Gonzalo
Gamio Gehri [1]
En sentido estricto, no existe
democracia sin ciudadanos[2]. El
grado de libertad que requiere una democracia genuina procede en cierta medida
de la disposición de los agentes a involucrarse de buena gana en procesos de
deliberación, movilización y vigilancia del poder. El ejercicio de la
ciudadanía puede otorgarle dirección y profundidad a la vida de las personas,
si éstas consideran la acción política como una potencial opción de sentido.
Por “ciudadanía”, la teoría
política ha concebido dos cosas diferentes. En una perspectiva moderna – es
decir, liberal -, alude a la condición de las personas de ser titulares de
derechos universales: sujetos del derecho a la vida, a la libertad, a la
propiedad, al desarrollo del proyecto vital. En una perspectiva clásica – de
raíces griegas y romanas -, invoca la capacidad de agencia política, la
actividad vinculada a la búsqueda de consensos y la expresión de disensos en
escenarios compartidos de discernimiento y toma de decisiones políticos, en
otras palabras, espacios públicos. El polités
participa activamente en el proceso de elección de las autoridades, pero
también interviene en la fiscalización de su gestión y le pide cuentas de sus
actos públicos. En realidad, se trata de conceptos complementarios de
ciudadanía, en tanto la interpretación clásica ofrece una forma rigurosa del
cultivo de los derechos políticos. La
cultura de derechos y la práxis
cívica se reclaman mutuamente tanto en el terreno del concepto como en el de la
práctica.
El ciudadano es usuario de
libertad política, vale decir, es usuario de poder en el sentido en el que lo define Hannah Arendt, como la
capacidad de actuar en concierto. Se trata del “poder cívico”, no del poder
como la mera “capacidad de hacer” en un sentido maquiaveliano. El poder cívico
nace del encuentro de las personas en un espacio plural de intercambio de
argumentos. En esta línea de pensamiento, la palabra es la fuente del poder, no
el uso de la fuerza. Esta idea es tan antigua como Las Suplicantes de Eurípides, obra en la que el rey Adrasto de
Argos sentencia sobre la desmesura humana frente a su condición de seres de
lenguaje. En lugar de usar el lógos para
resolver sus conflictos, usan la violencia. El texto de Eurípides es
contundente: “¡Fatuos mortales que tendéis el arco más de lo oportuno y recibís
de la Justicia
innumerables males! Tomáis lecciones de los hechos, ya que no de los amigos. Y
vosotras, ciudades, que podéis conjurar el mal por la palabra, dirimís vuestros
asuntos con la sangre, no con la palabra”[3]. Sólo
podemos vencer la tentación de la violencia en la medida en que podemos ser
capaces de invocar el ejercicio del diálogo como el recurso adecuado para
comprender y enfrentar nuestros problemas en los diferentes contextos de la
vida.
La deliberación en los espacios
públicos es un tipo de práctica política ciudadana especialmente importante. A
través de esta participación, las personas pueden incorporar en la agenda
pública temas de interés común, intervenir en la discusión en torno a la toma
de decisiones o la pertinencia de determinadas leyes, y también pueden
fiscalizar el ejercicio de la función pública de las autoridades del Estado. En
el mundo contemporáneo, las organizaciones políticas y las instituciones de la
sociedad civil constituyen foros para las acciones de esta clase. Se trata de
escenarios para el discernimiento cívico, en los que los agentes pretenden
arribar a consensos tanto como expresar razonablemente cuestionamientos y
disensos. En efecto, en un régimen democrático constitucional no sólo el logro
de acuerdos sociales y políticos es considerado un propósito digno de valor,
sino que se entiende que no es posible estar de acuerdo en todos los asuntos:
en algunos casos, bastará con que podamos entender la naturaleza y los términos
de los desacuerdos, y que estemos dispuestos a proteger los derechos de las
minorías.
* Esta
es la primera parte de un texto que aparecerá en el portal Pólemos, de Derecho &
Sociedad.
[1] Doctor en Filosofía
por la
Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España).
Actualmente es profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Antonio
Ruiz de Montoya, donde coordina la
Maestría en filosofía con mención en ética y política. Es
autor de los libros Tiempo de Memoria. Reflexiones sobre Derechos Humanos y
Justicia transicional (2009) y Racionalidad y conflicto ético. Ensayos
sobre filosofía práctica (2007). Es autor de diversos ensayos sobre
filosofía práctica y temas de justicia y ciudadanía publicados en volúmenes
colectivos y revistas especializadas del Perú y de España.
[3] Suplicantes, 745 -50.
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