Gonzalo Gamio Gehri
En una democracia,
quien expresa su discrepancia acerca de temas de interés público constituye un
interlocutor válido en la conversación cívica. Que pueda llevarse a cabo esta
especie de conversación es un rasgo distintivo del sistema de instituciones libres que vertebra la sociedad. En contraste, un
régimen totalitario rechaza y prohíbe la expresión del desacuerdo, pues lo
considera un signo de debilidad o de desarmonía en la vida común. Se persigue
al crítico, se le percibe como un traidor, un apóstata o se le denuncia como un
paciente de funestos “desórdenes ideológicos” que habría que corregir antes de
que pueda convertirse en un foco de contaminación a mayor escala. La
radicalización de la política autoritaria exige cultivar un “espíritu de
ortodoxia” en el terreno de las ideas y las convicciones. La verdad o la
interpretación del bien colectivo se conciben como un punto de partida, y no
como la meta de la investigación y del ejercicio de la deliberación. De hecho,
en una sociedad totalitaria la deliberación permanece proscrita o bloqueada,
pues se la considera innecesaria o peligrosa. Ella introduce la duda y la
incertidumbre allí donde supuestamente deberían existir la certeza y la
adhesión sin cuestionamiento.
El diálogo cívico
requiere del cultivo del falibilismo.
Se trata de una actitud ética e intelectual básica para el ejercicio de la
deliberación pública, tanto en los espacios políticos como en los foros
académicos de la vida social. Consiste en estar dispuesto a defender los
propios argumentos en la discusión hasta donde sea posible, pero también estar
abierto a cambiar la propia perspectiva – en el sentido clásico de la metánoia – si los argumentos que esgrime
el otro son sólidos. En suma, el falibilismo exige que aceptemos la posibilidad
de estar equivocados y asumamos un nuevo punto de vista si este es el caso.
Richard J. Bernstein asevera con razón que “el
falibilismo de hecho plantea dudas sobre la posibilidad del conocimiento absoluto incorregible”[1].
Se rechaza la idea de la conquista de un saber definitivo, un punto de vista
que no deba ser examinado en el espacio común. Todo argumento o forma de juicio
es susceptible de revisión.
La vida cívica se propone brindar a los agentes – personas comunes como
usted o como yo - la posibilidad de intervenir en el diseño de la agenda
política, la construcción de la ley y la toma de decisiones, a través de su
discusión en público. Se trata de una forma básica de distribuir el poder y
combatir su concentración. La acción ciudadana construye un nosotros que va más allá de los meros
intereses de facción y las convicciones ideológicas. Nos pone en comunicación
con la historia de las instituciones de cuya vida participamos, una historia de
actividades y movilizaciones comunes, pero también de debates y reflexiones en
torno a bienes compartidos, principios y procedimientos. A través de estas
prácticas, la política deja de pertenecer a los “políticos” – los políticos “de
carrera”, que actúan desde los movimientos y las organizaciones del sistema
político – y comienza a convertirse en un asunto que nos involucra a todos los
miembros de la sociedad que intervienen en la cosa pública.
4 comentarios:
La ortodoxia de la izquierda liberal y de lo políticamente correcto es lo más intolerante que puede existir. Si por ejemplo, planteo que se haga un estudio psicológico científico sobre las patologías que se derivan del estilo de vida homosexual, inmediatamente seré vetado.
No existe tal tolerancia en el mundo académico estadounidense ni en el europeo occidental. Hay una nueva ortodoxia disfrazada de tolerancia.
“Todo argumento o forma de juicio es susceptible de revisión”. ¿Éste mismo argumento o forma de juicio sería sujeto de revisión? ¿Serías susceptibles de revisión el principio de la dignidad humana, el respeto de la libertad, la propiedad, la vida, etc? Si esto es así la deliberación para buscar la verdad o para encontrar el argumento más “razonable” no será lo que primará en la sociedad. Tras esa forma se esconderá en realidad un juego de poder, la capacidad de uno de imponerse sobre otro. Si todo es susceptible de revisión, en el fondo se impondrá la ley del más fuerte.
Si una hipótesis descansa en argumenbtos, no veo porqu{e no pueda ser examinada. No creo en la censura a priori de un punto de vista, aún el más criticable.
La sociedad democrática está basada en las ideas de libertad y de dignidad, pero también son susceptibles de debate en el espacio deliberativo. Lo del juego de poder no se sigue de lo dicho.
Publicar un comentario