Gonzalo Gamio Gehri
Quisiera examinar hoy brevemente el vínculo entre agencia política y amistad (philía) en ciertos textos aristotélicos que versan sobre la filosofía práctica. Aristóteles caracteriza el ejercicio de la ciudadanía ('democrática' o 'republicana'[1]) en términos de la participación de los agentes en “las funciones judiciales y en el gobierno.”[2]. Se trata de construir al interior de espacios comunicativos (como lo son precisamente el ágora y los tribunales) un destino común de vida, configurar horizontes para el cultivo de la pluralidad y del consenso: crear y recrear la comunidad. Esto no implica sentar las bases de un cuerpo colectivo homogéneo, en donde se teja tan sólo una visión incontrovertible de la vida buena. La ciudad requiere concordia – homonóia, la conciencia ciudadana de formar parte de un proyecto compartido de vida – pero la concordia no se identifica con la “igualdad de opinión”: ella más bien constituye el trasfondo desde el cual se despliega el debate político[3]. La práctica de la crítica del ethos es entre los griegos una forma de honrar y renovar el propio ethos; de hecho, constituye una práctica común en las tragedias griegas, que insisten en que las virtudes del discernimiento y la interpelación de las costumbres forma parte de las habilidades que requiere el ciudadano para contribuir con el bien común. Como señala agudamente Alasdair MacIntyre, incluso “la polis es un foro de intereses rivales”[4].
Aristóteles se refiere explícitamente a aquellos intelectuales que aspiran a convertir la comunidad en una unidad indivisa, monolítica, suscriptora de un acuerdo cerrado y general en materia de sus fines. Incluso considera que el Sócrates platónico – el personaje de la República – constituye uno de los defensores de esta estremecedora tesis. El estagirita sostiene que la polis es un espacio de discusión en torno a interpretaciones rivales del buen vivir: señala que quienes sueñan con una comunidad absolutamente homogénea anhelan – conscientemente o no – su destrucción. “Es evidente que al avanzar en este sentido y hacerse más unitaria, ya no será ciudad. Pues la ciudad es por naturaleza una cierta pluralidad, y al hacerse más una, de ciudad se convertirá en casa, y de casa en hombre, ya que podríamos afirmar que la casa es más unitaria que la ciudad y el individuo más que la casa”[5]. Quien busca este consenso cerrado al disentimiento simplemente distorsiona el sentido ético – político de la comunidad. Es por esta razón que una lectura estrictamente conservadora de la Política malinterpreta profundamente el pensamiento de Aristóteles (uno podría decir incluso que nuestros "modernos" conservadores - devotos en la epidermis del denominado "mundo clásico" realmente son discípulos de Aristófanes, y poco o nada tienen que ver con Aristóteles).
No obstante, la inteligibilidad de los desacuerdos que planteamos sobre la búsqueda y el logro del bien requiere de un horizonte común, un ‘lenguaje’ desde el cual podamos expresar razonablemente nuestros disensos y construir argumentativamente nuestros consensos. Pero ello supone también un conjunto de lealtades, una serie de compromisos con un sistema de instituciones libres que se nutre de tales disensos y consensos. A la base de nuestras discusiones sobre la vida buena – en tanto prácticas comunitarias - contamos con un conjunto de propósitos vinculados a la configuración de una vida juntos: sin esos vínculos, no podríamos hablar en absoluto de política, ciudadanía o justicia. Incluso podríamos decir que lo que caracteriza una comunidad es más la existencia de estos vínculos que el hecho de “compartir” algún conjunto de creencias. Como dice el propio Aristóteles, “todo es obra de la philía, pues la elección de la vida en común supone philía”[6].
Generalmente se ha traducido philía por “amistad” (el término proviene del latín amicitia), sin embargo, ésta es una expresión equívoca. Martha Nussbaum ha indicado con razón que “amor” constituye una traducción acaso más rigurosa, por la mayor amplitud de este concepto en materia de matices afectivos y formas humanas de relación[7]. Se trata de una amplia gama de compromisos éticos y emotivos y un conjunto de formas de lealtad presentes en las relaciones entre los amigos, los amantes, los parientes y los conciudadanos. Se trata de relaciones que nos convierten en seres capaces de pensar y actuar[8], y configuran el sentido de comunidad política que nos inscribe en la construcción de un destino común de vida. Aristóteles afirma con contundencia que los philoi “son los mayores bienes exteriores”.[9] Sin estos vínculos no sólo nadie podría vivir, sino que nadie querría vivir. El ámbito de la justicia distributiva presupone la red de relaciones cercanas y cívicas que constituye la polis. Sin el trasfondo de estas relaciones, no sólo no podríamos plantear discutir sobre temas de justicia, sino que – de poder hacerlo -estos no serían relevantes para una buena vida.
Estos vínculos sostienen la vida comunitaria. Contribuir a forjarlos y fortalecerlos constituye un telos fundamental de la agenda educativa en la polis. Para convertirse en un ciudadano prudente y justo, un agente político independiente, es preciso reconocer los bienes que provienen de la interdependencia – ineludiblemente recíproca y vulnerable – y cuya adquisición es imprescindible para el desarrollo de la vida cívica[10]. La primera forma de reconocimiento de la fragilidad de las relaciones humanas para por percibir nuestra necesidad de comunidad, la convicción de que sólo los dioses son autosuficientes. “Es necesario que las cosas comunes sean objeto de un ejercicio común. Y al mismo tiempo, tampoco debe pensarse que el ciudadano se pertenece a sí mismo, pues todos pertenecen a la ciudad”[11].
Necesitamos de los philoi para llevar una vida buena, tanto en la esfera privada como en la pública. La búsqueda del bien, y particularmente de la justicia y del bien común es una empresa compartida. En el caso de la elección de las pautas de la justicia, muchas veces necesitamos que otros colaboren con nosotros en la identificación de los bienes que están en juego y a reconocer cuáles son sus destinatarios pertinentes. Como sostiene MacIntyre, “al ejercer las virtudes y perseguir lo bueno y lo mejor necesitamos a nuestros amigos para que nos ayuden cuando ya somos mayores, del mismo modo que necesitábamos maestros cuando aún éramos inmaduros”[12]. La actividad política es una forma – de hecho, para Aristóteles, la forma más elevada – de philía.
Aristóteles se refiere explícitamente a aquellos intelectuales que aspiran a convertir la comunidad en una unidad indivisa, monolítica, suscriptora de un acuerdo cerrado y general en materia de sus fines. Incluso considera que el Sócrates platónico – el personaje de la República – constituye uno de los defensores de esta estremecedora tesis. El estagirita sostiene que la polis es un espacio de discusión en torno a interpretaciones rivales del buen vivir: señala que quienes sueñan con una comunidad absolutamente homogénea anhelan – conscientemente o no – su destrucción. “Es evidente que al avanzar en este sentido y hacerse más unitaria, ya no será ciudad. Pues la ciudad es por naturaleza una cierta pluralidad, y al hacerse más una, de ciudad se convertirá en casa, y de casa en hombre, ya que podríamos afirmar que la casa es más unitaria que la ciudad y el individuo más que la casa”[5]. Quien busca este consenso cerrado al disentimiento simplemente distorsiona el sentido ético – político de la comunidad. Es por esta razón que una lectura estrictamente conservadora de la Política malinterpreta profundamente el pensamiento de Aristóteles (uno podría decir incluso que nuestros "modernos" conservadores - devotos en la epidermis del denominado "mundo clásico" realmente son discípulos de Aristófanes, y poco o nada tienen que ver con Aristóteles).
No obstante, la inteligibilidad de los desacuerdos que planteamos sobre la búsqueda y el logro del bien requiere de un horizonte común, un ‘lenguaje’ desde el cual podamos expresar razonablemente nuestros disensos y construir argumentativamente nuestros consensos. Pero ello supone también un conjunto de lealtades, una serie de compromisos con un sistema de instituciones libres que se nutre de tales disensos y consensos. A la base de nuestras discusiones sobre la vida buena – en tanto prácticas comunitarias - contamos con un conjunto de propósitos vinculados a la configuración de una vida juntos: sin esos vínculos, no podríamos hablar en absoluto de política, ciudadanía o justicia. Incluso podríamos decir que lo que caracteriza una comunidad es más la existencia de estos vínculos que el hecho de “compartir” algún conjunto de creencias. Como dice el propio Aristóteles, “todo es obra de la philía, pues la elección de la vida en común supone philía”[6].
Generalmente se ha traducido philía por “amistad” (el término proviene del latín amicitia), sin embargo, ésta es una expresión equívoca. Martha Nussbaum ha indicado con razón que “amor” constituye una traducción acaso más rigurosa, por la mayor amplitud de este concepto en materia de matices afectivos y formas humanas de relación[7]. Se trata de una amplia gama de compromisos éticos y emotivos y un conjunto de formas de lealtad presentes en las relaciones entre los amigos, los amantes, los parientes y los conciudadanos. Se trata de relaciones que nos convierten en seres capaces de pensar y actuar[8], y configuran el sentido de comunidad política que nos inscribe en la construcción de un destino común de vida. Aristóteles afirma con contundencia que los philoi “son los mayores bienes exteriores”.[9] Sin estos vínculos no sólo nadie podría vivir, sino que nadie querría vivir. El ámbito de la justicia distributiva presupone la red de relaciones cercanas y cívicas que constituye la polis. Sin el trasfondo de estas relaciones, no sólo no podríamos plantear discutir sobre temas de justicia, sino que – de poder hacerlo -estos no serían relevantes para una buena vida.
Estos vínculos sostienen la vida comunitaria. Contribuir a forjarlos y fortalecerlos constituye un telos fundamental de la agenda educativa en la polis. Para convertirse en un ciudadano prudente y justo, un agente político independiente, es preciso reconocer los bienes que provienen de la interdependencia – ineludiblemente recíproca y vulnerable – y cuya adquisición es imprescindible para el desarrollo de la vida cívica[10]. La primera forma de reconocimiento de la fragilidad de las relaciones humanas para por percibir nuestra necesidad de comunidad, la convicción de que sólo los dioses son autosuficientes. “Es necesario que las cosas comunes sean objeto de un ejercicio común. Y al mismo tiempo, tampoco debe pensarse que el ciudadano se pertenece a sí mismo, pues todos pertenecen a la ciudad”[11].
Necesitamos de los philoi para llevar una vida buena, tanto en la esfera privada como en la pública. La búsqueda del bien, y particularmente de la justicia y del bien común es una empresa compartida. En el caso de la elección de las pautas de la justicia, muchas veces necesitamos que otros colaboren con nosotros en la identificación de los bienes que están en juego y a reconocer cuáles son sus destinatarios pertinentes. Como sostiene MacIntyre, “al ejercer las virtudes y perseguir lo bueno y lo mejor necesitamos a nuestros amigos para que nos ayuden cuando ya somos mayores, del mismo modo que necesitábamos maestros cuando aún éramos inmaduros”[12]. La actividad política es una forma – de hecho, para Aristóteles, la forma más elevada – de philía.
NOTAS
[1] Cfr. Política 1277b 10. Aristóteles señala que cuando desarrolla el concepto de ciudadanía está pensando en el ejercicio de la misma en el seno de una politeia y en el de una democracia.
[2] Política, 1275ª 6.
[3] Eth. Nic. 1167ª 22.
[4] MacIntyre, Alasdair Justicia y Racionalidad Barcelona, Ediciones internacionales Universitarias 1994; p.119.
[5] Política 1261ª 18 – 22.
[6]Ibid., 1280b 13.
[7] Nussbaum, Martha La fragilidad del bien op.cit., p. 443.
[8] Eth. Nic. 1155a 5.
[9] Ibid, 1169b 10.
[10] Cfr. MacIntyre, Alasdair Animales racionales y dependientes Barcelona, Paidós 2001 p.103.
[11] Política 1337ª 27 – 29.
[12]MacIntyre, Alasdair Justicia y Racionalidad op.cit., p. 130.
5 comentarios:
Hola Gonzalo!
Quería hacer una consulta que quizás no viene al caso pero que me causa mucha curiosidad. Es sobre la definición de la amistad y la enemistad en el mundo griego.
Lo que pasa es que sé que del griego al latín se ha traducido la expresión "enemigo" como "inimicus" y "hostis", siendo el segundo el "enemigo de la polis", es decir, "enemigo público".
Mi duda era si alguna de estas definiciones griegas está en la frase de Glaucón que define la justicia como el "hacerle bien a los amigos y mal a los enemigos".
Pregunto todo esto para saber si de verdad la noción de "enemistad" como "hostis" estuvo presente en los filósofos griegos. Mi intuición es que de algún modo sí, pero lanzo la pregunta de todos modos. Muchas gracias!
Carlos P.
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Estimado Carlos:
Si puedes indicarme la numeración del fragmento, lo busco en el original griego.
Saludos,
Gonzalo.
CIR_INTER_POLYDER:
Gracias por el mensaje y sus generosas palabras. Visitaré su página.
Saludos,
Gonzalo.
Carlos, la distinción no está en "La Política" de Aristóteles sino en "La República" de Platón (V, XVI, 470), y se basa en que la lucha entre los griegos no es sino revuelta, rebelión, pero no guerra propiamente dicha, la que en cambio si se da entre griegos y bárbaros.
Saludos,
Christian
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