Gonzalo
Gamio Gehri
Nelson Mandela
ha muerto. Será recordado como una
figura de gran relevancia en la vida pública del mundo contemporáneo. Se
convirtió en el líder indiscutido de una lucha moral y política contra un
régimen fundado en la discriminación por motivos raciales. Es, en este sentido,
un exponente del movimiento por una ciudadanía universal, fundada en la
libertad y la igualdad de todos los seres humanos. Ese compromiso lo llevó a
ser recluido en una cárcel por cerca de veintisiete años. Fue presidente
de su país y su vida y obra cuenta con el reconocimiento de las personas que
valoran la cultura de los derechos humanos.
¡Tantos años
en prisión a causa del compromiso con la igualdad de derechos! Tanto sus
enemigos políticos de entonces como sus propios carceleros tienen una opinión
respetuosa sobre Mandela, que trasunta admiración ante una fe inquebrantable en
la humanidad y una genuina vocación por la paz (Ver el artículo - en La República - de John Carlin). Mandela tuvo que conversar y
negociar con sus rivales afrikáner,
tanto desde la prisión como desde el ejercicio de la política, para lograr
alejar de Sudáfrica el fantasma de la guerra civil. En el contexto de estas
comunicaciones, nunca sacrificó los principios básicos acerca de la
construcción de una sociedad no dividida por consideraciones sobre el color de
la piel o por la condición social. No se claudicó en materia de la defensa de
los derechos humanos.
Desde sus
primeros años en la actividad política, Mandela se sumó a los partidarios de la
doctrina de la no violencia y encontró en la obra de Gandhi una poderosa fuente
de inspiración política. Entiendo que, por principio, se inclinó por la
invocación a la desobediencia civil antes que al ejercicio de la insurrección
violenta. Es cierto que la lucha contra el apartheid asumió
con frecuencia la forma de la insurrección armada. No siempre la exigencia de no violencia fue honrada plenamente. El régimen segregacionista
rechazaba los principios básicos de la democracia y los derechos humanos y a
menudo llevó a sus víctimas a situaciones de desesperación. Sólo en situaciones
realmente extremas - vinculadas a la autodefensa - podemos recurrir a la
fuerza. Tenemos que pensar que las condiciones de la paz y la justicia deben construirse
con medios no violentos, sin duda, a la vez que discernir qué situaciones
sociales y políticas son incompatibles con la idea misma de dignidad humana. Está
claro que el régimen del apartheid
había cruzado un límite moral muy nítido. No obstante, Nelson Mandela intentó
conducir el curso de la política contra la discriminación en la dirección de la
forja de consensos públicos, aún los más complicados.
Construir
una nación grande e inclusiva, abierta a todas las patrias, clases y credos,
ese era el sueño de Mandela. Ese era también el sueño de Gandhi y King. Eso
entrañaba su opción por la “reconciliación”. Hacer nuestro ese sueño constituye
un elemento básico para la afirmación concreta de la cultura de los derechos
humanos.
1 comentario:
Mandela fijo un marco común para toda la humanidad de mínimas condiciones necesarias para vivir dignamente, en paz y en justicia.
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