Cabada, Manuel Vigencia del Amor Madrid, San Pablo 1994.
Gonzalo Gamio Gehri
Este es un texto de teología, con un cierto impacto multidisciplinario. El libro ofrece una reflexión fenomenológica sobre el amor, poniendo énfasis en las contribuciones de la filosofía, la psicología, la antropología y la teología. Incluso pretende desarrollar una especie de fenomenología de la experiencia del amor en sus diferentes facetas: la relación madre-hijo, el amor sexual, la relación entre Dios y sus criaturas, etc.
El amor aparece como estructura fundante de lo humano en tanto es condición de apertura del agente encarnado hacia la alteridad (el otro como próximo, Dios, o incluso la naturaleza misma). Esta perspectiva se enfrenta a aquella que sostiene que es la indagación por el “yo” – en tanto cogito – el principio de la filosofía. El libro busca destacar las dimensiones afectivas, somáticas y culturales que tienen lugar en cualquier forma de comprensión humana y de contacto humano.
El autor desarrolla la tesis – defendida inicialmente por Rof Carballo – de que el sentido humano de individuación está condicionado por la relación hijo-madre que tiene lugar en la primera infancia. Dicha relación es concebida como un “segundo nacimiento”, que dejará su sello en toda interacción posterior. Aunque en la infancia necesitamos de manera fundamental el amor de la madre, el amor constituye una necesidad humana vital a lo largo de toda la vida. Toda forma de autoestima y desarrollo personal supone la acción formativa y curativa del amor.
El libro pasa revista a distintas posiciones sobre el amor en la tradición filosófica. Merece una mención especial el debate que Feuerbach entabla con Kant. Como es sabido, Kant entiende el amor como un sentimiento natural, que no tendría que ser admitido como un criterio objetivo para la configuración de una ética autónoma, basada en imperativos incondicionales. Feuerbach señala, por el contrario, que el amor a la humanidad - en la persona del otro concreto – está a la base de la experiencia misma del deber. La moral se basa en el respeto hacia el otro, no hacia la ley (aunque esta sea universal). La remisión exclusiva al deber puede atarnos aún al yugo de la subjetividad, y sin alteridad real la ética no es posible.
El amor es también una fuente de genuino conocimiento, tanto de uno mismo como del otro en tanto otro. El amor es el impulso vital por excelencia: en esta perspectiva, la conducta agresiva aparece como no “natural”, si no como conducta aprendida, ocasionada por la carencia de amor. Para Cabada, aun la causa de la guerra es el amor, no el odio: el amor a la comunidad, y la necesidad de preservarla contra cualquier amenaza externa.
La experiencia ordinaria de amar y establecer un contacto humano se convierte en detonante para que el agente finito pueda abrirse a la experiencia de lo infinito. Sin experiencia alguna en la relación dialógica auténtica entre yo y tú, no es posible vislumbrar el contacto con la trascendencia y con Dios mismo: estaríamos sumidos en el “eclipse de Dios”, para utilizar una expresión de M. Buber. El otro aparece siempre ante mí como una indicación de la trascendencia; en palabras de Levinas, el rostro del otro anuncia el rostro de Dios. La relación con la madre, con la familia, con el prójimo mismo, barrunta el encuentro con Dios. Generalmente esta “analogía humana” ha sido considerada una falsa proyección, una operación engañosa, de connotaciones edípicas. Para nuestro autor, estas determinaciones constituyen más bien, el único camino posible hacia Dios mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario