jueves, 5 de junio de 2014

SOBRE MEMORIA, RECONCILIACIÓN Y CRISTIANISMO




Gonzalo Gamio Gehri


El compromiso que guarda la fe católica con la memoria está fuera de discusión. En Semana Santa esto se pone particularmente de manifiesto. La propia Misa constituye un acto de rememoración del magisterio, pasión y muerte de Jesús. La lectura del Evangelio busca actualizar el mensaje de Jesús, rescatar su sentido, e invitar a los creyentes a hacerlo carne en los contextos de la vida ordinaria. La Eucaristía pretende re-vivir los misterios del Pan y el Vino, recreando la última cena a petición del propio Jesús, si tomamos en cuenta lo señalado en la Escritura. Se trata no sólo de un acto de rememoración de la historia sagrada, o de un ejercicio de hermenéutica bíblica, sino también del re-cuerdo del sufrimiento de un ser humano  inocente. Efectivamente, evocamos el sacrificio de un hombre que fue condenado a muerte acusado de hereje, siendo víctima de una muerte cruel fuera de los límites de la comunidad a la que pertenecía. La Iglesia re-cuerda un acto injusto y llama la atención sobre él de diferentes formas.

Este acto de memoria tiene una clara intención ética. Centra su atención en el reconocimiento de la violencia, allí donde ésta se practique, con ánimo de combatirla con las herramientas del amor y de la justicia. Esta clase de trabajo requiere del necesario concurso de la memoria. La Iglesia Católica lo ha reconocido así en repetidas oportunidades a partir de múltiples documentos; como la  intensa exhortación de Juan Pablo II Reconciliatio et paenitentia y el estudio de la Comisión Teológica Internacional Memoria y reconciliación. Desde el horizonte del Concilio Vaticano II han surgido diferentes formas de teología política centradas en el hecho del sufrimiento del inocente: es el caso de J. B. Metz y G. Gutiérrez. Se trata de enfoques que concentran su atención en los débiles y las víctimas – los pobres, las mujeres, los extranjeros – como ‘sujeto’ de la historia. Mientras las filosofías de la historia que la moderna tradición occidental tiene a veces por “canónicas” identifican la fuente de sentido de la historia en el Estado (Hegel), la sociedad civil (Marx), los héroes (Carlyle), los conflictos de poder (Foucault), el pensamiento judeo-cristiano se ocupa de aquellos que las “historias oficiales” consideran insignificantes. La teología política cristiana,, sostiene Metz, “nos obliga  a contemplar el theatrum mundi no sólo partiendo de quienes han logrado sus objetivos, sino también desde el punto de vista de los vencidos y de las víctimas”[1].Esta perspectiva a veces ha sido descrita como “contra-histórica” o “antihistórica”.

Esta clase de reflexiones y disposiciones pondrían de manifiesto una determinada actitud – como hemos visto, planteada tanto en el Evangelio como en el Magisterio de la Iglesia como en algunos desarrollos importantes de la teología política – frente a la vivencia de la violencia y de la injusticia: asumir la perspectiva de las víctimas, reconocer el daño e intentar revertir recurriendo al ágape y los instrumentos de la justicia. Esta clase de modos de actuar honran a un Dios que pide misericordia antes que sacrificios. “ Si vas, pues, a presentar una ofrenda al altar”, dice la Escritura, “y  allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5: 23 - 24). La reconciliación y la reparación del daño en el ámbito de las relaciones humanas cotidianas constituyen una condición para el establecimiento de una relación armónica con lo divino.





[1] Metz, J.B. ”El futuro a la luz de la Pasión” en: Concilium N° 76 (junio 72) p. 321.

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