduccionismo económico y en un “sentido común” marcado por el imperio de la producción, el consumo y de una visión peculiar del “éxito” - ha pretendido resentir la autocomprensión de la agencia humana en los espacios sociales desde el horizonte de la finitud. Esta perspectiva está particularmente influida por el paradigma de la gestión empresarial, tan presente hoy en diferentes contextos de la vida social y - por desgracia - en la educación. Uno podría decir que las instituciones educativas que sólo concentran su interés en la instrucciòn profesional en y para el mercado renuncian automáticamente a uno de los retos cruciales de la educación: formar y examinar una interpretación rigurosa y reveladora de la condición humana y su sentido. En contraste, el énfasis en las humanidades, planteado desde un modelo educativo humanista conversacional – planteado en años recientes por Martha C. Nussbaum, Richard Rorty y otros – destaca el cuidado de lo humano y una particular atención a la vulnerabilidad constitutiva de nuestra condición que converge con la preocupación clásica por una ética de lo particular y finito. La literatura, el mito y la historia retratan innumerables ejemplos en los que el ideal abstracto de la “programación” (de la propia vida, de las instituciones, etc.), más allá de su importancia innegable – pues también es una manifestación de inequívoca racionalidad (una entre otras) -, presenta límites, pues siempre se requiere escuchar lo que el curso mismo de la vida tiene que decir. Incluso la tyché juega sus propias cartas. Cualquier forma concreta de discernimiento ético y político tendría que contar con ello.

Existe la política porque la vida es finita y frágil. Para hacer frente a los efectos nocivos de la concentración del poder, hemos diseñado herramientas políticas de distribución y contención del poder: las instituciones y las leyes, los espacios de deliberación cívica, los mecanismos de representación, la planificación de políticas públicas, en fin, la propia democracia. La construcción de espacios de poder compartido constituye una forma racional y sensata de manejar nuestra finitud, y de lidiar con ella. Por eso resulta importante que el pensamiento surja de la calle y que vuelva a ella, para configurar espacios propicios para el ejercicio de la libertad política. No existe mayor peligro para la política que la proyección hacia ella de una mentalidad exclusivamente instrumental y autoritaria, que los griegos identificaban como una forma pavorosa de desmesura (hybris). El tirano – hoy se aludiría seguramente a las diferentes encarnaciones del autoritarismo político- torna imperceptible su propia fragilidad, y utiliza la fragilidad de los demás en provecho propio (la violencia, las formas modernas de clientelismo, etc.). Actuar políticamente implica intentar conjurar la desmesura y proteger el carácter plural de lo político.

16 comentarios:

Jorgesp dijo...

Estimado Gonzalo

Me parece que confundes autoritarismo con tirania. En el primer caso podriamos hablar de un autoritarismo de corte etico que permitiria garantizar el bienestar de una sociedad, en el segundo no, en tanto estariamos ante una mera voluntad descontrolada.

La idea de reconocer la importancia de la interaccion con la realidad es fundamental, estoy de acuerdo con ella. Por ello, uno de los padres del liberalismo reconocio que habia sociedades en donde los propios individuos no estaban listos para ser dejados en libertad. Tal es asi, que en el texto "On Liberty" Mill no duda en señalar que "Those who are still in a state to require being taken care of by others, must be protected against their own actions as well as against external injury." Como veras, para Mill la idea de una sociedad donde los individuos no estuvieran listos para ser libres, implicaba la necesidad de una autoridad que los guiara por un buen camino. En este caso, el recomendaba un Akbar o un Carlomagno.

Como veras, un autoritarismo etico que sirviera para proteger a las personas de si mismas cuando las circunstancias lo necesitaran, no estaba fuera de la logica de uno de los padres del liberalismo. Parece que los que lo siguieron fueron mas papistas que el papa y fueron ellos los que decidieron negarse a la realidad, de que a veces, las personas no saben que es lo mejor para ellas.

Saludos

Jorgesp

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado Jorge:

Interesante, aunque, como verás, yo no identifico todo autoritarismo con tiranía. Entiendo la alusión de JSM a Akbar - un gobernante pluralista, un creyente en la tolerancia - y menos la de Carlomagno. Empero, igual desconfío de los "autoritarismos benévolos", incluso aquellos que fracasaron más de una vez en Siracusa ¿Quién tiene el saber privilegiado acerca del genuino bien de los demás? Torquemada y Mussolini creyeron que lo tenían.

Un abrazo,
Gonzalo.

Jorgesp dijo...

Estimado Gonzalo

Señalar un riesgo del autoritarismo etico, no implica negar que este puede ser necesario. El riesgo no esta en la figura del autoritarismo, esta en la posibilidad de degenerar en una tirania. Asimismo, el riesgo del liberalismo secular, es el atomismo y la falta de fines trascendentes y comunitarios, asi como la perdida del encanto por el mundo y la necesidad de consumir para sentirse vivo (vease la generacion x e y en europa y estados unidos)

Saludos

Jorgesp

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado Jorge:

Estos males están presentes en toda aventura autoritaria, potencialmente violenta.

¿Quién es el sujeto privilegiado y por qué?

¿Desde donde podemos acceder a ese saber privilegiado de lo bueno?

Hegel ya denunció esa clase de autoritarismos éticos en la figura de la "ley del corazón y el delirio de la infatuación".

Un abrazo,
Gonzalo.

SolInvictus dijo...

El autoritarismo es un fenómeno moderno que tiene como telón de fondo la separación y el enfrentamiento entre el Estado y la Sociedad.
En la antigüedad, lo más parecido al autoritarismo es, sin duda, la tiranía, porque al igual que el tirano, el dictador moderno busca su bien, aunque este bien esté revestido de una supuesta identidad con el bien común que, como sabemos, ya no es posible bajo la impronta de esta separación.
El dictador moderno, a nombre del Estado, se arroga la potestad de pensar y decidir por los demás. Esto sucedió claramente con el jacobinismo en la Revolución Francesa.
En cuanto a Mussolini, la cosa es distinta, pues acá ya no hablamos de autoritarismo sino de totalitarismo. El Duce era hegeliano y, como buen hegeliano, creía en el Estado Ético. Sin embargo, Mussolini sabía que la única forma de realizarlo era eliminando la separación entre Estado y Sociedad a través de la creación del Estado Corporativo. A pesar de ello, el fascismo fracasó, pues cayó en la burocratización precisamente por la presencia patógena del Estado.
Por el lado de Platón, la cosa es muy distinta, porque, a pesar de Popper, el griego creó un sistema natural de castas, es decir, concibió la sociedad como un organismo en el que cada parte integrante cumplía una función de acuerdo a la virtud del alma que le correspondía desarrollar. El telón de fondo de esta sociedad era, sin duda, la idea del Bien Común.
El fracaso de Platón no se debió a él, sino a la imposibilidad, por parte de un tirano precisamente, de asumir el Bien Común.
El Bien Común, en Platón, y en todos los antiguos, es objetivo, no es subjetivo; o sea, no es lo que a mí me parece (o a un iluminado le parece) lo que la sociedad debe asumir, sino lo que naturalmente ya existe como función natural. No hay por acá ningún imperativo moral exterior al organismo, ni ninguna idea preconcebida de cómo debería ser la sociedad. Se trata de volver a la raíz del ser, no de proyectar un paraíso.
El autoritarismo debería resolverse en totalitarismo si quiere ser consecuente, pues de lo contrario nos quedaríamos frente a una sociedad esquizofrénica: una sociedad separada de su propio Estado, pero recibiendo órdenes de él como un autómata o un cuerpo mecánico. Una sociedad así, estaría constituída por seres humanos así. Esto se debe a dos razones.
El autoritarismo también surge de la misma matriz histórica que el liberalismo: separación Estado-Sociedad.
Y, al mismo tiempo, padece del mismo defecto que el liberalismo: ignora lo que es el Bien Común.

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado Sol Invictus:

Creo que será importante discutir cuánto de Hegel conocía Mussolini. Definitivamente, Hegel no hubiese suscrito el corporativismo fascista, y tampoco el autoritarismo ético que criticas con razón. En Hegel, el Estado concilia la pertenencia ("los poderes éticos" de la comunidad política, el bien común) con el derecho de la subjetividad y los principios liberales.

Un abrazo,
Gonzalo.

Realpolitik dijo...

Estimado Gonzalo:

pienso que sería también importante (y urgente) abrir un debate sobre lo que se entiende rápidamente con los términos "autoridad" y "poder", y, de esta diferencia esencial, con el término en cuestión, "autoritarismo". No es posible presuponer con este término un simple y generalizado "abuso de autoridad". Sobre los antiguos (el nexo con la tiranía) y la diferencia con el moderno totalitarismo, ya precisó debidamente Solinvictus.

Se note que el vicio de la indistinción entre autoridad y poder (vicio casi antropológico en las SSCC, biográfico en las izquierdas), vicia inmediatamente, de consencuencia, los términos derivados que se usen, peor aún si estos tienen un uso terminológico específico y delimitado ("autoritarismo" precisamente). Estos términos no puede ser generalizados a capriccio según convenga (o se precise de qué autoritarismo se desea hablar).

Jorgesp, por ejemplo, nos precisa el término "autoridad" en Mill (a pesar que, por lo demás, la cita nos habla únicamente de "protección"). Me pregunto, sin embargo, cómo deriva Jorge sucesivamente, del binomio autoridad-protección, su término "autoritarismo ético". No olvidemos que no basta la protección (pública) para generar autoridad (pública). Se necesita el segundo elemento esencial: la obediencia legítima. En qué medida sea posible derivar, a partir de aquí, un "autoritarismo ético", peor aún de tipo liberal (que no conoce el término obediencia y da como absoluta la distinción Estado/sociedad), es para mí un verdadero misterio. Protección, en términos liberales clásicos, es solo seguridad pública. Si se desea derivar una reflexión ética, tal vez sea más apropiado hablar de un principio ético de obediencia legítima e irrestricta (sin duda, no liberal-individualista). Terminaríamos en las dos formas puras de autoridad: mando y comando.

Si, después de todo, claro, se desea hablar de autoritarismo (blando o duro que sea) en los términos generales de "abuso de autoridad" monocrática o "mano dura" digamos, podría entonces considerarse no solo un lado de la relación, es decir el exceso de poder ilegítimo (del dictador por ejemplo), sino también el otro lado, es decir: ver el problema de (este) autoritarismo como la falta voluntaria de suficiente obediencia de parte del esclavo, súbdito o ciudadano.

cordialmente,
Mario

SolInvictus dijo...

En efecto, el fascismo hace una reinterpretación de Hegel que quizás no sea del todo ortodoxa.
Para tal reinterpretación, Giovanni Gentile, el filósofo de Mussolini, retornó al subjetivismo moderno.
Según él, Hegel, a pesar de haber asumido el principio de la modernidad, esto es, el sujeto, están atados aún al mundo antiguo.
En efecto, lo que Hegel describe son las formas objetivadas del espíritu. Para Gentile, el espíritu no son las formas objetivadas, sino la actividad pura. Las formas objetivadas son consecuencia de esta actividad. Hegel seguiría pues atado a la objetividad del pensamiento antiguo desconociendo la radicalidad del principio subjetivo: la actualidad de su actividad.
Esta es la idea básica del fascismo. El Estado Ético es actividad, no es objetivación.
Con ello, tenemos que el fascismo es más moderno que el propio liberalismo y lleva, hasta sus últimas consecuencias, el principio moderno de la subjetividad. Solo que esta vez el sujeto es la actividad, y la actividad toma la forma de un cuerpo total, no individual.

SolInvictus dijo...

Saludos:
Si seguimos tus líneas, quizás deberíamos ir más allá. Deberíamos decir, por ejemplo, que la política es el lugar donde la tyche tiene su mayor expresión y despliegue.
En este sentido, cualquier forma de realizar la política tiene lugar aquí, pues en el fondo todas ellas tienen la misma finalidad: conjurar el poder de la tyche.
En realidad, la política podría verse como el despliegue del intento humano por neutralizar el poder de la tyche, vía la creación de otro poder, del poder mediatizado bajo forma humana de gobierno.
Así, cada forma de gobierno sería la expresión de una actitud específica contra la tyche.

SolInvictus dijo...

Saludos:
Lo curioso y sorprendente es que el intento de manejar "racionalmente" la finitud es finalmente una expresión mas del intento forzado de conjurar el poder de la tyche. En efecto, es la contraparte del control autoritario, otra forma de racionalización e instrumentalización.
La diferencia entre ambas no es mucha si se tiene en cuenta que ambas se creen autónomas.
La política no es autónoma, pues la política depende de la tyche. La política es un accidente de la tyche, no a la inversa.

Gonzalo Gamio dijo...

La precisión que hace Mario es muy aguda y habrá que desarrollarla.

Al afirmar que el espíritu es actividad, Gentile está siendo discípulo hegeliano, no un crítico.

La política ciudadano no es un intento de "neutralizar" la fortuna (esa sería la tentativa ilustrada) sino un intento de lidiar con ella.

Saludos,

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado S.I.:

Lo de concebir los regímenes como modos de afrontar la tyché me parece sumamente interesante.

Un abrazo,
Gonzalo.

Gonzalo Gamio dijo...

Hay que desarrollar esa senda conceptual, desde el binomio poder cívico / autoridad. En las tragedias puede encontrarse material (p.e. "Antígona").

Saludos,
Gonzalo.

José Bellido Nina dijo...

Estimado profesor Gamio.

Coincido en algunas descripciones.

A partir de una distinción entre el poder y la autoridad, Rafael Del Águila señala que: "El primero se puede ejercer de diferentes formas: la fuerza, el miedo, la coerción, el sometimiento a la ley, y supone una relación en la que alguien tiene la posibilidad de influir en otro para que lleve a cabo una determinada conducta. Mientras tanto, la autoridad implica el reconocimiento de la legitimidad del dominio de la contraparte por cuenta de quien es influido".

Podría considerarse el autoritarismo en diferentes visiones, como la que señala Jorgesp al decir que "un autoritarismo de corte ético que permitiría garantizar el bienestar de una sociedad...". O como Sol Invictus dice: "...separación y el enfrentamiento entre el Estado y la Sociedad". O Mario al referirse a las dos relaciones.

Creo que no es posible hablar de "abuso de autoridad" o "autoritarismo" por quienes desobedecen, pues no hay reconocimiento. Por tanto, ven sólo poder. Ver la objeción de conciencia y la desobediencia civil, derechos fundamentales reconocidos.

Sin embargo, si la soberanía del Estado es unidad indivisible y absoluta, los grupos y asociaciones políticos y sociales deben subordinarse, aunque el ejercicio de ese poder debe guiarse por la prudencia. Así, hay un consentimiento de la multitud, entonces, legitimidad en su accionar, aunque algunos no lo reconozcan. Esto significa la separación de la percepción individual y la que establece un ordenamiento jurídico y político. Asumo que los conceptos de Del Águila se aplican solamente al plano individual. Aunque a veces es necesario el reconocimiento legítimo de los ciudadanos, y ésto es lo más complicado, considerando la fuerza que tiene la opinión pública.

Esta relación política entre el Estado y el pueblo puede establecerse en lo que Carl Schmitt sentencia como "Protego, ergo obligo". O como Julien Freund y su relación de "mando y obediencia". Entendiendo al Estado como una unidad política para la obtención de la paz, seguridad y defensa.


Saludos cordiales.

José.

Realpollitik dijo...

"Creo que no es posible hablar de "abuso de autoridad" o "autoritarismo" por quienes desobedecen, pues no hay reconocimiento. Por tanto, ven sólo poder."

Exacto. Este el quid de mi comentario. La cultura de izquierda, por ejemplo, es la cultura del completo y voluntario desconocimiento permanente de cualquier principio de autoridad legítima. Donde hay un principio de autoridad (las instituciones por ejemplo), ven solo y únicamente poder. A través de una permanente (y circular) "decostrucción", "expropiación", "análisis ideológico", "crítica" del poder, justifican su desconocimiento. A punta de tanto desconocimiento erudito, es lógico que no se llegue a distinguir más entre poder y autoridad. Pero si por alguna movida gramsciana la cultura de izquierda (de la mano de liberales, libertarios y anarquistas, íntimos en el mismo prurito libertario-emancipatorio) logran un (propio) nicho de poder, siempre se enseñará a desconocer el poder "de los otros" (los famosos "poderes fácticos" de la parafernalia sociológica). Aprendiendo a decir No, la única ética que al final se genera de este desconocimiento no puede ser otra cosa que una ética del (re)negar, que, si se refiere a un territorio, se vuelve en una ética del desarraigo (el mal llamado cosmopolitismo).

La vieja cultura de derecha no se queda atrás, sin duda: comete el mismo error, en su caso, "por exceso": reduce todo a un principio de autoridad autorefente sin considerar dos pilares esenciales de la obediencia legítima y a-simétrica: la lealtad recíproca y la necesaria identidad de quien obedece (esclavo, siervo o ciudadano que sea). De esta último error "por exceso" deriva el autoritarismo monocrático como "abuso de autoridad", "mano dura", si se desea ver el problema desde el punto de vista de la denominada "personalidad autoritaria", siguiendo a uno de los padres promotores de esta cultura del desarraigo, Adorno y su famosa escala F (para variar). Si a una vieja cultura de derecha corresponde un (asolapado) "autoritarismo ético", a una de izquierda corresponderá una ética (esclava) de la eterna emancipación.

Se me permita el tono polémico.

cordialmente,
M.

Feng Shui en la oficina dijo...

Excelente artículo, creo que debe ser de gran satisfacción que a partir de este se haya creado este espacio de discusión tan interesante. Comparto la posición de muchos que se confundió el término autoritarismo con tiranía, pero en general estuvo muy bueno el post... Saludos!