lunes, 7 de diciembre de 2015

SIN AUTONOMÍA NO EXISTE CIUDADANÍA. APUNTES ACERCA DE UNA DISCUSIÓN INCONCLUSA





Gonzalo Gamio Gehri


Hace una semana, participé en un conversatorio organizado por la UARM y por CEPLAN sobre las perspectivas en torno a la sociedad y el Estado peruano para el 2030. Un evento interesante que congregó a académicos y a funcionarios públicos. Un equipo de CEPLAN expuso los lineamientos de una investigación rigurosa y aguda que despertó interrogantes y buenos comentarios. No voy a revelar detalles del mismo, sólo destacar un tema que motivó mi intervención.

Entre los múltiples puntos que generaron mis comentarios – la mayoría altamente positivos, pues se trataba, repito, de un buen trabajo -, llamaba la atención de la alusión en el documento a términos discutibles como “valores” y “antivalores”. Planteé que estos términos provenían de una versión autoritaria de la pedagogía moral, que reducía la ética al asunto de la inculcación y aplicación de los “grandes valores”, cuyo examen racional se convertía en una tarea de segundo orden. Contrapuse a esa versión conservadora la propuesta de una “ética de la deliberación” centrada en la formación de la razón práctica, el discernimiento de los principios, argumentos y hábitos emocionales que requiere cualquier visión de la rectitud y de una vida plena. Esquilo, Sófocles y Sócrates están entre sus cultores clásicos, entre los modernos – con sus elementos propios -, están Kant y Fichte, quienes desarrollaron la idea ilustrada de “autonomía”; en la actualidad, evoqué la preocupación de Sen y Nussbaum por el cultivo de la capacidad de “agencia” o de “razón práctica”. Más allá de la discusión terminológica, no se puede negar que existen vínculos poderosos de continuidad entre la idea de discernimiento, vida examinada, autonomía y agencia. Se trata de determinaciones de la idea concreta de libertad personal.

Argumenté que, si lo que buscábamos para el Perú rumbo al Bicentenario es la formación de ciudadanos con juicio propio y capacidad de vigilancia del poder, necesitábamos promover una “ética del discernimiento”, basada en la autonomía pública y privada, en el ejercicio de la razón práctica. Se trata, como digo,  de formas fundamentales de libertad. De lo contrario, podríamos permanecer sumergidos en las redes de tutelaje que sólo producen súbditos que anhelan asumir una “doctrina verdadera” y aderezar el festín del caudillo que prometiese “mano dura”, una vez más. Esta idea supone una propuesta educativa que intenta convertir la escuela en un espacio democrático.

Me sorprendió la reacción de un connotado psicólogo social que reaccionó frente a mis palabras defendiendo la “educación en valores”. Su argumento era que “estaba demostrado” – en realidad, no acompañó esta aseveración con material alguno – de que la “ética de la deliberación” era ajena a nuestra “idiosincrasia”, y que la “autonomía” y la “competencia” eran “valores foráneos”, “anglosajones”, que no contribuían a la cohesión comunitaria. Los funcionarios  encargados señalaron que ya no había tiempo para discutir este punto (¡Pese a su gravedad!), y yo me quedé con varias cosas que decir, y, debo confesarlo, bastante sorprendido. Todavía lo estoy.

Me llama la atención que se sindique sin más la idea de “vida examinada” como exclusivamente occidental, no considerando en absoluto sus desarrollos en el pensamiento indio, chino, entre los mongoles y árabes. Resulta increíble asociar sesgadamente la “autonomía” con la “competencia”, soslayando la importancia de la autonomía pública como base de la cooperación social (Tocqueville, Mill, Dewey, Habermas y Rawls, para empezar). Es evidentemente falso identificar el principio de autonomía con el atomismo social. Pero más extraño aún me resultó que mi interlocutor no reconociese el carácter falaz de su argumento. Supongamos que la idea de autonomía fuese  originalmente “anglosajona” (que no lo es); eso no la convierte en socialmente fragmentadora, o defectuosa, o en impertinente. Incluso si fuese foránea ello no compromete su validez, o su relevancia para la ciudadanía democrática. La “tradición autoritaria” ha estado presente en diversos episodios de nuestra historia, y encontramos diversas razones para juzgarla funesta e injusta. 

Espero encontrar el contexto en el que esta discusión pueda formularse como se debe, dada su significación. Dedicar más tiempo a escribir sobre este asunto. Me quedé pensando que a menudo muchos de nuestros académicos son condescendientes con diversas especies de tutelaje, acaso sin reparar en el profundo daño que ese modo de vida – público y privado – genera en nosotros. Aún me llama la atención la “naturalidad” de la réplica, como si se invisibilizaran sin más las formas de opresión y servidumbre que genera la erosión de la idea y la valoración crítica de la libertad. No ver este asunto como problemático resulta sumamente extraño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Gonzalo,

Sería interesante que menciones el nombre del psicólogo social con un concepto un tanto retorcido de la ética de la
deliberación.¿Es un intocable? no veo ningún motivo para que lo mantengas en el anonimato.

Me da la impresión que este señor tiene ideas folclóricas del mundo anglosajón, o en todo caso de lo que se conoce como
primer mundo.Esta idea me recuerda que en varias ocaciones escuché comentar a gente -que cree que- en ciudades como Nueva York p.e,podrías tener un accidente en plena estación del metro y nadie te ayudaría,ya que todos caminan apurados y `van a lo suyo`,es decir.no caminan mirando al resto de la gente,ni fijándose en looks extravagantes, ni son de mirar cuando pasa un chico o una chica guapa.Si bien esto tiene mucho de cierto,no significa que si te estás desangrando, la gente se va a seguir de largo pensando ' esto no es mi asunto'.Todo lo contrario,son pueblos con una solidaridad bastante fuerte.Más bien en el Perú,si te asaltan o tienes algún accidente,muchas personas a lo mucho,podrán observar la escena para alimentar su morbo o comentárselo a la prensa-quizás para salir en la tv-y ni mencionar que es frecuente que se roben las pertenencias de los pasajeros en accidentes de carretera, y nada de esto es importación anglosajona ni mucho menos.

P.D. recomiendo que escribas sobre la Vallejo y Acuña.

Saludos,

Marcelo