Gonzalo Gamio Gehri
Dos o tres columnistas de opinión de un medio de internet expresamente conservador han construido un especioso y defectuoso argumento político-electoral e ideológico.
Luego de la exclusión de dos candidatos – noticia que recibieron con gran
entusiasmo – han alertado a la población que la sociedad peruana se dirige a
una situación de polarización. El país se divide hoy - sostienen - entre “fujimoristas” y “antifujimoristas”.
Curiosamente, saludaron el fallo del JNE contra Acuña, pero se sienten
preocupados ante la hipotética exclusión de la candidata de Fuerza Popular por
una falta semejante. Temen que los “antifujimoristas” desarrollen una actitud
supuestamente “irresponsable”; ponen las manos al fuego por el nuevo espíritu “democrático”
de los fujimoristas – aducen que han ejercido una “prudente oposición” desde
hace quince años -, y sugieren que los críticos de Fujimori se impongan una disposición
conciliadora con los fujimoristas, evocando la experiencia de las transiciones
chilena y española. Incluso hablan (ahora sí, pero en sus términos) de la pertinencia de la ‘Reconciliación’.
Uno no sabe exactamente si estos columnistas son realmente ingenuos o si están participando en un extraño ajedrez ideológico local. Para empezar, sus
modelos históricos no han sido descritos con rigor. Las transiciones chilena y
española no han sido procesos exentos de cuestionamiento. El paso chileno a la
democracia estuvo lastrado de múltiples ‘enclaves autoritarios’, como los
denominan los especialistas (que incluían posiciones estratégicas de
funcionarios del régimen de Pinochet, entre otras condiciones planteadas desde la dictadura);
la transición española supuso la negociación de una amnistía para los actores de
la guerra (que tuvo lugar cerca de cuarenta años antes) y la dictadura.
Amnistía significa - como es sabido - impunidad y silencio.
La dictadura de los noventa es un hecho
doloroso y reciente. Los “vladivídeos” documentan la podredumbre de un régimen
mafioso, de un grupo político oscuro y de sus cómplices en las fuerzas del
orden, la empresa privada, los medios de comunicación, los partidos políticos. El escándalo de corrupción fue mayúsculo. El intensivo “lavado de cara” que ha realizado la prensa involucrada con ese
régimen a esos personajes no ha sido suficiente para que mucha gente olvide los
crímenes del fujimorato: delitos contra los derechos humanos, corrupción,
compra de conciencias, esterilizaciones forzadas, destrucción de la
institucionalidad, vínculos con el narcotráfico, etc. Muchos peruanos no pueden
olvidar la huida a Japón, la renuncia por fax, entre otros gestos políticos
vergonzantes. El fujimorismo no ha roto completamente con ese pasado, dada la
ambivalencia de su discurso y la pervivencia de prácticas lesivas de la
democracia, como el clientelismo y el lamentable “pan y circo”. La violencia hay que desestimarla siempre - eso está fuera de cualquier discusión -, pero la protesta política observante de las leyes contra lo que significa el fujimorismo está plenamente justificada.
Alberto Fujimori está preso por crímenes comprobados. No queremos que en el Perú prevalezca la impunidad frente a ellos. Ni en España ni en Chile los hijos de los
dictadores han pretendido generar “organizaciones dinásticas”, movimientos
políticos de un retorcido caudillismo que se han convertido en verdaderos
feudos familiares. La construcción de candidaturas basadas en el ADN de
Pinochet o Franco habría impedido la marcha de la democracia en aquellos
países, o habría suscitado severos problemas y preocupaciones en los espacios de opinión pública. La derecha
chilena y el Partido Popular han sabido asumir una estructura democrática y un
discurso republicano o liberal / conservador. El fujimorismo no ha desestimado sus raíces autoritarias. Su entorno político más relevante data de los noventa.
Un análisis detenido de aquellos alegatos
falsamente “conciliadores” revela sus lagunas y equívocos. La desconfianza
frente al legado y las propuestas del
fujimorismo no es un signo de “inmadurez”, sino es expresión de una perspectiva
histórica basada en los hechos. Un juicio fundado en una conciencia civil. Nos tomó a los peruanos diez años recuperar las
instituciones democráticas. No resulta extraño que queramos preservar los
bienes propios del Estado de derecho contra cualquier peligro potencial que
pudiera debilitarlos.
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