PERSPECTIVAS SOBRE EL ANTIFUJIMORISMO
Gonzalo Gamio Gehri
En estos últimos días ha
resurgido el movimiento antifujimorista en el Perú. La parcialidad evidente de
buena parte de la “clase política” y de los periodistas, así como el injusto sesgo que viene aplicando el JNE ante los documentados actos de entrega de
dinero de parte de la señora Fujimori (y los suyos), han
propiciado la reaparición de un sector importante de la ciudadanía que no
quiere la vuelta del fujimorismo y lo que significó como proyecto político. No quieren el regreso de quienes quebraron el sistema democrático, perpetraron actos
de corrupción y violaciones de derechos humanos, controlaron las instituciones,
compraron la prensa, negociaron con narcotraficantes y traficantes de armas.
Sumieron el país en una década siniestra marcada por el crimen, el
autoritarismo y la rapiña. El Perú necesita una renovación política, no el
retorno de un régimen que fue evidentemente mafioso.
Por supuesto, la protesta
debe hacerse siguiendo las prácticas que exigen la ley, la democracia y el
sentido de justicia más básico. Hay que rechazar la violencia de donde fuere,
no importa su origen o sus destinatarios. Puede protestarse legítimamente sin
violencia alguna, como en el caso de las dos marchas organizadas en Lima en
contra de la candidatura de Keiko Fujimori.
Ella debe ser excluida del proceso electoral por estas inaceptables
prácticas clientelistas, como sucedió en el caso de César Acuña. No pueden
hacerse excepciones..
La candidata ha
respondido que lamenta que estas protestas estén dirigidas a una persona, que
deberían plantearse y discutirse propuestas, que los protestantes deberían
apoyar algún proyecto político y promover alguna candidatura.
Es evidente que éste es
un cuestionamiento superficial, que no explora la naturaleza de este antivoto y
de esta protesta. Quienes protestan contra la candidatura de Keiko Fujimori rechazan
lo que ella representa. Su candidatura representa la entraña delictiva del
gobierno de Alberto Fujimori – señalado por Transparencia Internacional como la
séptima dictadura más corrupta del siglo XX en el mundo -, del que hereda buena
parte de su equipo político y de campaña. En los tiempos más oscuros del
fujimorismo, Keiko Fujimori era la primera dama. A los que protestan contra los
fujimoristas no les convencen los cambios cosméticos que Keiko Fujimori y su
equipo han hecho en los últimos meses en su lista de candidatos al Congreso o
el discurso atemperado para la ocasión, menos autoritario. Se trata de puro marketing
político.
Quienes protestan contra
la postulación de Keiko Fujimori no sólo repudian esta herencia sombría.
También sostienen que Keiko Fujimori no está preparada para asumir el gobierno
del país. Su trayectoria profesional y política no demuestra que esté apta para
ejercer una responsabilidad tan grande. Nunca ha trabajado, y su gestión como congresista no ha sido significativa ni productiva. En años recientes, se
ha dedicado a su feudo – el "negocio familiar", es decir, su organización política, cuya dirección
responde a consideraciones dinásticas – que le otorga una presencia mediática.
Su único “activo político” es llevar el ADN del padre. Su presencia política se
la debe a Alberto Fujimori.
Quienes protestan tienen
en común el percibir la candidatura de Keiko Fujimori como peligrosa para el
futuro de la democracia y la defensa de los derechos humanos. Cada uno de ellos
tendrá seguramente alguna afinidad política, y habrá pensado a quién apoyar en
las elecciones. Llamar “terruco” a quienes rechazan el proyecto fujimorista
retrata muy bien la actitud que asumirían estas personas de llegar al poder: perseguir
al opositor, estigmatizarlo y criminalizarlo. Oponerse al fujimorismo – a su
juicio – no es un acto político: es un acto subversivo y delictivo. Eso también
es violencia, por supuesto.
El antivoto es razonable
en este caso. Es absurdo señalar que el voto negativo es intrínsecamente
contraproducente o inmaduro; los periodistas que así opinan tienen expectativas
se carácter político. Sostener - como hacen algunos columnistas de los medios afines a los fujimoristas - que a los críticos del fujimorismo sólo los impulsa el odio" es un alegato infantil, que no puede ser tomado con seriedad. Los ciudadanos tienen derecho a decirle “no” a una
candidatura que puede suponer un decisivo retroceso en cuanto al desarrollo de la
institucionalidad, los derechos humanos y el cuidado de las libertades básicas.
Quienes protestan contra el fujimorismo tienen sus propias afinidades
electorales, pero tienen en común la defensa de la democracia. Esa es una buena
razón para protestar. No queremos
quebrar nuestra democracia. Ese principio que quienes lucharon por la
transición presidida por Valentín Paniagua asumieron como una prioridad
nacional.
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