Gonzalo Gamio Gehri
Los sucesos del último 13 de
Noviembre en París han conmovido al mundo entero. Un grupo de militantes del
Estado Islámico abrieron fuego contra ciudadanos inocentes que sólo buscaban
pasarla bien y en paz en la ciudad. Los terroristas actuaron con suma crueldad,
enarbolando, una vez más, los estandartes de una ideología feroz que pretende
hacerse pasar por una confesión religiosa. Aniquilar al otro por su origen
cultural o geográfico, porque no comparte una herencia religiosa o un ideario
político, constituye en sí mismo un acto criminal repudiable, contrario a la
razón y a la sensibilidad humana más básica. Millones de ciudadanos han
expresado su solidaridad con el pueblo francés y con las personas afectadas, y
han condenado estas acciones con firmeza.
Es preciso no confundir la
religión con el integrismo, aquella actitud que convierte ilegítimamente el
propio credo – sea éste espiritual o secular - en la única visión de las cosas,
en la suprema verdad que convierte a los demás sistemas de ideas en falsos y
perversos, o en relatos parciales y paródicos de la realidad. Para quien
cultiva el integrismo, quien piensa de otro modo no es un interlocutor válido
con quien hay que dialogar; se trata de un hereje sumido en un error que hay
que corregir, o se trata de un enemigo al que hay que combatir sin piedad. A
los ojos de los integristas, la tolerancia y el cuidado del pluralismo son
expresiones de debilidad moral o constituyen síntomas de un “relativismo” que
les resulta inaceptable. El Islam es – si atendemos a sus textos, así como al
legado de sus teólogos y de sus místicos – una religión basada en el amor y en el cuidado compasivo del otro. El
integrismo pervierte sus raíces y
trastoca irremediablemente sus valores. Haríamos mal en identificar las
creencias de los musulmanes con la funesta prédica de odio y muerte que difunde
el Estado islámico.
Es importante recordar esta
distinción - crucial en términos éticos y culturales -, en la medida en que las
reacciones frente a estos crímenes de odio podrían propiciar el fortalecimiento
de las posiciones más duras y beligerantes en Europa. Los sectores ultraconservadores
van a invocar un “espíritu de cruzada” que intentará hacer del Islam la mera
encarnación del mal y que exhortará a los Estados occidentales a deshacerse de
los refugiados de Siria que con tantas dificultades han acogido; ellos son en
su mayoría personas que han arriesgado sus vidas para huir del terror. La
tentación consistirá en combatir el
integrismo musulmán fortaleciendo la agenda del integrismo local, aquella
ideología que sindica a los extranjeros como potenciales “delincuentes” y
“terroristas”. Europa debe tener en cuenta que combatir al Estado islámico y al
terrorismo internacional no debe implicar estigmatizar al Islam.
Es hora de actuar con firmeza y
coraje contra el agresor, pero también con lucidez y sentido de justicia frente
a quienes siendo ciudadanos inocentes, podrían ser víctimas de la
discriminación y la violencia de quienes pueden obrar conforme a la lógica de
una generalización malsana que convierte a todo musulmán o árabe en sospechoso
de terrorismo. No debemos olvidar el legado pluralista de la cultura de los
derechos humanos, que ha influido decisivamente en las democracias
contemporáneas. Los terroristas pretenden “agudizar las contradicciones”,
propiciar el imperio de la violencia; el Estado islámico se propone lograr que
la comunidad internacional asuma esa misma vocación destructiva. Sin embargo,
la represión indiscriminada es una tentación a la que no debemos ceder, pues
tenemos un legado espiritual que defender, el de la Ilustración y su
compromiso con la libertad, la igualdad y la fraternidad. Se trata de la
herencia espiritual de Locke y Voltaire, un modo de pensar y de sentir que vale
la pena asumir a toda prueba. No vaya a pasar que – como relata agudamente Borges
en Deutsches Réquiem – acabemos
reproduciendo la actitud que rechazamos en el otro, y que hemos jurado
enfrentar en los múltiples escenarios de la vida.
1 comentario:
Hola Gonzalo,
Gracias por todos tus posts, siempre propicios ante los acontecimientos mundiales.
Es gracioso ver cómo los radicales conservadores del catolicismo se unen increíblemente a los más dogmáticos ateos, en pro de un bien común 'acabar con esa religión de odio, llamada Islam' contradiciéndose en sus propias visiones del mundo. Este problema va más allá del religioso y en realidad poco tiene que ver, en el sentido de que los intereses en juego superan largamente las creencias personales.
Katherin Ángeles.
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