Gonzalo Gamio Gehri
El compromiso con los derechos
humanos y el cuidado de la razón práctica constituyen elementos básicos de toda
educación ciudadana en una sociedad democrática. Se trata de dimensiones de la
formación del juicio y del carácter que nos permiten lidiar razonable y
respetuosamente con los valores de la pertenencia cultural. Una sociedad
democrática se propone ofrecer espacios sociales en los que los individuos
puedan desarrollar libremente sus vínculos con sus culturas originarias –
vínculos que, como hemos visto, pasan por el ejercicio de la crítica -, a la
vez que defender con firmeza los cimientos legales e institucionales del
pluralismo razonable.
La educación cívica
democrática requiere potenciar una ética deliberativa que forma a las personas
en la dinámica de forjar consensos interpersonales y expresar disensos a partir
del recurso a razones expuestas en el espacio público. Abraham Magendzo es el
académico que en los últimos años se ha dedicado a elaborar un paradigma
pedagógico que desarrolla esta perspectiva ética. Este modelo promueve la
práctica del discernimiento de principios y fines, pero también propicia el
encuentro dialógico entre personas que suscriben diferentes visiones del mundo
y la vida. Alienta, asimismo, la empatía, el reconocerse en la situación de
otros para generar vínculos de solidaridad interpersonal en el seno de una
sociedad democrático-liberal.
“Una sociedad que delibera es una
sociedad capaz de respetar las diferencias, identidades y opiniones. Pero
también es una sociedad cuyos miembros son capaces de comprender y colocarse en
la posición de sus interlocutores, de modo que pueden advertir el porqué de sus
demandas u opiniones, de esta forma se generaran ámbitos de comunicación que
enriquecen e integran en igualdad las diferentes posiciones de sus miembros,
que son capaces de resolver y establecer el entendimiento sobre la base de
bienestar común y del respeto a las minorías”[1].
La pedagogía
deliberativa le otorga un inapreciable valor tanto a la defensa de la
universalidad como a la reivindicación de las diferencias. Defiende
radicalmente el universalismo moral y legal expresado en la cultura de los
derechos humanos y en el imperativo de dispensar un trato igualitario y
respetuoso a toda persona humana, más allá de su credo, origen y estilo de vida.
Por ello promueve la observancia de los procedimientos democráticos que
garantizan una vida social sana y razonable. Estos procedimientos buscan
asegurar el sistema de derechos que vertebra una sociedad pluralista y liberal.
Pero también esta
pedagogía alienta la expresión de las diferencias en el seno de una democracia.
El valor de esa diversidad debe expresarse a través de los canales que
establece la ley, en el marco del respeto de las libertades y derechos de todos
y cada uno de los ciudadanos. Comunicar estas diferencias, contrastarlas y
discutirlas en las esferas de deliberación constituye un derecho básico, el derecho
a ser uno mismo. Como hemos señalado, la construcción de la identidad es un
proceso abierto al diálogo; es un proceso que dura toda la vida y que supone el
escrutinio permanente y riguroso de la razón práctica. El despliegue de las
identidades constituye una ocasión para el cultivo de la conversación cívica y
el mutuo aprendizaje en un sentido ético y político. Una democracia genuina promueve
el desarrollo de las fuentes identitarias de las personas, del mismo modo que
procura formar a esas personas como ciudadanos que suscriben conscientemente un sistema público
basado en el cuidado de la libertad y la igualdad de todos los miembros de la
sociedad.
* Se trata de la quinta parte de un texto presentado en la revista electrónica de Foro Académico. bajo el título general El cuidado de la diversidad.
[1]Magendzo, Abraham
“Formación de estudiantes deliberantes para una democracia deliberativa” en:
REICE - Revista Electrónica Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en
Educación 2007, Vol. 5, No. 4, p. 74. http://www.rinace.net/arts/vol5num4/art4.pdf.
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