martes, 3 de marzo de 2015

¿POR QUÉ MONTAIGNE (1533-1592) NOS HABLA TAN CERCANAMENTE HOY? (VÍCTOR HUGO PALACIOS)






Víctor Hugo Palacios

Contaba Nietzsche que cada vez que abría Los ensayos le crecía un ala o una pierna. Aquella única publicación de Michel de Montaigne –divagatoria y miscelánea– creó una brecha entre los géneros de la literatura filosófica, historiográfica y didáctica del siglo XVI y, con esa mezcla de frescor y consistencia de los clásicos precoces, inició el periplo de un estilo que atravesó airoso las modas y las ideas, y aún goza de espléndida salud.

            Los ensayos (Les essais) es el libro detrás de los grandes libros de la tradición europea. Es la presencia, callada o revulsiva, que se halla implícita en los Ensayos de Bacon, el Discurso del método de Descartes, los Pensamientos de Pascal, el Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke y las Confesiones de Rousseau, entre otros. Es también un alimento agradecido en el Nietzsche crítico de la modernidad y de su academicismo, y en un Flaubert irritado por las suficiencias de la sociedad burguesa.

            En una misiva a Louise Colet, el autor de Madame Bovary prorrumpe de este modo: “Estoy releyendo a Montaigne. ¡Es singular hasta qué punto estoy lleno de ese individuo! […] Tenemos los mismos gustos, las mismas opiniones, la misma manera de vivir, las mismas manías. Hay gente a la que admiro más que a él, pero no hay a quien evocaría más a gusto, y con quien charlaría mejor”.

Su biógrafo Jean Lacouture habla de él como “uno de los fundadores de la introspección” y “uno de los inventores de la sensibilidad y de la cultura occidental”. Para Tzvetan Todorov, se trata del “primer verdadero humanista” en el sentido de aquel que piensa no que el humano sea un ser formidable, sino uno indeterminado que tiene en la libertad la ocasión de su felicidad o su desdicha. Y en sus apuntes, Elias Canetti comenta: “Montaigne tiene esa actitud abierta hacia cualquier forma de vida humana que actualmente es universal y ha sido incluso elevada al rango de ciencia, pero él la tuvo en su época, una época fanáticamente convencida de su propia infalibilidad”.

¿Es decir demasiado? Narrando un avatar muy castellano, Cervantes talló un arquetipo universal. De este francés nacido en Gascogne (Gascuña) podría decirse que, ocupándose de asuntos personales, alentado por sus lecturas preferidas y sin deseos de escribir más que para sus amigos y parientes, acumuló un grueso de folios que con incomparable amenidad anticiparon algunas de las referencias que la mentalidad occidental, incluso contemporánea, ha aprendido a asumir, apreciar y aun extrañar: la conciencia de la individualidad, la defensa de la libertad, la reciprocidad entre experiencia y reflexión, la exhortación al diálogo, la celebración de la pluralidad, el valor formativo de los viajes y, más que la tolerancia, el sincero interés por los otros. A lo que se añade la originalidad con que Montaigne profesa una consonancia entre la mesura aristotélica y el fervor de los amantes del mundo, entre la ignorancia socrática y la avidez de lecturas y de encuentros, y entre la certeza de la propia finitud y la honesta confianza en el infinito.

Si, como dice Sándor Márai, describiendo el proceso de estatalización y despersonalización de la sociedad húngara bajo la ocupación comunista, el mayor de los aportes del Viejo Continente a la historia es la delimitación del individuo y del sentimiento burgués –entendido no como una autocomplacencia social sino como el cultivo decidido de la propia alma–, no cabe, entonces, la menor duda de que Michel de Montaigne es un prócer de la cultura europea.

            En la carta al lector de Los ensayos se lee: “yo mismo soy la materia de este libro”, “me pinto a mí mismo”. ¿Es acaso el inicio de un despliegue de vanidad de un millar y medio de páginas? ¿Es el preludio de un moroso ejercicio de ensimismamiento y evocación a la manera de Marcel Proust? Harold Bloom dice que uno termina de leer al gascón y quiere saber más de él. El índice de LosEnsayos presenta estos encabezados: “sobre los caballos”, “sobre la oratoria”, “sobre la crueldad”, “sobre el dormir”, “sobre la guerra”, “sobre Cicerón”… Extraña manera de tratar de uno mismo. Montaigne mismo confiesa: “no he hecho más a mi libro de lo que mi libro me ha hecho a mí”. Versando sobre asuntos ajenos ha garabateado un retrato de sí mismo.

Pero en otro momento esclarece: “sea lo que sea, quiero serlo fuera del papel”, pues “yo soy cualquier cosa antes que un escritor de libros. Mi cometido es dar forma a mi vida”. Finalmente, el hombre desborda el texto, el yo se sitúa más allá de la acción y sus resultados. La vida, inaprehensible, aletea sobre el olor de la tinta y se escabulle para siempre. No accederemos jamás a esa cámara secreta.

Pero nos queda el consuelo de sus huellas sobre el mundo.



El filósofo y escritor Víctor H. Palacios Cruz imparte el curso “El amor al mundo en un tiempo de espanto. Michel de Montaigne, del siglo XVI al XXI”, dirigido a estudiantes, profesores, investigadores y público en general.

11, 12 y 13 de marzo, de 6:30 a 8:30pm, Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
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