domingo, 13 de febrero de 2011

“LA DEVOTA RELIGIÒN DE MIS OJOS”




Gonzalo Gamio Gehri


No creo que esté en condiciones de poder decir algo teóricamente revelador acerca del amor, aunque agradezco a lo más elevado el contar con la bendición de poder pensar y actuar bajo su influjo e impacto. Lo digo con alegría, pues – examinándolo retrospectivamente - lo considero un privilegio. Probablemente nada brinde un sentimiento de plenitud como la experiencia del amor. El amor produce una agonía de muerte tanto como una sensación de afiebrada felicidad, provoca en nosotros el más delicado placer como el vacío más profundo. Aunque la filosofía es considerada en sí misma una forma de amor, la sabiduría del amor es acaso más propia de poetas y de místicos que de los filósofos.

Y efectivamente, poetas y místicos identificaron el eros con el arrebato y la posesión espiritual; Platón mismo lo describió como una forma de manía, y Shakespeare – a través de Romeo (¿Quién otro podría ser?) – habla de él en la perspectiva de primera persona como “la devota religión de mis ojos”. La visión de la amada constituye la única razón sustancial para la vida, y su ausencia constituye una auténtica noche oscura del alma, una muerte sin sentido ni redención. El amor puede hacerse inmune a los poderes del espacio y el tiempo, y no negocia representándose potenciales costos y beneficios que sopesar. Está expuesto al poder de la fortuna tanto como al del discernimiento (y acaso más al primero que al segundo). desafía toda fuerza exterior que pretenda sofocarlo, incluyendo al olvido. A menudo ni siquiera juega siguiendo las reglas del ethos vigente, e incluso se ríe de la medida adecuada que plantea la virtud de la prudencia; John Caputo ha señalado acertadamente – en Sobre la Religión - que el amor siempre exige el exceso, que la medida correcta del amor es el amar sin medida.

Allan Bloom ha sido uno de los pensadores más lúcidos que en las recientes décadas se ha ocupado del amor, particularmente en un texto entrañable y agudo titulado Amor y amistad, un iluminador estudio sobre el amor en la literatura y en la filosofía. En el plano político, Bloom es un filósofo conservador notoriamente irónico y amargado, pero cuando medita sobre los vínculos más cercanos se convierte en un pensador libre, inspirado y conmovedor. Aseveraba que la nuestra era una cultura que había olvidado el eros, la poderosa poesía y la locura que encierra la experiencia del amor romántico y erótico. Hemos intentado domesticarlo a través del psicoanálisis, la sexología, etc., en medio de un mundo que glorifica irreflexivamente los lenguajes del individualismo y de una ciencia “dura” que ha perdido la pasión y la imaginación estética.

“El aislamiento, la falta de contacto profundo con otros seres humanos, parece ser la enfermedad de nuestra época. Hay grandes industrias de psicoterapia que abordan nuestras dificultades ‘de relación’, otra insípida palabra seudo científica cuya timidez ya constituye un obstáculo para los lazos sustanciales. Este modo de describir el contacto humano comienza con la precariedad de nuestros lazos, el supuesto de que naturalmente somos átomos que desean agruparse sin los inconvenientes que ello representa, una situación que a lo sumo permitiría las relaciones contractuales”[1] .

Se trata sin duda de una tesis sumamente polémica, a la vez que seductora. El lector simpatizará con esta posición al revisar no solamente la literatura de autoayuda publicada sobre estos temas, sino al escuchar la palabra de supuestos ‘expertos’ en temas de amor y sexualidad que – como Marco Aurelio Denegri – describen las relaciones sexuales, el enamoramiento y el juego de seducción de manera "objetiva" y mecánica, como si se tratara del fenómeno de la fotosíntesis. El mismo Bloom argumenta que, si queremos recuperar la pasión y el delirio del eros, debemos volver a los poetas: a Shakespeare, Stendhal, Austen y a muchos otros. La belleza de esas obras sobre el amor nos conmueve y deslumbra; Platón, y luego Iris Murdoch - otra maestra en los asuntos del amor - han sostenido que la belleza es lo único que amamos instintivamente. Es una lástima que Bloom haya omitido toda referencia a la literatura reciente, y resulta francamente imperdonable que no se haya detenido tampoco en el cine. Ello hubiese debilitado considerablemente su notoriamente afectado y altamente cuestionable contramodernismo.

A veces encontramos en ciertas expresiones de cultura popular algunos esfuerzos por dar cuenta de ese complejo nudo de confusión, esperanza y temor que tiene lugar en la experiencia del amor. Pongo un ejemplo. Hace un tiempo que vuelvo la mirada sobre la música popular de los ochenta – que acompañó mi adolescencia – con el afán de distinguir entre lo meramente comercial y lo que puede ser acaso tímidamente revelador de algo importante. Me reencontré con Missing you, la conocida canción de John Waite, aparentemente una canción de amor sin mayores ambiciones. Con cierta sorpresa, me encontré con una extraordinaria canción de amor y pesar que realmente pone de manifiesto la complejidad de sentimientos y circunstancias presentes en el hecho de extrañar a alguien. Missing you explora cada uno de los aspectos y vivencias emotivas relacionadas con la ausencia no deseada de la amada: la desesperanza, el rencor, la nostalgia, el dolor, la sonrisa ante la sola mención de la persona amada, el anhelo del reencuentro, el inagotable deseo de que sus palabras lleguen a su destino. Y también la negación motivada por el orgullo (“Yo no te extraño para nada”) y el inmediato y amargo reconocimiento de la verdad que finalmente vence a la negación (“…puedo mentirme a mí mismo”). El enamorado del que habla la canción reconoce que, más allá de la negación y de otros mecanismos de defensa, echa de menos a su amada. Toda una fenomenología de una vivencia puntual. Hasta en esta clase extendida de arte encontramos una manifestación de la ‘cosa misma’, por así decirlo.



[1]Bloom, Allan Amor y amistad Santiago, Andrés Bello 1998. p. 12.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Gonzalo Gamio dijo...

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