Gonzalo Gamio Gehri
El texto de Appiah que comentamos – Cosmopolitismo – parte de una constatación interesante y a la vez inquietante: en virtud de un proceso que abarca los dos últimos siglos, hemos logrado conectar en una red única de comercio y de comunicación a sociedades y grupos humanos que en otro tiempo apenas tenían algún conocimiento recíproco de su existencia. Esto ha hecho posible que podamos compartir innovación tecnológica, cura de enfermedades y pensamientos agudos, pero también que podamos compartir epidemias o prejuicios. Podemos influirnos mutuamente para bien o para mal – comenta el autor – pero también podemos aprender los unos de los otros, de nuestras semejanzas y “constantes humanas” como de nuestras diferencias. Esta situación novedosa – única en la historia – nos plantea oportunidades y responsabilidades pues se trata de un complejo y peculiar ethos planetario que se va tejiendo.
Appiah considera inadecuado asociar este proceso y este reto con la llamada “globalización”, dado que una vez este nombre fue usado para describir una tesis exclusivamente macroeconómica. No está de acuerdo en recurrir al término “multiculturalismo”, en tanto encuentra en él una cierta ambigüedad de tipo valorativa. Prefiere usar la expresión “Cosmopolitismo”, prescindiendo de sus connotaciones contemporáneas – vinculadas al status socio económico del “hombre de mundo”, viajero frecuente -, para recuperar el sentido que tenía en tiempos de los cínicos y estoicos, para quienes el kosmoú polités es el ciudadano universal. La idea central reside en el hecho de que, a diferencia del polités tradicional – que sólo reconocía vínculos de compromiso con los miembros de la pólis, sus “iguales” -, para el kosmoú polités el destino de todo ser humano cuenta como moralmente significativo. Como dice Marco Aurelio, el emperador filósofo, no es la sangre ni el semen lo que une a los seres humanos, sino el espíritu.
Luego el autor examina brevemente cómo la idea estoica greco-latina de la pertenencia a una comunidad universal pasa por el cristianismo paulino (evoca el célebre pasaje de Gálatas 3::28 “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”), pasando por Kant y la idea de una sociedad de naciones, para destacar el elogio de Voltaire y Wieland de la armonía cosmopolita entre la unidad de la humanidad y la valoración de las diferencias locales en cuanto a las prácticas sociales y a las articulaciones de valor. La primera tesis de Appiah alude a que el cosmopolitismo invoca el mutuo aprendizaje a partir del conocimiento (y el reconocimiento) de la diversidad humana. En ningún caso, el cosmopolitismo aspira a la postulación de un único modo de vida.
Appiah insiste en que la construcción de una ética universal que postula el cosmopolitismo no nos exige pretender la abolición de nuestras lealtades particulares. En este sentido, el autor rechaza la tesis de Virginia Woolf y de León Tolstoi según la cual el hombre libre debía romper con las “lealtades irracionales” o “acabar con el patriotismo”. El filósofo sostiene que debemos concebir nuestras diversas lealtades como círculos concéntricos que se van ampliando desde el yo y la familia hasta redes sociales más amplias, que trascienden las fronteras del clan y de la tribu, y las de la sociedad nacional, hasta abarcar los vínculos de obligación con todo bípedo implume, más allá del hecho contingente de si compartimos su cultura o credo, o si simpatizamos o no con sus ideas políticas o hábitos sexuales. Ese compromiso universal presupone las raíces y vínculos con las comunidades pequeñas. Tenemos buenas razones para apartarnos del “cosmopolita desarraigado” que desestima nuestras formas encarnadas de membresía, como del soberanista (incluida su versión extrema, el neonazi) o el ‘activista de clase’ que desprecia toda valoración de lo foráneo. Appiah describe a Disraeli como un espíritu cosmopolita que asocia su consciencia de ser judío con formarse y aspirar a desarrollar vínculos empáticos con el género humano. “Un credo que desdeñe las parcialidades del parentesco y la comunidad”, advierte el pensador británico-ghanés, “puede tener pasado, pero carece de futuro”.
10 comentarios:
Si uno mira la historia con objetividad encontrá en esencia sólo dos clases de cosmopolitismo.
Por un lado, El cosmopolitismo cristiano, el que hermana todas las razas y naciones sin negar sus identidades particulares asignándoles un lugar en la historia de la salvación.
Por otro lado está el cosmopolitismo secular que se ha expresado de varias formas desde la Ilustración, pero que encierra un proyecto homogenizador. Sus manifestaciones más importantes han sido el comunismo y el liberalismo. A pesar de sus grandes diferencias, ambas concepciones responden a una visión materialista del ser humano que prepara la venida del anticristo. Esa es la dicotomía, el drama y la batalla espiritual del mundo contemporáneo.
Hola Luis Andrés:
Su visión es dicotómica, y mutila, en mi opinión, la historia. El cosmopolitismo cristiano es heredero de estoicos y cínicos (de quienes bebe Appiah); no se explica sin esa herencia. Es perfectamente posible recuperar esa herencia greco-latina.
Su lectura del "cosmopolitismo secular o liberal" es paródica, caricaturesca. Y sus alusiones al "anticristo" como "consecuencia" no están justificadas por ningún argumento ¿Cómo sacar esa conclusión?
No entiendo cómo puede sostenerse esa prédica. Si embargo, su fraseo es bastante categórico. Tampoco entiendo por qué el discurso reaccionario local se está convirtiendo en apocalíptico.
Saludos,
Gonzalo.
¿No entiende por qué hay un discurso apocalíptico? Durante el siglo pasado hemos sido testigos de una época realmente apocalíptica donde el desconocimiento de la realidad espiritual del ser humano se extendió y llevó a las peores catástrofes de la historia. El comunismo y el nazismo, ideologías netamente seculares, llevaron a cabo mutilaciones monstruosas de la dignidad humana matando a millones de personas y buscando prostituir el sentimiento religioso de los pueblos para encauzarlo a utopías colectivistas y totalitarias. Cayeron esos mitos pero perduró el materialismo rastrero que considera al ser humano como producto de reacciones químicas y sin una dignidad inherente y hoy en aras de la tolerancia se justifican todo tipo de vejaciones contra la naturaleza humana, como el aborto masivo, la destrucción sistemática de la familia, el matrimonio homosexual y el progresivo consumismo egoísta e indiferente a los problemas de miseria y hambre en el mundo. La manipulación masiva de los pueblos a través de los medios de comunicación ha trastornado los patrones morales y la globalización aboga por estándares uniformes donde una supuesta pero falsa tolerancia burguesa está por encima de los valores permanentes: la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el matrimonio entre hombre y mujer, el derecho a la libertad, el amor como esencia de las relaciones interpersonales. Se troca el amor por la comodidad de la perversa sociedad burguesa. Todo ello prepara la venida del anticristo. El Catecismo de la Iglesia Católica dice al respecto en el numeral 675: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes . La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el «Misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”. El 676 continua diciendo: “Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: ö incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (581), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, «intrínsecamente perverso»
Hola Luis Andrés:
Evidentemente, el comunismo y el nazismo fueron feroces ideologías seculares (aunque los nazis practicaban un cierto neopaganismo). No entiendo porqué no cuenta las atrocidades de las ideologías religiosas (cruzadas, jihad, inquisición, etc.) como signos del mismo mal, en todo caso.
Lo que usted describe como “liberalismo” no puede leerse – sin hacer gravísimos saltos mortales en la argumentación – como “signo” de la venida del Anticristo. Si de Apocalipsis se trata, prefiero consultar la Biblia antes que el CIC. El Apocalipsis se ocupa del tiempo de persecución de la Iglesia por parte de Nerón, recurriendo a un lenguaje alegórico muy rico y poderoso. Usted lo lee como un libro de pronósticos. No veo un argumento sólido en su comentario, aunque no dudo que en cierto blog reaccionario recojan ese tipo de discurso como revelador. Yo le confieso que no puedo compartir su lectura, tampoco sus predicciones. Faltan razones troncales y un poco de serenidad.
Saludos,
Gonzalo.
Ya lo decía San Pablo, los que se creen sabios a los ojos del mundo estarán cegados por su soberbia que no los dejará ver los signos de los tiempos… Y sin saberlo estarán preparando la llegada del anticristo y estarán dispuestos a cambiar su fe, que es savia que vivifica el alma de las personas y los pueblos, por los aplausos de los doctos…
“La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que los hubiera salvado” (2 Tes. 1, 9-10).
Por si acaso yo no soy reaccionario ni quiero imponer un estado confesional. Ya no vale la pena, porque no queda mucho. Sólo hay que prepararse para soportar con fe la terrible persecución que se avecina contra los cristianos que quieren ser fieles.
Estimado Gonzalo;
Recuerdo que a este autor lo lleve en tu curso, en el diplomado y a pesar que ya lo conocía,nunca lo había trabajado,lo disfruté bastante.
Parece que hay gente que cree que el cosmopolitismo es andar vestido en la calle como una suerte de equeco multicultural,cargando piezas de diferentes culturas del mundo a la vez,un colmillo gigante,unas gladiadoras romanas,una kippá,un kimono,una cítara hindú,etc y con todo el resto de la humanidad bailando al unísono Thriller y Satanás encarnado en Michael Jackson.En fin...
Bueno,yendo al punto.No me queda clara esa extensión de importancia hacia el resto de los humanos a partir de mi comunidad, y que va expandiéndose progresivamente.Quiero decir que veo complicado ese interés por el otro,por esos extraños,¨extraños políticos¨ según M.Walzer,de manera tan intelectualizada,sin importar si he dialogado o me he interrelacionado con el otro.El problema es que sigue siendo una abstracción pero nunca una experiencia,y esto me genera desconfianza en el proyecto.
Saludos,
Marcelo
Hola Luis Andrés:
En fin, no creo que mi respuesta entrañe soberbia. Quizá al contrario, modestia frente a lo que uno pueda concluir sobre nuestro tiempo. Sigo sin entender el salto que usted da del cosmopolitismo al anticristo.
Su talante apocalíptico lo veo un tanto efectista.
Saludos,
Gonzalo.
Estimado Marcelo:
Appiah se remite a la experiencia, para empezar, la suya propia. por eso siempre empieza por una reflexión autobiográfica. Lo que dice es que la ética universal no está reñida con las lealtades comunitarias, más bien las presupone. seguiré posteando sobre el tema.
Un abrazo,
Gonzalo.
HOLA A TODOS/AS, LES SALUDA CÉSAR INCA MENDOZA LOYOLA.
Aunque todavía estoy personalmente en una fase muy "seminal", me permito comaprtir una pequeña reflexión sobre esta frase: "[Appiah] no está de acuerdo en recurrir al término “multiculturalismo”, en tanto encuentra en él una cierta ambigüedad de tipo valorativa."
Curiosamente, en esa tensión implícita a este término podríamos hallar vías de comprensión viables entre diversas comunidades que integran países multilingües y naciones que aun están en busca de la unidad adecuada para su diversidad. Incluso reflexiones sobre cómo convivir con el conflicto pueden derivarse de tomarse en serio este término y no desde una relegación del mismo.
En este sentido, reflexiones hechas por gente como Etxeberria, Taylor o Benjamin (desde sus diversos intereses y ópticas) podrían iluminar también uan comprensión sobre cómo y para qué ha de darse un diálogo con el otro, un diálogo entre diferentes.
Como dije, esto es muy aproximativo de mi parte. En el fondo, estoy preguntando a Gonzalo Gamio cómo hace Apppiah para explicar detalladamente su recelo con el término "multiculturalismo".
Aquí me despido hasta una nueva ocasión.
Estimado charlie:
Yo no tengo mayores problemas con el término "cosmopolitismo". De hecho, lo uso. Appiah considera que se trata de un término ambivalente, por eso prefiere "cosmopolitismo", que tiene un sentido explícitamente universalista.
Saludos,
Gonzalo.
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