Gonzalo
Gamio Gehri
En
muchas ocasiones he insistido en que en el país se echa de menos una
perspectiva liberal, tanto de derecha como de izquierda. Un grupo de personas
que valoren con similar grado de compromiso valorativo los derechos humanos, la
participación política y las libertades económicas. Una derecha que reivindique
la autonomía privada y pública, así como una izquierda que se comprometa con el
pluralismo. No es lo que tenemos en el Perú: los avances en esta dirección son
claramente insuficientes. En la arena política impera la orfandad de argumentos
y en los medios de prensa encontramos considerable beligerancia. Incluso se detecta en los medios una suerte
de macartismo ideológico.
Los
nuevos medios tienden a continuar con estas prácticas de confrontación polìtica. Algunos espacios buscan
reeditar el paleoconservadurismo, el célebre pensamiento reaccionario. Hace poco leo un texto que aboga por la
edificación de una “nueva derecha”, pero se la asocia con la adhesión a los
valores tradicionales. Recuperar los viejos motivos no es en sí mismo negativo, pero esta derecha se describe como antimoderna y virulenta. No resulta nueva, en ese sentido, y tampoco se insinúa democrática. En una sociedad en la
que sus autodenominadas “élites” han considerado que las Fuerzas armadas y la Iglesia Católica
son instituciones “tutelares” de la patria, o que determinados temas incómodos
son dejados fuera de la discusión pública – por ejemplo, asuntos relativos a la
recuperación de la memoria y las políticas de derechos humanos -, uno se pregunta cuánta novedad podría encontrarse en una propuesta
como esa. Hay un cierto sentido común conservador en el Perú, que es preciso interpelar y cuestionar. Me parece percibir la presencia del “viejo sol” como diría Nietzsche. Un sol tradicionalista, que considera a la izquierda y al liberalismo político enemigos, no interlocutores en un proceso de intercambio de argumentos.
Resulta interesante que esa derecha ponga sus cartas sobre la mesa en el debate político, pero preocupa su distancia respecto de los núcleos básicos de la una democracia liberal. Necesitamos
tomar en serio la noción de “pluralismo razonable” en el sentido liberal del
término. Pensemos en su uso en la filosofía práctica de Rawls. Una sociedad
democrático – liberal no sólo reconoce la diversidad de “doctrinas
comprensivas” (visiones del mundo y de la vida de carácter religioso o secular
que abarcan la totalidad de la existencia), de modo que cada una de ellas
admite que no es ni debe ser la única, y está dispuesta a coexistir con las
demás en el marco del sistema de derechos propio de un Estado constitucional de derecho.
Esta situación es compatible con el principio de laicidad del Estado
democrático, y con el respeto de la diversidad, basado en el diálogo, la
tolerancia y el intercambio de razones. A menudo, este pluralismo es confundido
– o asociado falazmente – con el “relativismo”, a pesar que esta identificación
no resiste la menor inspección racional.
Que existan diversas visiones de las cosas implica que “sean igualmente
válidas”. Es posible examinarlas desde la discusión racional planteada al interior de
las organizaciones de la sociedad civil (universidades, colegios profesionales, Iglesias, ONGs, sindicatos, etc.).
Con
frecuencia, esa fascinación conservadora con la exaltación de un catálogo de
metas fundado en un único credo o '"correcta doctrina", reproduce la ilusión
premoderna de un Estado confesional, una ilusión perniciosa en términos de libertad y de justicia. En la óptica de ese conservadurismo rancio, el liberalismo, la
socialdemocracia y el marxismo son dignos de rechazo por igual, pues son
expresión de la cultura moderna. Les preocupa e irrita asimismo el pluralismo subyacente a los estudios
interculturales y de género, y, en el plano teológico, el trabajo de las teologías inductivas
(teología de la liberación, teología africana, teología feminista, y otras). Los cambios en la Iglesia Católica producidos por Vaticano II son percibidos por esta derecha paleoconservadora como una trasgresión al espíritu romano que celebran, en clave medieval; sus referentes no son las primeras comunidades cristianas o la reflexión del método histórico-crítico. Por supuesto, la prédica del papa Francisco les resulta chocante, pues la encuentran "socialista", aunque suene increíble. De hecho, la reflexión que hace esta derecha sobre el cristianismo tiende a prescindir del tema de la pobreza (y de la justicia social).
El obvio peligro del pensamiento paleoconservador es la suscripción de un integrismo lesivo del sistema de derechos fundamentales. Esa doctrina erosiona el terreno mismo de un pluralismo razonable que sostiene el sistema de instituciones y normas que edifican el liberalismo político. De hecho, la derecha paleoconservadora se inspira en posiciones que rechazan la diversidad como un supuesto síntoma de raquitismo moral y político. No en vano los seguidores de Franco, el falangismo, el nacionalcatolicismo y el conservadurismo más recalcitrante en España y en América exaltaban la figura de Isabel de Castilla, asociada con la imposición política de una tradición monolítica – una sola cultura, una sola religión, un solo idioma –. Se trata, por supuesto, de una perspectiva que puede convertirse en violenta, además de ser dañina para la democracia y para una ética del respeto por la diversidad. Esa diversidad es un rasgo distintivo de lo humano, la percibimos en nosotros y en las comunidades que habitamos. Pretender desconocerla o eliminarla constituye una forma insensata de pensar y de actuar.
El obvio peligro del pensamiento paleoconservador es la suscripción de un integrismo lesivo del sistema de derechos fundamentales. Esa doctrina erosiona el terreno mismo de un pluralismo razonable que sostiene el sistema de instituciones y normas que edifican el liberalismo político. De hecho, la derecha paleoconservadora se inspira en posiciones que rechazan la diversidad como un supuesto síntoma de raquitismo moral y político. No en vano los seguidores de Franco, el falangismo, el nacionalcatolicismo y el conservadurismo más recalcitrante en España y en América exaltaban la figura de Isabel de Castilla, asociada con la imposición política de una tradición monolítica – una sola cultura, una sola religión, un solo idioma –. Se trata, por supuesto, de una perspectiva que puede convertirse en violenta, además de ser dañina para la democracia y para una ética del respeto por la diversidad. Esa diversidad es un rasgo distintivo de lo humano, la percibimos en nosotros y en las comunidades que habitamos. Pretender desconocerla o eliminarla constituye una forma insensata de pensar y de actuar.
1 comentario:
Definitivamente muchos ya estamos cansados de esta clase política y sus perspectivas anticuadas, basta ya de individualismo y marginación, ya seamos de derecha de centro o de izquierda, todos formamos este país cada quien con sus particularidades que son propias y necesarias para la construcción de una democracia donde todos los grupos políticos se sientan representados.
Nuestra izquierda ha estado fragmentada estos últimos años, por ejemplo se ha visto a algunos sectores defendiendo intereses ecologistas, sindicales y a otros fonavistas, que no esta mal pero hace falta que se actúe como partido político como una organización que represente a todos esos sectores y que no solo se busque la coalición cuando haya procesos electorales. Hace falta aprovechar esas oportunidades en los procesos electorales municipales y regionales y de llegar al poder actuar con profesionalismo dejando a su paso gestiones impactantes.
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