domingo, 27 de marzo de 2016

RELIGIÓN, ENCARNACIÓN, REINO




Gonzalo Gamio Gehri

La Semana Santa evoca un evento crucial en la historia de la fe de los cristianos. La enseñanza del ágape, así como la muerte y la Resurrección de Jesús constituyen el corazón de esa fe. A menudo, muchos intelectuales y predicadores católicos tienden a reemplazar el cultivo del ágape con consideraciones de orden metafísico. Como señalan a su manera Gutiérrez y Chesterton, esos intelectuales y predicadores instan a los fieles a “salir del mundo” – hacia la representación abstracta de la eternidad -, evitando el camino de la Encarnación, que, precisamente, es uno de los nudos del cristianismo. El ingreso de Dios en el tiempo y la vida de los seres humanos plantea a los creyentes una inquietud fundamental por el logro de la justicia y la realización de las personas.

Este es un tema del que he hablado en muchas ocasiones en este blog. Cómo así el concepto de verdad (emeth) es una categoría ética y no epistémica en la tradición hebrea (en la que se inscribía Jesús, por supuesto), que evoca el vínculo de confianza en la relación entre personas. El énfasis de Jesús en la invocación del Reino de Dios, en el que los últimos serán los primeros, en convergencia con el mensaje profético. Aquí la preocupación por la justicia y la compasión resulta fundamental, en contraste con la obsesión de los fariseos por la pureza confesional y las formas rituales. En la medida en que desde el Evangelio puede entablarse un diálogo vivo con nuestro tiempo, tenemos que cuestionarnos si ese fariseísmo constituye una tentación el día de hoy.

La promesa del Reino se traduce en la promesa de vida en abundancia para quienes – como el buen ladrón – expresan una genuina misericordia y solidaridad con quienes sufren inmerecidamente. Quienes se dan golpes de pecho pero se rehúsan a ver el rostro del crucificado del Gólgota en los pequeños, en las víctimas, en los desposeídos de este mundo – y prefieren la compañía de los poderosos y los acaudalados para dedicarse al cálculo político y a las ‘grandes decisiones’ -, probablemente no han comprendido de qué se trata la Buena Nueva del Reino, no importan los grandes cargos que desempeñen en el país y en sus instituciones.  El poder es servicio, no una vana posesión.

Jesús de Nazaret fue condenado a muerte acusado de blasfemo y sedicioso. Su mensaje y ejemplo retaron a las élites políticas y eclesiásticas de su tiempo. Jesús prefirió juntarse con espíritus sencillos, receptivos a un mensaje radical a la vez que sencillo: dar la vida por los amigos. Sin embargo, esa prédica cuestiona desde su núcleo la lógica del poder como posesión. Va contra aquello que los "liderazgos" basados en el control instrumental intentan consolidar: el dominio sobre la conducta, la mera utilidad. Esos "liderazgos" situados en el cuerpo político y aún en el eclesiástico encontraron en Jesús un crítico implacable. Al señalar que “su Reino no era de este mundo”, Jesús sostenía que ese Reino no respondía a la idolatría del control sobre los demás. El contrapunto con los fariseismos de toda la vida es evidente...

El cuadro de Rembrandt precisamente esclarece uno de los grandes enigmas de la fe. Jesús está tranquilo en medio de la tormenta, confía - en el sentido mencionado - en la misión que le ha sido encomendada y en la fortaleza del anuncio llevado a cabo por él. Es una confianza práctica. Los seguidores de Jesús son presa del terror, pero él atiende fundamentalmente al camino emprendido, el del ágape

No creo que la fe sea una disposición epistémica antes que la comprensión y la expresión del ágape. Tampoco creo que la fe sea un sustrato antropológico ni teológico-político; no creo que sea el cemento que mantiene unida a una sociedad, menos todavía a una sociedad democrática y laica. La fe es una opción existencial para personas reales que entienden el amor por el prójimo como un horizonte espiritual que le da consistencia a la existencia. Un acontecimiento cotidiano que apela radicalmente a la libertad.
 


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