Gonzalo Gamio Gehri
Conocido es el
pasaje homérico en el que Aquiles -
temeroso de morir arrastrado un río – clama a los cielos lamentándose porque
esa muerte miserable no le correspondía como su destino. Efectivamente, en Iliada
XXI, Homero cuenta cómo Aquiles, que ha vuelto a la batalla y siembra el
terror entre los teucros, está en peligro de perecer en medio del feroz oleaje
del río, removido por la sangre de los cadáveres.
Entonces el
guerrero se dirigió al Padre de todos:
“¡Zeus Padre! ¡Pensar que ningún dios se ha
comprometido a salvar del río a este infeliz! ¡Aunque luego sufra lo que sea!
Mas ningún descendiente de Urano es a mi juicio tan culpable como mi madre, que
me ha hechizado con sus mentiras, al asegurarme que bajo la muralla de los
aguerridos troyanos perecería por los
agudos dardos de Apolo”[1].
Terrible y vacía
muerte la de verse doblegado por el río. Frente a ella, buena muerte sería caer
abatido por Héctor, el mejor de los troyanos. Pero acabar con sus días en estas aguas sería la muerte propia “del hijo de un porquerizo” imprudente, a juicio del fiero
Aquiles…sabe, empero, que sólo el dios solar puede arrebatarle la vida. Esa es
su móira, la parte que le toca de acuerdo con sus acciones. Pronto,
Atenea y Poseidón – invocados por Zeus, le prestarán ayuda. Aquiles deberá
aguardar aún más la flecha de Loxias.
Es que el pélida
tiene derecho a afrontar su propio destino, y lo sabe. Lo encontrará en el
campo de batalla, no en las aguas del Escamandro. Zeus ha acogido sus palabras.
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http://www.getty.edu/art/collection/objects/617/lodovico-carracci-st-sebastian-thrown-into-the-cloaca-maxima-italian-1612/
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