jueves, 30 de junio de 2016

EL VERSO Y EL ALMA







Gonzalo Gamio Gehri

A veces, escribir poesía es una necesidad humana vital; de cuando en cuando los poetas claman al cielo y proclaman que la expresión es como la satisfacción de la sed. Las palabras se agolpan en el pecho, pugnando por salir, atropelladas. Enrique de Ofterdingen es el desarrollo de la búsqueda del poeta de su propia poesía, el acceso al vocabulario que hará resonar las cosas – el universo, el amor, la pérdida – de manera radicalmente nueva. En circunstancias de agudo trance, necesitamos imágenes que retraten reveladoramente lo que afrontamos. Neruda expresa sus heridas – la ausencia de la amada – al lado de la necesidad de un verso que ponga bajo la luz las palpitaciones de su sufrimiento:


“Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella. 
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”.


Es el recordado Poema 20 . La caída del rocío es ineludible, inevitable, tanto como el alma reclama para sí el verso que desvele su sentir. La poesía cae sobre el alma y al revelarse transparenta cada una de sus fibras, no deja nada oculto en sus profundidades oscuras. Las palabras genuinas nos acercan a lo que de veras amamos. Muestran quiénes somos en realidad, hacen explícita la dirección de nuestras vidas. En Enrique de Ofterdingen Novalis sugiere que el poeta ingresa en su interior en pos de creación como los mineros se adentran en las entrañas de la tierra en busca de oro y piedras preciosas. La imagen novaliana es genial. Los versos son extraños productos humanos que des-cubren el alma, sus pensamientos, y también sus emociones más recónditas y poderosas. Sus expresiones nos permiten contemplar las cosas como si las miráramos por primera vez.








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