Gonzalo Gamio Gehri
A veces, escribir
poesía es una necesidad humana vital; de cuando en cuando los poetas claman al
cielo y proclaman que la expresión es como la satisfacción de la sed. Las
palabras se agolpan en el pecho, pugnando por salir, atropelladas. Enrique de Ofterdingen es el desarrollo
de la búsqueda del poeta de su propia poesía, el acceso al vocabulario que hará
resonar las cosas – el universo, el amor, la pérdida – de manera radicalmente
nueva. En circunstancias de agudo trance, necesitamos imágenes que retraten
reveladoramente lo que afrontamos. Neruda expresa sus heridas – la ausencia de
la amada – al lado de la necesidad de un verso que ponga bajo la luz las
palpitaciones de su sufrimiento:
“Oir la noche inmensa, más inmensa sin
ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”.
Es el recordado Poema 20 . La caída del rocío
es ineludible, inevitable, tanto como el alma reclama para sí el verso que
desvele su sentir. La poesía cae sobre el alma y al revelarse transparenta cada
una de sus fibras, no deja nada oculto en sus profundidades oscuras. Las palabras genuinas nos acercan a lo que de veras amamos. Muestran quiénes somos en realidad, hacen explícita la dirección de nuestras vidas. En Enrique de Ofterdingen Novalis sugiere que el poeta ingresa en su interior en pos de creación como los mineros se adentran en las entrañas de la tierra en busca de oro y piedras preciosas. La imagen novaliana es genial. Los versos son extraños productos humanos que des-cubren el alma, sus pensamientos, y también sus emociones más recónditas y poderosas. Sus expresiones nos permiten contemplar las cosas como si las miráramos por primera vez.
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