sábado, 16 de febrero de 2013

EL PAPA Y LA RENUNCIA



Gonzalo Gamio Gehri


Benedicto XVI ha renunciado a su cargo como sumo pontífice de la Iglesia Católica. La carta en la que anuncia esta decisión, dirigida a los cardenales y a los fieles católicos, señala que esta renuncia es fruto de un largo tiempo de meditación, que corresponde a lo que dicta su conciencia, y que obedece a la falta de fuerza física y espiritual, situación que no le permitiría seguir en la conducción de la Iglesia. La alusión al debilitamiento de la “fuerza espiritual” lleva a pensar que la decisión no tiene que ver exclusivamente con el envejecimiento del cuerpo y con el decrecimiento del vigor físico. Las alusiones posteriores a las “divisiones en el clero", que lesionan a la Iglesia, indican que el Papa está sumamente consternado y dolido por los conflictos existentes en la jerarquía eclesiástica. Se sabe que la firmeza con la que Ratzinger ha enfrentado las denuncias de pedofilia y el escándalo de los llamados “vatileaks” no ha sido bien recibida por el ala más conservadora del clero.

El pontificado de Benedicto XVI ha estado marcado por las reacciones frente a las denuncias vinculadas a estos casos de abuso, los problemas financieros del Vaticano, y la filtración de documentos que comprometen a personajes influyentes en la Santa Sede. La actitud del Papa actual, a diferencia de otros tiempos, no ha sido de encubrimiento, sino de apertura a la acción de la justicia. Las encíclicas de Ratzinger exhiben un rigor conceptual y metodológico novedoso, cuentan con un peso teológico y bíblico importante, e introducen – para el pensamiento económico y social – el tema del desarrollo humano en clave cualitativa (en una línea convergente con Sen y Nussbaum). Por supuesto, en el polémicol tema de la moral sexual los avances no han sido considerables, pues existe una conversación (cívica y científica) pendiente sobre este asunto. No es lo que se describiría como un "progresista", pero es un intelectual sólido que escucha atentamente diversas voces, y que ha contado con un entorno plural (que, por ejemplo, incluye al teólogo progresista Gerhard Muller y a otros obispos que promueven una mayor apertura hacia la sociedad contemporánea). Es un teólogo dialogante, pero tampoco es un liberal cristiano. No obstante, en los últimos días, el Papa Benedicto ha puesto énfasis en la necesidad de la Iglesia de retomar las reformas propuestas por el Concilio Vaticano II. El diálogo con el mundo moderno es imprescindible para que la Iglesia se aproxime realmente a los problemas de los seres humanos de hoy, particularmente la violencia, la atomización sociopolítica y la pobreza. Este diálogo se ha visto truncado en múltiples ocasiones por la penosa estrechez de miras del sector más conservador de la Iglesia, que todavía percibe con actitud sospecha la perspectiva de los derechos humanos y la secularización de la cultura y de la política. 

No han faltado los comentaristas que se han esforzado por interpretar esta renuncia no como una decisión enmarcada en el contexto de una Iglesia en crisis, sino en el registro del discurso una “Iglesia triunfante”. Esta clase de análisis es delirante y carente de rigor. El Papa ha aludido en más de una ocasión al triste espectáculo del juego de fuerzas del clero vaticano, completamente de espaldas al Pueblo de Dios. Incluso un sacerdote – entrevistado en el canal Willax, medio cuya “línea política” todos conocemos – advirtió que la Iglesia “no tiene mácula ni arrugas” un juicio absurdo que no resiste un mínimo análisis histórico. Sin embargo, el prelado repitió esta expresión cuestionable una y otra vez, como si se tratara de un mantra. Es preciso decirle que la gente tiene sentido crítico y no se conforma con las frases hechas y perfumadas. La Iglesia es nuestra, y cargamos con sus múltiples aciertos y errores, pero no tiene sentido alguno desconocer la realidad. Amar a la Iglesia implica reconocer el amor y el pecado presente en su historia, potenciar el amor con la propia vida, pero también combatir la corrupción en su interior. Me parece mucho más lúcida la palabra de monseñor Strotmann, obispo de Chosica, quien sugirió que hoy la Iglesia requiere la espiritualidad de Martín de Porras, quien siempre tenía a su disposición la escoba, para hacer limpieza. Más claro, el agua.

Respeto profundamente el gesto de Benedicto XVI. Revela coraje y humildad. En un mundo que le rinde culto al poder, renunciar a él constituye un acto de veras excelente, vale decir, virtuoso. Si se trata – como es en este caso – de un poder casi absoluto, esta acción resulta especialmente ejemplar y tiene una expresa dimensión espiritual; la Iglesia tiene una estructura jerárquica que en algunos aspectos es comparable, lamentablemente, a la de las antiguas monarquías europeas, de modo que las potestades del Papa en su jurisdicción son las de una suerte de autoridad imperial. Soltar el poder es un acto realmente libre, sobre todo si las razones que animan tal acto son tan contundentes. Joseph Ratzinger está allí, dejando el trono de Pedro, pero transmitiendo un mensaje claro y muy crítico acerca de cómo marcha la Iglesia, un juicio basado, tal vez,  en el espíritu del Dios del Evangelio, aquel que haciéndose finito eligió la solidaridad y no el poder, aquel que cultivo el amor a los pobres e insignificantes de la historia. Se trata de un gesto que desde todo punto de vista llama a la reflexión.

8 comentarios:

Roco dijo...

Ojala tus ídolos Chávez y Castro también siguieran este ejemplo y renunciaran.

Gonzalo Gamio dijo...

El típico comentario carente de neuronas..cualquiera que haya leído mis escritos, que siga este blog o me conozca, sabe que soy absolutamente contrario a Castro, a Chávez y a cualquier proyecto autoritario.

Si no va a decir nada razonable, use el paréntesis.

Equinoxe dijo...

Profe, quizá le parezca baladí e insustancial mi pregunta pero, qué piensa de las profecías de San Malaquías? Hacen alusión a una cercana destrucción de la Iglesia luego del magisterio de Pedro, el romano, apelativo más que sugerente...

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado Equinoxe:

Creo que no hay que preocuparse mucho por las profecías, porque pueden interpretarse de diversas maneras.

Saludos,
Gonzalo.

Anónimo dijo...

Roco ha dejado un nuevo comentario en su entrada "EL PAPA Y LA RENUNCIA":

Prefiero a rojos que lo son de manera abierta como JDC quien no reniega de su marxismo. Son abiertamente lobos rabiosos dispuestos a encauzar una sangrienta revolución para instaurar su utopía. Siendo ellos terribles, por lo menos nos mantienen alerta. Los que son realmente peligrosos son los lobos con piel de cordero, que hablan de democracia, tolerancia y derechos humanos, pero cuando la oportunidad se presenta apoyan a un tirano popular. ¿Te suena conocida ese tipo de gente Gonzalo?

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Gonzalo Gamio dijo...


No me suena. Me parece absurdo y malsano avalar autoritarismos de derecha o de izquierda. Pero es conocida la paranoia visceral de quienes confunden la socialdemocracia o ub liberalismo social con el marxismo.

Roco dijo...

Eso a lo que tú llamas "paranoia visceral" es una crítica a los regimenes marxistas que mataron a millones de personas y coactaron groseramente la libertad de casi un tercio de la humanidad durante el siglo veinte.

Seguramente para ti es exagerado recordar estos hechos. Es una paranoia de loquitos radicales.

¡Eres tan vehemente en tu crítica a algunas cosas! Y para otras que fueron realmente monstruosas te haces de la vista gorda. Curioso.

Gonzalo Gamio dijo...

Lo que constituye una paranoia visceral es pensar que todo aquel que defiende derechos humanos o ciudadanía democrática forma parte de una conspiración comunista o algo así. Coloca "marxismo" en el buscador de este blog y te darás cuenta de que sí me ocupo de los crímenes del comunismo.