Gonzalo Gamio Gehri
La muerte del Reverendo Clementa Pinckney y ocho participantes en la
Iglesia metodista de Charleston, en el sur de los Estados Unidos, ha
conmocionado al mundo. Fueron asesinados por un joven que se proponía iniciar
una “guerra racial” con su acción. La Iglesia atacada tenía una historia larga
de atentados racistas, pues constituye un espacio de meditación y movilización
en torno a temas de igualdad y lucha ciudadana contra la discriminación. Clementa
Pinckney dirigía un grupo de reflexión bíblica y estaba comprometido con
diversos proyectos de su comunidad local. El presidente Obama dio un discurso
conmovedor en los funerales del Reverendo
y entonó con emoción los primeros versos del canto espiritual Amazing Grace, ante un público, visiblemente
conmovido por la pérdida de sus vecinos y compañeros en la fe.
La sociedad norteamericana ha afrontado en los últimos años – en el
marco del gobierno de Obama – numerosos casos de violencia racial, en
particular motivados por el abuso de la fuerza en cuestionables acciones
policiales. En tales situaciones, las comunidades de vecinos han hecho sentir
su voz para condenar la lesión de las libertades y los derechos humanos de sus
conciudadanos. El racismo, la intolerancia religiosa, el machismo y la
homofobia son actitudes y maneras de actuar que son incompatibles con una
sociedad democrática. Hace dos días el Tribunal Supremo
estadounidense ha declarado legal el matrimonio igualitario. Más allá de lo que
las personas piensen sobre este tema polémico, es razonable pensar que la
medida podrá contribuir a fortalecer la igualdad civil y a reducir el daño
provocado por la discriminación. Es de esperar que este fallo generará una
serie de reacciones entre los sectores más conservadores en los círculos
políticos y religiosos.
Pero regresemos a lo sucedido en la Iglesia de Carolina del Sur. La
terrible experiencia de Charleston nos recuerda que la amenaza de los crímenes
de odio constituye una inquietante realidad en los Estados Unidos y en otros
lugares. Nos recuerda la necesidad de rescatar para el espacio público el
lenguaje de los derechos y la igualdad racial que nos remite a la prédica
poderosa y profética de Martin Luther King jr. en los años sesenta. King supo
articular el discurso profético del cristianismo con el lenguaje emancipatorio
de los derechos básicos. Este proceso de retroalimentación semántica ha sido
descrito por J. Rawls como ‘estipulación’. . Recuperar esa mística y esa práctica política permitiría fortalecer el
programa de la lucha por la defensa de la igualdad civil que ha caracterizado
el trabajo liberal en Norteamérica. En el Perú – lamentablemente – el apelativo
“liberal” ha sido despojado de ese legado político, y se asocia falsamente con
el integrismo económico. Es preciso trabajar por modificar esa funesta
proclividad ideológica, responsabilidad de algunos predicadores y periodistas nacionales.
Pensar la tradición liberal sin la cultura de los derechos es como evocar el
pensamiento griego sin la pólis.
Los sucesos de Charleston deberían convertirse en tema de debate en nuestro medio.
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