jueves, 13 de diciembre de 2012

REFLEXIONES EN TORNO AL SENTIDO NARRATIVO DE LA IDENTIDAD







Gonzalo Gamio Gehri

1.- Identidad narrativa.

Quizás sea un lugar común en filosofía destacar el ineludible lugar de las otras personas en la formación de la identidad individual. Con todo, no perdemos nada repitiéndolo o reforzando esta idea. Por doquier, la sociedad contemporánea – acusando la poderosa influencia del individualismo,así como las mentalidades basadas en la competencia económica y el razonamiento estratégico – predica y difunde la tesis de que te construyes a ti mismo, que el éxito genuino consiste en lograr tus metas a punta de esfuerzo y sin deberle nada a nadie. “Cada cual cuenta por uno, nadie por más de uno”, reza una antigua fórmula utilitarista. Esta clase de pensamientos presupone a su vez que la única libertad que cuenta es aquella que se concibe como ausencia de impedimentos externos.

Pero esta suposición ideológica no se condice con los hechos. Si atendemos a cómo construimos nuestra identidad – el sentido de quiénes somos, así como la percepción de nuestro lugar y dirección en el espacio y el tiempo de las relaciones humanas – caeremos en la cuenta que nuestros propósitos más valorados, nuestras actividades vocacionales y nuestro estilo de vida no son una mera creación individual. Son producto de un proceso de formación y elección que se constituye en el curso mismo de nuestra vida. En este proceso intervienen diferentes personas, a través de cuyo contacto descubrimos y configuramos aquello que puede otorgarle sentido a nuestra existencia. Parientes, maestros, amigos, amantes o conciudadanos contribuyen a hacer de nuestra vida un auténtico espacio de realización humana.

La manera más estricta de dar cuenta del curso de mi vida es la composición de una narración[1]. Un relato que pueda hacer explícito quién soy a partir de las decisiones que he tenido que tomar, los conflictos sobre los que he tenido que discernir, el tipo de ser humano que he elegido ser, lidiando con diferentes situaciones biográficas concretas. Esta historia se elabora de manera retrospectiva, de modo que se reconstruyen las vivencias pasadas a la luz de las presentes: aquello que hemos experimentado constituye el horizonte del tipo de persona que somos. El que esta narración ponga de manifiesto un hilo conductor consistente a pesar de las circunstancias de crisis que ella describe en determinados episodios de la vida, permite preservar la unidad del yo, cuya existencia se cuenta a otros y pretende ser esclarecida a través del relato mismo. Esta estructura narrativa hace posible que el narrador – uno mismo – y sus interlocutores puedan identificar (y discutir) los pasos que el agente sigue para afrontar dilemas, deliberar y elegir cursos de acción alternativos en situaciones complejas.

Como resulta evidente, nosotros somos los protagonistas de nuestra propia narrativa vital. Sin embargo, ese relato acusa la presencia de personajes principales y secundarios, que intervienen en nuestra vida e introducen giros – a menudo imprevistos – en el relato. Ellos le brindan suspenso, o situaciones cómicas, conmovedoras o conflictivas. Para que el relato sea consistente y fidedigno, es preciso que incorporemos esos giros en la narración, y que nos tomemos el tiempo de interpretar y discutir con otros su significado para la totalidad del curso de nuestra vida. Alasdair MacIntyre sostiene que, si intentáramos deliberadamente omitir de la historia de nuestra vida la presencia y el impacto en ella de quienes han influido severamente en nuestra existencia, condenaríamos nuestra narrativa vital a la incoherencia y la inteligibilidad. Nuestras vidas tienen una estructura narrativa, y toda narrativa vital tiene la forma de la conversación. “La mitología, en su sentido originario”, concluye MacIntyre, “está en el centro de las cosas”[2].

Estas reflexiones – de claras resonancias clásicas - evocan uno de los sucesos más conmovedores en la literatura occidental: la revelación de la identidad de Ulises ante el cantodel aedo Demódoco en la corte de Alcinoo, tal y como es contado en Odisea VIII. Se trata de una expresión muy peculiar (y hasta controvertida) de anagnórisis, de reconocimiento de la identidad del personaje a partir de elementos que se des-cubren a través de sucesos no expresamente provocados por el propio agente. Para  Paul Ricoeur, estos pasajes destacan el carácter narrativo de la construcción del sentido de la identidad, pues aquí es el propio Ulises el que se reconoce a sí mismo en el relato hilvando por Demódoco.

2.- Deliberación práctica y realidad circundante.

Las consideraciones sobre la estructura narrativa de la vida destacan la innegable importancia de los otros en la formación de la identidad personal, pero en ningún modo absolutizan dicha relevancia. No podemos elaborar de manera inteligible el relato de nuestra vida sin evocar la presencia de los demás en él, cómo los otros se involucran en nuestro proceso de crecimiento y búsqueda de sentido. Cómo enriquecen nuestra vida y aportan modos de pensar y de sentir que son por sí mismos valiosos. Ellos nos acompañan, nos cuestionan, incluso colaboran con la composición del relato. Nos ayudan a afrontar escenarios adversos y nos invitan a extraer lecciones de las victorias y los fracasos del camino. No obstante, al propio agente corresponde la tarea de discernir en torno a las direcciones posibles que puede tomar la propia vida, así como evaluar críticamente la calidad del intercambio que mantiene con las otras personas. Somos seres finitos que no tenemos un férreo control sobre las situaciones que debemos enfrentar a diario; del mismo modo, somos vulnerables a las decisiones de otros, y a las consecuencias de sus acciones en nuestra existencia. Sin embargo, podemos encontrar un espacio para el discernimiento y la elección, sobre la base de la realidad que nos circunda y que no podemos simplemente desconocer.

La vida práctica supone esta compleja dialéctica de reflexión crítica y facticidad; una narrativa vital resulta esclarecedora en la medida que en su interior se hace explícito el lugar de ambos elementos en la vida práctica. Tenemos que estar dispuestos a comprender rigurosamente aquellas situaciones en las que la realidad “no se ajusta a nuestras preferencias, deseos o hipótesis”. Esa es una gran lección de la vida ordinaria y un principio básico para la ética. Recurrimos a él, por ejemplo, cuando meditamos nuestro voto en los procesos electorales, o cuando elegimos una profesión; también lo invocamos cuando tenemos que decidir si mantener o no nuestras creencias religiosas, o cuando meditamos acerca de si es pertinente preservar nuestros vínculos con determinadas asociaciones. El mundo circundante suele ser más amplio que lo que nuestros esquemas sugieren: parte del trabajo de la reconstrucción de narrativas consiste en desmontar y reformular nuestras interpretaciones y herramientas conceptuales cuándo éstas sucumben ante la complejidad de la ‘cosa misma’. No obstante, este sensato sentido de realidad no nos exime del compromiso con lo que Platón describía como una “vida examinada”, una vida entregada al trabajo de la crítica. Todo lo contrario, la comprensión lúcida de lo real implica la práctica del discernimiento y la indagación intelectual.

Por supuesto, nada de esto tiene lugar en completa ausencia de los demás. La deliberación práctica y la investigación son actividades que también tienen la forma de la conversación. Se trata de poner énfasis que el valor de la conversación en ningún caso anula la responsabilidad del agente de poner en juego la reflexión propia como elemento fundamental en la configuración del sentido del yo. Las otras voces que participan de la comunicación no pueden acallar la propia voz sin sacrificar irremediablemente la idea misma de identidad. Ulises se conmueve ante el canto del aedo porque los versos de Demódoco calan en la percepción que tiene de sí mismo y de su propio predicamento como un ser humano enemistado con los dioses. El fenómeno de la anagnórisis implica que él mismo Ulises pueda finalmente reconocerse en los versos porque ellos pasan por el escrutinio del pensamiento. Las imágenes del poeta tocan simultáneamente – por así decirlo – la mente y el corazón del viajero. Echan luces sobre su condición y a la vez apelan a su libertad.








[1] Cf. MacIntyre, Alasdair “Epistemological crises, dramatic narrative and the philosophy of science” en: The monist, 60(4), 1977, pp. 453-472 e idem, Tras la virtud  Barcelona, Crítica 1987, cap. 15.
[2] MacIntyre, Alasdair Tras la virtud op.cit. p. 267.

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