La palabra “patria” alude a la tierra natal, a las personas que la habitan, a las instituciones que la organizan. Hasta podría decirse que evoca al “espíritu” que anima a esa tierra, a esas personas, a esas instituciones, y que en principio podría percibirse en su historia, y en la memoria de quienes participaron - y participan - de su vida. El término griego ethos parece ponerlo de manifiesto tanto en su acepción de “carácter” como en el de “morada”. El vínculo entre la vida de las personas, sus deliberaciones y elecciones y sus formas de pertenencia comunitaria ya se hacía explícito desde los derroteros de la cultura clásica. En los tiempos modernos, Hegel consideraba que en la Eticidad (Sittlichkeit) encontrábamos el ser-ahí (Dasein) de la voluntad libre, la figura concreta ( tanto 'reflexiva' como 'efectiva') de la vida ética, la culminación del “espíritu objetivo”. El espìritu del pueblo (Volkgeist) se expresa como tal como sistema de instituciones y formas de vida colectiva.
La palabra “patria”, en esta senda de reflexión – existen otras – establece el vínculo consciente entre identidad individual, memoria histórica, cultura legal y política. Evoca un sentido de pertenencia a una comunidad política y a una historia común. En una democracia, alude asimismo a una forma de sensibilidad constitucional, a la vez que destaca el proyecto de construcción de una ciudadanía universal que permita que cada individuo pueda – al margen de su raza, cultura, género, hábitos sexuales, condición socioeconómica, etc. – concebirse como un sujeto de derechos que pueda hacer valer ante las instituciones correspondientes, y actuar coordinadamente en la esfera pública. Un agente que recoge una herencia cultural que lo constituye – en tanto traditio -, pero que al mismo tiempo puede revisar críticamente al interior de espacios de deliberación pública. No dejar que sea la inapelable voz de la “autoridad” (civil o eclesiástica) la que le “explique el mundo” sin réplica posible, si no que se permita examinar ese “mundo significativo” en el que participa pero al que puede interpelar libremente, en diálogo con otros.
En nuestro medio, el sentido de pertenencia común ha estado asociado a una ‘cultura autoritaria’, presente tanto en el Virreinato como en la República, que ha impedido el desarrollo de una cultura política animada por la valoración de las libertades ciudadanas y el cuidado de la crítica (resulta curioso que en nuestro país se pretenda sindicar de un modo cuestionable - desde posiciones claramente conservadoras - al pluralismo liberal como "pensamiento único"). La sumisión de nuestra “clase política” a los llamados “poderes fácticos”, mal descritos como “instituciones tutelares”, ha generado a lo largo de la historia complejas redes de servidumbre voluntaria. No ha existido aquí una sólida cultura de derechos, o una auténtica “religión cívica”. El patriotismo ha estado asociado a una concepción "marcial" del vínculo comunitario(piénsese en esta clase de rituales que se critican en el blog de Susana Frisancho), no a una forma de lealtad a un cuerpo legal y político. Ser patriota ha consistido para nuestras “élites” y para los “poderes fácticos” – una y otra vez – a estar dispuesto a morir por la comunidad – una comunidad que sistemáticamente ha excluido a un grupo numeroso de connacionales por razones de raza, cultura, género, hábitos sexuales, clase, etc. – y no tanto ser capaz de poder vivir por la comunidad y estar dispuesto a luchar – con las herramientas que la ley pone en manos de los ciudadanos, desde los escenarios que ofrecen la sociedad civil y el Estado – por forjar una comunidad política que trate a todos nuestros connacionales como parte de un proyecto común de vida, ciudadanos, titulares de derechos. Potenciales actores de su destino como agentes prácticos independientes. El Informe de la CVR nos recuerda las amargas palabras de Primitivo Quispe, que indicaba que durante el conflicto armado él y los habitantes de su pueblo fueron tratados como “pueblos ajenos dentro del Perú”. Forjar las patrias implica ampliar los lazos de lealtad y pertenencia a todos los individuos y pueblos que habitan el Perù. Poner en diálogo a todas las lenguas, culturas y pueblos que habitan el país. Que llegue el tiempo de la ‘segunda calandria’, como diría Arguedas.
2 comentarios:
El Cardenal JL Cipriani condena a la postmodernidad en su sermón patrio.
¿Cómo lo tomarán los tradicionalistas metafísicos postmodernos? no tengo idea. En realidad el mensaje de los sermones NO tiene que ser vinculante, es un tema de perspectiva personal.
Sobre la controversia Villarán / "Chilindrina"
http://www.youtube.com/watch?v=yRS0VVSckfA
Saludos,
Gonzalo.
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